lunes, 22 de mayo de 2017

Leer (y III)

Arthur Schopenhauer escribió un maravilloso ensayo Sobre la lectura y los libros. Curiosamente, sus primeras palabras son para prevenirnos de los peligros intelectuales del exceso de lectura:

Cuando leemos, otro piensa por nosotros; sólo repetimos su proceso mental. Algo así como el alumno que está aprendiendo a escribir y con la pluma copia los caracteres que el maestro ha diseñado antes con lápiz. La lectura nos quita en gran parte el trabajo del pensar. Por eso, sentimos un gran alivio al pasar de nuestros propios pensamientos a la lectura. Mientras estamos leyendo, nuestra cabeza es, en realidad, un campo de juego de pensamientos ajenos. Así sucede que pierde poco a poco la capacidad de pensar por sí mismo, aquel que lee mucho y casi todo el día, distrayéndose con pensamientos irreflexivos en los intervalos, igual que pierde la manera de andar quien siempre está montado a caballo. [...] Como un resorte pierde su elasticidad por la presión de un cuerpo extraño, así el espíritu pierde la suya por constante presión de ideas extrañas, y como el exceso de alimentación corrompe el estómago, perjudicando al cuerpo, también llena y ahoga el espíritu el exceso de alimento intelectual.
Foto de Vladimir Pustovit
Creo que tenía razón. Es posible acabar siendo estúpido de tanto leer, sobre todo si dedicamos nuestro tiempo a libros malos, la obra de un solo autor o a una idea en exclusiva. Si no leemos cabe la posibilidad de que reconozcamos nuestra ignorancia y nos mostremos humildes. Por el contrario, cuando usamos los libros de forma incorrecta nos hundimos en un lodazal de ignorancia a la vez que, equivocadamente, nos consideramos satisfechos creyéndonos sabios.

Mi desencanto con el poder de la lectura empezó, si no recuerdo mal, con los libros de autoayuda. Tras unos pequeños éxitos iniciales me animé y continué explorando dicha senda pero enseguida llegué a un punto muerto. Las teorías y los planteamientos de aquellas obras parecían plausibles pero sus remedios no funcionaban o el efecto no era significativo. Al final me volví escéptico y es raro que hoy día lea algo publicado en esta categoría.

Algo parecido me pasó con la filosofía, en cuyos libros no encontré la respuesta a las preguntas que me hacía sino múltiples contestaciones encontradas para una misma cuestión. Si sigo leyendo obras filosóficas es por puro placer intelectual y para aprender a pensar mejor. Ya no busco una guía para la vida.

En definitiva, considero que los libros no me han hecho más feliz, más inteligente ni mejor persona. Sí me han enseñado a razonar y a pensar críticamente pero mucho me temo que eso no se ha traducido en mejores decisiones. Habrá quien opine que el pensamiento crítico no es un beneficio baladí. A mi juicio, no obstante, eso depende de si lo consideramos un bien en sí mismo. Consideremos las siguientes palabras de Mortimer J. Adler:

a good book can teach you about the world and about yourself. You learn more than how to read better; you also learn more about life. You become wiser. Not just more knowledgeable—books that provide nothing but information can produce that result. But wiser, in the sense that you are more deeply aware of the great and enduring truths of human life.
There are some human problems, after all, that have no solution. There are some relationships, both among human beings and between human beings and the nonhuman world, about which no one can have the last word. [...] These are matters about which you cannot think too much, or too well. The greatest books can help you to think better about them, because they were written by men and women who thought better than other people about them.
Parece, por lo tanto, que eso es lo máximo que los mejores libros escritos por el hombre pueden ofrecernos: sabiduría y mejor razonamiento. Mucho me temo que son dos beneficios que solo llamarán la atención de quienes, como digo, los consideren buenos en sí mismos, como fines que deben ser buscados en la vida por su valor intrínseco y no como medios para obtener algo más.

Desde mi punto de vista es posible llevar una vida adulta feliz sin leer, más aún si el dicho es cierto y la ignorancia es la base de la felicidad. Creo que quienes leemos lo hacemos para pasarlo bien, para distraernos, para saciar nuestra sed intelectual o, en definitiva, porque dicha actividad contribuye (o creemos que contribuye) a nuestra felicidad. Pero si alguien ya ha conseguido esos objetivos prescindiendo de los libros, quizá no haya razón para dar la murga.

lunes, 15 de mayo de 2017

Leer (II)

Puede parecer extraño viniendo de alguien que lee entre cuarenta y ochenta libros al año pero yo creo que los poderes de la lectura están sobrevalorados. O, al menos, algunos de ellos, como el de cambiar radicalmente nuestra vida, hacernos muy inteligentes o convertirnos en mejores personas.

En un experimento llevado a cabo con medio millar de estudiantes universitarios de psicología unos investigadores concluyeron que leer puede alterar nuestra mentalidad, pero que muy pocos cambios siguen ahí al cabo de un año:

Reading The Omnivore's Dilemma had a substantial short-term impact on overall attitudes related to food production and consumption, as indicated by significant differences in composite attitude scores between freshmen who had read the book and non-freshmen who had not been assigned the reading. Specifically, attitudes about the perceived quality of the food supply and toward government subsidies for corn production were impacted in the predicted direction.

Attitude change dissipated somewhat with time, as reflected in non-significant differences in composite attitude scores between sophomores (who had read the book) and non-sophomores (who had not read the book) the following year, as well as significant differences between freshmen in year 1 and sophomores in the following year (all of whom had read the book, but at different time points).
Foto de Krisztina Tordai
Los autores del estudio especulan con dos posibles razones de este resultado. La primera, el mero olvido: nuestros recuerdos relacionados con lo que hemos leído se van desvaneciendo. El segundo, que es muy difícil cambiar nuestros hábitos: los nuevos comportamientos que pueda transmitirnos una obra chocan con costumbres propias bien consolidadas y también, por qué no decirlo, con nuestra escasa fuerza de voluntad. Eso me hace pensar que cuanto más se alejan las exhortaciones de un autor de nuestro statu quo actual, menos probable es que logremos cambiar nuestra vida de forma duradera.

En un sentido parecido Eric Schwitzgebel, filósofo autor del blog The Splintered Mind, ha concluido en sus investigaciones que los profesores de ética (los cuales, obviamente, han leído muchos y muy buenos libros sobre el tema) no se comportan mejor que la población en general. Para ilustrar su argumento pone como ejemplo algo que yo he vivido en mi propia persona:

An ethicist philosopher considers whether it's morally permissible to eat the meat of factory-farmed mammals. She read Peter Singer. She reads objections and replies to Singer. She concludes that it is in fact morally bad to eat meat. She presents the material in her applied ethics class. Maybe she even writes on the issue. However, instead of changing her behavior to match her new moral opinions, she retains her old behavior. She teaches Singer's defense of vegetarianism, both outwardly and inwardly endorsing it, and then proceeds to the university cafeteria for a cheeseburger (perhaps feeling somewhat bad about doing so).
De hecho, uno de sus trabajos viene a decir que los libros de ética son los que más «desaparecen»  (léase sustraen) de las bibliotecas.

Y si es difícil que un libro cambie a una persona, no digamos ya a una sociedad. No creo que se considere arrogante por mi parte decir que el estado del mundo es mucho peor de lo que debería ser habiendo como hay tantos libros maravillosos y populares con soluciones para cualquier mal existente. Será porque mientras que los libros de autoayuda chocan con nuestros hábitos y vida diaria, los libros con grandes ideas para la sociedad colisionan con nuestras conciencias e instituciones:

A book is of course an ideal place to lay down an ambition, sort out one’s thoughts and gather a constituency. But that’s about it. A book on its own cannot bring about real change because the world as it currently stands isn’t held together simply by ideas: it is made up of laws, practices, institutions, financial arrangements, businesses and governments. In other words, its muscles are made up of institutions and therefore, the only way to bring about real change is to act through competing institutions. Revolutions in consciousness cannot be made lasting and effective until legions of people start to work together in concert for a common aim and, rather than relying on the intermittent pronouncements of mountain-top prophets, begin the unglamorous and deeply boring task of wrestling with issues of law, money, long-term mass communication, advocacy and administration.
Lo anterior son solamente algunos ejemplos entre los muchos que existen encaminados a demostrar la insuficiencia de la lectura para cambiar a una persona o a una sociedad. No obstante, a veces el cambio tiene lugar. El caso más notable quizá sea el de los textos religiosos, cuyas palabras inspiran a tantas personas en el mundo y cuyo poder de captación aún es relevante hoy día.

Lo cual nos lleva, por aquello del fanatismo, a hablar del lado oscuro de los libros. Como herramienta que son (para entretener, para transmitir ideas, para tratar de influenciar) los libros pueden usarse de forma loable o reprochable. A mi juicio, un mal uso es centrar nuestra vida, actos e ideas alrededor de un único escrito. Opino que no es descabellado desconfiar de las personas que lo hacen, ya sea su libro de cabecera la Biblia, la Torá, las Analectas, El arte de la guerra, Das Capital o Mein Kampf.

Tampoco es mucho mejor, desde mi punto de vista, leer solamente todo lo que se ha escrito acerca de una única idea. No solo no es sano, ya que nos aísla aún más en nuestra burbuja de prejuicios, sino que además es poco honesto, intelectualmente hablando.

Finalmente, hay libros que son el equivalente intelectual del escherichia coli, aquellos cuya digestión no nos hace ningún favor, aunque solo sea por el hecho de que nos quita tiempo para leer libros realmente buenos.

Continuará.

lunes, 8 de mayo de 2017

Leer (I)

La semana pasado hablamos de libros en papel y libros electrónicos pero ¿por qué leer, en primer lugar? Solemos pensar en la lectura como algo bueno en sí mismo y necesario, y nos lamentamos como sociedad cuando oímos que cada vez se lee menos. ¿Por qué?

Los antiguos no confesaban nuestro culto del libro. En Fedro, Platón rechaza el invento de la escritura argumentando que acabará con la memoria de los ciudadanos, poniendo estas palabras en boca de Sócrates:

Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.
Pero no era esa su única preocupación. Para Platón, las palabras escritas están muertas y son permanentes. En cambio, la palabra oral es algo vivo y animado que «reside en el alma del que está en posesión de la ciencia» (ibídem):

El que piensa trasmitir un arte, consignándolo en un libro, y el que cree a su vez tomarlo de este, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instrucción clara y sólida, me parece un gran necio; y ciertamente ignora el oráculo de Ammón, si piensa que un escrito pueda ser más que un medio de despertar reminiscencias en aquel que conoce ya el objeto de que en él se trata.
[...] Éste es, mi querido Fedro, el inconveniente así de la escritura como de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrogadlas, y veréis que guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos; al oírlos o leerlos creéis que piensan; pero pedidles alguna explicación sobre el objeto que contienen y os responden siempre la misma cosa. Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, y sin saber, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del socorro de su padre; porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de defenderse.
Y así, como escribió Borges, muchos grandes maestros de la humanidad han sido maestros orales, desde Sócrates, Platón y Pitágoras hasta Buda y Jesucristo, cuyas únicas palabras escritas, garabateadas en la arena, se las llevó el viento.

Foto de Sam Greenhalgh
Dicen los psicólogos que leer tiene muchos beneficios que se extienden más allá del simple placer de la lectura. Por ejemplo, leer amplia nuestro vocabulario y mejora nuestra escritura. Puede parecer baladí pero el hecho cierto es que hemos llegado a un punto en el que saber leer y escribir es uno de los puntos débiles incluso de los trabajadores mejor cualificados. El declive en la lectura, unido a las formas de mensajería instantánea, ha hecho estragos en la ortografía y la gramática de la población en general. Yo, que trabajo con gente con estudios superiores, veo con horror cómo los correos electrónicos, las notas de prensa, los informes y otros escritos están plagados de errores, con los acentos ortográficos apareciendo y desapareciendo sin orden ni concierto, los signos de puntuación salpicando aleatoriamente el texto y las oraciones construidas con la claridad oratoria de un niño de cuatro años. Según el informe PIAAC de la OECD (2013-2016), España está en la cola del alfabetismo entre los países estudiados, teniendo por debajo únicamente a Italia, Turquía, Chile y Jakarta.

Además de ayudarnos a escribir correctamente, la lectura tiene efectos cognitivos beneficiosos. Según Steven Johnson:

[E]ntre los beneficios cognitivos de leer se incluyen estas facultades: esfuerzo, concentración, atención; capacidad para comprender palabras, seguir hilos narrativos o esculpir mundos imaginarios partiendo de simples frases en la página. Estas ventajas se ven reforzadas por el especial hincapié que hace la sociedad precisamente en este conjunto de destrezas.
Por su parte, Cervantes dijo, a través de don Quijote, que «el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho». Al parecer, no le faltaba razón (énfasis en el original):

[R]esearch has shown that among the benefits that people accrue from reading a lot is higher levels of practical knowledge. Practical knowledge refers to knowledge that is directly relevant to living in a complex technological society. It can include information such as what a carburetor is, what substances may be carcinogenic, what the relation is between the prime lending rate and the rate that the average consumer pays when borrowing money, and which fruits have the most vitamin C. This is the kind of knowledge that one can acquire through experience, exposure to the media, and direct social exchange of information, but we can attain this information mucho more quickly from reading. Stanovich and Cunningham (1993) have shown that adults who read a lot tend to have a greater amount of this sort of practical knowledge.
Finalmente, la lectura sirve también para retrasar la demencia y la aparición de Alzheimer en poblaciones avanzadas, para relajarnos y disminuir el estrés (lo que ayuda a dormir mejor), ser más conscientes de hábitos saludables, aumentar la empatía (al menos a corto plazo) e, incluso, mejorar nuestra autoestima y sensación de autoeficacia. Socialmente, los adultos que leen tienden a participar más en la vida pública.

Tantas son las bondades de la lectura que existe incluso la biblioterapia. Sus formas son múltiples, desde los cursos de literatura hasta los programas de lecturas para presos o gente mayor, pasando por los libros que algunos psicoterapeutas de toda la vida recomiendan a sus pacientes. Quienes estén dispuestos a pagar por ello tienen a su disposición «biblioterapeutas» que ofrecen cursos para ayudarnos a lidiar con los desafíos emocionales de la existencia cotidiana. Por ejemplo, la Escuela de la Vida (The School of Life) del filósofo Alain de Botton dispone de su propio servicio de biblioterapia con el objetivo, según dicen, de «acercarnos a obras de literatura, tanto del pasado como del presente, que pueden cambiar nuestra vida pero que a menudo son escurridizas, los libros que verdaderamente tienen el poder de enriquecer e inspirar».

Leer es como la comida sana y el ejercicio: una fuente de beneficios al alcance de cualquiera que muchos optan por ignorar. Sin embargo, es posible que sus bondades se hayan exagerado. A continuación veremos por qué.

Continuará.

lunes, 1 de mayo de 2017

Negro sobre blanco

Tras seis años de buen servicio, la pantalla de mi Kindle Keyboard de tercera generación no aguantó otra caída más. Si bien el dispositivo sigue funcionando, es imposible leer nada en él. Después de haberlo tenido tanto tiempo me dio hasta pena, pero la vida sigue y la lectura debe continuar, así que me hice con un modelo más moderno, de esos con luz integrada en la pantalla, 300 ppi de resolución, función de repaso de vocabulario y otras amenidades.

Foto de Zhao!
Empecé a interesarme por los lectores de libros electrónicos allá por 2008 cuando, de viaje en el autobús, me fijé en el artilugio del viajero a mi lado. Había oído hablar de ellos pero nunca había visto ninguno, y quedé impresionado con la manera en que la tinta electrónica, efectivamente, imitaba el papel impreso. En aquel entonces el mercado aún estaba arrancando, así que los aparatos eran muy caros y difíciles de conseguir, y sus prestaciones eran muy limitadas. Fue por todo ello por lo que seguí siendo fiel al papel durante varios años más. Más tarde, una vez compré el Kindle, compaginé durante un tiempo los libros físicos con los libros digitales. Hoy día, sin embargo, raro es que lea una obra impresa.

Supongo que la preferencia por un tipo de soporte u otro depende de nuestras necesidades como lectores. Los estetas valoran no solo el contenido de las obras, sino también el olor del papel y el tacto de las hojas. Hay lectores que se ven en la tesitura de que el tipo de libro que leen no se publica en formato electrónico. Otros no quieren saber nada de cacharros con microchips. Por su parte, quienes leen como mecanismo de señalización seguramente prefieran un libro de los de antes, cuanto más grueso mejor, y si puede tener un título rimbombante, miel sobre hojuelas. Y es que, como dijo el fundador de Barnes & Noble Leonard Riggio:

People have the mistaken notion that the thing you do with books is read them. Wrong ... People buy books for what the purchase says about them – their taste, their cultivation, their trendiness. Their aim ... is to connect themselves, or those to whom they give the books as gifts, with all the other refined owners.
A mí nunca me importó cargar con libros de quinientas páginas, si bien es mucho más cómodo el lector electrónico, especialmente para quienes nos toca leer en un vagón de tren repleto de gente, donde el rango de movimientos (y, por qué no decirlo, el oxígeno) es muy limitado. Yo tengo la costumbre, además, de leer entre dos y cuatro libros a la vez, así que la ventaja en ese sentido es mayor para mí (por no mencionar que en mi casa apenas queda espacio para más volúmenes). También me gusta leer de noche y en las primeras horas de la mañana, cuando aún no hay luz solar, y nunca encontré una luz de lectura suficientemente cómoda y práctica.

No obstante, para mí la mayor ventaja de los ereader tiene que ver con el almacenamiento y la gestión de la información. Para que se hagan una idea, la base de datos de mi difunto Kindle contiene 67.481 notas y subrayados, información que utilizo, entre otras cosas, como material para este blog y para Pérgamo. En total, son más de cinco millones de palabras que es muy difícil gestionar a mano, por no mencionar el problema de hacer búsquedas entre tanto contenido. Cuando leía en papel tenía que digitalizar manualmente cada subrayado, y los márgenes de los libros se me quedaban cortos para hacer anotaciones. También tenía que apuntarme palabras para traducirlas o buscarlas en el diccionario más tarde. El libro electrónico es la herramienta adecuada para mi estilo de lectura.

En cuanto al grueso de la población, el libro electrónico es más útil para personas con problemas de visión ya que pueden ajustar el tamaño y tipo de letra, así como el contraste. También es más cómodo para aquellos individuos que son alérgicos al polvo de los libros, que se ahorran el tener que llevar guantes. No olvidemos tampoco la ventaja adicional de la privacidad. Mientras que algunas personas, como decíamos antes, utilizan los libros para decir algo de sí mismos, hay muchas otras que prefieren no revelar esa información. Yo me he topado a menudo con personas que llevaban la tapa del libro cubierta con papel de regalo o de embalar. Los lectores de, digamos, novelas eróticas, pueden disfrutar de su género en formato digital allá donde estén sin avergonzarse o sentirse juzgados.

No todo son bondades, obviamente. Como les decía, algunos títulos no están disponibles en formato electrónico. Hay que cuidar que la batería tenga carga suficientemente, aunque bien es cierto que este es un problema menor, pues estos dispositivos consumen poca energía. Las fotos no se ven igual de bien que sobre el papel. Es difícil calibrar cómo de grande (en número de páginas) es el libro. El lector en sí mismo es un desembolso adicional y, para algunos títulos, la versión digital es más cara que la versión en papel.

En cuanto al medio ambiente, no creo que el jurado haya decidido todavía. Es verdaderamente difícil comparar el impacto de la impresión tradicional frente a la producción electrónica:

Sixty-five percent of publishing's carbon footprint comes from paper, and e-book readers require one-off transportation (obtaining the devices) and no pulping, bleaching, or printing. The Kindle is supposed to offset the carbon footprint of its production within a year and over a lifetime purportedly saves the carbon needed to make twenty books [...]. However, when side-by-side comparisons are made, the environmental costs of production for one e-reader (including raw materials, transport, energy, and disposal) far outweigh those of one book printed on recycled paper: the e-reader uses 33 pounds of minerals, including tantalum, versus a paper book, which uses two-thirds of a pound; 79 gallons of water versus 2 gallons; 100 kilowatt hours of fossil fuel versus 2 hours, with proportional emissions of carbon dioxide; and the health effects of exposure to internal toxins is estimated to be seventy times greater for the e-reader. Of course, these are rough, short-sighted estimates that do not account for the environmental impact of recycled paper manufacture or the environmental benefits of reducing book production as more volumes are published directly on e-readers, which we are told begin to pay back their environmental costs somewhere around a hundred book downloads.

Por mucho que insistan los fabricantes, lo cierto es que la experiencia lectora no es la misma con un libro tradicional que con un lector digital. Cuando comencé a leer en aquella pantalla electrónica de seis pulgadas enseguida noté dos cosas. Primero, que leía más rápido. Segundo, que me costaba recordar en qué libro había leído un pasaje dado. Con los libros en papel, además de recordar la cita, me venía a la mente la maquetación de la página, el tipo de fuente, el color de la hoja o una imagen vaga de la portada, todo lo cual me hacía mucho más fácil saber de qué obra se trataba. Con un ereader todos los libros son iguales.

Ya en 1980 se llevaron a cabo estudios que comparaban la lectura en papel con la lectura en pantalla. En general, la comprensión y la velocidad eran mejores si se leía en papel que en uno de aquellos monitores de fósforo de la época. Hay estudios actuales, sin embargo, que apuntan en la dirección contraria:

In a 2011 study carried out in Germany, participants were divided into two sample groups, one with an average age of 26, the other with an average age of 64. Each participant read various texts with different levels of complexity on an ebook reader (Kindle), a tablet computer (iPad), and paper. The reading behaviour of the participants and their corresponding neural processes were assessed using measures of eye movements (eye tracking) and electrophysiological brain activity (EEG). [...] The participants said that they preferred reading from a printed book, but the performance tests showed that there was no difference between reading from a printed book and on the ereader. Further, the study found that tablet computers provide an advantage over ereaders and the printed page that is not consciously perceivable. Whilst there were no differences between the three devices in terms of rates of reading by the younger participants, the older participants exhibited faster reading times when using the tablet.

A separate study, carried out in the USA in 2012, showed that reading on a back-lit tablet improved reading speeds amongst a range of subjects with different levels of eyesight. There was a significant improvement in the reading speed amongst those with poor vision, and the researchers suggested that the tablet provided a higher degree of contrast for words.
En lo que a retención se refiere, un estudio llevado a cabo por los psicólogos Daniel M. Oppenheimer y Michael C. Frank mostró que los sujetos recordaban mejor lo leído cuando la fuente era menos legible (Myriad Pro cursiva de diez puntos y con un diez por ciento de gris). Ahora bien, se trata de un experimento con pocos sujetos y, hasta donde yo sé, no ha sido replicado, así que, como siempre, las conclusiones deben tomarse con cautela.

A pesar de las múltiples virtudes de los lectores electrónicos, quienes tengan hijos muy pequeños quizá deberían mantener en casa los de toda la vida si quieren inculcar el hábito de la lectura a sus cachorros. Un informe de la OECD concluyó que los hábitos de lectura de los progenitores influyen en los niños:

Not surprisingly, in all countries and economies surveyed, children whose parents consider reading a hobby, enjoy going to the library or bookstore, and spend time reading for enjoyment at home are more likely to enjoy reading themselves. This is true even when comparing children from similar socio-economic backgrounds, which indicates that children are more likely to enjoy reading when their home environment is conducive to reading.
Por otro lado, los datos del Estudio Longitudinal de la Primera Infancia llevado a cabo por el Departamento de Educación de Estados Unidos a finales de los noventa mostraban una correlación positiva entre la cantidad de libros que un niño tiene en casa y sus calificaciones. Eso no significa, obviamente, que los niños acaben siendo más listos solo por tener más libros al alcance de la mano. Al fin y al cabo, los padres con mayor nivel de educación tienden a atesorar más libros, por lo que cabe la posibilidad de que esta correlación solo nos esté diciendo que las personas inteligentes tienen hijos inteligentes. Pero estar rodeado de libros y ver cómo sus padres leen a menudo puede inculcar en los infantes el gusanillo de la lectura.

No obstante lo anterior, los niños más reacios a leer pueden encontrar los dispositivos como el Kindle más atractivos que los libros clásicos, pues con ellos tienen la impresión de estar utilizando un gadget en lugar de estar haciendo algo que consideran aburrido. De todas formas esto es mera especulación, pues parece no haber demasiadas investigaciones al respecto.

El libro impreso lleva con nosotros más de cinco siglos, así que es probable que dure otros cinco más. Aunque el tiempo dedicado a leer haya disminuido con el tiempo (por ejemplo, en Estados Unidos), los libros han sobrevivido a la competición planteada por otros medios de comunicación que luchan por nuestra atención, como la radio, la televisión o internet. La digitalización de la palabra escrita aún es relativamente reciente y, en consecuencia, creo que aún es pronto para saber cómo evolucionará y cómo nos afectará. Habrá que esperar a ver qué ocurre cuando la mayoría de la población esté acostumbrada desde la infancia a leer en una pantalla.