Tras seis años de buen servicio, la pantalla de mi Kindle Keyboard de tercera generación no aguantó otra caída más. Si bien el dispositivo sigue funcionando, es imposible leer nada en él. Después de haberlo tenido tanto tiempo me dio hasta pena, pero la vida sigue y la lectura debe continuar, así que me hice con un modelo más moderno, de esos con luz integrada en la pantalla, 300 ppi de resolución, función de repaso de vocabulario y otras amenidades.
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Foto de Zhao! |
Empecé a interesarme por los lectores de libros electrónicos allá por 2008 cuando, de viaje en el autobús, me fijé en el artilugio del viajero a mi lado. Había oído hablar de ellos pero nunca había visto ninguno, y quedé impresionado con la manera en que la tinta electrónica, efectivamente, imitaba el papel impreso. En aquel entonces el mercado aún estaba arrancando, así que los aparatos eran muy caros y difíciles de conseguir, y sus prestaciones eran muy limitadas. Fue por todo ello por lo que seguí siendo fiel al papel durante varios años más. Más tarde, una vez compré el Kindle, compaginé durante un tiempo los libros físicos con los libros digitales. Hoy día, sin embargo, raro es que lea una obra impresa.
Supongo que la preferencia por un tipo de soporte u otro depende de nuestras necesidades como lectores. Los estetas valoran no solo el contenido de las obras, sino también el olor del papel y el tacto de las hojas. Hay lectores que se ven en la tesitura de que el tipo de libro que leen no se publica en formato electrónico. Otros no quieren saber nada de cacharros con microchips. Por su parte, quienes leen como mecanismo de señalización seguramente prefieran un libro de los de antes, cuanto más grueso mejor, y si puede tener un título rimbombante, miel sobre hojuelas. Y es que, como
dijo el fundador de
Barnes & Noble Leonard Riggio:
People have the mistaken notion that the thing you do with books is read them. Wrong ... People buy books for what the purchase says about them – their taste, their cultivation, their trendiness. Their aim ... is to connect themselves, or those to whom they give the books as gifts, with all the other refined owners.
A mí nunca me importó cargar con libros de quinientas páginas, si bien es mucho más cómodo el lector electrónico, especialmente para quienes nos toca leer en un vagón de tren repleto de gente, donde el rango de movimientos (y, por qué no decirlo, el oxígeno) es muy limitado. Yo tengo la costumbre, además, de leer entre dos y cuatro libros a la vez, así que la ventaja en ese sentido es mayor para mí (por no mencionar que en mi casa apenas queda espacio para más volúmenes). También me gusta leer de noche y en las primeras horas de la mañana, cuando aún no hay luz solar, y nunca encontré una luz de lectura suficientemente cómoda y práctica.
No obstante, para mí la mayor ventaja de los
ereader tiene que ver con el almacenamiento y la gestión de la información. Para que se hagan una idea, la base de datos de mi difunto Kindle contiene 67.481 notas y subrayados, información que utilizo, entre otras cosas, como material para este blog y para
Pérgamo. En total, son más de cinco millones de palabras que es muy difícil gestionar a mano, por no mencionar el problema de hacer búsquedas entre tanto contenido. Cuando leía en papel tenía que digitalizar manualmente cada subrayado, y los márgenes de los libros se me quedaban cortos para hacer anotaciones. También tenía que apuntarme palabras para traducirlas o buscarlas en el diccionario más tarde. El libro electrónico es la herramienta adecuada para mi estilo de lectura.
En cuanto al grueso de la población, el libro electrónico es más útil para personas con problemas de visión ya que pueden ajustar el tamaño y tipo de letra, así como el contraste. También es más cómodo para aquellos individuos que son alérgicos al polvo de los libros, que se ahorran el tener que llevar guantes. No olvidemos tampoco la ventaja adicional de la privacidad. Mientras que algunas personas, como decíamos antes, utilizan los libros para decir algo de sí mismos, hay muchas otras que prefieren no revelar esa información. Yo me he topado a menudo con personas que llevaban la tapa del libro cubierta con papel de regalo o de embalar. Los lectores de, digamos, novelas eróticas, pueden disfrutar de su género en formato digital allá donde estén sin avergonzarse o sentirse juzgados.
No todo son bondades, obviamente. Como les decía, algunos títulos no están disponibles en formato electrónico. Hay que cuidar que la batería tenga carga suficientemente, aunque bien es cierto que este es un problema menor, pues estos dispositivos consumen poca energía. Las fotos no se ven igual de bien que sobre el papel. Es difícil calibrar cómo de grande (en número de páginas) es el libro. El lector en sí mismo es un desembolso adicional y, para algunos títulos, la versión digital es más cara que la versión en papel.
En cuanto al medio ambiente, no creo que el jurado haya decidido todavía. Es verdaderamente difícil comparar el impacto de la impresión tradicional frente a la producción
electrónica:
Sixty-five percent of publishing's carbon footprint comes from paper, and e-book readers require one-off transportation (obtaining the devices) and no pulping, bleaching, or printing. The Kindle is supposed to offset the carbon footprint of its production within a year and over a lifetime purportedly saves the carbon needed to make twenty books [...]. However, when side-by-side comparisons are made, the environmental costs of production for one e-reader (including raw materials, transport, energy, and disposal) far outweigh those of one book printed on recycled paper: the e-reader uses 33 pounds of minerals, including tantalum, versus a paper book, which uses two-thirds of a pound; 79 gallons of water versus 2 gallons; 100 kilowatt hours of fossil fuel versus 2 hours, with proportional emissions of carbon dioxide; and the health effects of exposure to internal toxins is estimated to be seventy times greater for the e-reader. Of course, these are rough, short-sighted estimates that do not account for the environmental impact of recycled paper manufacture or the environmental benefits of reducing book production as more volumes are published directly on e-readers, which we are told begin to pay back their environmental costs somewhere around a hundred book downloads.
Por mucho que insistan los fabricantes, lo cierto es que la experiencia lectora no es la misma con un libro tradicional que con un lector digital. Cuando comencé a leer en aquella pantalla electrónica de seis pulgadas enseguida noté dos cosas. Primero, que leía más rápido. Segundo, que me costaba recordar en qué libro había leído un pasaje dado. Con los libros en papel, además de recordar la cita, me venía a la mente la maquetación de la página, el tipo de fuente, el color de la hoja o una imagen vaga de la portada, todo lo cual me hacía mucho más fácil saber de qué obra se trataba. Con un
ereader todos los libros son iguales.
Ya en 1980 se llevaron a cabo estudios que comparaban la lectura en papel con la lectura en pantalla. En general, la comprensión y la velocidad eran mejores si se leía en papel que en uno de aquellos monitores de fósforo de la época. Hay estudios actuales, sin embargo, que apuntan en la dirección
contraria:
In a 2011 study carried out in Germany, participants were divided into two sample groups, one with an average age of 26, the other with an average age of 64. Each participant read various texts with different levels of complexity on an ebook reader (Kindle), a tablet computer (iPad), and paper. The reading behaviour of the participants and their corresponding neural processes were assessed using measures of eye movements (eye tracking) and electrophysiological brain activity (EEG). [...] The participants said that they preferred reading from a printed book, but the performance tests showed that there was no difference between reading from a printed book and on the ereader. Further, the study found that tablet computers provide an advantage over ereaders and the printed page that is not consciously perceivable. Whilst there were no differences between the three devices in terms of rates of reading by the younger participants, the older participants exhibited faster reading times when using the tablet.
A separate study, carried out in the USA in 2012, showed that reading on a back-lit tablet improved reading speeds amongst a range of subjects with different levels of eyesight. There was a significant improvement in the reading speed amongst those with poor vision, and the researchers suggested that the tablet provided a higher degree of contrast for words.
En lo que a retención se refiere, un
estudio llevado a cabo por los psicólogos Daniel M. Oppenheimer y Michael C. Frank mostró que los sujetos recordaban mejor lo leído cuando la fuente era menos legible (Myriad Pro cursiva de diez puntos y con un diez por ciento de gris). Ahora bien, se trata de un experimento con pocos sujetos y, hasta donde yo sé, no ha sido replicado, así que, como siempre, las conclusiones deben tomarse con
cautela.
A pesar de las múltiples virtudes de los lectores electrónicos, quienes tengan hijos muy pequeños quizá deberían mantener en casa los de toda la vida si quieren inculcar el hábito de la lectura a sus cachorros. Un
informe de la OECD concluyó que los hábitos de lectura de los progenitores influyen en los niños:
Not surprisingly, in all countries and economies surveyed, children whose parents consider reading a hobby, enjoy going to the library or bookstore, and spend time reading for enjoyment at home are more likely to enjoy reading themselves. This is true even when comparing children from similar socio-economic backgrounds, which indicates that children are more likely to enjoy reading when their home environment is conducive to reading.
Por otro lado, los datos del Estudio Longitudinal de la Primera Infancia llevado a cabo por el Departamento de Educación de Estados Unidos a finales de los noventa
mostraban una correlación positiva entre la cantidad de libros que un niño tiene en casa y sus calificaciones. Eso no significa, obviamente, que los niños acaben siendo más listos solo por tener más libros al alcance de la mano. Al fin y al cabo, los padres con mayor nivel de educación tienden a atesorar más libros, por lo que cabe la posibilidad de que esta correlación solo nos esté diciendo que las personas inteligentes tienen hijos inteligentes. Pero estar rodeado de libros y ver cómo sus padres leen a menudo puede inculcar en los infantes el gusanillo de la lectura.
No obstante lo anterior, los niños más reacios a leer pueden encontrar los dispositivos como el Kindle más atractivos que los libros clásicos, pues con ellos tienen la impresión de estar utilizando un
gadget en lugar de estar haciendo algo que consideran aburrido. De todas formas esto es mera especulación, pues parece
no haber demasiadas investigaciones al respecto.
El libro impreso lleva con nosotros más de cinco siglos, así que es probable que dure otros cinco más. Aunque el tiempo dedicado a leer haya disminuido con el tiempo (por ejemplo, en
Estados Unidos), los libros han sobrevivido a la competición planteada por otros medios de comunicación que luchan por nuestra atención, como la radio, la televisión o internet. La digitalización de la palabra escrita aún es relativamente reciente y, en consecuencia, creo que aún es pronto para saber cómo evolucionará y cómo nos afectará. Habrá que esperar a ver qué ocurre cuando la mayoría de la población esté acostumbrada desde la infancia a leer en una pantalla.