domingo, 9 de octubre de 2011

Guapa

Suena el teléfono. Contesta mi hermana. «¿Sí?... Ah, ¡hola guapa!». Es una amiga suya. Charlan un rato y se despiden: «Adiós, guapa».

Entro en Facebook. Hay fotos nuevas de mis amigas. El comentario más repetido de chica a chica es el de guapa, con miles de variantes enfáticas -montones de aes, mayúsculas y signos de exclamación-.

Foto de The Bode
¿Por qué? ¿Por qué mujeres heterosexuales se llaman guapas unas a otras? Cuando se lo pregunté a mi hermana me dijo que era igual que cuando los chicos nos saludamos con un «hola, cabrón». Sin embargo, no veo a los chicos poniendo eso en los comentarios de las fotos, si bien entre los hombres heterosexuales de mi entorno es habitual tildarnos de gay entre nosotros. ¿Por qué haremos eso?

A todos nos gustan que nos digan guapos, creo, aunque luego cada uno se lo tome de distinta manera (hay quien se llena de orgullo, quien no se lo cree y quien se sonroja). Pero la belleza nos viene dada. No puedes trabajar para ser más guapo -aunque sí para estarlo, un matiz sutil pero diferenciador-. Decirle a alguien «qué guapo eres» es como decirle «qué alto eres». Desde mi punto de vista, no tiene mucho sentido. Es un atributo caído del cielo, no algo conseguido voluntariamente con esfuerzo. Lo veo vacío de significado.

Algunos viven de ser un deleite para la vista. Cualquiera que haya ido a un congreso, feria o exposición habrá visto azafatas bien parecidas y ayunas de ropa repartiendo folletos, muestras o, simplemente, de florero. Da igual el tema de la feria. Si es tecnológica, como el SIMO, habrá azafatas. Si es de coches, como la feria del automóvil, habrá azafatas. Si es de fitness, como el Arnold Classic, habrá azafatas. La única diferencia parece ser la cantidad de piel expuesta al público por las susodichas (de menor a mayor en las tres que he mencionado).

Ayer estuve en la última cita a la que me he referido, el Arnold Classic. Como era de esperar había una legión de beldades cosificadas: chicas jóvenes libres de grasa pero con senos de tamaño cantalupo, prácticamente desnudas, haciendo nada. Me fijé en una gogó, conocida de uno de mis acompañantes. Pagada de sí misma, parecía estar encantada con la atención recibida de los asistentes. Yo me preguntaba si algún día se vería afectada por la vacuidad de su trabajo. Al fin y al cabo, aquello no dejaba de ser un zoo con humanos.

Una persona que se gana la vida con su cara bonita me recuerda a los países que viven del petróleo: simplemente explotan lo que la suerte les ha dado. Si no trabajan en desarrollar otras cualidades, cuando su recurso más preciado se acabe se verán en apuros. A largo plazo todos acabamos siendo viejos y feos. La belleza no puede aprovecharse del efecto bola de nieve. La sabiduría, por otra parte, sí puede cultivarse y acumularse toda la vida, incluso de forma exponencial.
Además, con la edad el significado y el propósito de la propia vida ganan importancia. Dudo que «poner cachondo al personal» sea un respuesta satisfactoria a la pregunta «¿qué he hecho con mi vida?».

Claro que qué voy a decir yo, si soy más feo que Picio.

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