martes, 11 de octubre de 2011

Runnin' wild

Cuando somos pequeños, nuestros padres nos compran coches a los niños y muñecas a las niñas. Desde el principio hay una clara línea que nos diferencia, biológica y sobre todo, social.

Eso en principio nos la trae un poco al pairo, solamente cuando empiezan las hormonas a hacer de las suyas es cuando se redescubre a ese ser que hasta entonces era un mero “ocupante” de espacio en el patio del colegio. Desde ese momento tu vida no volverá a ser la misma.

Imagen de mando2003us
Está claro que no somos iguales. En inteligencia, aunque existan pocas diferencias, en general las mujeres son algo más listas y tienen una mayor capacidad verbal, cosa que creo todos teníamos claro. Así mismo, los hombres puntúan más alto en “rotación mental”. Vamos, que conducimos mejor (ni siquiera todos) y poco más.

De esta forma llegamos a la adolescencia, en la que nos pasamos los días altamente agilipollados por casi cualquier persona del otro sexo que se cruce en nuestro camino. Los chicos detrás de las chicas para que les hagan caso, las chicas pasando de los chicos para que les hagan caso. Aunque las estrategias sean opuestas, al final acaban funcionando y mostrándonos, antes o después, que estábamos equivocados. Y vuelta a empezar.

Ahí es cuando empezamos a darnos cuenta de las otras diferencias existentes entre nosotros, las de personalidad. Del meta-análisis de Feingold se desprende que las mujeres, en general, puntúan más alto en extraversión, ansiedad, seguridad y sensibilidad. Sobre todo esta última. Sin embargo, nosotros ganamos en autoestima y asertividad. Vamos, que somos unos egoístas inmutables y que estamos en este mundo porque tiene que haber de todo xD

El caso es que de una forma u otra, nos cuesta horrores encajar. Desde que empieza la adolescencia hasta que consigues cierta complicidad, confianza y estabilidad con una pareja, pueden pasar años, e incluso puede no llegar a darse nunca. ¿Hay algún problema en ello? Ninguno. El problema está en nuestras expectativas sociales y presiones autoimpuestas (La de tener hijos ya ha quedado desplazada puesto que la ciencia nos ha proporcionado nuevos medios).

Como bien ha dicho en anteriores post mi amigo Silvio, la evolución nos delata y aún nos quedan demasiados rasgos animales que no podemos controlar. Solamente la diferencia entre el vínculo emocional que sienten hombres y mujeres entre ellos ya es suficiente para que la mayoría (si no todas) de nuestras relaciones estén avocadas al fracaso. Puede que unos se den cuenta antes, puede que otros después; puede que otros no se quieran dar cuenta y puede que finalmente algunas consigan su propósito inicial. Pero la mayoría tienen un tiempo límite, el que marcan nuestras hormonas, también conocidas como amor.

Quizá la forma de conseguir mejorar esto sea desde la base: la educación y sociedad. Que es lo único que podemos cambiar, ya que el resto nos viene impuesto. Una mayor información sobre nuestras diferencias innatas puede reducirlas en un futuro en todos los ámbitos, a base de una mayor empatía para con el otro.

¿Podemos reducir las diferencias y discriminaciones existentes entre géneros? Por supuesto. Seremos diferentes en algunos aspectos, pero ambos somos humanos con capacidades extraordinarias. ¿Podemos llegar a ser felices en pareja? Es posible, pero si no lo somos no hay que volverse loco. Al ser humano le falta mucho por evolucionar. Hasta entonces, muchos de nosotros seguiremos corriendo salvajes y libres como mis amigos Airbourne.

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