sábado, 1 de octubre de 2011

Kindergarten

He llegado a esa época de la vida que George Michael cantaba en Fastlove:

«My friends got their ladies
They’re all having babies»

Foto de TedsBlog
Pocos son los hijuelos que me quedan por conocer. La mayoría de ellos están en las primeras etapas de la vida, cuando son suaves, emiten ruidos graciosos y dan ganas de comerse sus mofletes. También hay algunos que ya hablan y andan, agotando a sus padres con toda la atención que requieren.

Dentro del casi infinito vector de decisiones que mis amigos tendrán que tomar para con su descendencia, está el elegir cómo educar moralmente a sus cachorros. Habrán de optar entre intentar transmitir a sus retoños sus propios valores, o bien dotar al niño de lo necesario para que, con el tiempo y de forma autónoma, éste llegue a su propia concepción de la vida buena. Sé que algunos se decantarán por el primer caso, y sospecho que intentarán  llevar a su hijo por un camino muy estrecho en lo relativo a la mejor manera de vivir. Otros ya me han dicho que no tratarán de imponer sus creencias, y dejarán al vástago elegir.

Tratar de inculcarle a tu prole tu modo de vivir podría ser peliagudo. Puede que no estés respetando su libertad de elección. O puede ser que estés equivocado. Por ejemplo, si yo tuviera un hijo, quizá -solo quizá- procuraría enseñarle que no fuera nada más que a lo suyo, sino que se preocupara por los demás. Creo que todos tenemos obligaciones y deudas con todos:
«El modelo individualista del [...] rudo y aventurero, tan bien personificado por el presidente Bush con sus botas de cowboy y su andar arrogante, representa un mundo en el cual somos responsables de nuestros propios éxitos o fracasos y nos embolsamos el premio de nuestros esfuerzos. Pero [...] este modelo es un mito. "Un hombre no es una isla". Lo que hacemos tiene importantes efectos sobre los demás; y si somos lo que somos es gracias, al menos en parte, a los esfuerzos de los demás.»
Pero ¿cómo enseñar a tu nene una lección que, llevada a la práctica, igual le perjudica? Porque si lo que se estila en la comunidad en la que vive es el «cada cual para sí», ¿no se arriesga a acabar siendo un pringado del que todo el mundo se aproveche? Hoy por hoy, las reglas del juego no parecen premiar la empatía ni la virtud (lo que me ha sido recordado esta semana de forma dolorosa). Sin embargo ¿no deberían transmitirse valores así en cualquier caso?

Por fortuna -y por el bien del planeta-, es muy improbable que yo llegue a reproducirme, así que no tendré que vérmelas con este marrón. A aquellos que sí van a afrontar esta cuita quizá les interese saber que, en el fondo, su decisión tal vez no importe en absoluto. «No es tanto una cuestión de qué se hace como padre», -escriben Levitt y Dubner- «sino de quién se es».

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