sábado, 25 de febrero de 2012

Historias del cambio y del adiós (II)


II. ¿Quién se ha llevado mis descargas?

Ya decía Heráclito que la única constante es el cambio. Más de dos mil años después, Spencer Johnson, una especie de Esopo del siglo XX, vino a recordárnoslo con un relato banal. ¿Quién se ha llevado mi queso? es una fábula basada en las lecciones del filósofo griego que obtuvo gran éxito. Para quien no lo haya leído, he aquí un breve resumen del argumento con un tema actual:
«Érase una vez, hace poco tiempo, en un planeta cercano, vivían muchos pequeños personajes que recorrían un laberinto de enlaces de hipertexto buscando las series y las películas que los hiciera sentirse felices.
Una mañana llegaron al depósito de vídeos y descubrieron que no había descargas.
-"¿Pero qué pasa que ya no me puedo bajar series?",
 gritó uno, como si el hecho de gritar cada vez más fuerte bastara para que reapareciesen.
"?Quién se ha llevado mis descargas? - aulló.»
El cuento se centra en las actitudes de dos ratones y dos liliputienses frente al hecho de que ya no hay nada disponible para descargar. Algunos personajes del libro se adaptan rápidamente y buscan otro servidor, mientras otros vuelven una y otra vez al depósito vacío sin dar crédito a lo ocurrido, esperando en vano que se revierta la situación.

Foto de art_es_anna
La moraleja, usando palabras de James D. Watson, sería la siguiente:
«En ciencia, como en otras profesiones y relaciones personales, sucede muy a menudo que los individuos esperan a padecer las mayores amarguras antes de efectuar un cambio cargado de sentido. De hecho, nunca hay motivos para prolongar una experiencia cuando ha entrado en una fase decadente. Evítalo y todavía estarás disfrutando de la vida cuando te llegue el momento de morir.»

¿Quién se ha llevado mi queso? se hizo especialmente popular en el entorno empresarial. De hecho, el libro se vende en la secciones Administración y dirección empresarial, Empleo y mercado de trabajo y Recursos humanos de las librerías. La contraportada de la obra muestra críticas del director de recursos humanos del Grupo Iberdrola y del vicepresidente senior de Xerox.

Quizá las empresas sean un buen reflejo de cómo cambia el mundo. Si miramos la evolución del Dow Jones Industrial Average durante el último siglo veremos que General Electric es la única empresa que se ha mantenido en el índice todo ese tiempo. El resto de compañías fueron sustituidas o han muerto; sus empleados terminaron en la calle con un libro de cien páginas que hablaba de ratones y elfos. A lo largo de la vida no queda otra opción que reciclarse para poder seguir trabajando.

No obstante, el mensaje de adaptación al cambio se pervirtió para que los asalariados aceptaran sin rechistar el empeoramiento de sus condiciones laborales o su despido:
«Some managers are known to mass-distribute copies of the book to employees, some of whom see this as an insult, or an attempt to characterize dissent as not "moving with the cheese". In the corporate environment, management has been known to distribute this book to employees during times of "structural re-organization," or during cost-cutting measures, in an attempt to portray unfavorable or unfair changes in an optimistic or opportunistic way. This misuse of the book's message is seen by some as an attempt by organizational management to make employees quickly and unconditionally assimilate management ideals, even if they may prove detrimental to them professionally.»
La filosofía zen predica ser como el bambú, que cede ante el viento pero sigue creciendo hacia el sol, en lugar de partirse como las rígidas ramas de otros árboles. Puede parecer un pensamiento muy profundo, pero así dicho es una tontería. Cuando menos, es incompleto. Siguiendo esa máxima una persona se convertiría en una veleta: con un mundo en constante cambio no podría dirigirse hacia un objetivo, pues tendría que cambiar de rumbo según las circunstancias.

Ser capaz de adaptarse al cambio no significa no oponerse nunca a él, o no luchar por nada. Tampoco implica bajar los brazos cuando algo empieza a torcerse para simplemente asumir y digerir que ese algo ha terminado (tu relación, tu trabajo) y pasar a otra cosa, mariposa. A diferencia del bambú, los humanos podemos elegir oponernos al viento y usar nuestra creatividad de forma que tal enfrentamiento no acabe quebrándonos. El busilis de la cuestión radica en saber cuándo hay que seguir luchando y cuándo hay que abandonar.

miércoles, 22 de febrero de 2012

En el fondo del pozo nos encontraremos (y VII)

Lea la primera, segunda, tercera, cuartaquinta y sexta parte de esta serie de artículos.

Han pasado más de cuatro meses desde que Molly hizo como que intentaba matarse. En este tiempo parece haberse recuperado en buena parte: ha podido trabajar y amar, si bien la crisis económica le ha obligado a volver a casa de sus padres.

Aunque son muchas las personas que sufren un episodio de depresión clínica en sus vidas, son también muchas los que lo padecen una única vez. Afortunadamente, aquellas que me llevaron a escribir sobre este tema parecen pertenecer a este último grupo.

Aquella tarde, cuando Molly volvió del hospital, me preguntó hipando que cómo se hacía, que cómo se salía del pozo. Espero, querida hermana, que hayas podido hacerte una idea del proceso.

Lecturas recomendadas
Terapia cognitivo-conductual de la depresión, de Francisco Bas Ramallo y Verania Andrés Navia.
Tratamiento psicológico de la depresión, de Juan Sevilla y Carmen Pastor.
El demonio de la depresión, de Andrew Salomon.
Guía práctica contra la depresión, de Enrique Rojas.
La hipótesis de la felicidad, de Jonathan Haidt.
Tus zonas erróneas, de Wayne W. Dyer.

sábado, 18 de febrero de 2012

Prisioneros

Yo siempre he pensado que a la hora de ser valorado, al menos en lo que a una empresa se refiere, bastaba con hacer bien tu trabajo. Que a la larga es la mejor estrategia. Pero estudios como el publicado hace un par de años en The Journal of Personality and Social Psychology por Daniel Spurk y Andrea E. Abele, nos muestran cómo aparte de la minuciosidad y la extraversión, también afecta al salario lo agradable que seas. Pero mientras que en los dos primeros rasgos la correlación es positiva, en el último es negativa. Lo que significa que cuanto menos agradable seas, más cobrarás.

Este y otros estudios vienen a decir que las personas percibidas como menos afables tienden a ser más asertivas en las negociaciones salariales que sus compañeros simpáticos, a los que se suele ascender con menos frecuencia. Vamos, que si quieres llegar lejos, olvídate de hacer amigos en el trabajo. Seguro que a muchos os vienen a la cabeza varios ejemplos que confirman este punto. Y yo mismo a lo largo del tiempo me he dado cuenta que no todo se reduce a una única variable, sino que entran en juego aspectos puramente egoístas que se salen de mi entendimiento.

Todos sabemos que el ser humano es así (egoísta) por naturaleza. Incluso el planteamiento clásico de la teoría de la evolución es incompatible con la idea de un comportamiento altruista. El propio Charles Darwin constata que:
«Es extremadamente dudoso que fuera mayor la progenie de los padres que desarrollaron mayor simpatía y bondad o de los más leales a sus compañeros que la prole de los egoístas y los falsos pertenecientes a la tribu: la persona que está dispuesta a sacrificar su vida antes que traicionar a sus amigos –se cuentan muchas entre los salvajes- no deja descendencia que herede su noble naturaleza;» (Darwin, 1871/1966: 183)
Pero aun así, Darwin supone un beneficio para el grupo, aunque no para el individuo altruista:
«No ha de olvidarse que, aunque un excelente nivel de moralidad apenas otorga ligera ventaja al individuo y a sus hijos sobre los demás individuos de la misma tribu, el aumento del número de hombres dotados de buenas condiciones y el progreso del nivel de moralidad concede ciertamente inmensa superioridad a una tribu sobre otra» (Darwin, 1871/1966: 186)
Hasta la llegada de la teoría de juegos y, en concreto, el conocido como dilema del prisionero, no se ha podido tener una mejor visión de cómo ha podido evolucionar un comportamiento altruista desde mecanismos puramente egoístas en la selección natural.

El dilema clásico plantea algo como lo siguiente:
«La policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante seis meses por un cargo menor.»
Lo que puede resumirse como:


Tú confiesas
Tú lo niegas
Él confiesa Ambos sois   condenados a 6 años Él sale libre y tú eres condenado a 10 años
Él lo niega Él es condenado a 10 años y tú sales libre  Ambos sois   condenados a 6 meses

Dicho planteamiento nos muestra los resultados directos como consecuencia de la estrategia elegida, ya sea altruista o egoísta. Un ejemplo de esta teoría aplicada al cine puede verse claramente en la escena de los barcos de la película de Batman: El Caballero Oscuro.

Pero el auténtico valor del modelo del dilema del prisionero se alcanza cuando los sujetos no juegan una vez, sino varias, un poco como sucede en la vida real. Es lo que se conoce como el dilema del prisionero iterado.De esta forma los sujetos recuerdan encuentros previos, y tienen la posibilidad de castigar o premiar al oponente por su comportamiento anterior. Fue planteada por Robert Axelrod, quien descubrió que cuando se repiten estos encuentros durante un largo periodo de tiempo con muchos jugadores, cada uno con distintas estrategias, las estrategias "egoístas" tendían a ser peores a largo plazo, mientras que las estrategias "altruistas" eran mejores, juzgándolas únicamente con respecto al interés propio.

Por lo tanto, en casi todos los aspectos de la vida, es posible que una actitud más agresiva, menos amable, o más egoísta en general, nos proporcione un beneficio inmediato, pero a la larga hay muchas posibilidades de que acabe siendo contraproducente. En cualquier caso, volviendo al tema laboral, es de agradecer que la mayoría de las personas con las que me he encontrado, al igual que yo, prefieran crear un buen ambiente e incluso hacer grandes amistades, sin que eso implique pasar por encima de nadie en el camino al éxito. Al fin y al cabo ¿no pasamos la mayor parte de nuestra vida trabajando? La felicidad durante todo ese tiempo también tiene un precio.

domingo, 12 de febrero de 2012

Historias del cambio y del adiós (I)

I. Tu peor error

El último compañero de trabajo que ha abandonado la empresa lo ha hecho dejándonos unas palabras de Paulo Coelho:
«Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella, más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos. Como quiera llamarlo, lo importante es poder cerrarlos, dejar ir momentos de la vida que se van clausurando. ¿Terminó con su trabajo?, ¿Se acabó la relación?, ¿Ya no vive más en esa casa?, ¿Debe irse de viaje?, ¿La amistad se acabó?»
Es psicológicamente difícil cerrar una etapa. Nos aferramos a cosas que nos hacen infelices porque tenemos miedo de quedarnos solos, o de que lo que haya allí fuera sea todavía peor. Creemos eso de que más vale malo conocido que bueno por conocer, que es mejor pájaro en mano que ciento volando, aun cuando el pájaro nos esté arrancando la piel a picotazos.

Como humanos, nuestro cerebro trae incorporado un sistema de aversión a la pérdida y otro de afinidad con lo familiar. Dos mecanismos que fueron seleccionados por la naturaleza en un mundo muy distinto del actual.

A las personas nos resulta muy complicado abandonar algo en lo que hayamos invertido mucho tiempo, esfuerzo o (¿sobretodo?) dinero. Tanto es así que preferimos perseverar en el error, tirando más de ese tiempo, esfuerzo o dinero por el desagüe. Vemos una mala película hasta el final porque hemos pagado la entrada, sin tener en cuenta el valor del tiempo malgastado. Mantenemos las acciones de empresas que bajan para ver si acaban subiendo. Al final, en lugar de cortar la sangría dejamos correr las pérdidas y acabamos peor de lo que hubiéramos terminado si hubiésemos sabido retirarnos. Continuamos estudiando una carrera que ya no nos gusta porque hemos completado una parte, aunque ni siquiera consideremos dedicarnos finalmente a esa profesión. Somos tan reacios a perder que escritores como Coelho pueden hacerse populares recordándonos obviedades como la necesidad de saber abandonar.

Luego tenemos nuestro sesgo hacia lo conocido, hacia lo familiar, ya sean rostros, situaciones, ambientes o tareas. La rutina nos absorbe de tal manera que la idea de cambiarla se torna hercúlea a nuestros ojos. Negociamos con nosotros mismo y nos decimos que quizá no esté tan mal, que nuestra pareja es una cabrona pero es nuestra cabrona. Somos tan adictos a «lo nuestro» que, pasados unos años, echaríamos de menos hasta unas tijeras de cocina clavadas en el culo.

Pareciera, además, que no nos atrevemos a dejar algo atrás hasta que el vaso se ha desbordado sobradamente. No nos preguntamos habitualmente «¿es esto lo que quiero?» «¿es aquí donde quiero estar?». En lugar de eso nos planteamos tales cuestiones una vez que la situación ya es mala o muy mala, lo que empeora el cuadro, pues el ánimo tiñe nuestro razonamiento.

He conocido a gente (y probablemente el lector también) que ha aguantado años en trabajos que odiaban o con parejas que les hacían enormemente infelices, cuando nada les obligaba a ello; gente que perdió su salud en intentar resucitar relaciones muertas o proyectos hueros. A mí me ha pasado varias veces, sin ir más lejos. Y ni esas personas ni yo lo hicimos por gusto o por ignorancia. Creo que lo hicimos, simplemente, porque somos humanos.

Continuará.

domingo, 5 de febrero de 2012

Cáncer

El 4 de Febrero es el día mundial contra el cáncer:
«El cáncer es una de las principales causas de mortalidad en todo el mundo. La OMS calcula que, de no mediar intervención alguna, 84 millones de personas morirán de cáncer entre 2005 y 2015.»
Algo de lo que me enterado a través del recomendable blog de Mauricio-José Schwarz:
«Hoy en día conocemos a cada vez más [sobrevivientes de Cáncer]. Entre los famosos tenemos, en España, a gente como la presentadora María Teresa Campos y sus dos hijas (una de ellas también presentadora, Teresa Lourdes o "Terelu"), la cantante Luz Casal, la también cantante Encarna Salazar, del dueto "Azúcar moreno" o la modelo dominicana Sandra Ibarra (dos cánceres). En Estados Unidos están desde el campeón ciclista Lance Armstrong hasta las actrices Suzanne Sommers o Fran Drescher (The Nanny) y el patinador Scott Hamilton, en lo internacional las cantantes Sheryl Crow, Olivia Newton John, Kylie Minogue y Melissa Etheridge, Robert de Niro, Nelson Mandela... en el rock Rod Stewart, Peter Criss (Kiss), Charlie Watts (baterista de Rolling Stones) y muchos más.

 Pero lo importante es la gente cerca de nosotros. Prácticamente todos nosotros tenemos cerca a alguna persona que sufrió un cáncer y se ha recuperado. Yo conozco a varias: una fotógrafa, una empleada de El Corte Inglés, una educadora social... ¿a cuántos conoce usted?»
En mi caso la lista incluye a mi tía, a un amigo, a la hermana de una amiga, a un tío de mi padre, a la compañera de trabajo de otro amigo y a varios pacientes cuya rehabilitación me fue asignada cuando estuve de prácticas en el hospital.

Las estadísticas mundiales de cáncer asustan un poco:
«Cancer is the leading cause of death in economically developed countries and the second leading cause of death in developing countries.»
De hecho:
«los humanos ya tenemos un veinte por ciento de probabilidades de morir de cáncer aunque no estemos expuestos a ninguna radiación de origen artificial. Nadie sabe por qué. No se ha desmostrado que este veinte por ciento obedezca a un efecto medioambiental concreto [...] y tampoco se conoce ningún agente contaminante cuyos efectos expliquen ese porcentaje.»
Entre las causas de la enfermedad están la edad, la dieta, las pautas de conducta y los factores ambientales:
The burden of cancer is increasing in economically developing countries as a result of population aging and growth as well as, increasingly, an adoption of cancer-associated lifestyle choices including smoking, physical inactivity, and “westernized” diets.
Hay motivos para pensar que estamos curando el cáncer, pero también los hay para ser menos optimistas:
«La tasa de mortalidad por cáncer, ajustada por edades, apenas ha variado en el último medio siglo, con unas 200 muertes por cada 100.000 personas.»
Según Thomas J. Smith, oncólogo y clínico de la Universidad de la Commonwealth de Virginia (ibídem Levitt y Dubner):
«La realidad es que, para la mayoría de la gente con tumores sólidos -cerebro, mama, próstata, pulmón-, [los tumores] ya no nos patean el culo tan fuerte, pero tampoco hemos progresado tanto.»
El tratamiento más conocido, la quimioterapia, no siempre es útil (ibídem Levitt y Dubner):
«En todo el mundo se gastan al año más de 40.000 millones de dólares en medicamentos contra el cáncer. [...] El grueso de este gasto corresponde a la quimioterapia.
[...]
La quimioterapia ha resultado efectiva en algunos cánceres, entre ellos la leucemia, el linforma, la enfermedad de Hodgkin y el cáncer de testículos [...] pero en la mayoría de los otros casos, la quimioterapia es notablemente ineficaz.»
La quimioterapia consiste más o menos en inyectar veneno directamente en las venas. Es un tratamiento de bombardeo por saturación que recuerda a las sangrías aplicadas por los cirujanos barberos del siglo XVII. Como dice Dubner:
«Es fácil imaginar un momento futuro, tal vez dentro de cincuenta años, en el que todos volvamos la mirada hacia los prinicpales tratamientos contra el cáncer de principios del siglo XXI y digamos: "¿Eso les dábamos a nuestros pacientes?"»
Los datos mostrados cuentan solo una parte de historia. Una mera cifra como la tasa de mortalidad elimina matices importantes sobre lo que supone padecer esta enfermedad. La cuestión no es únicamente salir con vida, sino continuar teniendo una vida con calidad suficiente como para considerarla digna de ser vivida. No todas las personas que he citado en mi lista al principio se recuperaron igual. Teodora ha pasado dos veces por la experiencia y tiene buen aspecto; es joven y guapa, con la energía propia de la veintena. Dos de los pacientes que traté, por el contrario, no podían vivir fuera del hospital, estaban la mayor parte del tiempo semiconscientes y necesitaban dosis enormes de morfina para soportar el dolor. Por no hablar del calvario que todos ellos atravesaron como tratamiento, y las consecuencias que este les dejó para el resto de su vida.



Según la AECC «alrededor de un 75-80% de los cánceres pueden atribuirse a factores externos, que por lo general, la persona puede modificar y por tanto disminuir el riesgo de desarrollar un cáncer». Las recomendaciones no son nada del otro jueves: se trata, básicamente, de llevar un estilo de vida saludable. La receta es de sobra conocida: seguir una alimentación rica en frutas y verduras y hacer ejercicio. Ambas cosas contribuyen además a evitar la obesidad, que es otro factor de riesgo. También se recomienda no fumar, tomar el sol con cuidado y evitar la exposición a sustancias cancerígenas. Visto lo visto, mejor será hacer caso.

miércoles, 1 de febrero de 2012

En el fondo del pozo nos encontraremos (VI)

Lea la primera, segunda, tercera, cuarta y quinta parte de esta serie de artículos.

Hasta ahora hemos visto la depresión principalmente desde el punto de vista del enfermo, pero la enfermedad afecta también a quienes le rodean. Esas personas pueden echarle una cuerda al deprimido para ayudarle a salir del pozo. La gente del entorno es el ingrediente principal de la socioterapia.

Unas palabras de precaución, en primer lugar. Tanto familiares como amigos deben tener claro que ellos no son terapeutas. El lugar para hablar de la enfermedad es la terapia. El tiempo con las personas queridas debe usarse para que el enfermo desentumezca el cerebro. Que vea, sienta, saboree, huela cosas distintas, situaciones nuevas, lugares inéditos. No es que se trate de ignorar al elefante en la habitación, sino de evitar que se refuerce el círculo vicioso de pensamientos del individuo acerca de su situación.

El papel de la familia es complicado. Para empezar deben convivir con una persona deprimida, lo que requiere enormes cantidades de paciencia. Los deprimidos son sumamente egoístas y agotadores, siempre pensando en círculo. Tratar con ellos puede ser muy frustrante. Sin embargo, son parte importante de la recuperación.

La familia debe proporcionar apoyo, cariño y seguridad. Sin embargo no debe ser sobreprotectora, procurando que la experiencia del enfermo no sea demasiado cómoda. Por ejemplo, no hay que eximirle de todas sus responsabilidades de la vida diaria.
Para recuperarse de la depresión es importante recuperar los horarios y las rutinas, algo en lo aquellos que conviven con el enfermo pueden presionar. Si se las deja a su aire normalmente las personas deprimidas pasan demasiado tiempo durmiendo, encerradas y a solas.

Adicionalmente, los familiares pueden ayudar al médico aportando su visión del estado de la persona, y recibir de él orientación sobre cómo comportarse para ayudar mejor.

Los amigos, por su parte, son capaces de hacer que el individuo recupere el disfrute de aquellas actividades sociales que antes eran placenteras para la persona:
Algunas personas deprimidas tienen dificultades para experimentar placer alguno, y sus sistemas apetitivo y consumatorio no funcionan. No pueden imaginar pasarlo bien y, si se les arrastra a comer fuera o a realizar cualquier actividad placentera, no la disfrutan. Pero algunas personas deprimidas logran animarse si se les obliga a salir, porque aunque su sistema apetitivo no funciona, sí lo hace el consumatorio.
De modo que la simple recomendación que suele hacerse de «salir» es acertada. Quedar regularmente con los amigos forma parte del plan de actividades agradables que suele prescribirse durante la terapia. La premisa es disfrutar y pasarlo bien, no formar un círculo de compasión en torno a la situación del sujeto. Evítese en lo posible el alcohol en estas citas, ya que deprime el sistema nervioso y puede tener malas consecuencias al mezclarse con medicación antidepresiva. Y óptese con asiduidad por actividades deportivas, ya que hay que pruebas de que el ejercicio aeróbico es eficaz como tratamiento.

Continuará.