domingo, 30 de enero de 2011

Autoayuda


He sido lector de libros de autoayuda desde muy joven. Si no recuerdo mal, el primero que leí fue «El método Silva del dominio de la mente», un libro sobre PNL que mi madre guardaba en su estantería. Desde entonces, tengo la impresión de haber recorrido todo el espectro, desde los más ingenuos a los más científicos, pasando por los más populares. Desde donde estoy sentado escribiendo esto puedo contar treinta libros de este género en mis estanterías.

Cuando comencé a leerlos, creía que todos serían útiles, en mayor o menor medida. Durante mi etapa «mística» (tarot, runas, astrología) los libros de Paulo Coelho me parecían lo más. Tras recuperar el sentido común pasé a leer aquellos respaldados por la psicología, y últimamente solo me interesan los que están basados en pruebas experimentales.

Después de haberme tragado un buen puñado de este tipo de obras, soy escéptico respecto a su eficacia. Los experimentos que respaldan los consejos no dejan de ser, hoy por hoy, cimientos de barro. Las situaciones reales no siempre son reproducibles en condiciones controladas, los resultados de laboratorio no siempre son extrapolables, los efectos observados no siempre tienen la misma intensidad o no son estadísticamente significativos, los resultados podrían no ser aplicables universalmente... Además ¿cómo comprobar que funcionan? Si solo te observas a ti mismo es imposible, porque no hay grupo de control, ni es posible hacer un estudio doble-ciego.

Aún así, supongamos que los consejos mostrados son realmente eficaces. ¿Cumplirían con el propósito para el que fueron escritos? Con esta pregunta, que parece de perogrullo, quiero señalar una asunción implícita que podría ser falsa. Los libros de este género asumen que uno puede «tratarse» a sí mismo; de ahí el término auto-ayuda, al fin y al cabo (esto lo he deducido yo solito; cuando duermo mis ocho horas soy bastante espabilado). Pero ¿es eso cierto? Yo creo que no. Para cuando llega a nuestra conciencia, nuestra percepción de las cosas ya está deformada. ¿Podemos vernos a nosotros mismos de forma no sesgada? ¿Podemos ver los problemas que realmente tenemos, y no los que creemos que tenemos? ¿Podemos saber cuál es el mejor tratamiento para nuestro caso? ¿Podemos saber si realmente estamos progresando?

Personalmente, tengo la impresión de que estos textos no me han servido para mucho (por no decir para nada). Quizá no he practicado lo suficiente las técnicas publicadas. Quizá no he leído el libro adecuado. Quizá uno no pueda cambiarse a uno mismo. O quizá (y esto es lo que me temo) algunas personas no puedan, simplemente, cambiar.

domingo, 23 de enero de 2011

Deberialandia

Un amigo me hizo llegar un artículo con el siguiente titular:
«La inteligencia es mayor si eres guapo»
La fuente original parecer ser ésta, un estudio de Satoshi Kanazawa.

Este cúmulo de despropósitos es demasiado habitual. Por un lado, los periodistas hacen bastante mal su trabajo. Como es costumbre en estos casos, solo se publican las conclusiones de un estudio por sus jugosas conclusiones, sin contrastar ni verificar ni el método ni los datos. Peor aún es el tono de convicción del periodista: «se sabe que esto no es cierto y ahora hay un estudio científico que lo demuestra». Lo cierto es que muy poco puede probar un único estudio de este tipo.

Por otro lado, el trabajo de Kanazawa tampoco me parece muy bueno. Los métodos usados para medir el atractivo físico se me antojan, cuanto menos, dudosos: la persona es calificada subjetivamente por un único entrevistador. La muestra, aunque amplia, podría no ser válida: en el mundo hay miles de millones de personas que no son anglosajones que viven en sociedades industrializadas. Pero el error más grave, a mi entender, es asumir que la inteligencia es algo que podemos medir actualmente de forma fiable y universal. El cociente intelectual es una herramienta inútil para ello; es como utilizar un martillo para cortar tablones. (Parece que los humanos no empecinamos en usar alguna forma de medir, por mala que sea. En el mundo financiero, por ejemplo, tenemos CAPM y la ecuación de Black-Scholes, a las que se podría culpar -al menos en parte- de la crisis económica de 2008).

Juntas conocimiento incompleto con un mal trabajo y el resultado es otra idea falsa que añadir a la lista. Y luego, a ver cómo la sacas del «saber popular». Dado lo difícil que es corregir un aprendizaje incorrecto, más valdría esforzarse en prevenir que este tipo de cosas lleguen a millones de personas con tanta facilidad y frecuencia (me queda el consuelo de que pocos son los que leen, y menos aún los que van a la sección de «ciencia»).

Dudo que esté exagerando. Como escribí la última vez, creo que en lo pequeño y en lo grande debemos obrar bien. Eso incluye hacer todos nuestro trabajo lo mejor posible. Pero claro, «no vivimos en debería-landia».

jueves, 6 de enero de 2011

Obrar bien

«Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal. »
Algunas de mis conductas ecológicas sorprenden a los que me rodean. Por ejemplo, cuando voy apagando las luces detrás de aquellos que se las van dejando encendidas.

Ocurre que solo tenemos un planeta, y lo tenemos hecho unos zorros. Las generaciones futuras pagarán nuestra irresponsabilidad, así como el resto de especies con las que convivimos (¿por qué iban a importar menos los insectos que el Homo Sapiens Sapiens?). ¿No es reprobable el hecho de no actuar contra el deterioro del ecosistema, solo porque "yo no estaré/tú no estarás" aquí para sufrir las consecuencias? (y ya veremos si nos libramos).

"No recicles", me decía un amigo. "Luego mezclan la basura", refiriéndose a que era inútil separar los residuos por tipo. Puede que sea así a veces, pero para eso están los inspectores, para comprobar que la basura se separa en los vertederos. Yo hago mi parte, que es separar vidrio, envases, papel, etcétera en el origen. Después espero de los demás que hagan la suya.

A menudo oigo que no voy a cambiar nada, o que no es importante lo que haga o deje de hacer una persona. Pero es precisamente la suma de los comportamientos individuales lo que produce resultados globales, buenos y malos. Teoría del caos. La mariposa que bate sus alas y eso.

Dentro de no mucho seremos más de 7.000 millones de personas. Un comportamiento multiplicado 7.000 millones de veces me parece que tiene un gran impacto. Por eso creo que hay que seguir la máxima kantiana que encabeza esta entrada en todo momento, aunque nadie nos observe, aunque no tenga recompensa, por nimio que parezca el comportamiento. Para mí, la ecología es una extensión de la ética.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Dilemas

Viaja como pasajero en un coche conducido por su mejor amigo, y éste atropella a un peatón. Sabe que su amigo iba a 70 km/h en una zona de 40 km/h. No hay testigos. El abogado de su amigo le dice que si testifica bajo juramento que su velocidad era de solo 40 km/h, entonces le salvará de consecuencias graves.
¿Qué haría usted?

Un vagón se dirige sin control y a toda velocidad hacia un grupo de cinco personas. Todas morirán si no se encuentra alguna manera de detener o desviar el recorrido del vagón. Existe la posibilidad de accionar un mecanismo que enviará el vagón hacia otra vía, pero en ésta se halla un trabajador ocupado en obras de mantenimiento. El vagón mataría a este hombre, pero los otros cinco se salvarían.
¿Qué haría usted?

Usted se halla en una pasarela elevada que cruza sobre la vía, y situado de tal manera que la vertical cae en un punto de la vía comprendido entre el vagón y las cinco personas. Ahora no se puede acceder a ningún cambio de agujas, pero al lado de usted hay un individuo, un hombre corpulento y (digamos) algo borracho. Una manera de frenar la carrera del vagón loco, o de restarle velocidad al menos, consistiría en empujar a este individuo de modo que caiga a la vía y resulte atropellado.
¿Sería usted capaz de dar ese empujón fatídico para salvar la vida a cinco personas?

¿Y qué haría usted si el peatón atropellado, el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre o su madre (o cualquier otro familiar muy cercano)?

¿Y qué haría usted si el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre, y en el vagón viajara su madre (o viceversa)?

martes, 30 de noviembre de 2010

Una carta abierta

"Cuando solo dispones de palabras gastadas, lo único que puedes hacer es juntarlas y esperar que digan algo nuevo."

Puedo sentir vuestro dolor. Una persona a la que amáis, por razones distintas  en cada caso, habita en la ciudad del llanto.  Os veo lidiar con ello, cada una como puede. No seáis víctimas de los mitos sobre el sufrimiento.

Puedo sentir vuestra frustración. Os he oído preguntaros "¿por qué?", y maldecir rematando con un "no es justo". Me temo que la vida no es justa, y no tiene por qué serlo. A la gente buena le pasan cosas malas. No perdáis el tiempo con esos pensamientos.

Puedo sentir vuestra impotencia. No podéis curar a esas personas, porque no está en vuestra mano. Pero tampoco es lo que se espera de vosotras ahora mismo. Vuestro trabajo en este momento es actuar como lo que sois: seres queridos que brindan apoyo y energía, y hacen la parte que le corresponde en el proceso de recuperación de esa persona.

Puedo sentir vuestra lucha interna. Intentáis disimular vuestro dolor para que esa persona no sufra porque vosotros sufrís por ellos. No podéis derrumbaros ahora que os necesitan. Si veis que necesitáis ayuda para manteneros firmes, buscadla. Ambas contáis con un buen puñado de personas que os ayudarán. Y, por supuesto, podéis contar conmigo.

Puedo sentir vuestro miedo. Soy incapaz de deciros que todo saldrá bien; nadie sabe si será así.  Pero  es inútil torturarse. Si os centráis en lo malo que podría pasar os robaréis energía para lo que de verdad importa: hacer vuestro trabajo. Además, imaginad que se hubieran cambiado las tornas. ¿Cómo os gustaría ver a persona durante vuestro camino por el infierno? ¿Disfrutando en la medida de lo posible los momentos que pasáis juntos, o llorando en la cama?

Espero poder volver a sentir vuestra felicidad en un futuro próximo. Ánimo. Ánimo. Mucho, mucho ánimo.


A mis dos amigas. Ellas saben quiénes son. 

lunes, 22 de noviembre de 2010

El martillo del vecino


Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta la duda:
"¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo."
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir buenos días, nuestro hombre le grita furioso:
"¿Sabe qué le digo? ¡Que se meta el martillo por el culo!"
 Anticipar los pensamientos y movimientos de los demás es una característica de nuestra inteligencia. Sin embargo, no somos conscientes de la cantidad de errores que cometemos en el proceso (el lector quizá piense que eso solo le pasa a los demás, y así es; todos son idiotas menos usted y yo).

Nos olvidamos, por ejemplo, de que los demás no son como nosotros. Hacemos suposiciones basándonos en ese hecho, lo que equivale a usar la mesa para medir la regla. Por otro lado, nadie puede predecir el futuro ni leer la mente. No lo sabemos todo. Y ni siquiera podemos tener toda la información presente a la vez para formar nuestros juicios.

El problema se agrava cuando, después de habernos construído nuestra "película" (errónea), llega la hora del estreno. Cuantas más veces se proyecta esa película en nuestra cabeza más cierta se vuelve para nosotros. Posteriormente, cuando interactuamos en la vida real con uno de los "actores" implicados, éste se queda de piedra con nuestros actos o nuestras palabras, porque le cogemos totalmente fuera de juego.  Es el caso del vecino, que no sabe a santo de qué es insultado. Es el caso de un amigo mío, que no sabe cómo demonios una chica con la que tuvo sexo una vez se pensó que él dejaría a su novia por ella. Es el caso de una amiga, que se encontró con unas disculpas sobre unos hechos que ni siquiera conocía. Es el caso de todos aquellos a los que finalmente alguien le espeta las razones por las que repentinamente dejó de hablarle.
La reacción del afectado suele resumirse en frases como "¿de qué está hablando?", "¿esto a qué viene?" o la más prosaica "¿a éste que coj#@!?% le pasa?".

Todas las películas que se proyectan en el cine de nuestra mente son ciencia ficción. Tengámoslo presente en nuestro trato con los demás.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Cuando era pequeño


Cuando era pequeño...

... pensaba que las personas altas tenían más vértigo, porque su cabeza estaba más lejos del suelo.

... tenía que llevar yo el balón para poder jugar al fútbol.

... pensaba que en las droguerías vendían droga, así que no entendía por qué no las cerraban.

... urdí con mi primo un plan para descubrir a los Reyes Magos in fraganti. Nos quedamos dormidos.

... pensaba que todo lo que venía en los libros era cierto.

... gané el premio a la paz que concedía mi clase.

... pensaba que si, con un poco de sal la sopa estaba más buena, con un mucho de sal estaría mucho más buena. No fue así.

... pensaba que si, eras buen estudiante, te iría bien en la vida.

... decidí que, cuando fuera mayor, no bebería, ni fumaría ni me drogaría.

... quería ser el mejor en algo, variando ese 'algo' con el tiempo.

... pensaba que, cuando fuera mayor, no cometería los mismos errores que veía en los adultos.

... tenía la impresión de que los adultos se complicaban la vida de forma absurda.

... pensaba quer sería fácil declararse a una chica.

... era más fácil romper el hielo, bastaba con tener un sacapuntas del mismo color que tu compañero.

... mis padres contrataron payasos para actuar en el banquete de mi primera comunión. Me hicieron salir delante de todos y contar un chiste o una adivinanza. Opté por lo segundo. La respuesta a la misma era "un ataúd".

... en la guardería, en invierno, nos comíamos el hielo que se formaba en los charcos del patio.

...pensaba que mi familia eran monstruos disfrazados de personas, y que se quitaban la careta cuando yo no estaba.

... creía en Dios y en la Virgen. Rezaba todas las noches.

... las pesadillas acababan cuando me despertaba.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Cuando un tonto coge una linde


Por aquel entonces yo tenía catorce o quince años. Estaba en el instituto y, como pasa a esas edades, me había "enamorado" de una chica. Tras algunos torpes intentos de flirteo, una amiga común que tenía con aquella chica me hizo saber: "Dice que no quiere nada contigo."

Vaya por dios. Recuerdo que primero sentí una punzada en el estómago. Después hice lo que cualquier humano haría en mi situación: negar la realidad. Pensé "ya cambiará de opinión". Cegado por los sentimientos propios de la adolescencia me aferré (durante demasiado tiempo) a la metáfora del agua que horada la piedra, y seguí al acecho.

Huelga decir que aquello no llegó a ninguna parte. Ahora es fácil ver que fuí un cabezota; es la falacia narrativa. Pero si hubiera logrado lo que me proponía no hubiera sido cabezota, sino tenaz. Cuando la diferencia entre una cosa y la otra la marcan los resultados ¿cómo decidir si perseverar o abandonar? ¿Cómo saber cuándo es suficiente?

Me temo que la respuesta es: no hay manera. No podemos saber qué hubiera pasado de haber elegido la opción contraria. No podemos aprender de la experiencia (ni propia ni ajena), porque las situaciones no son siempre exactamente iguales. Pienso que se trata, simplemente, de apostar. Una apuesta cruel ya que, como poco, vas a perder tu tiempo y tu energía. Además,  siempre te quedará la duda de qué hubiera ocurrido si hubieras continuado intentándolo un poco más.

Solo puedo desearle suerte al lector.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Soy más feliz con el dólar


Los Simpsons, episodio 4F01. Homer está llevando a cabo una campaña de telemárketing fraudulento consistente en llamar automáticamente a todos los teléfonos del pueblo y reproducir este mensaje:
"Saludos, amigo. ¿Desea ser tan feliz como yo? Pues ahora tiene la oportunidad de serlo. Aprovéchela y envíe un dólar a 'Hombre feliz', calle Evergreen Terrace 742, Springfield. Dese prisa, la felicidad eterna está a solo un dólar de distancia."
El señor Burns es el primero en oírlo:
"Mmmm, un dólar a cambio de la felicidad eterna... aaah... soy más feliz con el dólar."

Dicen que el dinero no da la felicidad, que la compra hecha. O que el dinero no da la felicidad, sino que son las cosas compradas con el dinero las que la dan. Últimamente me he preguntado si no será verdad.

Razonaré al revés. Dicen que el dinero no da la felicidad porque, cuanto más tienes, más quieres. Cuando compras algo sientes un subidón de endorfinas momentáneo, pero su efecto es efímero y enseguida buscarás el siguiente "chute". No suena bien pero ¿y si eso es la felicidad? Quiero decir que, para mí, la felicidad no es una meta que se cruza tras lo cual se permanece en ese estado para siempre, sino algo que viene en ráfagas a lo largo de la vida. Entonces ¿por qué comprar regularmente (con el "subidón" asociado) no va a ser una buena forma de ser feliz?.

Personalmente, el consumismo no me parece la vía idónea para alcanzar ese estado de dicha. No es sostenible a largo plazo, y carece de un significado profundo. Además, lo que leo una y otra vez es que la felicidad de uno mismo está en los otros.

Puede que el dinero no dé la felicidad, pero intuimos que ayuda. Lo que hay que tener en cuenta es en qué gastarlo, y cómo. O, simple y llanamente, acumularlo para tener más que el vecino.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Tú nunca, tú siempre


Cualquiera que haya tenido una relación de pareja o, en general, una relación muy cercana con alguien, habrá podido disfrutar de una discusión de este tipo:
Uno: Nunca me escuchas, siempre haces lo que te da la gana.
Otro: Eso es mentira, yo siempre pienso en los dos. Eres tú quien que va por libre.
Etcétera, etcétera. Daniel Goleman describe en uno de sus libros una forma mejor de discutir:
"El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal. El psicólogo Haim Ginott, el pionero de los programas de comunicación eficaz, afirma que la mejor forma de expresar una demanda responde al modelo "XYZ", es decir, 'cuando dices X me haces sentir Y, pero me habría gustado sentirme Z'. Por ejemplo: 'cuando no me llamaste me sentí despreciada y enfadada. Me habría gustado que me advirtieras de tu retraso', en lugar del habitual 'eres un desconsiderado y un egoísta'".
 Parece que cuando nos enfadamos tendemos a decir las cosas de forma cruel y despiadada, haciendo todo el daño posible. Hay quien, ante las consecuencias que eso puede suponer, opta por callarse. Esos dos extremos no son nuestra única opción, hay todo un abanico de opciones entre ambos. Expresarse de forma asertiva y considerada puede aprenderse, aunque requiere práctica.

Pero claro, hay que dejar el ego a un lado.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Qué hacemos aquí?

Muchos de los personajes de Naruto han tenido una infancia traumática. Gaara, por ejemplo, nació con el demonio de la arena en su interior. Fue su propio padre el encargado de introducirlo en él. Debido a ello, Gaara era considerado un monstruo por todos los habitantes de la villa en la que vivía. Los niños no querían jugar al fútbol con él. Nadie se le acercaba, así que siempre estaba solo, con la única compañía de su osito de peluche. Su propia madre intentó matarle cuando solo tenía seis años.

Todo eso, quieras que no, te marca. El rencor acumulado le lleva más adelante en la historia a intentar matar a un contricante mientras éste duerme en una cama de hospital (situación de la que el propio Gaara era el responsable).

Como suele pasar en estas historias, en el último segundo llegan los amigos del yacente para evitar la tragedia. Cuando le piden explicaciones, Gaara les cuenta la infancia que ha tenido. Naruto y Shikamaru escuchan aterrados cómo matar es la única razón para vivir de ese chico:
Así que ¿por qué existo y vivo? Me hice esa pregunta, pero no pude hallar respuesta alguna. Pero necesito esas razones mientras viva, o sería lo mismo que estar muerto. Y esto es lo que concluí: existo para matar a todos los demás. [...] Lucho sólo por mí, y solamente me amo a mí mismo.
¿Por qué existimos? Geoffrey Miller ofrece una tragicómica visión de la vida en su libro:
All you have to do is sit in classsrooms every day for sixteen years to learn counterintuitive skills, and then work and commute fifty hours a week for forty years in tedious jobs for amoral corporations, far away from relatives and friends, without any decent child care, sense of community, political empowerment, or contact with nature. Oh, and you'll have to take special medicines to avoid suicidal despair, and to avoid having more than two children. It's not so bad, really. The shoe swooshes are pretty cool."
Por su parte, Viktor Frankl hizo de esa pregunta su profesión. Según él:
"Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar. Me parece a mí que no hay nada que más pueda estimular el sentido humano de las responsabilidad que esta máxima que invita a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar y corregir ese pasado."

"El verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado."
Como he dicho en anteriores entradas, para mí la vida es una mera cuestión de replicación de genes. Los genes son como Gaara. No creo que la existencia tenga un signifcado per se, es solo una cuestión biológica.

Pero ya que estamos aquí, aprovechemos. Lo bueno de no tener un significado de fábrica es que podemos ponerle el que queramos, mientras sea ético. Para mí, se trata dejar el mundo un poco mejor que como nos lo encontramos al llegar.

sábado, 30 de octubre de 2010

Si estás así es porque quieres


Acabo de descubrir el blog de Sean Stephenson, un psicólogo y orador que, debido a que padece de osteogénesis imperfecta, está confinado a una silla de ruedas y mide noventa centímetros. Por lo que he podido leer (de momento tampoco ha sido mucho) su mensaje se basa en el optimismo, la positividad y la relativización de los problemas. Puede que Sean tenga razón en lo que dice, pero eso es sólo la mitad de la historia; la otra mitad consiste en que cada uno se aplique el cuento. Ahí es donde estamos jodidos.

La metáfora del cerebro como músculo es muy, muy acertada. Sin embargo, mi impresión es que los tratamos de forma distinta, y que creemos tener más dominio sobre la mente que sobre el cuerpo. Sabemos qué podemos hacer para reír o para llorar, pero no tenemos ni idea de cómo hacer un doble carpado.

Error. La mente es muy difícil de domar. ¿Quién no deja cosas "para hacer luego" una y otra vez? ¿Quién no ha prometido ponerse a dieta el lunes? ¿Quién no ha dejado alguna vez de llamar a aquella ex-pareja que le dio puerta con la intención de retomar la relación, a pesar de ser un calvario? ¿Quién no ha tropezado dos millones de veces en la misma piedra?

Al igual que los músculos, el cerebro puede ejercitarse. El optimismo puede aprenderse. Sin embargo, ambos tienen el mismo problema: el desarrollo es finito. Todos venimos con un hardware que establece el límite al que podemos llegar. No todos podemos correr cien metros en menos de diez segundos. No todos podemos ver una oportunidad en cada crisis.

Para quien no lo sufre es muy difícil de entender. Es difícil entender cómo alguien puede estar triste y angustiado cuando todo le va bien. Para el que lo sufre es aún peor, porque llega a sentirse mal por estar deprimido sin razón alguna. Decirle a esas personas que están así porque quieren es como decirles que no pueden levantar cuatrocientos kilos porque no quieren.

Nadie esperaría que un abuelo de novento y cinco años completara una maratón. Al mirar a alguien podemos intuir, con más o menos acierto, de qué es capaz físicamente. Por desgracia, no podemos hacer eso en lo que al cerebro se refiere. Medimos a los demás tomándonos como regla, creyendo que todos experimentamos más o menos los mismos sentimientos en más o menos la misma intensidad. Pero, igual que en el terreno físico, hay un amplio espectro de posibilidades: desde el equivalente mental al tetrapléjico condenado a vivir en cama, hasta aquel que posee el record del mundo en triatlón.

Se trata de hacer el mejor trabajo posible con las herramientas que nos han tocado.

lunes, 25 de octubre de 2010

21 pensamientos aleatorios


  • Todo está en los libros, pero no basta con leerlo.
  • Somos lo que hacemos, no lo que decimos.
  • Dejémonos ayudar. Cuando decidimos no compartir nuestros problemas con quienes nos quieren, no solo les privamos de sentirse útiles para la persona que aman; les privamos de la felicidad a largo plazo.
  • Del dicho (neocortex) al hecho (amígdala) hay un buen trecho (fibras nerviosas) lleno de fosos, barreras y vías de un solo sentido.
  • "El dolor destruye a la persona y hace la vida indigna de ser vivida". Nunca olvidaré a aquel hombre.
  • Dios no existe.
  • Somos lo que hacemos todo el tiempo. Cada día, cada hora.
  • La empatía es un don, y una maldición.
  • Ojo por ojo y diente por diente, pero siempre perdonando una defección.
  • Más allá de los impuestos por la física, no hay límites. En lugar de decir "no puedo" pregúntate "¿cómo podría...?".
  • Nos necesitamos los unos a los otros, para bien y para mal.
  • ¿Quieres ser feliz? Redefine tu concepto de felicidad.
  • No somos más que máquinas diseñadas por los genes para perpetuarse. Estamos vivos solo para reproducirnos.
  • Quienes nos rodean son quienes son, no quienes nosotros queremos que sean.
  • Cuando queremos ser profundos resaltamos las obviedades, como el que quienes nos rodean son quienes son.
  • Acudimos al olmo en busca de peras, y maldecimos al árbol por irnos con las manos vacías.
  • No oímos un grito de auxilio ni aunque nos lo peguen directamente al oído.
  • ¿Qué es lo único que está siempre ahí, en todo momento, en todo lugar? Uno mismo. Nos creemos el centro del mundo, y en cierto modo lo somos. Por eso debemos hablar con los demás, para que nos den perspectiva.
  • "Somos como un flotador de patito a medio hinchar.., tenemos que
    ponernos fuertes, subir el cuello y mirar al frente con firmeza...y
    después ¡¡¡que se suba quien quiera!!!" Una deliciosa metáfora de una buena amiga.
  • A veces me porto mal con aquellos a quienes quiero y soy consciente de ello. Supongo que eso equivale a hacerlo a propósito. No creo que después baste con pedir perdón. Si no podemos evitar hacer daño a quienes queremos ¿deberíamos alejarnos de ellos? ¿O deberían ser ellos quienes decidan si quieren nuestra compañía?
  • Life sucks

sábado, 23 de octubre de 2010

¿Que gane el mejor?

stoy leyendo un fascinante libro sobre el máximo rendimiento humano en distintos deportes. El capítulo sobre el uso de esteroides me ha hecho preguntarme quién queremos que gane en una competición deportiva.

La primero que me viene a la cabeza es que queremos que gane el mejor, pero ¿quién es el mejor? ¿El que mejor técnica tiene (el que juega mejor)? ¿El que más se esfuerza? ¿El que mejor resultado obtiene? Diría que la mayor parte de los deportes se atiene a esta última definición, es decir, se basan en el resultado. El mejor esprinter es aquel que recorre los 100 metros en menos tiempo. Punto. Da igual que solo tenga que entrenar una semana al año o que corra como un pato. Mientras llegue el primero, es el mejor.

Pero ahí hay algo que me chirría. Como decía el señor Burns:
"Why should the race always be to the swift or the jumble to the quick-witted? Should they be allowed to win merely because of the gifts God gave them?"


Ponemos la línea de meta en el mismo lugar para todos, pero en realidad no todos parten de la misma línea de salida. Siguiendo con el ejemplo de los 100 metros lisos, alguien bajito y gordo arranca, en la práctica, desde mucho más atrás que alguien alto, delgado y con largas piernas. Ambos deben recorrer la misma distancia, pero no empiezan en las mismas condiciones. Condiciones, además, sobre las que no tienen control alguno: la altura no puede modificarse, como tampoco la longitud relativa de los miembros. Lo justo sería que todos compitieran en las mismas condiciones, pero en la práctica nunca es así.
Si no partimos en las mismas condiciones ¿cómo decidimos quién es el mejor? Un ejemplo típico: la hormiga contra el elefante. El elefante puede levantar más peso absoluto, pero la hormiga puede levantar más peso relativo (hasta diez veces su propio peso, según se dice). ¿Quién es mejor de los dos? Elegir uno u otro sería, como me hizo notar uno de mis amigos, como decir que el azul es mejor que el rojo.

¿Qué hacemos entonces? Mi impresión es que, actualmente, se opta de forma inconsistente por homogeneizar las condiciones de partida. En las
pruebas de 200 y 400 metros, por ejemplo, se aplica el decalaje. En los deportes de lucha y levantamiento
de peso, los participantes se emparejan según su peso. Dividimos las pruebas en categorías masculina y femenina, y organizamos juegos paralímpicos para los discapacitados.

Esto nos lleva a otro problema. ¿Hasta dónde dividimos a los atletas por categorías? Hay una prueba de 100 metros masculina y otra femenina. ¿Debería haber también pruebas según el peso, de modo que alguien bajito como yo pueda aspirar a una medalla? ¿Deberíamos dividir también por altura? ¿Y por raza? ¿Y por la dieta? (para un vegetariano es más difícil alcanzar el mismo desarrollo muscular que alguien que come carne) ¿Y por recursos? (los atletas de países pobres no disponen de modernas instalaciones de entrenamiento como las de los países desarrollados) ¿Y por forma de ser? (la gente deprimida no puede entrenar tanto los demás)

Dado que todos somos distintos, quizá deberíamos hacer una categoría para cada persona en el planeta. Así todos tendríamos una medalla de oro, ¡y en cada disciplina! Aunque eso no cubre el caso de los deportes de equipo...

domingo, 17 de octubre de 2010

El otro dardo en la palabra (II)



Sigo recordando viejos tiempos con otra entrega de mi dardo en la palabra. Me alegro de conservar estas cartas, me recuerdan lo mucho que me he echado a perder (he perdido bastante vocabulario).


"Mi leída golosina:

Vuelvo a la carga con el lenguaje. Aún no sé por qué escribo sobre esto, tendré que investigarlo. Sólo sé que mis agrestes profesores logran desviar mi atención de lo que dicen a cómo lo dicen. Creo que ven demasiada televisión, escuchan demasiados programas deportivos por la radio o, simplemente, se les retiró la lactancia lingüística antes de tiempo.

El primer caso se hace evidente cuando se ponen serios, e intentan expresar obligación diciendo "debemos de hacer" esto o lo otro, "como debe de ser", etc.. Incluso personas de prez y verdaderos egregios repiten esta memez, quedando así como un bato cualquiera. Habrá que recordarles que "deber de" indica duda, posibilidad o probabilidad; y que "deber", sin la preposición "de", indica obligación. Esto deben aprendérselo.

Tanto si ven demasiada tele, como si escuchan a demasiados locutores deportivos, se les ha contagiado la estulticia de usar palabras más largas para no parecer sandio. Esa anomia hace que hablen de la problemática, en lugar de hablar simplemente del problema (será que la problemática suena más complicada y profesional); buscan profesorado en vez de profesores (por lo visto los profesores son como las latas de refresco, que vienen en lotes); las personas hemos pasado de no ser creíbles ni darse crédito a nuestras palabras, a no tener credibilidad; y mil ejemplos más...

Los medios de comunicación también son culpables de que mis profesores utilicen las modernas palabras baúl de la neolengua. Así, para imitar a sus héroes periodistas, hablan de usuarios. Sólo de usuarios. El cliente es ahora usuario de nuestra aplicación, el viajero lo es del metro o el autobús, el paciente lo es del hospital, los conductores lo son de las carreteras y las plazas de aparcamiento, etc, etc.. ¿Habrá algún día tumbas con calefacción para comodidad de sus usuarios?

Por no hablar de los neologismos. Paco, escribidor más que escritor, hablaba del "staff" refiriéndose a lo que, en román paladino, es un equipo. Medrados estamos con él este año.

Finalmente, si, como he dicho, se les retiró la lactancia lingüística antes de tiempo, haré un ejercicio de autocontrol cada vez que oiga (¿o escuche?) cosas como "oyes, no digas eso", "ves y tráemelo" y demás dislates atinentes al modo imperativo.

En fin, que me voy a la cama de una vez. Sic transit gloria mundi.

Besos y abrazos."