domingo, 27 de marzo de 2011

Lo bueno, enemigo de lo perfecto


Imagina que haces bien tu trabajo el 99% de las veces. ¿Cuánto estarías dispuesto a esforzarte para llegar al 99,5%? ¿Y para pasar del 99,5% al 99,6%?

Una jefa mía me contó que en su máster les enseñaban que «lo perfecto es enemigo de lo bueno». La vieja historia de los optimizadores frente a los satisfactores. Puedo entender las razones tras esa lección, pero no me parece bien. No creo que sea correcto enseñar a un trabajador a conformarse, aunque (o porque) tu vida se torne más fácil.

Tomaré un ejemplo sacado de la medicina, donde los errores cuestan vidas. Aquí puede verse la tasa de supervivencia de cáncer en adultos españoles entre 1995 y1999. Tomando el conjunto de los tumores, una mejora del 0,1% del tratamiento significaría salvar la vida a 86 personas más en ese periodo. Una de las cuales podría ser tu madre, tu padre, tu pareja o tú mismo. Con el incremento de la incidencia de tumores en una población cada vez mayor, ese 0,1% representa con el tiempo más y más vidas.

Es verdad que no todos tenemos trabajos tan importantes. Es difícil ver la importancia de hacer perfectamente en un empleo de oficina, consistente básicamente en papeleo. Pero sigue siendo nuestra obligación moral:

«en un pasaje de la Metafísica de las costumbres, Kant se interroga expresamente acerca de cuáles de aquellos "fines" habrían de ser tomados por "deberes", a lo que se responde: "La propia perfección y la felicidad ajena"»

(Creo que en el mundo muere un gatito cada vez que un idiota como yo cita a Kant).

Se puede ver desde una perspectiva más mundana y utilitarista, si se desea. ¿Quién no ha deseado una mejor atención a los usuarios, o una administración pública más eficaz? Para obtener el bien común cada uno debe hacer su parte (en el ejemplo del cáncer, un tratamiento se lleva a cabo por un equipo, y el éxito es reponsabilidad de todos). Lo repetiré una vez más: la suma de los comportamientos individuales tiene un gran efecto. Y, además, buscar la perfección es lo correcto (otro gatito menos, me temo).

domingo, 20 de marzo de 2011

Full disclosure


En la pasada rootedCon se llevó a cabo una mesa redonda acerca de si deben revelarse los fallos de seguridad que se descubren en el software, cómo, cuándo y a quién. Al poco, los «cazadores de fallos» invitados llevaron el debate al punto previsible: no habría nada que discutir si el software estuviera bien hecho. Y entonces volvió a salir el manido ejemplo del coche.

¿Compraríamos coches que se pararan de repente, que hubiera que rearrancar continuamente a lo largo de un viaje? La respuesta habitual es no. Y, sin embargo, eso es lo que hacemos con el software.
Pero creo que eso es comparar peras con manzanas. Olvidamos que el automóvil tiene más de cien años de historia, que el primer coche fabricado no fue un BMW con 6 airbags, control de tracción, aire acondicionado y la capacidad de superar los 200 Km/h. Por contra, el software es aún muy joven (menos de un siglo de vida) y, por tanto, muy primitivo. Hoy usamos programas inseguros de la misma forma que en su momento se condujeron coches inseguros (sin cinturón de seguridad, sin airbags, o que explotaban con demasiada facilidad).

Creo que con el tiempo el software madurará, y puede que la discusión sobre la revelación de fallos de seguridad deje de tener sentido. Quizá dentro de muchos años la gente se pregunte cómo podíamos apañarnos con unos programas tan malos, de la misma forma que nosotros nos preguntamos cómo pudieron apañarse los primeros lectores con libros sin portada ni índice.

sábado, 12 de marzo de 2011

Savasana

«Acostado sobre el piso traigo las rodillas al pecho y las abrazo. Tomo aire, y exhalando la nariz entre las rodillas. Las manos en la nuca, bajo con calma los pies, saco todo el aire. Estiro la pierna derecha, jalo el talón y lo llevo lo más lejos posible. Bajo al piso. Estiro la izquierda, el talón lejos... bajo con calma. Ahora levanto los dos talones y los jalo lejos... más lejos... y con calma bajo. Los talones al ras de mis hombros, levanto el coxis y lo jalo hacia arriba. Levanto el torso, tomo mi cuello con las manos sin entrelazar y lo deslizo hasta la nuca. Bajo la cabeza lentamente, conservando mi centro. Respiro... Al apoyar la cabeza saco todo el aire. Coloco los brazos a mis costados, con las palmas hacia arriba, y jalo sutilmente con las manos hacia los pies para separar los hombros de las orejas.
Relajo todos los músculos... Savasana es la postura más importante de la clase. Voy a dejarme derretir en el piso... Centro la atención en la respiración. Que sea una respiración silenciosa, pausada... Dejo que la respiración regrese a su estado natural... Una respiración que por su propia naturaleza incita a la tranquilidad. 
Siento con claridad cómo en cada exhalación el cuerpo se va relajando más y más... Cada vez que la mente se distraiga yo traigo la atención a la respiración, y me percato de ese fugaz instante en el que la inhalación se convierte en exhalación, y la exhalación en inhalación.
Reviso la calidad de mi relajación... Perfecciono la postura... Me olvido de todo, y de todos... Simplemente confío... Regreso a mi estado más natural en todos los sentidos.... Eso es confiar en la naturaleza. Confío... Confío en que todo va a salir bien... Practico la tranquilidad... 
Disfruto profundamente de este momento... Siento una gran comodidad en dejarme fluir... No fuerzo situaciones, suelto el control... Relajo el cuerpo... relajo las emociones... dejo que mi respiración también se relaje... Relajo mi vida...

Permanezco un momento más en estado de relajación profunda... Permanezco conectado con todo lo que sucede internamente... Y siento cómo todo se expande... Expando la tranquilidad...
Muevo gradualmente los dedos de las manos y los dedos de los pies. Regreso poco a poco. Giro los pies hacia dentro y hacia fuera... adentro y afuera... noto cómo el movimiento involucra a la pelvis... adentro y afuera... Junto mis piernas, arrastro los brazos por el piso hacia arriba, entrelazo las manos, apunto, me alargo lo más posible... Flexiono mis piernas, tomo aire y traigo las rodillas al pecho. Sensitivamente, al exhalar la nariz entre las rodillas. Bajo la cabeza al piso, cruzo mis piernas y me impulso hacia adelante.
Respiro profundo. Ahora que la mente está tranquila es mucho más fácil ver cuál es mi prioridad, hacia dónde necesito la energía en este momento de mi vida. Paso la energía de una mano hacia la otra y la dirijo hacia mi prioridad... Voy con calma hacia adelante... Me acerco más a mí mismo... Establezco una complicidad conmigo...
Namasté.»

Alejandro Maldonado.

domingo, 6 de marzo de 2011

La lógica oculta de la vida

«Si crees que la gente no es racional, intenta primero ser más listo que ellos. Quizá descubras que no es tan fácil como parecía»
Parece que se ha armado algo de revuelo en España con la reducción del límite superior de velocidad en autopistas a 110 Km/h. Lo que más he visto repetido es que lo hacen para recaudar más dinero con las multas y que no sirve para ahorrar.

Cuando vemos que se toman decisiones que parecen no tener sentido deberíamos preguntarnos qué pudo llevar a tomar tal decisión. Creemos que todo el mundo es idiota menos nosotros, pero tengo la impresión de que elegiríamos lo mismo de estar en el lugar del decididor. El tercer libro de Tim Harford ofrece una serie de explicaciones plausibles sobre decisiones en apariencia irracionales del día a día. ¿Por qué hay gente que fuma, con lo perjudicial que es? ¿Por qué las prostitutas asumen el riesgo de las enfermedades venéreas? ¿Por qué pagan enormes sueldos a los altos directivos de las multinacionales, si no producen tanto? Todas ellas son cuestiones tratadas por el autor en esa recomendable lectura.

Aunque apenas tengo conocimientos de mecánica, puedo suponer que se ahorraría más evitando los atascos de las grandes ciudades en hora punta que rebajando el límite a 110 Km/h. Pero ¿qué implica eso? Reducir el número de coches en circulación. Para ello se podría hacer que, por ejemplo, un día circulen los coches de matrícula par y otro los de matrícula impar. Sin embargo, me parece que si se optara por esta medida el revuelo pasaría a mayores. Así que quizá hayan buscado una medida con un equilibrio entre impopularidad y ahorro, entre eficacia y facilidad de llevar a cabo.

¿Y si se subieran aún más los impuestos sobre los combustibles?. Quizá eso sea mejor, y evite además que la gente circule a 160 Km/h y frene en las zonas vigiladas por radares. Por mi experiencia diría que hacer eso llevaría a otra huelga de camioneros. Si subes los impuestos afecta a todos los conductores, mientras que si rebajas el límite no.

No tengo una opinión firme sobre esta medida. No sé si será útil o no, y probablemente haya otras mejores. Lo que quiero resaltar es que si nos viéramos en la misma situación que el legislador, teniendo la misma información que él, es posible que acabáramos obrando igual. No siempre somos idiotas porque sí.

sábado, 26 de febrero de 2011

Diálogos

Frasier le había prestado a un compañero dos libros de «autoayuda». Martin lo vio y comentó:

-Esos libros no sirven para nada. Si de verdad fueran útiles, la gente no tendría problemas.
-Ese es un argumento estúpido -replicó Frasier-. ¿Acaso no hay dietas y planes de ejercicio que funcionan? Y, sin embargo, sigue habiendo gordos. Quizá el problema no sea que no funcionen, sino que sus enseñanzas no se apliquen.

Niles intervino.

-Aunque en el fondo estoy de acuerdo contigo, papá, concuerdo con Frasier en que tu forma de argumentar es pésima. Me enerva esa clase de razonamiento miope.
-¿Qué quieres decir con razonamiento miope?-, preguntó Martin.
-Me refiero a que tu conclusión no se sostiene, como ha evidenciado Frasier. Ocurre habitualmente en las conversaciones del día a día: se razona de forma pobre, ilógica, falaz sin perspectiva y sin ser consciente de los propios sesgos cognitivos.

Martin puso los ojos en blanco.

-Vale, ya he tenido suficiente. Me voy a por una cerveza.

El padre abandonó la habitación dejando solos a los dos hermanos.

-Hoy mismo me he encontrado otro ejemplo-, continuó Frasier, ignorando a su padre-. Un hombre que decía «si no quieren que vaya a más de 110 km/h en la autopista ¿por qué me venden un coche que puede ir a 240 km/h?». Es tan absurdo como preguntar «si no quieren que mate a nadie ¿por qué me venden un cuchillo tan grande?». Seguro que además es el mismo tipo de persona que pone el grito en el cielo cuando se le prohíbe fumar en bares y restaurantes.
-Bueno Frasier, ya sabes que las reglas personales no son transitivas, ni tiene que funcionar a nivel global; basta con que lo hagan localmente.
-Que la gente es hipócrita, quieres decir.
-Eso mismo.
-Lo peor es que este tipo de sandeces se usan como titulares. La mayoría de la gente toma como cierto todo lo que aparece publicado, sin el más mínimos espíritu crítico.
-Por lo general, los periodistas no tienen tiempo para pensar y, si les preguntas, probablemente te digan que no les pagan suficiente para ello.
-¿Sabes, Niles? Esto me recuerda aquellas palabras de William Harvey: «El vicio, demasiado corriente, de la época actual es exponer como verdades manifiestas lo que son meras fantasías, nacidas de la conjetura y del razonamiento superficial».
-Me temo que eso es tan cierto hoy día como lo era en el siglo XVII, cuando fueran escritas esas palabras.
-En fin. ¿Un jerez?
-Por favor.

sábado, 12 de febrero de 2011

Punto final (Adendum)

Así que has decidido que quieres morir. ¿Y ahora qué? No hay nada como ponerse en harina para encontrar cuestiones que no te habías planteado.

Primero hay que elegir el método. Lo suyo sería elegir alguno que fuera indoloro, aunque hay gente para todo. También estaría bien que fuera rápido, no vaya a ser que te arrepientas, abortes la operación a la mitad y tengas que vivir con las secuelas el resto de tu miserable vida. Incluso se puede elegir el estilo. ¿Optas por un método «femenino» (pastillas, evenenamiento) o por uno «masculino» (armas de fuego, saltar al vacío)? La verdad es que la elección no es tan sencilla.

Creo que lo más eficaz son las armas de fuego. Una pistola de buen calibre puede reventar completamente el cráneo. Apuntando desde el punto más alto de la frente hacia atrás y hacia la nuca, la bala atravesaría todo el cerebro, que se asienta en tres escalones dentro de la cabeza. Probabilidad de fallo casi nula. Además es rápido, y supongo que indoloro. Sin embargo, la dificultad de encontrar un arma en algunos países lo hace poco práctico. 

Personalmente, descartaría ahorcarme, envenenarme o cortarme las venas. Son métodos que tienen más probabilidades salir mal, que tardan más en hacer efecto y que son más dolorosos (especialmente el envenenamiento -por ejemplo, con anticongelante-). Bastante has sufrido ya para decidir matarte como para encima seguir padeciendo mientras te vas por la posta. Si aún así alguien decide optar por la cuchilla, le recomiendo ir a por la arteria braquial en lugar de a por las venas de las muñecas. De nada.

Tampoco elegiría saltar al vacío, ni ser arrollado por un tren. No me imagino la sensación que debe ser arrepentirse de lo que estás haciendo a la altura del séptimo piso mientras te diriges sin remedio a la acera. Respecto a lo del tren, tampoco hay que jorobar a los demás solo porque tú seas un llorica; hay gente que tiene que ir a trabajar (aunque quién sabe, quizá más de uno se alegre de tener una excusa para no llegar a la oficina ese día).

Me parece que me quedo con las pastillas. Un cóctel adecuado de hipnóticos, miorrelajantes y ansiolíticos (diazepam con orfidal, por ejemplo) induce un estado de sueño y posterior parálisis de la respiración. Es algo parecido a la inyección letal con la que se ejecuta a los reos. En principio es indoloro, aunque tarda un poco en hacer efecto. Sin embargo, las drogas te inducen un delicioso estado en el que todo ta igual. Si añades alcohol a la mezcla el efecto es mayor y encima te vas «calentito».

No obstante, no todo son ventajas. Un error en la dosis por defecto y te despertarás en el hospital con el estómago lavado. Por contra, un exceso puede inducir el vómito (razón por la cual se podría añadir un antihemético a la mezcla; vas a necesitar mucha agua para tragarte todo eso). Además, ese tipo de medicinas solo se venden con receta. Claro que si actualmente estás en tratamiento por depresión puede que ya tengas el botiquín lleno de ellas. Eso que te ahorras. ¿A qué estás esperando? Adelante. Esperaré.

¿Sigues leyendo? Eres un cobarde. O más bien, aún no estás suficientemente desesperado. No pasa nada, tiempo al tiempo.

Imaginemos que lo has conseguido: estás muerto. ¿Y ahora? ¿Has pensado en quién encontrará tu cadáver? ¿En cómo se enterarán tus amigos y conocidos? ¿En lo que pensarán? ¿En cómo serán tu velatorio y tu funeral? ¿Qué pasará con todas las cosas materiales que acumulaste en vida? ¿Y con todas tus cuentas en páginas y servicios en Internet? Quizá estaría bien poner un aviso de «estaré fuera de la oficina» en tu cliente de correo electrónico, porque igual tardas un poco en contestar los mensajes que te vayan llegando (esto último me recuerda otro asunto que voy a obviar: la nota de suicidio).

Si has leído hasta aquí, puede que en realidad estés buscando una razón para seguir viviendo (o una excusa para justificar tu cobardía). Yo no puedo decirle a nadie que la vida es bella, o que tiene un montón de razones para vivir, o cualquier otro cliché. Lo único que se me ocurre es que suicidarse es (en algunos casos) un acto egoísta. Si hay gente que te quiere ¿por qué hacerles sufrir así? Tal vez pienses que estarían mejor sin ti pero ¿puedes decidir eso por ellos? ¿Te gustaría que ellos hicieran lo mismo?

Aunque, pensando globalmente, es posible que nuestro devastado y superpoblado mundo sea un lugar mejor sin ti, insignificante depredador humano. Como suele ocurrir en vida, debes decidir sin saber realmente lo que va a pasar o lo que pasaría de haber optado por la otra alternativa. ¿Qué crees? ¿Será esta tu última elección?

sábado, 5 de febrero de 2011

Punto final


Dicen que el suicidio nunca es la solución. Quizá eso depende de cómo se plantee el problema. Al fin y al cabo, solo sufres cuando estás vivo. Si quieres dejar de sufrir, morir es una solución eficaz al cien por cien. Sí, hay otras posibles soluciones en vida, pero no tan eficaces, y bien pueden ser totalmente inútiles. Igual que con el dolor físico uno no empieza directamente con la morfina, sino con el paracetamol, es estúpido plantearse el suicidio ante el primer problema. Sin embargo, cuando ya has probado esas otras soluciones y ninguna ha funcionado ¿qué haces?

Dicen que el suicidio es una solución permanente a un problema temporal. Dudoso. Puede que los problemas sean temporales, pero la sucesión de los mismos es permanente. Suspendes un examen y estás unos días fastidiado. Después te deja tu pareja, y sufres unos cuantos meses. Cuando te has recuperado, te quedas sin trabajo. Cuando lo vuelves a tener, enfermas o tienes que someterte a cirugía, y pasas otros tantos meses dolorido. Puede que tras ello muera algún miembro de tu familia; más llantina. Y así sucesivamente hasta que eres un saco de pellejo que no puede valerse por sí mismo ni siquiera para poner el punto final. Estás atrapado. Y bien jodido.

Como puede verse, yo me estoy refiriendo al pensamiento de suicidio originado por el dolor, no por otras causas (miedo, honor, venganza, etc.). Es cierto que si una persona está sufriendo enormemente posiblemente no sea capaz de pensar racionalmente, por lo que no debería tomar según qué decisiones. Pero ¿puede alguien decidir por ti en este caso? ¿Puede decidir sin sentir lo mismo que tú? ¿O puede decidir precisamente porque no siente lo mismo que tú?

Creo que la depresión es como un cáncer, pero solo visible indirectamente (por sus efectos). Igual que con un cáncer, eres diagnosticado y tratado. Igual que con el cáncer, el tratamiento puede funcionar... o no. Quizá te recuperes y estés bien unos años, pero el horror puede volver. ¿Aceptas pasar por todo otra vez, sabiendo que puede repetirse una tercera vez, y una cuarta (y una quinta...)? Sin comerlo ni beberlo te has convertido en una víctima de los castigos de Sísifo y Prometeo simultáneamente.
Pero en la depresión tú puedes decidir si ya has tenido suficiente. Por contra, el cáncer se te puede llevar por la posta quieras o no. No sé qué es peor.

En ocasiones me ha ocurrido que he terminado de leer un libro a pesar de que me aburría enormemente, solo por la posibilidad de que hubiera algo bueno en alguna parte, y no quería perdérmelo.  ¿Merece la pena vivir así, siguiendo adelante esperando encontrar un «buena pasaje» en una retahíla de aflicciones?

Puede que todo sea una ilusión, que la persona sea una víctima de la indefensión aprendida. Al fin y al cabo, nadie puede predecir el futuro. ¿Por qué iba a volver repetirse lo malo? ¿Por qué no iban a cambiar las cosas? ¿Por qué no iba cambiar tu forma de ver las cosas?

¿Por qué en el futuro no iba a poder llover hacia arriba?

¿Por qué no iba a congelarse el infierno?

¿Por qué no ibas a poder decidir «no tener cáncer»?

domingo, 30 de enero de 2011

Autoayuda


He sido lector de libros de autoayuda desde muy joven. Si no recuerdo mal, el primero que leí fue «El método Silva del dominio de la mente», un libro sobre PNL que mi madre guardaba en su estantería. Desde entonces, tengo la impresión de haber recorrido todo el espectro, desde los más ingenuos a los más científicos, pasando por los más populares. Desde donde estoy sentado escribiendo esto puedo contar treinta libros de este género en mis estanterías.

Cuando comencé a leerlos, creía que todos serían útiles, en mayor o menor medida. Durante mi etapa «mística» (tarot, runas, astrología) los libros de Paulo Coelho me parecían lo más. Tras recuperar el sentido común pasé a leer aquellos respaldados por la psicología, y últimamente solo me interesan los que están basados en pruebas experimentales.

Después de haberme tragado un buen puñado de este tipo de obras, soy escéptico respecto a su eficacia. Los experimentos que respaldan los consejos no dejan de ser, hoy por hoy, cimientos de barro. Las situaciones reales no siempre son reproducibles en condiciones controladas, los resultados de laboratorio no siempre son extrapolables, los efectos observados no siempre tienen la misma intensidad o no son estadísticamente significativos, los resultados podrían no ser aplicables universalmente... Además ¿cómo comprobar que funcionan? Si solo te observas a ti mismo es imposible, porque no hay grupo de control, ni es posible hacer un estudio doble-ciego.

Aún así, supongamos que los consejos mostrados son realmente eficaces. ¿Cumplirían con el propósito para el que fueron escritos? Con esta pregunta, que parece de perogrullo, quiero señalar una asunción implícita que podría ser falsa. Los libros de este género asumen que uno puede «tratarse» a sí mismo; de ahí el término auto-ayuda, al fin y al cabo (esto lo he deducido yo solito; cuando duermo mis ocho horas soy bastante espabilado). Pero ¿es eso cierto? Yo creo que no. Para cuando llega a nuestra conciencia, nuestra percepción de las cosas ya está deformada. ¿Podemos vernos a nosotros mismos de forma no sesgada? ¿Podemos ver los problemas que realmente tenemos, y no los que creemos que tenemos? ¿Podemos saber cuál es el mejor tratamiento para nuestro caso? ¿Podemos saber si realmente estamos progresando?

Personalmente, tengo la impresión de que estos textos no me han servido para mucho (por no decir para nada). Quizá no he practicado lo suficiente las técnicas publicadas. Quizá no he leído el libro adecuado. Quizá uno no pueda cambiarse a uno mismo. O quizá (y esto es lo que me temo) algunas personas no puedan, simplemente, cambiar.

domingo, 23 de enero de 2011

Deberialandia

Un amigo me hizo llegar un artículo con el siguiente titular:
«La inteligencia es mayor si eres guapo»
La fuente original parecer ser ésta, un estudio de Satoshi Kanazawa.

Este cúmulo de despropósitos es demasiado habitual. Por un lado, los periodistas hacen bastante mal su trabajo. Como es costumbre en estos casos, solo se publican las conclusiones de un estudio por sus jugosas conclusiones, sin contrastar ni verificar ni el método ni los datos. Peor aún es el tono de convicción del periodista: «se sabe que esto no es cierto y ahora hay un estudio científico que lo demuestra». Lo cierto es que muy poco puede probar un único estudio de este tipo.

Por otro lado, el trabajo de Kanazawa tampoco me parece muy bueno. Los métodos usados para medir el atractivo físico se me antojan, cuanto menos, dudosos: la persona es calificada subjetivamente por un único entrevistador. La muestra, aunque amplia, podría no ser válida: en el mundo hay miles de millones de personas que no son anglosajones que viven en sociedades industrializadas. Pero el error más grave, a mi entender, es asumir que la inteligencia es algo que podemos medir actualmente de forma fiable y universal. El cociente intelectual es una herramienta inútil para ello; es como utilizar un martillo para cortar tablones. (Parece que los humanos no empecinamos en usar alguna forma de medir, por mala que sea. En el mundo financiero, por ejemplo, tenemos CAPM y la ecuación de Black-Scholes, a las que se podría culpar -al menos en parte- de la crisis económica de 2008).

Juntas conocimiento incompleto con un mal trabajo y el resultado es otra idea falsa que añadir a la lista. Y luego, a ver cómo la sacas del «saber popular». Dado lo difícil que es corregir un aprendizaje incorrecto, más valdría esforzarse en prevenir que este tipo de cosas lleguen a millones de personas con tanta facilidad y frecuencia (me queda el consuelo de que pocos son los que leen, y menos aún los que van a la sección de «ciencia»).

Dudo que esté exagerando. Como escribí la última vez, creo que en lo pequeño y en lo grande debemos obrar bien. Eso incluye hacer todos nuestro trabajo lo mejor posible. Pero claro, «no vivimos en debería-landia».

jueves, 6 de enero de 2011

Obrar bien

«Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal. »
Algunas de mis conductas ecológicas sorprenden a los que me rodean. Por ejemplo, cuando voy apagando las luces detrás de aquellos que se las van dejando encendidas.

Ocurre que solo tenemos un planeta, y lo tenemos hecho unos zorros. Las generaciones futuras pagarán nuestra irresponsabilidad, así como el resto de especies con las que convivimos (¿por qué iban a importar menos los insectos que el Homo Sapiens Sapiens?). ¿No es reprobable el hecho de no actuar contra el deterioro del ecosistema, solo porque "yo no estaré/tú no estarás" aquí para sufrir las consecuencias? (y ya veremos si nos libramos).

"No recicles", me decía un amigo. "Luego mezclan la basura", refiriéndose a que era inútil separar los residuos por tipo. Puede que sea así a veces, pero para eso están los inspectores, para comprobar que la basura se separa en los vertederos. Yo hago mi parte, que es separar vidrio, envases, papel, etcétera en el origen. Después espero de los demás que hagan la suya.

A menudo oigo que no voy a cambiar nada, o que no es importante lo que haga o deje de hacer una persona. Pero es precisamente la suma de los comportamientos individuales lo que produce resultados globales, buenos y malos. Teoría del caos. La mariposa que bate sus alas y eso.

Dentro de no mucho seremos más de 7.000 millones de personas. Un comportamiento multiplicado 7.000 millones de veces me parece que tiene un gran impacto. Por eso creo que hay que seguir la máxima kantiana que encabeza esta entrada en todo momento, aunque nadie nos observe, aunque no tenga recompensa, por nimio que parezca el comportamiento. Para mí, la ecología es una extensión de la ética.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Dilemas

Viaja como pasajero en un coche conducido por su mejor amigo, y éste atropella a un peatón. Sabe que su amigo iba a 70 km/h en una zona de 40 km/h. No hay testigos. El abogado de su amigo le dice que si testifica bajo juramento que su velocidad era de solo 40 km/h, entonces le salvará de consecuencias graves.
¿Qué haría usted?

Un vagón se dirige sin control y a toda velocidad hacia un grupo de cinco personas. Todas morirán si no se encuentra alguna manera de detener o desviar el recorrido del vagón. Existe la posibilidad de accionar un mecanismo que enviará el vagón hacia otra vía, pero en ésta se halla un trabajador ocupado en obras de mantenimiento. El vagón mataría a este hombre, pero los otros cinco se salvarían.
¿Qué haría usted?

Usted se halla en una pasarela elevada que cruza sobre la vía, y situado de tal manera que la vertical cae en un punto de la vía comprendido entre el vagón y las cinco personas. Ahora no se puede acceder a ningún cambio de agujas, pero al lado de usted hay un individuo, un hombre corpulento y (digamos) algo borracho. Una manera de frenar la carrera del vagón loco, o de restarle velocidad al menos, consistiría en empujar a este individuo de modo que caiga a la vía y resulte atropellado.
¿Sería usted capaz de dar ese empujón fatídico para salvar la vida a cinco personas?

¿Y qué haría usted si el peatón atropellado, el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre o su madre (o cualquier otro familiar muy cercano)?

¿Y qué haría usted si el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre, y en el vagón viajara su madre (o viceversa)?

martes, 30 de noviembre de 2010

Una carta abierta

"Cuando solo dispones de palabras gastadas, lo único que puedes hacer es juntarlas y esperar que digan algo nuevo."

Puedo sentir vuestro dolor. Una persona a la que amáis, por razones distintas  en cada caso, habita en la ciudad del llanto.  Os veo lidiar con ello, cada una como puede. No seáis víctimas de los mitos sobre el sufrimiento.

Puedo sentir vuestra frustración. Os he oído preguntaros "¿por qué?", y maldecir rematando con un "no es justo". Me temo que la vida no es justa, y no tiene por qué serlo. A la gente buena le pasan cosas malas. No perdáis el tiempo con esos pensamientos.

Puedo sentir vuestra impotencia. No podéis curar a esas personas, porque no está en vuestra mano. Pero tampoco es lo que se espera de vosotras ahora mismo. Vuestro trabajo en este momento es actuar como lo que sois: seres queridos que brindan apoyo y energía, y hacen la parte que le corresponde en el proceso de recuperación de esa persona.

Puedo sentir vuestra lucha interna. Intentáis disimular vuestro dolor para que esa persona no sufra porque vosotros sufrís por ellos. No podéis derrumbaros ahora que os necesitan. Si veis que necesitáis ayuda para manteneros firmes, buscadla. Ambas contáis con un buen puñado de personas que os ayudarán. Y, por supuesto, podéis contar conmigo.

Puedo sentir vuestro miedo. Soy incapaz de deciros que todo saldrá bien; nadie sabe si será así.  Pero  es inútil torturarse. Si os centráis en lo malo que podría pasar os robaréis energía para lo que de verdad importa: hacer vuestro trabajo. Además, imaginad que se hubieran cambiado las tornas. ¿Cómo os gustaría ver a persona durante vuestro camino por el infierno? ¿Disfrutando en la medida de lo posible los momentos que pasáis juntos, o llorando en la cama?

Espero poder volver a sentir vuestra felicidad en un futuro próximo. Ánimo. Ánimo. Mucho, mucho ánimo.


A mis dos amigas. Ellas saben quiénes son. 

lunes, 22 de noviembre de 2010

El martillo del vecino


Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta la duda:
"¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo."
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir buenos días, nuestro hombre le grita furioso:
"¿Sabe qué le digo? ¡Que se meta el martillo por el culo!"
 Anticipar los pensamientos y movimientos de los demás es una característica de nuestra inteligencia. Sin embargo, no somos conscientes de la cantidad de errores que cometemos en el proceso (el lector quizá piense que eso solo le pasa a los demás, y así es; todos son idiotas menos usted y yo).

Nos olvidamos, por ejemplo, de que los demás no son como nosotros. Hacemos suposiciones basándonos en ese hecho, lo que equivale a usar la mesa para medir la regla. Por otro lado, nadie puede predecir el futuro ni leer la mente. No lo sabemos todo. Y ni siquiera podemos tener toda la información presente a la vez para formar nuestros juicios.

El problema se agrava cuando, después de habernos construído nuestra "película" (errónea), llega la hora del estreno. Cuantas más veces se proyecta esa película en nuestra cabeza más cierta se vuelve para nosotros. Posteriormente, cuando interactuamos en la vida real con uno de los "actores" implicados, éste se queda de piedra con nuestros actos o nuestras palabras, porque le cogemos totalmente fuera de juego.  Es el caso del vecino, que no sabe a santo de qué es insultado. Es el caso de un amigo mío, que no sabe cómo demonios una chica con la que tuvo sexo una vez se pensó que él dejaría a su novia por ella. Es el caso de una amiga, que se encontró con unas disculpas sobre unos hechos que ni siquiera conocía. Es el caso de todos aquellos a los que finalmente alguien le espeta las razones por las que repentinamente dejó de hablarle.
La reacción del afectado suele resumirse en frases como "¿de qué está hablando?", "¿esto a qué viene?" o la más prosaica "¿a éste que coj#@!?% le pasa?".

Todas las películas que se proyectan en el cine de nuestra mente son ciencia ficción. Tengámoslo presente en nuestro trato con los demás.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Cuando era pequeño


Cuando era pequeño...

... pensaba que las personas altas tenían más vértigo, porque su cabeza estaba más lejos del suelo.

... tenía que llevar yo el balón para poder jugar al fútbol.

... pensaba que en las droguerías vendían droga, así que no entendía por qué no las cerraban.

... urdí con mi primo un plan para descubrir a los Reyes Magos in fraganti. Nos quedamos dormidos.

... pensaba que todo lo que venía en los libros era cierto.

... gané el premio a la paz que concedía mi clase.

... pensaba que si, con un poco de sal la sopa estaba más buena, con un mucho de sal estaría mucho más buena. No fue así.

... pensaba que si, eras buen estudiante, te iría bien en la vida.

... decidí que, cuando fuera mayor, no bebería, ni fumaría ni me drogaría.

... quería ser el mejor en algo, variando ese 'algo' con el tiempo.

... pensaba que, cuando fuera mayor, no cometería los mismos errores que veía en los adultos.

... tenía la impresión de que los adultos se complicaban la vida de forma absurda.

... pensaba quer sería fácil declararse a una chica.

... era más fácil romper el hielo, bastaba con tener un sacapuntas del mismo color que tu compañero.

... mis padres contrataron payasos para actuar en el banquete de mi primera comunión. Me hicieron salir delante de todos y contar un chiste o una adivinanza. Opté por lo segundo. La respuesta a la misma era "un ataúd".

... en la guardería, en invierno, nos comíamos el hielo que se formaba en los charcos del patio.

...pensaba que mi familia eran monstruos disfrazados de personas, y que se quitaban la careta cuando yo no estaba.

... creía en Dios y en la Virgen. Rezaba todas las noches.

... las pesadillas acababan cuando me despertaba.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Cuando un tonto coge una linde


Por aquel entonces yo tenía catorce o quince años. Estaba en el instituto y, como pasa a esas edades, me había "enamorado" de una chica. Tras algunos torpes intentos de flirteo, una amiga común que tenía con aquella chica me hizo saber: "Dice que no quiere nada contigo."

Vaya por dios. Recuerdo que primero sentí una punzada en el estómago. Después hice lo que cualquier humano haría en mi situación: negar la realidad. Pensé "ya cambiará de opinión". Cegado por los sentimientos propios de la adolescencia me aferré (durante demasiado tiempo) a la metáfora del agua que horada la piedra, y seguí al acecho.

Huelga decir que aquello no llegó a ninguna parte. Ahora es fácil ver que fuí un cabezota; es la falacia narrativa. Pero si hubiera logrado lo que me proponía no hubiera sido cabezota, sino tenaz. Cuando la diferencia entre una cosa y la otra la marcan los resultados ¿cómo decidir si perseverar o abandonar? ¿Cómo saber cuándo es suficiente?

Me temo que la respuesta es: no hay manera. No podemos saber qué hubiera pasado de haber elegido la opción contraria. No podemos aprender de la experiencia (ni propia ni ajena), porque las situaciones no son siempre exactamente iguales. Pienso que se trata, simplemente, de apostar. Una apuesta cruel ya que, como poco, vas a perder tu tiempo y tu energía. Además,  siempre te quedará la duda de qué hubiera ocurrido si hubieras continuado intentándolo un poco más.

Solo puedo desearle suerte al lector.