lunes, 25 de abril de 2011

Perdidos en el bosque

Parece que atrás quedó aquel tiempo de los genios universales, polímatas productivos en un acervo de disciplinas heterogéneas. A estas alturas hay tanto conocimiento acumulado que la única forma de hacer algo nuevo (o solo el hecho de poder desenvolverse con soltura) en campos como la medicina, la informática o la arquitectura es especializarse al máximo. Verbigracia:

"Ser un experto es el mantra de la medicina moderna. A comienzos del siglo XX bastaba con un título de bachillerato y un año de estudios de medicina para empezar a ejercer. A finales de ese mismo siglo, todos los médicos de Estados Unidos debían tener un título universitario, más cuatro años de medicina, entre tres y siete años de formación como residentes en una especialidad: pediatría, cirugía, neurología y así sucesivamente. En los últimos años, sin embargo, ni siquiera este nivel de preparación ha sido suficiente para abarcar la creciente complejidad de la medicina. Hoy en día, al finalizar su residencia, la mayoría de los jóvenes médicos participan en algún proyecto de investigación, lo que supone un aumento de entre uno y tres años más de formación.
[...] Vivimos en la era del superespecialista."

Así que ahí estás tú, el tío con el trabajo más concreto del mundo. Eres el tipo que reparte el agua, los relojes y la gorra a los tres primeros clasificados al final de cada gran premio de Fórmula 1*. Eres el encargado de dar un único y pequeño paso en una larguísimo proceso de producción. Y encima es probable que haya un buen puñado de gente que pueda reemplazarte sin problema. Eres prescindible.

Trabajar para vivir, vivir para trabajar... en la práctica da un poco igual. ¿Cuántas horas crees que trabajas? Piénsalo otra vez. Quizá deberías contar como horas de trabajo las que gastas en ir y volver de tu oficina (o equivalente). Y las que usas en tareas relacionadas (tal vez ir a comprar trajes). Y las que pierdes de sueño. Y las que no aprovechas por tener la cabeza en eso que has dejado pendiente, o esa discusión que has tenido hoy con algún mentecato. Y las que consumes en ir al médico a que te trate de aquellas enfermedades producidas por la fatiga, el insomnio y el estrés. ¿No deberíamos invertir todo ese tiempo en algo reconfortante, o significativo? ¿No deberíamos sentir que nuestro trabajo tiene valor?

Mas ¿no es harto difícil ver la belleza del bosque cuando eres la hormiga que transporta pedacitos de cáscara siempre por el mismo camino?

* En este caso concreto quizá no haga falta mucha preparación, pero es que ese hombre me intriga. Cada vez que le veo me pregunto cómo llega uno hasta ahí.

domingo, 17 de abril de 2011

En el ocaso

Antonio (no es su verdadero nombre) tiene ochenta y siete años y vive con sus hermanas, ya que no puede valerse por sí mismo. Sufre varios problemas graves de salud. Algunos son típicos de la edad; otros, típicos de una vida de abuso de alcohol y tabaco. Pasa el día sentado y la noche tumbado.
Dos veces por semana, un amigo mío le visita como su osteópata personal. Su misión es movilizarle las articulaciones, levantarle y, en la medida de lo posible, frenar su atrofia muscular.
Antonio también tiene demencia senil. Cuando mi amigo está con él, a veces le dice que tiene que darse en terminar la sesión para poder ir a recoger a una novia suya que tiene en Barcelona. Alterna fases de delirio con fases de lucidez. Es en esos momentos, cuando mi amigo le anima («vamos abuelo, más fuerte», «ánimo, siga») es cuando él pregunta «para qué». Para qué tiene que hacer sus ejercicios. Por qué tiene que esforzarse, si no vale de nada. Se mira a sí mismo y se ve acabado.


El de 7 Abril mi abuelita materna cumplió ochenta años. Cuando le pregunté qué era lo mejor que le había pasado en la vida no estaba preparado para su respuesta: «no lo sé», respondió. Solo después de un rato mencionó lo esperable: sus hijos y su marido (fallecido cuando mi madre tenía quince años). Mi «ita» no ha tenido una vida fácil, aunque ahora vive cómoda y desahogadamente en una casa para ella sola, con su perra y suficiente salud como para no necesitar ayuda en las actividades de la vida diaria. Pasa sus días viendo la televisión y ojeando revistas del corazón, comiendo cada vez menos, saliendo cada vez menos a la calle por miedo a caerse (se ha roto los dos codos y un tobillo en sendas caídas). En cada visita la veo más triste, apagada y marchita. Cuando le proponemos actividades suele responder con un «yo soy muy vieja ya». Mi abuela ha bajado los brazos. Se ha rendido.

A propósito de los heridos graves en combate, escribe Atul Gawande:

«Sigue siendo una incógnita saber cómo podrán vivivr y funcionar él y otros como él. [...] Jamás hemos tenido que enfrentarnos al desafío de rehabilitar a personas con heridas tan graves. Apenas estamos empezandoa  a averiguar lo que hay que hacer para ofrecerles la posibilidad de una vida que valga la pena.»

Creo que lo mismo nos pasa con nuestros mayores (hablo de la sociedad en la que vivo, que es la única que conozco). Tengo la impresión de que fallamos en conseguir que los ancianos (cada vez más ancianos) mantengan las ganas de vivir, la motivación, las fuerzas para seguir adelante. Esterotipados y, en ocasiones, apartados en residencias, se quedan sin función ni propósito, quizá sintiéndose como un estorbo.

Por eso no me parece mal, en cierto modo, que los abuelos cuiden de los nietos. Porque darles responsabilidad (en grado adecuado) les viene bien. Pienso que deberíamos encontrar la manera de que los últimos diez, veinte o treinta años de vida no se reduzcan a esperar la muerte sentados enfrente de la puta tele.

sábado, 9 de abril de 2011

Cómo eres

Desde hace ya un tiempo disfrutamos en la oficina de las ínfulas de una dama de medio manto. Una valoración injusta por mi parte, dado que apenas la conozco, aunque la única vez que la oí hablar rogué que lo próximo que llegara a mis oídos fuera el sonido de un disparo.

La opinión mayoritaria acerca de la muchacha, a la que llamaremos Ruperta, es que es tonta. También hay quien piensa que no es que sea tonta, sino que se lo hace. Lo cual, según un amigo, la convierte en tonta. Lo cierto es que, si realmente está interpretando un papel, el Óscar que le dieron a Tom Hanks por su papel en Forrest Gump debería cambiar de manos.

Precisamente en esa película cuenta el protagonista:

«Mi madre siempre decía que tonto es el que hace tonterías»

¿Qué define a una persona? ¿Cuándo decimos que es tonta, o generosa, o que está loca? ¿La definen las acciones, o lo hacen sus motivaciones, sus pensamientos, sus sentimientos?
Pensamientos y actos no siempre van en la misma direccion (creo que los humanos somos unos miedicas hipócritas consagrados). Las motivaciones o los propósitos de nuestras acciones no siempre tienen el resultado esperado. A veces obramos con la mejor de las intenciones y acabamos hiriendo un ser querido.

A mi juicio, al principio nos formamos una impresión basándonos en lo que podemos ver: los actos. Pero ¿qué pasa cuando los actos pueden llevar a conclusiones opuestas? Ruperta tiene una carrera universitaria (para mi exposición asumiré que obtuvo el título a base de hincar codos, y no rodillas). Así que tal vez sí que sea lista en el fondo.
Si alguien te dice que es tu amigo pero no actúa como tal ¿es realmente tu amigo? Quizá es que cada uno tenga visiones distintas sobre cómo debe portarse un amigo. Desde su punto de vista, él es tu amigo. Desde el tuyo, no. ¿Quién tiene razón? Si alguien te dice que te quiere pero obra de forma incluso contraria a sus palabras ¿es posible que de verdad te quiera, pero que haya algo que le esté obligando a portarse como lo hace?·

Pasa el tiempo y vas conociendo a esa persona. Ahora «sabes» cómo piensa y cómo actúa. ¿No cambiará eso la interpretación de sus actos? Mi mejor amiga me valora como persona, a pesar de que me porto como un cretino. ¿Es correcta su apreciación?

He obviado tanto nuestros sesgos a la hora de formarnos opiniones sobre los demás, como el contexto en el que tienen lugar las acciones. Lo que me pregunto es si hay una forma objetiva de definir a una persona. Me pregunto si es tonto el que hace tonterías.

P.S: En su Ética a Nicómaco, dice Aristóteles:
«es acertado decir que el hombre se hace justo por el hecho de realizar acciones justas y templado por realizarlas templadas; y también que como consecuencia de no realizar éstas nadie podría ni siquiera estar en disposición de ser bueno. Sin embargo, la mayoría no llevan esto a la práctica, sino que se refugian en la teoría y creen que son filósofos y que así van a ser virtuosos, obrando de manera parecida a los enfermos que escuchan atentamente a los médicos, pero no hacen nada de los que se les prescribe»
Parece, pues, que para el estagirita, actuar de una cierta manera es necesario para considerar que la persona es realmente de esa manera.

domingo, 27 de marzo de 2011

Lo bueno, enemigo de lo perfecto


Imagina que haces bien tu trabajo el 99% de las veces. ¿Cuánto estarías dispuesto a esforzarte para llegar al 99,5%? ¿Y para pasar del 99,5% al 99,6%?

Una jefa mía me contó que en su máster les enseñaban que «lo perfecto es enemigo de lo bueno». La vieja historia de los optimizadores frente a los satisfactores. Puedo entender las razones tras esa lección, pero no me parece bien. No creo que sea correcto enseñar a un trabajador a conformarse, aunque (o porque) tu vida se torne más fácil.

Tomaré un ejemplo sacado de la medicina, donde los errores cuestan vidas. Aquí puede verse la tasa de supervivencia de cáncer en adultos españoles entre 1995 y1999. Tomando el conjunto de los tumores, una mejora del 0,1% del tratamiento significaría salvar la vida a 86 personas más en ese periodo. Una de las cuales podría ser tu madre, tu padre, tu pareja o tú mismo. Con el incremento de la incidencia de tumores en una población cada vez mayor, ese 0,1% representa con el tiempo más y más vidas.

Es verdad que no todos tenemos trabajos tan importantes. Es difícil ver la importancia de hacer perfectamente en un empleo de oficina, consistente básicamente en papeleo. Pero sigue siendo nuestra obligación moral:

«en un pasaje de la Metafísica de las costumbres, Kant se interroga expresamente acerca de cuáles de aquellos "fines" habrían de ser tomados por "deberes", a lo que se responde: "La propia perfección y la felicidad ajena"»

(Creo que en el mundo muere un gatito cada vez que un idiota como yo cita a Kant).

Se puede ver desde una perspectiva más mundana y utilitarista, si se desea. ¿Quién no ha deseado una mejor atención a los usuarios, o una administración pública más eficaz? Para obtener el bien común cada uno debe hacer su parte (en el ejemplo del cáncer, un tratamiento se lleva a cabo por un equipo, y el éxito es reponsabilidad de todos). Lo repetiré una vez más: la suma de los comportamientos individuales tiene un gran efecto. Y, además, buscar la perfección es lo correcto (otro gatito menos, me temo).

domingo, 20 de marzo de 2011

Full disclosure


En la pasada rootedCon se llevó a cabo una mesa redonda acerca de si deben revelarse los fallos de seguridad que se descubren en el software, cómo, cuándo y a quién. Al poco, los «cazadores de fallos» invitados llevaron el debate al punto previsible: no habría nada que discutir si el software estuviera bien hecho. Y entonces volvió a salir el manido ejemplo del coche.

¿Compraríamos coches que se pararan de repente, que hubiera que rearrancar continuamente a lo largo de un viaje? La respuesta habitual es no. Y, sin embargo, eso es lo que hacemos con el software.
Pero creo que eso es comparar peras con manzanas. Olvidamos que el automóvil tiene más de cien años de historia, que el primer coche fabricado no fue un BMW con 6 airbags, control de tracción, aire acondicionado y la capacidad de superar los 200 Km/h. Por contra, el software es aún muy joven (menos de un siglo de vida) y, por tanto, muy primitivo. Hoy usamos programas inseguros de la misma forma que en su momento se condujeron coches inseguros (sin cinturón de seguridad, sin airbags, o que explotaban con demasiada facilidad).

Creo que con el tiempo el software madurará, y puede que la discusión sobre la revelación de fallos de seguridad deje de tener sentido. Quizá dentro de muchos años la gente se pregunte cómo podíamos apañarnos con unos programas tan malos, de la misma forma que nosotros nos preguntamos cómo pudieron apañarse los primeros lectores con libros sin portada ni índice.

sábado, 12 de marzo de 2011

Savasana

«Acostado sobre el piso traigo las rodillas al pecho y las abrazo. Tomo aire, y exhalando la nariz entre las rodillas. Las manos en la nuca, bajo con calma los pies, saco todo el aire. Estiro la pierna derecha, jalo el talón y lo llevo lo más lejos posible. Bajo al piso. Estiro la izquierda, el talón lejos... bajo con calma. Ahora levanto los dos talones y los jalo lejos... más lejos... y con calma bajo. Los talones al ras de mis hombros, levanto el coxis y lo jalo hacia arriba. Levanto el torso, tomo mi cuello con las manos sin entrelazar y lo deslizo hasta la nuca. Bajo la cabeza lentamente, conservando mi centro. Respiro... Al apoyar la cabeza saco todo el aire. Coloco los brazos a mis costados, con las palmas hacia arriba, y jalo sutilmente con las manos hacia los pies para separar los hombros de las orejas.
Relajo todos los músculos... Savasana es la postura más importante de la clase. Voy a dejarme derretir en el piso... Centro la atención en la respiración. Que sea una respiración silenciosa, pausada... Dejo que la respiración regrese a su estado natural... Una respiración que por su propia naturaleza incita a la tranquilidad. 
Siento con claridad cómo en cada exhalación el cuerpo se va relajando más y más... Cada vez que la mente se distraiga yo traigo la atención a la respiración, y me percato de ese fugaz instante en el que la inhalación se convierte en exhalación, y la exhalación en inhalación.
Reviso la calidad de mi relajación... Perfecciono la postura... Me olvido de todo, y de todos... Simplemente confío... Regreso a mi estado más natural en todos los sentidos.... Eso es confiar en la naturaleza. Confío... Confío en que todo va a salir bien... Practico la tranquilidad... 
Disfruto profundamente de este momento... Siento una gran comodidad en dejarme fluir... No fuerzo situaciones, suelto el control... Relajo el cuerpo... relajo las emociones... dejo que mi respiración también se relaje... Relajo mi vida...

Permanezco un momento más en estado de relajación profunda... Permanezco conectado con todo lo que sucede internamente... Y siento cómo todo se expande... Expando la tranquilidad...
Muevo gradualmente los dedos de las manos y los dedos de los pies. Regreso poco a poco. Giro los pies hacia dentro y hacia fuera... adentro y afuera... noto cómo el movimiento involucra a la pelvis... adentro y afuera... Junto mis piernas, arrastro los brazos por el piso hacia arriba, entrelazo las manos, apunto, me alargo lo más posible... Flexiono mis piernas, tomo aire y traigo las rodillas al pecho. Sensitivamente, al exhalar la nariz entre las rodillas. Bajo la cabeza al piso, cruzo mis piernas y me impulso hacia adelante.
Respiro profundo. Ahora que la mente está tranquila es mucho más fácil ver cuál es mi prioridad, hacia dónde necesito la energía en este momento de mi vida. Paso la energía de una mano hacia la otra y la dirijo hacia mi prioridad... Voy con calma hacia adelante... Me acerco más a mí mismo... Establezco una complicidad conmigo...
Namasté.»

Alejandro Maldonado.

domingo, 6 de marzo de 2011

La lógica oculta de la vida

«Si crees que la gente no es racional, intenta primero ser más listo que ellos. Quizá descubras que no es tan fácil como parecía»
Parece que se ha armado algo de revuelo en España con la reducción del límite superior de velocidad en autopistas a 110 Km/h. Lo que más he visto repetido es que lo hacen para recaudar más dinero con las multas y que no sirve para ahorrar.

Cuando vemos que se toman decisiones que parecen no tener sentido deberíamos preguntarnos qué pudo llevar a tomar tal decisión. Creemos que todo el mundo es idiota menos nosotros, pero tengo la impresión de que elegiríamos lo mismo de estar en el lugar del decididor. El tercer libro de Tim Harford ofrece una serie de explicaciones plausibles sobre decisiones en apariencia irracionales del día a día. ¿Por qué hay gente que fuma, con lo perjudicial que es? ¿Por qué las prostitutas asumen el riesgo de las enfermedades venéreas? ¿Por qué pagan enormes sueldos a los altos directivos de las multinacionales, si no producen tanto? Todas ellas son cuestiones tratadas por el autor en esa recomendable lectura.

Aunque apenas tengo conocimientos de mecánica, puedo suponer que se ahorraría más evitando los atascos de las grandes ciudades en hora punta que rebajando el límite a 110 Km/h. Pero ¿qué implica eso? Reducir el número de coches en circulación. Para ello se podría hacer que, por ejemplo, un día circulen los coches de matrícula par y otro los de matrícula impar. Sin embargo, me parece que si se optara por esta medida el revuelo pasaría a mayores. Así que quizá hayan buscado una medida con un equilibrio entre impopularidad y ahorro, entre eficacia y facilidad de llevar a cabo.

¿Y si se subieran aún más los impuestos sobre los combustibles?. Quizá eso sea mejor, y evite además que la gente circule a 160 Km/h y frene en las zonas vigiladas por radares. Por mi experiencia diría que hacer eso llevaría a otra huelga de camioneros. Si subes los impuestos afecta a todos los conductores, mientras que si rebajas el límite no.

No tengo una opinión firme sobre esta medida. No sé si será útil o no, y probablemente haya otras mejores. Lo que quiero resaltar es que si nos viéramos en la misma situación que el legislador, teniendo la misma información que él, es posible que acabáramos obrando igual. No siempre somos idiotas porque sí.

sábado, 26 de febrero de 2011

Diálogos

Frasier le había prestado a un compañero dos libros de «autoayuda». Martin lo vio y comentó:

-Esos libros no sirven para nada. Si de verdad fueran útiles, la gente no tendría problemas.
-Ese es un argumento estúpido -replicó Frasier-. ¿Acaso no hay dietas y planes de ejercicio que funcionan? Y, sin embargo, sigue habiendo gordos. Quizá el problema no sea que no funcionen, sino que sus enseñanzas no se apliquen.

Niles intervino.

-Aunque en el fondo estoy de acuerdo contigo, papá, concuerdo con Frasier en que tu forma de argumentar es pésima. Me enerva esa clase de razonamiento miope.
-¿Qué quieres decir con razonamiento miope?-, preguntó Martin.
-Me refiero a que tu conclusión no se sostiene, como ha evidenciado Frasier. Ocurre habitualmente en las conversaciones del día a día: se razona de forma pobre, ilógica, falaz sin perspectiva y sin ser consciente de los propios sesgos cognitivos.

Martin puso los ojos en blanco.

-Vale, ya he tenido suficiente. Me voy a por una cerveza.

El padre abandonó la habitación dejando solos a los dos hermanos.

-Hoy mismo me he encontrado otro ejemplo-, continuó Frasier, ignorando a su padre-. Un hombre que decía «si no quieren que vaya a más de 110 km/h en la autopista ¿por qué me venden un coche que puede ir a 240 km/h?». Es tan absurdo como preguntar «si no quieren que mate a nadie ¿por qué me venden un cuchillo tan grande?». Seguro que además es el mismo tipo de persona que pone el grito en el cielo cuando se le prohíbe fumar en bares y restaurantes.
-Bueno Frasier, ya sabes que las reglas personales no son transitivas, ni tiene que funcionar a nivel global; basta con que lo hagan localmente.
-Que la gente es hipócrita, quieres decir.
-Eso mismo.
-Lo peor es que este tipo de sandeces se usan como titulares. La mayoría de la gente toma como cierto todo lo que aparece publicado, sin el más mínimos espíritu crítico.
-Por lo general, los periodistas no tienen tiempo para pensar y, si les preguntas, probablemente te digan que no les pagan suficiente para ello.
-¿Sabes, Niles? Esto me recuerda aquellas palabras de William Harvey: «El vicio, demasiado corriente, de la época actual es exponer como verdades manifiestas lo que son meras fantasías, nacidas de la conjetura y del razonamiento superficial».
-Me temo que eso es tan cierto hoy día como lo era en el siglo XVII, cuando fueran escritas esas palabras.
-En fin. ¿Un jerez?
-Por favor.

sábado, 12 de febrero de 2011

Punto final (Adendum)

Así que has decidido que quieres morir. ¿Y ahora qué? No hay nada como ponerse en harina para encontrar cuestiones que no te habías planteado.

Primero hay que elegir el método. Lo suyo sería elegir alguno que fuera indoloro, aunque hay gente para todo. También estaría bien que fuera rápido, no vaya a ser que te arrepientas, abortes la operación a la mitad y tengas que vivir con las secuelas el resto de tu miserable vida. Incluso se puede elegir el estilo. ¿Optas por un método «femenino» (pastillas, evenenamiento) o por uno «masculino» (armas de fuego, saltar al vacío)? La verdad es que la elección no es tan sencilla.

Creo que lo más eficaz son las armas de fuego. Una pistola de buen calibre puede reventar completamente el cráneo. Apuntando desde el punto más alto de la frente hacia atrás y hacia la nuca, la bala atravesaría todo el cerebro, que se asienta en tres escalones dentro de la cabeza. Probabilidad de fallo casi nula. Además es rápido, y supongo que indoloro. Sin embargo, la dificultad de encontrar un arma en algunos países lo hace poco práctico. 

Personalmente, descartaría ahorcarme, envenenarme o cortarme las venas. Son métodos que tienen más probabilidades salir mal, que tardan más en hacer efecto y que son más dolorosos (especialmente el envenenamiento -por ejemplo, con anticongelante-). Bastante has sufrido ya para decidir matarte como para encima seguir padeciendo mientras te vas por la posta. Si aún así alguien decide optar por la cuchilla, le recomiendo ir a por la arteria braquial en lugar de a por las venas de las muñecas. De nada.

Tampoco elegiría saltar al vacío, ni ser arrollado por un tren. No me imagino la sensación que debe ser arrepentirse de lo que estás haciendo a la altura del séptimo piso mientras te diriges sin remedio a la acera. Respecto a lo del tren, tampoco hay que jorobar a los demás solo porque tú seas un llorica; hay gente que tiene que ir a trabajar (aunque quién sabe, quizá más de uno se alegre de tener una excusa para no llegar a la oficina ese día).

Me parece que me quedo con las pastillas. Un cóctel adecuado de hipnóticos, miorrelajantes y ansiolíticos (diazepam con orfidal, por ejemplo) induce un estado de sueño y posterior parálisis de la respiración. Es algo parecido a la inyección letal con la que se ejecuta a los reos. En principio es indoloro, aunque tarda un poco en hacer efecto. Sin embargo, las drogas te inducen un delicioso estado en el que todo ta igual. Si añades alcohol a la mezcla el efecto es mayor y encima te vas «calentito».

No obstante, no todo son ventajas. Un error en la dosis por defecto y te despertarás en el hospital con el estómago lavado. Por contra, un exceso puede inducir el vómito (razón por la cual se podría añadir un antihemético a la mezcla; vas a necesitar mucha agua para tragarte todo eso). Además, ese tipo de medicinas solo se venden con receta. Claro que si actualmente estás en tratamiento por depresión puede que ya tengas el botiquín lleno de ellas. Eso que te ahorras. ¿A qué estás esperando? Adelante. Esperaré.

¿Sigues leyendo? Eres un cobarde. O más bien, aún no estás suficientemente desesperado. No pasa nada, tiempo al tiempo.

Imaginemos que lo has conseguido: estás muerto. ¿Y ahora? ¿Has pensado en quién encontrará tu cadáver? ¿En cómo se enterarán tus amigos y conocidos? ¿En lo que pensarán? ¿En cómo serán tu velatorio y tu funeral? ¿Qué pasará con todas las cosas materiales que acumulaste en vida? ¿Y con todas tus cuentas en páginas y servicios en Internet? Quizá estaría bien poner un aviso de «estaré fuera de la oficina» en tu cliente de correo electrónico, porque igual tardas un poco en contestar los mensajes que te vayan llegando (esto último me recuerda otro asunto que voy a obviar: la nota de suicidio).

Si has leído hasta aquí, puede que en realidad estés buscando una razón para seguir viviendo (o una excusa para justificar tu cobardía). Yo no puedo decirle a nadie que la vida es bella, o que tiene un montón de razones para vivir, o cualquier otro cliché. Lo único que se me ocurre es que suicidarse es (en algunos casos) un acto egoísta. Si hay gente que te quiere ¿por qué hacerles sufrir así? Tal vez pienses que estarían mejor sin ti pero ¿puedes decidir eso por ellos? ¿Te gustaría que ellos hicieran lo mismo?

Aunque, pensando globalmente, es posible que nuestro devastado y superpoblado mundo sea un lugar mejor sin ti, insignificante depredador humano. Como suele ocurrir en vida, debes decidir sin saber realmente lo que va a pasar o lo que pasaría de haber optado por la otra alternativa. ¿Qué crees? ¿Será esta tu última elección?

sábado, 5 de febrero de 2011

Punto final


Dicen que el suicidio nunca es la solución. Quizá eso depende de cómo se plantee el problema. Al fin y al cabo, solo sufres cuando estás vivo. Si quieres dejar de sufrir, morir es una solución eficaz al cien por cien. Sí, hay otras posibles soluciones en vida, pero no tan eficaces, y bien pueden ser totalmente inútiles. Igual que con el dolor físico uno no empieza directamente con la morfina, sino con el paracetamol, es estúpido plantearse el suicidio ante el primer problema. Sin embargo, cuando ya has probado esas otras soluciones y ninguna ha funcionado ¿qué haces?

Dicen que el suicidio es una solución permanente a un problema temporal. Dudoso. Puede que los problemas sean temporales, pero la sucesión de los mismos es permanente. Suspendes un examen y estás unos días fastidiado. Después te deja tu pareja, y sufres unos cuantos meses. Cuando te has recuperado, te quedas sin trabajo. Cuando lo vuelves a tener, enfermas o tienes que someterte a cirugía, y pasas otros tantos meses dolorido. Puede que tras ello muera algún miembro de tu familia; más llantina. Y así sucesivamente hasta que eres un saco de pellejo que no puede valerse por sí mismo ni siquiera para poner el punto final. Estás atrapado. Y bien jodido.

Como puede verse, yo me estoy refiriendo al pensamiento de suicidio originado por el dolor, no por otras causas (miedo, honor, venganza, etc.). Es cierto que si una persona está sufriendo enormemente posiblemente no sea capaz de pensar racionalmente, por lo que no debería tomar según qué decisiones. Pero ¿puede alguien decidir por ti en este caso? ¿Puede decidir sin sentir lo mismo que tú? ¿O puede decidir precisamente porque no siente lo mismo que tú?

Creo que la depresión es como un cáncer, pero solo visible indirectamente (por sus efectos). Igual que con un cáncer, eres diagnosticado y tratado. Igual que con el cáncer, el tratamiento puede funcionar... o no. Quizá te recuperes y estés bien unos años, pero el horror puede volver. ¿Aceptas pasar por todo otra vez, sabiendo que puede repetirse una tercera vez, y una cuarta (y una quinta...)? Sin comerlo ni beberlo te has convertido en una víctima de los castigos de Sísifo y Prometeo simultáneamente.
Pero en la depresión tú puedes decidir si ya has tenido suficiente. Por contra, el cáncer se te puede llevar por la posta quieras o no. No sé qué es peor.

En ocasiones me ha ocurrido que he terminado de leer un libro a pesar de que me aburría enormemente, solo por la posibilidad de que hubiera algo bueno en alguna parte, y no quería perdérmelo.  ¿Merece la pena vivir así, siguiendo adelante esperando encontrar un «buena pasaje» en una retahíla de aflicciones?

Puede que todo sea una ilusión, que la persona sea una víctima de la indefensión aprendida. Al fin y al cabo, nadie puede predecir el futuro. ¿Por qué iba a volver repetirse lo malo? ¿Por qué no iban a cambiar las cosas? ¿Por qué no iba cambiar tu forma de ver las cosas?

¿Por qué en el futuro no iba a poder llover hacia arriba?

¿Por qué no iba a congelarse el infierno?

¿Por qué no ibas a poder decidir «no tener cáncer»?

domingo, 30 de enero de 2011

Autoayuda


He sido lector de libros de autoayuda desde muy joven. Si no recuerdo mal, el primero que leí fue «El método Silva del dominio de la mente», un libro sobre PNL que mi madre guardaba en su estantería. Desde entonces, tengo la impresión de haber recorrido todo el espectro, desde los más ingenuos a los más científicos, pasando por los más populares. Desde donde estoy sentado escribiendo esto puedo contar treinta libros de este género en mis estanterías.

Cuando comencé a leerlos, creía que todos serían útiles, en mayor o menor medida. Durante mi etapa «mística» (tarot, runas, astrología) los libros de Paulo Coelho me parecían lo más. Tras recuperar el sentido común pasé a leer aquellos respaldados por la psicología, y últimamente solo me interesan los que están basados en pruebas experimentales.

Después de haberme tragado un buen puñado de este tipo de obras, soy escéptico respecto a su eficacia. Los experimentos que respaldan los consejos no dejan de ser, hoy por hoy, cimientos de barro. Las situaciones reales no siempre son reproducibles en condiciones controladas, los resultados de laboratorio no siempre son extrapolables, los efectos observados no siempre tienen la misma intensidad o no son estadísticamente significativos, los resultados podrían no ser aplicables universalmente... Además ¿cómo comprobar que funcionan? Si solo te observas a ti mismo es imposible, porque no hay grupo de control, ni es posible hacer un estudio doble-ciego.

Aún así, supongamos que los consejos mostrados son realmente eficaces. ¿Cumplirían con el propósito para el que fueron escritos? Con esta pregunta, que parece de perogrullo, quiero señalar una asunción implícita que podría ser falsa. Los libros de este género asumen que uno puede «tratarse» a sí mismo; de ahí el término auto-ayuda, al fin y al cabo (esto lo he deducido yo solito; cuando duermo mis ocho horas soy bastante espabilado). Pero ¿es eso cierto? Yo creo que no. Para cuando llega a nuestra conciencia, nuestra percepción de las cosas ya está deformada. ¿Podemos vernos a nosotros mismos de forma no sesgada? ¿Podemos ver los problemas que realmente tenemos, y no los que creemos que tenemos? ¿Podemos saber cuál es el mejor tratamiento para nuestro caso? ¿Podemos saber si realmente estamos progresando?

Personalmente, tengo la impresión de que estos textos no me han servido para mucho (por no decir para nada). Quizá no he practicado lo suficiente las técnicas publicadas. Quizá no he leído el libro adecuado. Quizá uno no pueda cambiarse a uno mismo. O quizá (y esto es lo que me temo) algunas personas no puedan, simplemente, cambiar.

domingo, 23 de enero de 2011

Deberialandia

Un amigo me hizo llegar un artículo con el siguiente titular:
«La inteligencia es mayor si eres guapo»
La fuente original parecer ser ésta, un estudio de Satoshi Kanazawa.

Este cúmulo de despropósitos es demasiado habitual. Por un lado, los periodistas hacen bastante mal su trabajo. Como es costumbre en estos casos, solo se publican las conclusiones de un estudio por sus jugosas conclusiones, sin contrastar ni verificar ni el método ni los datos. Peor aún es el tono de convicción del periodista: «se sabe que esto no es cierto y ahora hay un estudio científico que lo demuestra». Lo cierto es que muy poco puede probar un único estudio de este tipo.

Por otro lado, el trabajo de Kanazawa tampoco me parece muy bueno. Los métodos usados para medir el atractivo físico se me antojan, cuanto menos, dudosos: la persona es calificada subjetivamente por un único entrevistador. La muestra, aunque amplia, podría no ser válida: en el mundo hay miles de millones de personas que no son anglosajones que viven en sociedades industrializadas. Pero el error más grave, a mi entender, es asumir que la inteligencia es algo que podemos medir actualmente de forma fiable y universal. El cociente intelectual es una herramienta inútil para ello; es como utilizar un martillo para cortar tablones. (Parece que los humanos no empecinamos en usar alguna forma de medir, por mala que sea. En el mundo financiero, por ejemplo, tenemos CAPM y la ecuación de Black-Scholes, a las que se podría culpar -al menos en parte- de la crisis económica de 2008).

Juntas conocimiento incompleto con un mal trabajo y el resultado es otra idea falsa que añadir a la lista. Y luego, a ver cómo la sacas del «saber popular». Dado lo difícil que es corregir un aprendizaje incorrecto, más valdría esforzarse en prevenir que este tipo de cosas lleguen a millones de personas con tanta facilidad y frecuencia (me queda el consuelo de que pocos son los que leen, y menos aún los que van a la sección de «ciencia»).

Dudo que esté exagerando. Como escribí la última vez, creo que en lo pequeño y en lo grande debemos obrar bien. Eso incluye hacer todos nuestro trabajo lo mejor posible. Pero claro, «no vivimos en debería-landia».

jueves, 6 de enero de 2011

Obrar bien

«Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal. »
Algunas de mis conductas ecológicas sorprenden a los que me rodean. Por ejemplo, cuando voy apagando las luces detrás de aquellos que se las van dejando encendidas.

Ocurre que solo tenemos un planeta, y lo tenemos hecho unos zorros. Las generaciones futuras pagarán nuestra irresponsabilidad, así como el resto de especies con las que convivimos (¿por qué iban a importar menos los insectos que el Homo Sapiens Sapiens?). ¿No es reprobable el hecho de no actuar contra el deterioro del ecosistema, solo porque "yo no estaré/tú no estarás" aquí para sufrir las consecuencias? (y ya veremos si nos libramos).

"No recicles", me decía un amigo. "Luego mezclan la basura", refiriéndose a que era inútil separar los residuos por tipo. Puede que sea así a veces, pero para eso están los inspectores, para comprobar que la basura se separa en los vertederos. Yo hago mi parte, que es separar vidrio, envases, papel, etcétera en el origen. Después espero de los demás que hagan la suya.

A menudo oigo que no voy a cambiar nada, o que no es importante lo que haga o deje de hacer una persona. Pero es precisamente la suma de los comportamientos individuales lo que produce resultados globales, buenos y malos. Teoría del caos. La mariposa que bate sus alas y eso.

Dentro de no mucho seremos más de 7.000 millones de personas. Un comportamiento multiplicado 7.000 millones de veces me parece que tiene un gran impacto. Por eso creo que hay que seguir la máxima kantiana que encabeza esta entrada en todo momento, aunque nadie nos observe, aunque no tenga recompensa, por nimio que parezca el comportamiento. Para mí, la ecología es una extensión de la ética.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Dilemas

Viaja como pasajero en un coche conducido por su mejor amigo, y éste atropella a un peatón. Sabe que su amigo iba a 70 km/h en una zona de 40 km/h. No hay testigos. El abogado de su amigo le dice que si testifica bajo juramento que su velocidad era de solo 40 km/h, entonces le salvará de consecuencias graves.
¿Qué haría usted?

Un vagón se dirige sin control y a toda velocidad hacia un grupo de cinco personas. Todas morirán si no se encuentra alguna manera de detener o desviar el recorrido del vagón. Existe la posibilidad de accionar un mecanismo que enviará el vagón hacia otra vía, pero en ésta se halla un trabajador ocupado en obras de mantenimiento. El vagón mataría a este hombre, pero los otros cinco se salvarían.
¿Qué haría usted?

Usted se halla en una pasarela elevada que cruza sobre la vía, y situado de tal manera que la vertical cae en un punto de la vía comprendido entre el vagón y las cinco personas. Ahora no se puede acceder a ningún cambio de agujas, pero al lado de usted hay un individuo, un hombre corpulento y (digamos) algo borracho. Una manera de frenar la carrera del vagón loco, o de restarle velocidad al menos, consistiría en empujar a este individuo de modo que caiga a la vía y resulte atropellado.
¿Sería usted capaz de dar ese empujón fatídico para salvar la vida a cinco personas?

¿Y qué haría usted si el peatón atropellado, el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre o su madre (o cualquier otro familiar muy cercano)?

¿Y qué haría usted si el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre, y en el vagón viajara su madre (o viceversa)?

martes, 30 de noviembre de 2010

Una carta abierta

"Cuando solo dispones de palabras gastadas, lo único que puedes hacer es juntarlas y esperar que digan algo nuevo."

Puedo sentir vuestro dolor. Una persona a la que amáis, por razones distintas  en cada caso, habita en la ciudad del llanto.  Os veo lidiar con ello, cada una como puede. No seáis víctimas de los mitos sobre el sufrimiento.

Puedo sentir vuestra frustración. Os he oído preguntaros "¿por qué?", y maldecir rematando con un "no es justo". Me temo que la vida no es justa, y no tiene por qué serlo. A la gente buena le pasan cosas malas. No perdáis el tiempo con esos pensamientos.

Puedo sentir vuestra impotencia. No podéis curar a esas personas, porque no está en vuestra mano. Pero tampoco es lo que se espera de vosotras ahora mismo. Vuestro trabajo en este momento es actuar como lo que sois: seres queridos que brindan apoyo y energía, y hacen la parte que le corresponde en el proceso de recuperación de esa persona.

Puedo sentir vuestra lucha interna. Intentáis disimular vuestro dolor para que esa persona no sufra porque vosotros sufrís por ellos. No podéis derrumbaros ahora que os necesitan. Si veis que necesitáis ayuda para manteneros firmes, buscadla. Ambas contáis con un buen puñado de personas que os ayudarán. Y, por supuesto, podéis contar conmigo.

Puedo sentir vuestro miedo. Soy incapaz de deciros que todo saldrá bien; nadie sabe si será así.  Pero  es inútil torturarse. Si os centráis en lo malo que podría pasar os robaréis energía para lo que de verdad importa: hacer vuestro trabajo. Además, imaginad que se hubieran cambiado las tornas. ¿Cómo os gustaría ver a persona durante vuestro camino por el infierno? ¿Disfrutando en la medida de lo posible los momentos que pasáis juntos, o llorando en la cama?

Espero poder volver a sentir vuestra felicidad en un futuro próximo. Ánimo. Ánimo. Mucho, mucho ánimo.


A mis dos amigas. Ellas saben quiénes son.