Viaja como pasajero en un coche conducido por su mejor amigo, y éste atropella a un peatón. Sabe que su amigo iba a 70 km/h en una zona de 40 km/h. No hay testigos. El abogado de su amigo le dice que si testifica bajo juramento que su velocidad era de solo 40 km/h, entonces le salvará de consecuencias graves.
¿Qué haría usted?
Un vagón se dirige sin control y a toda velocidad hacia un grupo de cinco personas. Todas morirán si no se encuentra alguna manera de detener o desviar el recorrido del vagón. Existe la posibilidad de accionar un mecanismo que enviará el vagón hacia otra vía, pero en ésta se halla un trabajador ocupado en obras de mantenimiento. El vagón mataría a este hombre, pero los otros cinco se salvarían.
¿Qué haría usted?
Usted se halla en una pasarela elevada que cruza sobre la vía, y situado de tal manera que la vertical cae en un punto de la vía comprendido entre el vagón y las cinco personas. Ahora no se puede acceder a ningún cambio de agujas, pero al lado de usted hay un individuo, un hombre corpulento y (digamos) algo borracho. Una manera de frenar la carrera del vagón loco, o de restarle velocidad al menos, consistiría en empujar a este individuo de modo que caiga a la vía y resulte atropellado.
¿Sería usted capaz de dar ese empujón fatídico para salvar la vida a cinco personas?
¿Y qué haría usted si el peatón atropellado, el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre o su madre (o cualquier otro familiar muy cercano)?
¿Y qué haría usted si el mecánico en la vía o el borracho en la pasarela fuera su padre, y en el vagón viajara su madre (o viceversa)?
miércoles, 8 de diciembre de 2010
martes, 30 de noviembre de 2010
Una carta abierta
"Cuando solo dispones de palabras gastadas, lo único que puedes hacer es juntarlas y esperar que digan algo nuevo."
Puedo sentir vuestro dolor. Una persona a la que amáis, por razones distintas en cada caso, habita en la ciudad del llanto. Os veo lidiar con ello, cada una como puede. No seáis víctimas de los mitos sobre el sufrimiento.
Puedo sentir vuestra frustración. Os he oído preguntaros "¿por qué?", y maldecir rematando con un "no es justo". Me temo que la vida no es justa, y no tiene por qué serlo. A la gente buena le pasan cosas malas. No perdáis el tiempo con esos pensamientos.
Puedo sentir vuestra impotencia. No podéis curar a esas personas, porque no está en vuestra mano. Pero tampoco es lo que se espera de vosotras ahora mismo. Vuestro trabajo en este momento es actuar como lo que sois: seres queridos que brindan apoyo y energía, y hacen la parte que le corresponde en el proceso de recuperación de esa persona.
Puedo sentir vuestra lucha interna. Intentáis disimular vuestro dolor para que esa persona no sufra porque vosotros sufrís por ellos. No podéis derrumbaros ahora que os necesitan. Si veis que necesitáis ayuda para manteneros firmes, buscadla. Ambas contáis con un buen puñado de personas que os ayudarán. Y, por supuesto, podéis contar conmigo.
Puedo sentir vuestro miedo. Soy incapaz de deciros que todo saldrá bien; nadie sabe si será así. Pero es inútil torturarse. Si os centráis en lo malo que podría pasar os robaréis energía para lo que de verdad importa: hacer vuestro trabajo. Además, imaginad que se hubieran cambiado las tornas. ¿Cómo os gustaría ver a persona durante vuestro camino por el infierno? ¿Disfrutando en la medida de lo posible los momentos que pasáis juntos, o llorando en la cama?
Espero poder volver a sentir vuestra felicidad en un futuro próximo. Ánimo. Ánimo. Mucho, mucho ánimo.
A mis dos amigas. Ellas saben quiénes son.
lunes, 22 de noviembre de 2010
El martillo del vecino
Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta la duda:
"¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo."Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir buenos días, nuestro hombre le grita furioso:
"¿Sabe qué le digo? ¡Que se meta el martillo por el culo!"Anticipar los pensamientos y movimientos de los demás es una característica de nuestra inteligencia. Sin embargo, no somos conscientes de la cantidad de errores que cometemos en el proceso (el lector quizá piense que eso solo le pasa a los demás, y así es; todos son idiotas menos usted y yo).
Nos olvidamos, por ejemplo, de que los demás no son como nosotros. Hacemos suposiciones basándonos en ese hecho, lo que equivale a usar la mesa para medir la regla. Por otro lado, nadie puede predecir el futuro ni leer la mente. No lo sabemos todo. Y ni siquiera podemos tener toda la información presente a la vez para formar nuestros juicios.
El problema se agrava cuando, después de habernos construído nuestra "película" (errónea), llega la hora del estreno. Cuantas más veces se proyecta esa película en nuestra cabeza más cierta se vuelve para nosotros. Posteriormente, cuando interactuamos en la vida real con uno de los "actores" implicados, éste se queda de piedra con nuestros actos o nuestras palabras, porque le cogemos totalmente fuera de juego. Es el caso del vecino, que no sabe a santo de qué es insultado. Es el caso de un amigo mío, que no sabe cómo demonios una chica con la que tuvo sexo una vez se pensó que él dejaría a su novia por ella. Es el caso de una amiga, que se encontró con unas disculpas sobre unos hechos que ni siquiera conocía. Es el caso de todos aquellos a los que finalmente alguien le espeta las razones por las que repentinamente dejó de hablarle.
La reacción del afectado suele resumirse en frases como "¿de qué está hablando?", "¿esto a qué viene?" o la más prosaica "¿a éste que coj#@!?% le pasa?".
Todas las películas que se proyectan en el cine de nuestra mente son ciencia ficción. Tengámoslo presente en nuestro trato con los demás.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Cuando era pequeño
Cuando era pequeño...
... pensaba que las personas altas tenían más vértigo, porque su cabeza estaba más lejos del suelo.
... tenía que llevar yo el balón para poder jugar al fútbol.
... pensaba que en las droguerías vendían droga, así que no entendía por qué no las cerraban.
... urdí con mi primo un plan para descubrir a los Reyes Magos in fraganti. Nos quedamos dormidos.
... pensaba que todo lo que venía en los libros era cierto.
... gané el premio a la paz que concedía mi clase.
... pensaba que si, con un poco de sal la sopa estaba más buena, con un mucho de sal estaría mucho más buena. No fue así.
... pensaba que si, eras buen estudiante, te iría bien en la vida.
... decidí que, cuando fuera mayor, no bebería, ni fumaría ni me drogaría.
... quería ser el mejor en algo, variando ese 'algo' con el tiempo.
... pensaba que, cuando fuera mayor, no cometería los mismos errores que veía en los adultos.
... tenía la impresión de que los adultos se complicaban la vida de forma absurda.
... pensaba quer sería fácil declararse a una chica.
... era más fácil romper el hielo, bastaba con tener un sacapuntas del mismo color que tu compañero.
... mis padres contrataron payasos para actuar en el banquete de mi primera comunión. Me hicieron salir delante de todos y contar un chiste o una adivinanza. Opté por lo segundo. La respuesta a la misma era "un ataúd".
... en la guardería, en invierno, nos comíamos el hielo que se formaba en los charcos del patio.
...pensaba que mi familia eran monstruos disfrazados de personas, y que se quitaban la careta cuando yo no estaba.
... creía en Dios y en la Virgen. Rezaba todas las noches.
... las pesadillas acababan cuando me despertaba.
domingo, 14 de noviembre de 2010
Cuando un tonto coge una linde
Por aquel entonces yo tenía catorce o quince años. Estaba en el instituto y, como pasa a esas edades, me había "enamorado" de una chica. Tras algunos torpes intentos de flirteo, una amiga común que tenía con aquella chica me hizo saber: "Dice que no quiere nada contigo."
Vaya por dios. Recuerdo que primero sentí una punzada en el estómago. Después hice lo que cualquier humano haría en mi situación: negar la realidad. Pensé "ya cambiará de opinión". Cegado por los sentimientos propios de la adolescencia me aferré (durante demasiado tiempo) a la metáfora del agua que horada la piedra, y seguí al acecho.
Huelga decir que aquello no llegó a ninguna parte. Ahora es fácil ver que fuí un cabezota; es la falacia narrativa. Pero si hubiera logrado lo que me proponía no hubiera sido cabezota, sino tenaz. Cuando la diferencia entre una cosa y la otra la marcan los resultados ¿cómo decidir si perseverar o abandonar? ¿Cómo saber cuándo es suficiente?
Me temo que la respuesta es: no hay manera. No podemos saber qué hubiera pasado de haber elegido la opción contraria. No podemos aprender de la experiencia (ni propia ni ajena), porque las situaciones no son siempre exactamente iguales. Pienso que se trata, simplemente, de apostar. Una apuesta cruel ya que, como poco, vas a perder tu tiempo y tu energía. Además, siempre te quedará la duda de qué hubiera ocurrido si hubieras continuado intentándolo un poco más.
Solo puedo desearle suerte al lector.
jueves, 11 de noviembre de 2010
Soy más feliz con el dólar
Los Simpsons, episodio 4F01. Homer está llevando a cabo una campaña de telemárketing fraudulento consistente en llamar automáticamente a todos los teléfonos del pueblo y reproducir este mensaje:
"Saludos, amigo. ¿Desea ser tan feliz como yo? Pues ahora tiene la oportunidad de serlo. Aprovéchela y envíe un dólar a 'Hombre feliz', calle Evergreen Terrace 742, Springfield. Dese prisa, la felicidad eterna está a solo un dólar de distancia."El señor Burns es el primero en oírlo:
"Mmmm, un dólar a cambio de la felicidad eterna... aaah... soy más feliz con el dólar."
Dicen que el dinero no da la felicidad, que la compra hecha. O que el dinero no da la felicidad, sino que son las cosas compradas con el dinero las que la dan. Últimamente me he preguntado si no será verdad.
Razonaré al revés. Dicen que el dinero no da la felicidad porque, cuanto más tienes, más quieres. Cuando compras algo sientes un subidón de endorfinas momentáneo, pero su efecto es efímero y enseguida buscarás el siguiente "chute". No suena bien pero ¿y si eso es la felicidad? Quiero decir que, para mí, la felicidad no es una meta que se cruza tras lo cual se permanece en ese estado para siempre, sino algo que viene en ráfagas a lo largo de la vida. Entonces ¿por qué comprar regularmente (con el "subidón" asociado) no va a ser una buena forma de ser feliz?.
Personalmente, el consumismo no me parece la vía idónea para alcanzar ese estado de dicha. No es sostenible a largo plazo, y carece de un significado profundo. Además, lo que leo una y otra vez es que la felicidad de uno mismo está en los otros.
Puede que el dinero no dé la felicidad, pero intuimos que ayuda. Lo que hay que tener en cuenta es en qué gastarlo, y cómo. O, simple y llanamente, acumularlo para tener más que el vecino.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Tú nunca, tú siempre
Cualquiera que haya tenido una relación de pareja o, en general, una relación muy cercana con alguien, habrá podido disfrutar de una discusión de este tipo:
Uno: Nunca me escuchas, siempre haces lo que te da la gana.Etcétera, etcétera. Daniel Goleman describe en uno de sus libros una forma mejor de discutir:
Otro: Eso es mentira, yo siempre pienso en los dos. Eres tú quien que va por libre.
"El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal. El psicólogo Haim Ginott, el pionero de los programas de comunicación eficaz, afirma que la mejor forma de expresar una demanda responde al modelo "XYZ", es decir, 'cuando dices X me haces sentir Y, pero me habría gustado sentirme Z'. Por ejemplo: 'cuando no me llamaste me sentí despreciada y enfadada. Me habría gustado que me advirtieras de tu retraso', en lugar del habitual 'eres un desconsiderado y un egoísta'".Parece que cuando nos enfadamos tendemos a decir las cosas de forma cruel y despiadada, haciendo todo el daño posible. Hay quien, ante las consecuencias que eso puede suponer, opta por callarse. Esos dos extremos no son nuestra única opción, hay todo un abanico de opciones entre ambos. Expresarse de forma asertiva y considerada puede aprenderse, aunque requiere práctica.
Pero claro, hay que dejar el ego a un lado.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
¿Qué hacemos aquí?
Muchos de los personajes de Naruto han tenido una infancia traumática. Gaara, por ejemplo, nació con el demonio de la arena en su interior. Fue su propio padre el encargado de introducirlo en él. Debido a ello, Gaara era considerado un monstruo por todos los habitantes de la villa en la que vivía. Los niños no querían jugar al fútbol con él. Nadie se le acercaba, así que siempre estaba solo, con la única compañía de su osito de peluche. Su propia madre intentó matarle cuando solo tenía seis años.
Todo eso, quieras que no, te marca. El rencor acumulado le lleva más adelante en la historia a intentar matar a un contricante mientras éste duerme en una cama de hospital (situación de la que el propio Gaara era el responsable).
Como suele pasar en estas historias, en el último segundo llegan los amigos del yacente para evitar la tragedia. Cuando le piden explicaciones, Gaara les cuenta la infancia que ha tenido. Naruto y Shikamaru escuchan aterrados cómo matar es la única razón para vivir de ese chico:
Pero ya que estamos aquí, aprovechemos. Lo bueno de no tener un significado de fábrica es que podemos ponerle el que queramos, mientras sea ético. Para mí, se trata dejar el mundo un poco mejor que como nos lo encontramos al llegar.
Todo eso, quieras que no, te marca. El rencor acumulado le lleva más adelante en la historia a intentar matar a un contricante mientras éste duerme en una cama de hospital (situación de la que el propio Gaara era el responsable).
Como suele pasar en estas historias, en el último segundo llegan los amigos del yacente para evitar la tragedia. Cuando le piden explicaciones, Gaara les cuenta la infancia que ha tenido. Naruto y Shikamaru escuchan aterrados cómo matar es la única razón para vivir de ese chico:
Así que ¿por qué existo y vivo? Me hice esa pregunta, pero no pude hallar respuesta alguna. Pero necesito esas razones mientras viva, o sería lo mismo que estar muerto. Y esto es lo que concluí: existo para matar a todos los demás. [...] Lucho sólo por mí, y solamente me amo a mí mismo.¿Por qué existimos? Geoffrey Miller ofrece una tragicómica visión de la vida en su libro:
All you have to do is sit in classsrooms every day for sixteen years to learn counterintuitive skills, and then work and commute fifty hours a week for forty years in tedious jobs for amoral corporations, far away from relatives and friends, without any decent child care, sense of community, political empowerment, or contact with nature. Oh, and you'll have to take special medicines to avoid suicidal despair, and to avoid having more than two children. It's not so bad, really. The shoe swooshes are pretty cool."Por su parte, Viktor Frankl hizo de esa pregunta su profesión. Según él:
"Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar. Me parece a mí que no hay nada que más pueda estimular el sentido humano de las responsabilidad que esta máxima que invita a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar y corregir ese pasado."Como he dicho en anteriores entradas, para mí la vida es una mera cuestión de replicación de genes. Los genes son como Gaara. No creo que la existencia tenga un signifcado per se, es solo una cuestión biológica.
"El verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado."
Pero ya que estamos aquí, aprovechemos. Lo bueno de no tener un significado de fábrica es que podemos ponerle el que queramos, mientras sea ético. Para mí, se trata dejar el mundo un poco mejor que como nos lo encontramos al llegar.
sábado, 30 de octubre de 2010
Si estás así es porque quieres
Acabo de descubrir el blog de Sean Stephenson, un psicólogo y orador que, debido a que padece de osteogénesis imperfecta, está confinado a una silla de ruedas y mide noventa centímetros. Por lo que he podido leer (de momento tampoco ha sido mucho) su mensaje se basa en el optimismo, la positividad y la relativización de los problemas. Puede que Sean tenga razón en lo que dice, pero eso es sólo la mitad de la historia; la otra mitad consiste en que cada uno se aplique el cuento. Ahí es donde estamos jodidos.
La metáfora del cerebro como músculo es muy, muy acertada. Sin embargo, mi impresión es que los tratamos de forma distinta, y que creemos tener más dominio sobre la mente que sobre el cuerpo. Sabemos qué podemos hacer para reír o para llorar, pero no tenemos ni idea de cómo hacer un doble carpado.
Error. La mente es muy difícil de domar. ¿Quién no deja cosas "para hacer luego" una y otra vez? ¿Quién no ha prometido ponerse a dieta el lunes? ¿Quién no ha dejado alguna vez de llamar a aquella ex-pareja que le dio puerta con la intención de retomar la relación, a pesar de ser un calvario? ¿Quién no ha tropezado dos millones de veces en la misma piedra?
Al igual que los músculos, el cerebro puede ejercitarse. El optimismo puede aprenderse. Sin embargo, ambos tienen el mismo problema: el desarrollo es finito. Todos venimos con un hardware que establece el límite al que podemos llegar. No todos podemos correr cien metros en menos de diez segundos. No todos podemos ver una oportunidad en cada crisis.
Para quien no lo sufre es muy difícil de entender. Es difícil entender cómo alguien puede estar triste y angustiado cuando todo le va bien. Para el que lo sufre es aún peor, porque llega a sentirse mal por estar deprimido sin razón alguna. Decirle a esas personas que están así porque quieren es como decirles que no pueden levantar cuatrocientos kilos porque no quieren.
Nadie esperaría que un abuelo de novento y cinco años completara una maratón. Al mirar a alguien podemos intuir, con más o menos acierto, de qué es capaz físicamente. Por desgracia, no podemos hacer eso en lo que al cerebro se refiere. Medimos a los demás tomándonos como regla, creyendo que todos experimentamos más o menos los mismos sentimientos en más o menos la misma intensidad. Pero, igual que en el terreno físico, hay un amplio espectro de posibilidades: desde el equivalente mental al tetrapléjico condenado a vivir en cama, hasta aquel que posee el record del mundo en triatlón.
Se trata de hacer el mejor trabajo posible con las herramientas que nos han tocado.
lunes, 25 de octubre de 2010
21 pensamientos aleatorios
- Todo está en los libros, pero no basta con leerlo.
- Somos lo que hacemos, no lo que decimos.
- Dejémonos ayudar. Cuando decidimos no compartir nuestros problemas con quienes nos quieren, no solo les privamos de sentirse útiles para la persona que aman; les privamos de la felicidad a largo plazo.
- Del dicho (neocortex) al hecho (amígdala) hay un buen trecho (fibras nerviosas) lleno de fosos, barreras y vías de un solo sentido.
- "El dolor destruye a la persona y hace la vida indigna de ser vivida". Nunca olvidaré a aquel hombre.
- Dios no existe.
- Somos lo que hacemos todo el tiempo. Cada día, cada hora.
- La empatía es un don, y una maldición.
- Ojo por ojo y diente por diente, pero siempre perdonando una defección.
- Más allá de los impuestos por la física, no hay límites. En lugar de decir "no puedo" pregúntate "¿cómo podría...?".
- Nos necesitamos los unos a los otros, para bien y para mal.
- ¿Quieres ser feliz? Redefine tu concepto de felicidad.
- No somos más que máquinas diseñadas por los genes para perpetuarse. Estamos vivos solo para reproducirnos.
- Quienes nos rodean son quienes son, no quienes nosotros queremos que sean.
- Cuando queremos ser profundos resaltamos las obviedades, como el que quienes nos rodean son quienes son.
- Acudimos al olmo en busca de peras, y maldecimos al árbol por irnos con las manos vacías.
- No oímos un grito de auxilio ni aunque nos lo peguen directamente al oído.
- ¿Qué es lo único que está siempre ahí, en todo momento, en todo lugar? Uno mismo. Nos creemos el centro del mundo, y en cierto modo lo somos. Por eso debemos hablar con los demás, para que nos den perspectiva.
- "Somos como un flotador de patito a medio hinchar.., tenemos que
ponernos fuertes, subir el cuello y mirar al frente con firmeza...y
después ¡¡¡que se suba quien quiera!!!" Una deliciosa metáfora de una buena amiga. - A veces me porto mal con aquellos a quienes quiero y soy consciente de ello. Supongo que eso equivale a hacerlo a propósito. No creo que después baste con pedir perdón. Si no podemos evitar hacer daño a quienes queremos ¿deberíamos alejarnos de ellos? ¿O deberían ser ellos quienes decidan si quieren nuestra compañía?
- Life sucks
sábado, 23 de octubre de 2010
¿Que gane el mejor?
stoy leyendo un fascinante libro sobre el máximo rendimiento humano en distintos deportes. El capítulo sobre el uso de esteroides me ha hecho preguntarme quién queremos que gane en una competición deportiva.
La primero que me viene a la cabeza es que queremos que gane el mejor, pero ¿quién es el mejor? ¿El que mejor técnica tiene (el que juega mejor)? ¿El que más se esfuerza? ¿El que mejor resultado obtiene? Diría que la mayor parte de los deportes se atiene a esta última definición, es decir, se basan en el resultado. El mejor esprinter es aquel que recorre los 100 metros en menos tiempo. Punto. Da igual que solo tenga que entrenar una semana al año o que corra como un pato. Mientras llegue el primero, es el mejor.
Pero ahí hay algo que me chirría. Como decía el señor Burns:
Ponemos la línea de meta en el mismo lugar para todos, pero en realidad no todos parten de la misma línea de salida. Siguiendo con el ejemplo de los 100 metros lisos, alguien bajito y gordo arranca, en la práctica, desde mucho más atrás que alguien alto, delgado y con largas piernas. Ambos deben recorrer la misma distancia, pero no empiezan en las mismas condiciones. Condiciones, además, sobre las que no tienen control alguno: la altura no puede modificarse, como tampoco la longitud relativa de los miembros. Lo justo sería que todos compitieran en las mismas condiciones, pero en la práctica nunca es así.
Si no partimos en las mismas condiciones ¿cómo decidimos quién es el mejor? Un ejemplo típico: la hormiga contra el elefante. El elefante puede levantar más peso absoluto, pero la hormiga puede levantar más peso relativo (hasta diez veces su propio peso, según se dice). ¿Quién es mejor de los dos? Elegir uno u otro sería, como me hizo notar uno de mis amigos, como decir que el azul es mejor que el rojo.
¿Qué hacemos entonces? Mi impresión es que, actualmente, se opta de forma inconsistente por homogeneizar las condiciones de partida. En las
pruebas de 200 y 400 metros, por ejemplo, se aplica el decalaje. En los deportes de lucha y levantamiento
de peso, los participantes se emparejan según su peso. Dividimos las pruebas en categorías masculina y femenina, y organizamos juegos paralímpicos para los discapacitados.
Esto nos lleva a otro problema. ¿Hasta dónde dividimos a los atletas por categorías? Hay una prueba de 100 metros masculina y otra femenina. ¿Debería haber también pruebas según el peso, de modo que alguien bajito como yo pueda aspirar a una medalla? ¿Deberíamos dividir también por altura? ¿Y por raza? ¿Y por la dieta? (para un vegetariano es más difícil alcanzar el mismo desarrollo muscular que alguien que come carne) ¿Y por recursos? (los atletas de países pobres no disponen de modernas instalaciones de entrenamiento como las de los países desarrollados) ¿Y por forma de ser? (la gente deprimida no puede entrenar tanto los demás)
Dado que todos somos distintos, quizá deberíamos hacer una categoría para cada persona en el planeta. Así todos tendríamos una medalla de oro, ¡y en cada disciplina! Aunque eso no cubre el caso de los deportes de equipo...
La primero que me viene a la cabeza es que queremos que gane el mejor, pero ¿quién es el mejor? ¿El que mejor técnica tiene (el que juega mejor)? ¿El que más se esfuerza? ¿El que mejor resultado obtiene? Diría que la mayor parte de los deportes se atiene a esta última definición, es decir, se basan en el resultado. El mejor esprinter es aquel que recorre los 100 metros en menos tiempo. Punto. Da igual que solo tenga que entrenar una semana al año o que corra como un pato. Mientras llegue el primero, es el mejor.
Pero ahí hay algo que me chirría. Como decía el señor Burns:
"Why should the race always be to the swift or the jumble to the quick-witted? Should they be allowed to win merely because of the gifts God gave them?"
Ponemos la línea de meta en el mismo lugar para todos, pero en realidad no todos parten de la misma línea de salida. Siguiendo con el ejemplo de los 100 metros lisos, alguien bajito y gordo arranca, en la práctica, desde mucho más atrás que alguien alto, delgado y con largas piernas. Ambos deben recorrer la misma distancia, pero no empiezan en las mismas condiciones. Condiciones, además, sobre las que no tienen control alguno: la altura no puede modificarse, como tampoco la longitud relativa de los miembros. Lo justo sería que todos compitieran en las mismas condiciones, pero en la práctica nunca es así.
Si no partimos en las mismas condiciones ¿cómo decidimos quién es el mejor? Un ejemplo típico: la hormiga contra el elefante. El elefante puede levantar más peso absoluto, pero la hormiga puede levantar más peso relativo (hasta diez veces su propio peso, según se dice). ¿Quién es mejor de los dos? Elegir uno u otro sería, como me hizo notar uno de mis amigos, como decir que el azul es mejor que el rojo.
¿Qué hacemos entonces? Mi impresión es que, actualmente, se opta de forma inconsistente por homogeneizar las condiciones de partida. En las
pruebas de 200 y 400 metros, por ejemplo, se aplica el decalaje. En los deportes de lucha y levantamiento
de peso, los participantes se emparejan según su peso. Dividimos las pruebas en categorías masculina y femenina, y organizamos juegos paralímpicos para los discapacitados.
Esto nos lleva a otro problema. ¿Hasta dónde dividimos a los atletas por categorías? Hay una prueba de 100 metros masculina y otra femenina. ¿Debería haber también pruebas según el peso, de modo que alguien bajito como yo pueda aspirar a una medalla? ¿Deberíamos dividir también por altura? ¿Y por raza? ¿Y por la dieta? (para un vegetariano es más difícil alcanzar el mismo desarrollo muscular que alguien que come carne) ¿Y por recursos? (los atletas de países pobres no disponen de modernas instalaciones de entrenamiento como las de los países desarrollados) ¿Y por forma de ser? (la gente deprimida no puede entrenar tanto los demás)
Dado que todos somos distintos, quizá deberíamos hacer una categoría para cada persona en el planeta. Así todos tendríamos una medalla de oro, ¡y en cada disciplina! Aunque eso no cubre el caso de los deportes de equipo...
domingo, 17 de octubre de 2010
El otro dardo en la palabra (II)
Sigo recordando viejos tiempos con otra entrega de mi dardo en la palabra. Me alegro de conservar estas cartas, me recuerdan lo mucho que me he echado a perder (he perdido bastante vocabulario).
"Mi leída golosina:
Vuelvo a la carga con el lenguaje. Aún no sé por qué escribo sobre esto, tendré que investigarlo. Sólo sé que mis agrestes profesores logran desviar mi atención de lo que dicen a cómo lo dicen. Creo que ven demasiada televisión, escuchan demasiados programas deportivos por la radio o, simplemente, se les retiró la lactancia lingüística antes de tiempo.
El primer caso se hace evidente cuando se ponen serios, e intentan expresar obligación diciendo "debemos de hacer" esto o lo otro, "como debe de ser", etc.. Incluso personas de prez y verdaderos egregios repiten esta memez, quedando así como un bato cualquiera. Habrá que recordarles que "deber de" indica duda, posibilidad o probabilidad; y que "deber", sin la preposición "de", indica obligación. Esto deben aprendérselo.
Tanto si ven demasiada tele, como si escuchan a demasiados locutores deportivos, se les ha contagiado la estulticia de usar palabras más largas para no parecer sandio. Esa anomia hace que hablen de la problemática, en lugar de hablar simplemente del problema (será que la problemática suena más complicada y profesional); buscan profesorado en vez de profesores (por lo visto los profesores son como las latas de refresco, que vienen en lotes); las personas hemos pasado de no ser creíbles ni darse crédito a nuestras palabras, a no tener credibilidad; y mil ejemplos más...
Los medios de comunicación también son culpables de que mis profesores utilicen las modernas palabras baúl de la neolengua. Así, para imitar a sus héroes periodistas, hablan de usuarios. Sólo de usuarios. El cliente es ahora usuario de nuestra aplicación, el viajero lo es del metro o el autobús, el paciente lo es del hospital, los conductores lo son de las carreteras y las plazas de aparcamiento, etc, etc.. ¿Habrá algún día tumbas con calefacción para comodidad de sus usuarios?
Por no hablar de los neologismos. Paco, escribidor más que escritor, hablaba del "staff" refiriéndose a lo que, en román paladino, es un equipo. Medrados estamos con él este año.
Finalmente, si, como he dicho, se les retiró la lactancia lingüística antes de tiempo, haré un ejercicio de autocontrol cada vez que oiga (¿o escuche?) cosas como "oyes, no digas eso", "ves y tráemelo" y demás dislates atinentes al modo imperativo.
En fin, que me voy a la cama de una vez. Sic transit gloria mundi.
Besos y abrazos."
viernes, 15 de octubre de 2010
El otro dardo en la palabra
Revisando ficheros antiguos desperdigados por el disco duro encontré esta carta que le escribí a una compañera de instituto. Por aquel entonces yo estaba leyendo El nuevo dardo en la palabra, e intentaba imitar el estilo del gran maestro Lázaro Carreter. Me he reído mucho al volver a leerla.
"Mi sicalíptica compañera:
La herramienta de trabajo más importante de un profesor es la palabra, ya que con ella intentan hacernos llegar el conocimiento. Por eso cabría esperar un cuidado exquisito del lenguaje hablado, para que su mensaje llegue de la mejor forma posible a sus alumnos.
Pero no es así. Juanjo, en un intento por parecer egregio leído de correcta parla, repite incesantemente vulgarismos e incorrecciones de uso demasiado habitual. Así, nos escupe a la cara que él va a impartir su clase (sic), cuando el único que puede impartir algo es un religioso, y lo único que puede impartirse es la bendición. Evitemos, pues, el uso de impartir referido a clase, lección, curso, asignatura, materia, etcétera. Con respecto a clase, lección y curso, el verbo más adecuado es dar. Para asignatura o materia, lo correcto es enseñar.
El señor Juanjo también debería repasar la conjugación de los verbos: fijaros, repartiros, iros, etcétera son vulgarismos que hieren el oído de los alumnos sensibles. Diga en su lugar, don Juanjo, fijaos, repartíos o id. O mejor aún, fíjense, repártanse y váyanse, ya que prefiere el trato impersonal. Y ya que estamos, recuerde que cuando nos referimos a un testigo del sexo femenino se le debe hacer referencia como "la testigo".
Por supuesto, Juanjo no es el único que le da higas al lenguaje. Paco, autor de un libro ya publicado, y otro a punto de hacerlo -si el cielo no lo impide-, nos pide que hagamos manuales a nivel de usuario y a nivel de administrador (sic). Es un abuso demasiado habitual de la locución prepositiva "a nivel de", que significa propiamente "a la altura de". No está bien usarla en lugar de "en el grado de", "con el grado de", "entre", "en el ámbito de", "desde el punto de vista de" o "en el aspecto de". De modo que lo que debemos hacer son manuales para el usuario y el administrador, o en el aspecto del usuario y el administrador, o desde el punto de vista del usuario y el administrador. "A nivel de" queda reservado para expresiones como "a nivel del mar", y poco más.
Estos atropellos al infolio son demasiado frecuentes en quienes utilizan el lenguaje como herramienta de trabajo. Por ejemplo, los publicistas.Mientras leía el periódico esta mañana me he dado cuenta de que, en publicidad, las tildes son como mocos: se consideran feos, molestos y ofensivos, de modo que se quitan. ¿Cabe mayor aberración?"
martes, 12 de octubre de 2010
Impulsos
De 2000 a 2006, la cadena Fox emitió la serie cómica Malcolm in the middle, que versaba sobre un chico llamado Malcolm y su familia disfuncional. La serie es altamente recomendable, y está llena de verdaderas perlas. Una de mis favoritas puede verse en el capítulo S01E11. En él, la tía Helen ha muerto y la familia se prepara para ir al funeral. Malcolm está hablando en la habitación con su hermano mayor, Reese, quien quiere esconder un juguete roto en el ataúd:
Reese es consciente de que no sabe por qué hace las cosas, pero las personas del mundo real no somos así (casi nunca). Creemos que lo sabemos, lo cual no es lo mismo que saberlo realmente. Lo que hacemos en realidad es crear justificaciones para nuestros actos. Un experimento clásico de psicología a este respecto es el llevado a cabo por Michael Gazzaniga en pacientes de comisurotomía:
Cuando estaba en el instituto, recuerdo haber leído en un número de la revista Quo cómo el PET mostraba que, en las personas, el impulso de la acción aparece antes que el razonamiento.
Y todo esto sin tener en cuenta las costumbres, las tradiciones, las convenciones, etc. Pero todo eso ya es material para otra entrada.
Malcolm: "¿Qué es eso?"
Reese: "Un superhombre. Estaba en el armario de papá y mamá, no sé por qué."
Malcolm: "Dewey cumple años la semana que viene ¡éste es su regalo!"
Reese: "¡Aahh!"
Malcolm: "¿Qué le has hecho?"
Reese: "Lo he pisoteado"
Malcolm: "¿Por qué hiciste eso?"
Reese (duda un momento): "Oye, yo no sé por qué hago las cosas. Lo que sé es que no quiero que se enteren."
Reese es consciente de que no sabe por qué hace las cosas, pero las personas del mundo real no somos así (casi nunca). Creemos que lo sabemos, lo cual no es lo mismo que saberlo realmente. Lo que hacemos en realidad es crear justificaciones para nuestros actos. Un experimento clásico de psicología a este respecto es el llevado a cabo por Michael Gazzaniga en pacientes de comisurotomía:
"Una de las demostraciones más espectaulares de la ilusión del yo unificado es la de los neurocientíficos Michael Gazzaniga y Roger Sperry, que demostraron que cuando los cirujanos cortan el cuerpo calloso que une los hemisferios cerebrales, literalmente parten el yo en dos, y cada hemisferio puede actuar libremente [...]. Y lo que es aún más desconcertante, el hemisferio izquierdo teje constantemente una explicación coherente pero falsa de la conducta escogida sin que lo sepa el derecho. Por ejemplo, si el que realiza el experimento lanza la señal "Andar" al hemisferio derecho (manteniendo la señal en la parte del campo visual que sólo el hemisferio derecho puede ver), la persona cumplirá la orden y empezará a andar para salir de la habitación. Pero cuando a la persona (concretamente, al hemisferio izquierdo de la persona) se le pregunta por qué se levantó, dirá, con toda sinceridad: "Para tomar una Coca-Cola", y no "Pues no lo sé".
[...] La mente consciente - el yo o el alma - es un creador y manipulador de opinión, no el comandante jefe."[1]
Cuando estaba en el instituto, recuerdo haber leído en un número de la revista Quo cómo el PET mostraba que, en las personas, el impulso de la acción aparece antes que el razonamiento.
Y todo esto sin tener en cuenta las costumbres, las tradiciones, las convenciones, etc. Pero todo eso ya es material para otra entrada.
sábado, 9 de octubre de 2010
Tulipán
Cuando era niño tenía que quedarme a comer en el colegio. Terminada la comida, los frailes nos soltaban en el patio hasta las clases de la tarde. Llenábamos ese tiempo con diversos juegos: fútbol, pressing catch, 1X2, la bolsa (la de plástico, no la de valores), etc. Uno de esos juegos, todo un clásico, era el "tulipán" (conocido en otras partes como "stop").
El tulipán es una especie de pilla-pilla en el que el perseguido tiene la opción, si se ve muy apurado, de detenerse de un salto con las piernas abiertas y los brazos en cruz, a la vez que grita "¡tulipán!", lo que le salva de ligarla en caso de que lo cojan. Una vez convertido en tulipán, el jugador no puede moverse hasta que otro compañero de los que huye le toque (le "salve").
Las personas mayores también jugamos al tulipán, pero a una versión más sofisticada, más disimulada. En mi trabajo, por ejemplo, se ve cada día. Por ejemplo, una oferta comercial se encuentra con un problema nunca antes resuelto. Entonces alguien busca un poco en Google y da con un texto donde "alguien" dice que haciendo "algo" se puede solucionar. Es en ese momento cuando el comercial dice ¡tulipán! y presenta la oferta. No importa que nadie haya probado la solución, que no se sepa si es siquiera viable, o que ni siquiera sea aplicable. Todo eso da igual, el comercial ha encontrado un resquicio al que agarrarse, algo que él cree que es suficiente para descargar su responsabilidad.
Quizá el ejemplo más clásico de tulipán adulto en el mundo laboral se resumen en la frase "te envié un correo". Qué más da si la persona está siempre reunida sin acceso al correo, o si tiene tantos que no puede mirarlos todos. Da lo mismo, te mandé un correo. ¡Tulipán! No puedes echarme la culpa de que no te hayas enterado, o de lo que haya pasado.
Pero hay una diferencia fundamental entre el juego de los niños y el de los adultos (aparte de las consecuencias). En la versión infantil, este pasatiempo es un sistema autorregulado: los jugadores pueden castigar a los indeseables dejándolos en estado "tulipán" indefinidamente. Sin embargo, en el mundo de "los mayores", no es necesario que un compañero te toque para volver a correr. Al poder convertirse en tulipán y revertir ese estado a voluntad, los jugadores son como célculas sin apoptosis. Y al igual que éstas, acaban convirtiéndose en un cáncer.
El tulipán es una especie de pilla-pilla en el que el perseguido tiene la opción, si se ve muy apurado, de detenerse de un salto con las piernas abiertas y los brazos en cruz, a la vez que grita "¡tulipán!", lo que le salva de ligarla en caso de que lo cojan. Una vez convertido en tulipán, el jugador no puede moverse hasta que otro compañero de los que huye le toque (le "salve").
Las personas mayores también jugamos al tulipán, pero a una versión más sofisticada, más disimulada. En mi trabajo, por ejemplo, se ve cada día. Por ejemplo, una oferta comercial se encuentra con un problema nunca antes resuelto. Entonces alguien busca un poco en Google y da con un texto donde "alguien" dice que haciendo "algo" se puede solucionar. Es en ese momento cuando el comercial dice ¡tulipán! y presenta la oferta. No importa que nadie haya probado la solución, que no se sepa si es siquiera viable, o que ni siquiera sea aplicable. Todo eso da igual, el comercial ha encontrado un resquicio al que agarrarse, algo que él cree que es suficiente para descargar su responsabilidad.
Quizá el ejemplo más clásico de tulipán adulto en el mundo laboral se resumen en la frase "te envié un correo". Qué más da si la persona está siempre reunida sin acceso al correo, o si tiene tantos que no puede mirarlos todos. Da lo mismo, te mandé un correo. ¡Tulipán! No puedes echarme la culpa de que no te hayas enterado, o de lo que haya pasado.
Pero hay una diferencia fundamental entre el juego de los niños y el de los adultos (aparte de las consecuencias). En la versión infantil, este pasatiempo es un sistema autorregulado: los jugadores pueden castigar a los indeseables dejándolos en estado "tulipán" indefinidamente. Sin embargo, en el mundo de "los mayores", no es necesario que un compañero te toque para volver a correr. Al poder convertirse en tulipán y revertir ese estado a voluntad, los jugadores son como célculas sin apoptosis. Y al igual que éstas, acaban convirtiéndose en un cáncer.
jueves, 7 de octubre de 2010
A primera vista
Esta mañana me he quedado embelesado mirando a una chica en el tren. Era joven e iba bien vestida (camisa negra, falda y manoletinas), maquillada visible pero discretamente, con muchos detalles que me han llamado la atención (un llavero lleno de juguetes, una cinta en la muñeca con un candado, un colgante plateado con forma de bola). A pesar de ser las siete de la mañana no tenía cara de haber madrugado. No paraba de moverse, y mientras leía el periódico su cara resplandecía con muecas pizpiretas. Tenía un rostro peculiar, con unas facciones que se me antojaban divinas. Ha sido un viaje delicioso hasta su bajada en la estación de Nuevos Ministerios.
Si fuera un romántico diría que ha sido amor a primera vista. Los hombres somos muy visuales; la atracción nos llega primera y principalmente por los ojos. En este aspecto somos especialmente sensibles al efecto halo: vemos una chica bonita y la idealizamos instantáneamente, tras lo cual nuestra visión se transforma en visión de túnel con un único objetivo: tener sexo con ella.
Al parecer somos así por razones evolutivas (siempre hay una explicación evolutiva plausible para un comportamiento). Dado que el objetivo del macho es inseminar a tantas hembras como pueda, ha de sentirse atraído por ellas rápidamente. Sin embargo, el compromiso no dura; hay que pasar enseguida a la siguiente. Un hombre trabajará principalmente por establecer una relación (mientras que la mujer lo hará por mantenerla). Siendo soez, la cosa es que después de rellenarla cual caña de crema con la caña de crema de uno, ya no hace falta quedarse para nada más. Por eso no nos importa (tanto) que sean listas, divertidas o románticas. Solo queremos buenos genes para combinar con los nuestros, y la calidad de los genes es algo que salta a la vista.
El lector pensará que hay excepciones, o que él mismo no es así. Bueno, cierto es que la apariencia no cuenta lo mismo a la hora de buscar pareja para una noche que para compartir una hipoteca. Un hombre con el cerebro no masculinizado totalmente buscará una mujer con buena conversación. También hay presión social: eres un superficial si sales con ella solo por lo atractiva que es. Pero lo cierto es que, cuanta más testosterona, más buscamos hermosos rostros, pechos generosos y anchas caderas. Eso de que los hombres pensamos con la entrepierna es bastante cierto. La testosterona es una hormona muy poderosa, capaz de anular el juicio racional. Yo, por ejemplo, estoy tentado de cambiar mi rutina habitual para coger el mismo tren que ella, y poder disfrutar de nuevo con la visión de esa empírea beldad.
Pero no, no es amor a primera vista. Solo es un calentón.
Si fuera un romántico diría que ha sido amor a primera vista. Los hombres somos muy visuales; la atracción nos llega primera y principalmente por los ojos. En este aspecto somos especialmente sensibles al efecto halo: vemos una chica bonita y la idealizamos instantáneamente, tras lo cual nuestra visión se transforma en visión de túnel con un único objetivo: tener sexo con ella.
Al parecer somos así por razones evolutivas (siempre hay una explicación evolutiva plausible para un comportamiento). Dado que el objetivo del macho es inseminar a tantas hembras como pueda, ha de sentirse atraído por ellas rápidamente. Sin embargo, el compromiso no dura; hay que pasar enseguida a la siguiente. Un hombre trabajará principalmente por establecer una relación (mientras que la mujer lo hará por mantenerla). Siendo soez, la cosa es que después de rellenarla cual caña de crema con la caña de crema de uno, ya no hace falta quedarse para nada más. Por eso no nos importa (tanto) que sean listas, divertidas o románticas. Solo queremos buenos genes para combinar con los nuestros, y la calidad de los genes es algo que salta a la vista.
El lector pensará que hay excepciones, o que él mismo no es así. Bueno, cierto es que la apariencia no cuenta lo mismo a la hora de buscar pareja para una noche que para compartir una hipoteca. Un hombre con el cerebro no masculinizado totalmente buscará una mujer con buena conversación. También hay presión social: eres un superficial si sales con ella solo por lo atractiva que es. Pero lo cierto es que, cuanta más testosterona, más buscamos hermosos rostros, pechos generosos y anchas caderas. Eso de que los hombres pensamos con la entrepierna es bastante cierto. La testosterona es una hormona muy poderosa, capaz de anular el juicio racional. Yo, por ejemplo, estoy tentado de cambiar mi rutina habitual para coger el mismo tren que ella, y poder disfrutar de nuevo con la visión de esa empírea beldad.
Pero no, no es amor a primera vista. Solo es un calentón.
lunes, 4 de octubre de 2010
Conocimiento incompleto
Esta es una de mis viñetas favoritas de Dilbert:
Muchas veces creemos saber algo* y, llevados por nuestra confianza, acabamos llegando a conclusiones absurdas . Por ejemplo:
Todos tenemos que conformarnos con nuestro conocimiento incompleto, y tomamos decisiones basándonos en él. Así, nuestras acciones toman derroteros que no esperábamos. Es típico, verbigracia, intentar adelgazar dejando de comer. No obstante, ese método deja de funcionar enseguida: el cuerpo regula el metabolismo a la baja, y se acostumbra a vivir con cada vez menos calorías. La solución no es dejar de comer, sino comer bien.
Este tipo de toma de decisiones (la basada en nuestro conocimiento incompleto) es un problema parecido al de la toma decisiones cara al futuro: la información es incompleta (no sabemos lo que no sabemos, no sabemos lo que va a pasar). La diferencia es que, mientras que el futuro no puede predecirse, el conocimiento sí que puede ampliarse.
No obstante, por mucho que uno aprenda, nunca podrá estar seguro de nada. No debería estarlo: el conocimiento se amplía, cambia y es necesario actualizarlo. La certeza es cosa de necios.
* Yo soy el primero que cree saberlo todo de todo, y por eso escribo este blog, para ilustrar al mundo.
Muchas veces creemos saber algo* y, llevados por nuestra confianza, acabamos llegando a conclusiones absurdas . Por ejemplo:
- Si la mitad de los españoles son hombres, y la otra mitad mujeres, entonces el español medio tiene un ovario y un testículo.
Todos tenemos que conformarnos con nuestro conocimiento incompleto, y tomamos decisiones basándonos en él. Así, nuestras acciones toman derroteros que no esperábamos. Es típico, verbigracia, intentar adelgazar dejando de comer. No obstante, ese método deja de funcionar enseguida: el cuerpo regula el metabolismo a la baja, y se acostumbra a vivir con cada vez menos calorías. La solución no es dejar de comer, sino comer bien.
Este tipo de toma de decisiones (la basada en nuestro conocimiento incompleto) es un problema parecido al de la toma decisiones cara al futuro: la información es incompleta (no sabemos lo que no sabemos, no sabemos lo que va a pasar). La diferencia es que, mientras que el futuro no puede predecirse, el conocimiento sí que puede ampliarse.
No obstante, por mucho que uno aprenda, nunca podrá estar seguro de nada. No debería estarlo: el conocimiento se amplía, cambia y es necesario actualizarlo. La certeza es cosa de necios.
* Yo soy el primero que cree saberlo todo de todo, y por eso escribo este blog, para ilustrar al mundo.
domingo, 19 de septiembre de 2010
La patada de la grulla
Es el combate final y Daniel Caruso apenas puede mantenerse en pie. Su contrincante ha estado usando golpes antirreglamentarios para lograr la victoria. Uno de esos golpes ha inutilizado la rodilla de Daniel, y éste apenas puede mantenerse en pie. Entonces el muchacho asume la postura de la grulla que su maestro le ha enseñado. Cuando su oponente se lanza sobre él, Daniel le golpea en el mentón con la patada de la grulla, dejándolo K.O. y proclamándose así campeón del torneo.
En mi vida cotidiana veo por doquier la búsqueda de "la patada de la grulla": ese truco sencillo, rápido y maximizador que cambiará nuestra vida. Algunos ejemplos (sin entrar en si funcionan o son solo leyendas urbanas) son: no beber agua en las comidas o tomar la fruta primero para adelgazar, tomar un poco de aceite antes de beber alcohol para no emborracharse... incluso la honda con la que David derrotó a Goliath (este ejemplo no es de mi vida cotidiana).
Hay muchas páginas dedicadas al life hacking, tanto de cosas mundanas del día a día (Lifehacker, Lifehack) como de la personalidad (bakadesuyo). También pueden encontrarse libros al respecto.
No me sorprende la popularidad de este tema, dada nuestra querencia por trabajar poco y ganar mucho. Muchas películas de artes marciales cuentan con un golpe secreto y definitivo. Al entrevistar a grandes figuras se les pregunta por "su secreto", como si para tener un buen tipo bastara con tomar té verde antes de acostarse, o como si para ser el hombre más rápido del mundo fuera suficiente con entrenar sobre césped.
Me temo que sobreestimamos el efecto que pueden llegar a tener estos 'hacks'. ¿Funcionan siquiera? Academic productivity tiene un buen artículo al respecto:
En el caso de los trucos para adelgazar veo que se pierde de vista el panorama global en favor de los microdetalles. Beber mucha agua forma parte de una dieta, pero no es el motor principal de la pérdida de peso. Por mucho que bebas, no vas a adelgazar si te comes una pizza gigante cada día.
Los pequeños trucos no nos ahorran el trabajo duro y pesado. El Karate Kid original venció el último combate con su patada de la grulla, pero todas las peleas anteriores, las que le llevaron a la final, las ganó gracias a sus dos meses de entrenamiento.
En mi vida cotidiana veo por doquier la búsqueda de "la patada de la grulla": ese truco sencillo, rápido y maximizador que cambiará nuestra vida. Algunos ejemplos (sin entrar en si funcionan o son solo leyendas urbanas) son: no beber agua en las comidas o tomar la fruta primero para adelgazar, tomar un poco de aceite antes de beber alcohol para no emborracharse... incluso la honda con la que David derrotó a Goliath (este ejemplo no es de mi vida cotidiana).
Hay muchas páginas dedicadas al life hacking, tanto de cosas mundanas del día a día (Lifehacker, Lifehack) como de la personalidad (bakadesuyo). También pueden encontrarse libros al respecto.
No me sorprende la popularidad de este tema, dada nuestra querencia por trabajar poco y ganar mucho. Muchas películas de artes marciales cuentan con un golpe secreto y definitivo. Al entrevistar a grandes figuras se les pregunta por "su secreto", como si para tener un buen tipo bastara con tomar té verde antes de acostarse, o como si para ser el hombre más rápido del mundo fuera suficiente con entrenar sobre césped.
Me temo que sobreestimamos el efecto que pueden llegar a tener estos 'hacks'. ¿Funcionan siquiera? Academic productivity tiene un buen artículo al respecto:
"The essence of a hack is that it works. But do we know they work? How well? How easily can they be adopted? Are they all-terrain hacks? We have no idea. Most of the hacks we all use and learn from the books are essentially untested empirically; most are reported by their inventor to work well in their personal experience.Mi propia experiencia me dice que el efecto, cuando menos, está sobrevalorado. En el caso concreto de los trucos psicológicos me temo que interpretamos erróneamente los resultados de los estudios científicos, tomando diferencias estadísticamente no significativas como grandes mejoras. También extrapolamos los métodos de forma errónea (un tornillo se aprieta mejor con un destornillador, pero el destornillador usado en el estudio puede que no valga para todos nuestros tornillos).
[...]
But do these techniques really work? The obvious answer is: we still don’t know. Nobody has run any systematic comparison to see whether people using these techniques are in fact more efficient or not."
En el caso de los trucos para adelgazar veo que se pierde de vista el panorama global en favor de los microdetalles. Beber mucha agua forma parte de una dieta, pero no es el motor principal de la pérdida de peso. Por mucho que bebas, no vas a adelgazar si te comes una pizza gigante cada día.
Los pequeños trucos no nos ahorran el trabajo duro y pesado. El Karate Kid original venció el último combate con su patada de la grulla, pero todas las peleas anteriores, las que le llevaron a la final, las ganó gracias a sus dos meses de entrenamiento.
sábado, 18 de septiembre de 2010
¿Adiós?
[Vídeo] Santi Rodríguez: Volar en avión
Dentro de unos días viajaré en avión por primera vez. Me pregunto si no estaré malviviendo mis últimos días en esta Tierra. Cada vez que me despido de alguien y me desean buen viaje me pregunto "¿y si es la última vez que veo a esta persona?"
"Te puedes morir cualquier día", me decía un amigo. Cierto, pero siento que tener un billete de avión es como ponerle fecha y hora al deceso.
Ya, es más peligroso viajar en coche, las estadísticas dicen que bla, bla, bla. El problema con las estadísticas es que es complicado comparar los medios de transporte terrestre con los aéreos. ¿Cuántas veces coges el coche en un año? ¿Y el avión? Si lo más peligros del vuelo es el despegue y el aterrizaje (desconozco si es así) esta comparación podría ser más útil que el número de muertes por
kilómetro viajado o por horas de viaje.
Casi todos con los que he hablado, y que ya han volado, me han dicho más o menos lo mismo: "no me da pánico, pero no me hace gracia". Creo que somos instintivamente reacios a despegarnos del suelo. Quizá sea por esa sensación que tenemos de que, si algo va mal, te vas a ir por la posta casi con toda seguridad. Por otro lado, las catástrofes aéreas son profusamente difundidas por los medios de comunicación, con lo que se nos graban a fuego y siempre están disponibles en nuestro pensamiento.
Asumamos que podemos morir (algo nada fácil, ya que nuestro cerebro está hecho para no caer en la cuente de que nos pueden pasar cosas realmente malas). ¿Debería uno despedirse, hacer testamento, etc.? Lo sé, suena bastante ridículo. Hay gente que viaja a menudo, no me los imagino despidiéndose en cada viaje como si fuera el último. No conozco a nadie que lo haga cuando coge el coche. De hecho, dado que te puedes morir cualquier día, estaríamos más tiempo despidiéndonos que viviendo. Parece bastante absurdo, pero. ¿y si tu avión se estrella?
Pienso en aquellas personas que viajaban en los aviones del 11 de Septiembre y que pudieron llamar a su gente para despedirse. Dada la suerte que corrieron es difícil llamarlo "privilegio", pero muchos querrían tener esa oportunidad. Creo que la despedida ayuda a los que se quedan.
Sea como sea, da todo igual. Voy a coger ese avión de todas maneras, y si las cosas se tuercen poco voy a poder hacer. Lo bueno de morirte es que, una vez muerto, no puedes arrepentirte.
Dentro de unos días viajaré en avión por primera vez. Me pregunto si no estaré malviviendo mis últimos días en esta Tierra. Cada vez que me despido de alguien y me desean buen viaje me pregunto "¿y si es la última vez que veo a esta persona?"
"Te puedes morir cualquier día", me decía un amigo. Cierto, pero siento que tener un billete de avión es como ponerle fecha y hora al deceso.
Ya, es más peligroso viajar en coche, las estadísticas dicen que bla, bla, bla. El problema con las estadísticas es que es complicado comparar los medios de transporte terrestre con los aéreos. ¿Cuántas veces coges el coche en un año? ¿Y el avión? Si lo más peligros del vuelo es el despegue y el aterrizaje (desconozco si es así) esta comparación podría ser más útil que el número de muertes por
kilómetro viajado o por horas de viaje.
Casi todos con los que he hablado, y que ya han volado, me han dicho más o menos lo mismo: "no me da pánico, pero no me hace gracia". Creo que somos instintivamente reacios a despegarnos del suelo. Quizá sea por esa sensación que tenemos de que, si algo va mal, te vas a ir por la posta casi con toda seguridad. Por otro lado, las catástrofes aéreas son profusamente difundidas por los medios de comunicación, con lo que se nos graban a fuego y siempre están disponibles en nuestro pensamiento.
Asumamos que podemos morir (algo nada fácil, ya que nuestro cerebro está hecho para no caer en la cuente de que nos pueden pasar cosas realmente malas). ¿Debería uno despedirse, hacer testamento, etc.? Lo sé, suena bastante ridículo. Hay gente que viaja a menudo, no me los imagino despidiéndose en cada viaje como si fuera el último. No conozco a nadie que lo haga cuando coge el coche. De hecho, dado que te puedes morir cualquier día, estaríamos más tiempo despidiéndonos que viviendo. Parece bastante absurdo, pero. ¿y si tu avión se estrella?
Pienso en aquellas personas que viajaban en los aviones del 11 de Septiembre y que pudieron llamar a su gente para despedirse. Dada la suerte que corrieron es difícil llamarlo "privilegio", pero muchos querrían tener esa oportunidad. Creo que la despedida ayuda a los que se quedan.
Sea como sea, da todo igual. Voy a coger ese avión de todas maneras, y si las cosas se tuercen poco voy a poder hacer. Lo bueno de morirte es que, una vez muerto, no puedes arrepentirte.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Tan tonta como cualquiera
Hoy he hecho llorar a una compañera con mis palabras. Obviamente no era mi intención. Lo que yo quería era hacerle reflexionar, pero ha habido una confusión debida al contenido de mi discurso junto con la falta de información no verbal característica de la mensajería instantánea.
La he llamado tonta y hipócrita. Dicho así parece lógico que se enfadara, pero no es algo personal. Todos somos tontos e hipócritas, variando únicamente en el grado o el área al que afecta. Jugamos a la lotería pero fumamos. Nos esforzamos en relaciones de pareja tortuosas. Aguantamos en trabajos que nos hacen infelices hasta que nos echan. Nos quejamos de nuestro cuerpo pero no ponemos remedio. Decimos que queremos una cosa pero nuestras acciones demuestran que queremos otra bien distinta (obras son amores...).
Le he recordado algunos comportamientos irracionales de los que hizo gala en el pasado. Supongo que eso ha revivido malos sentimientos en ella. Al enfrentarnos a lo que no queremos oír, cada uno reacciona según su personalidad. Algunos dejan de escuchar, Otros contraargumentan, intentando racionalizar sus actos a posteriori. Hay quien se enoja. En este caso, hablamos de una chica muy sensible y no me soprende que le haya afectado tanto. La aprecio sinceramente, es una de las pocas personas con las que podría pasar horas sin cansarme de ella. Siendo así debería haber tenido en cuenta sus sentimientos y haber medido mis palabras para no herirla., pero no lo he hecho. Porque soy tonto.
Era una discusión basada principalmente en la guerra de sexos. Personalmente, las mujeres me parecen más hipócritas que los hombres, especialmente en la distancia que hay entre lo que dicen que quieren y lo que eligen realmente. En los hombres esa disonancia cognitiva se me antoja mucho menor. Por supuesto que hay excepciones en ambos bandos, pero lo que importa es la mayoría. Los estereotipos se mantienen porque funcionan, es decir, porque aciertan.
Reconozco que yo albergaba algo de rencor hacia esta persona. Sin embargo, no he sido capaz de hablarlo con ella. Me gustaría decirle que me siento un poco decepcionado, que pensaba que teníamos una relación más cercana. En su cumpleaños yo la llamé, le envié un mensaje y le hice llegar un regalo pensado para ella. En mi cumpleaños solo obtuve una promesa incumplida (que se sumaba a otra que arrastraba desde hacía unos meses). Eso es lo que yo siento, lo cual es evidentemente una versión sesgada y egoísta de los hechos.
Mi sentimiento es irracional (¿alguna vez un sentimiento es racional?). Ella es libre de implicarse en el grado que quiera. Si lo hubiera hecho un hombre no le habría dado importancia. Y sería hipócrita hacer regalos de cumpleaños con la intención de que te lo devuelvan. En las relaciones parece que lo correcto es dar tanto como te devuelven, ni más ni menos. Sin rencores.
Todos somos tontos. El problema es que el genoma no puede adaptarse con la suficiente rapidez para darnos un cerebro acorde con nuestro tiempo. Vivir en el sigo XXI con un cerebro desarrollado hace millones de años es como intentar construir un Airbus con hachas y piedras del Paleolítico.
Así que sí, eres hipócrita y tonta. Como yo. Como tu familia y como la mía. Como todos tus amigos y como todos los míos. Como todos los humanos. Pero no es del todo culpa nuestra. Creo que debemos ser conscientes de los defectos de nuestras herramientas cognitivas y hacerlo lo mejor posible con ellas, aprendiendo a compensar sus carencias.
Qué pena que darse cuenta del problema no sea una solución en sí misma.
La he llamado tonta y hipócrita. Dicho así parece lógico que se enfadara, pero no es algo personal. Todos somos tontos e hipócritas, variando únicamente en el grado o el área al que afecta. Jugamos a la lotería pero fumamos. Nos esforzamos en relaciones de pareja tortuosas. Aguantamos en trabajos que nos hacen infelices hasta que nos echan. Nos quejamos de nuestro cuerpo pero no ponemos remedio. Decimos que queremos una cosa pero nuestras acciones demuestran que queremos otra bien distinta (obras son amores...).
Le he recordado algunos comportamientos irracionales de los que hizo gala en el pasado. Supongo que eso ha revivido malos sentimientos en ella. Al enfrentarnos a lo que no queremos oír, cada uno reacciona según su personalidad. Algunos dejan de escuchar, Otros contraargumentan, intentando racionalizar sus actos a posteriori. Hay quien se enoja. En este caso, hablamos de una chica muy sensible y no me soprende que le haya afectado tanto. La aprecio sinceramente, es una de las pocas personas con las que podría pasar horas sin cansarme de ella. Siendo así debería haber tenido en cuenta sus sentimientos y haber medido mis palabras para no herirla., pero no lo he hecho. Porque soy tonto.
Era una discusión basada principalmente en la guerra de sexos. Personalmente, las mujeres me parecen más hipócritas que los hombres, especialmente en la distancia que hay entre lo que dicen que quieren y lo que eligen realmente. En los hombres esa disonancia cognitiva se me antoja mucho menor. Por supuesto que hay excepciones en ambos bandos, pero lo que importa es la mayoría. Los estereotipos se mantienen porque funcionan, es decir, porque aciertan.
Reconozco que yo albergaba algo de rencor hacia esta persona. Sin embargo, no he sido capaz de hablarlo con ella. Me gustaría decirle que me siento un poco decepcionado, que pensaba que teníamos una relación más cercana. En su cumpleaños yo la llamé, le envié un mensaje y le hice llegar un regalo pensado para ella. En mi cumpleaños solo obtuve una promesa incumplida (que se sumaba a otra que arrastraba desde hacía unos meses). Eso es lo que yo siento, lo cual es evidentemente una versión sesgada y egoísta de los hechos.
Mi sentimiento es irracional (¿alguna vez un sentimiento es racional?). Ella es libre de implicarse en el grado que quiera. Si lo hubiera hecho un hombre no le habría dado importancia. Y sería hipócrita hacer regalos de cumpleaños con la intención de que te lo devuelvan. En las relaciones parece que lo correcto es dar tanto como te devuelven, ni más ni menos. Sin rencores.
Todos somos tontos. El problema es que el genoma no puede adaptarse con la suficiente rapidez para darnos un cerebro acorde con nuestro tiempo. Vivir en el sigo XXI con un cerebro desarrollado hace millones de años es como intentar construir un Airbus con hachas y piedras del Paleolítico.
Así que sí, eres hipócrita y tonta. Como yo. Como tu familia y como la mía. Como todos tus amigos y como todos los míos. Como todos los humanos. Pero no es del todo culpa nuestra. Creo que debemos ser conscientes de los defectos de nuestras herramientas cognitivas y hacerlo lo mejor posible con ellas, aprendiendo a compensar sus carencias.
Qué pena que darse cuenta del problema no sea una solución en sí misma.
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