martes, 30 de agosto de 2016

Parada técnica

Merecidas o no, la cuestión es que estoy de vacaciones y, por primera vez, estoy aprovechando para viajar y conocer mundo por iniciativa propia. Está siendo el verano más extraño y emocionalmente intenso que recuerdo por lo que mi mente necesita una terapia de choque. No cuento con ningún escrito en la recámara que ofrecerles durante este periodo pero si su sed de citas es demasiado intensa siempre pueden pasarse por nuestro pequeño Pérgamo. Calculo que estaremos de vuelta allá por el doce de Septiembre. Hasta entonces ¡aguanten sin nosotros!

Foto de Pam Morris

lunes, 15 de agosto de 2016

La brecha

Para un periodista, algo que le sucede a un conocido es una tendencia, y si ese algo le sucede a un segundo conocido entonces se convierte en una tendencia confirmada. Hoy quiero hablarles de una tendencia confirmada según estos estándares que he detectado recientemente. Desconozco si se trata de un fenómeno real o una ilusión producto de la pequeña lente a través de la cual observo el mundo. Dos son mis fuentes de información en este caso. En primer lugar, la alta rotación de personal que hay en la empresa para la que trabajo. En segundo lugar, el hecho de que por sucesos imprevistos me he visto en la posición de entrevistador por primera vez en mi vida.

Imagen de Sawtooth
Quizá hayan oído en las noticias que faltan trabajadores cualificados en el sector de tecnologías de la información. Desde luego, mucho se ha escrito sobre ello. Las empresas aseguran que no encuentran personal preparado para cubrir los puestos vacantes mientras que los empleados sostienen que las compañías buscan «unicornios» o no están dispuestas a pagar por lo que demandan. Si están más interesados en este asunto la empresa TEKsystems es autora de unos interesantes informes e infografías al respecto. Sin embargo, la brecha a la que yo me refiero no es aquella entre lo que las empresas piden y lo que los empleados ofrecen, sino la que atañe al diferente nivel técnico que los trabajadores de este sector parecen exhibir.

Mi experiencia me dice que la distribución de capacidades técnicas en esto de «la informática» sigue una distribución bimodal, es decir, hay un grueso de trabajadores que andan justos de conocimientos y destreza, y otro grupo menos numeroso de verdaderos cracks. He buscado un poco por internet y he visto que no soy el único que piensa así:

I believe this is almost trivially true: developing ordered sequences of events to carry out specific tasks--algorithm development--is a completely unnatural activity that many people are really bad at. The average person is mediocre at following instructions. Actually creating them is much more difficult. And our evolutionary history does not suggest that the ability to create ordered sequences of instructions to carry out specific tasks has ever been strongly selected for, so we'd expect it--like any weakly selected trait--to have a pretty broad distribution in the population.
The model demonstrates that a broad distribution of ability when applied against a skill that has a highly non-linear contribution to success will result in a bimodal distribution of results of the kind observed in introductory computing (CS1). This does not mean that there is a "gene for programming" any more than there is a "gene for height", but that one or a small number of skills that must be above a given threshold to succeed in CS1 can easily explain the data.
Quizá sea cierto que no todo el mundo está capacitado para trabajar en el sector de TI. Cuando decidí dejar la fisioterapia y dedicarme a los ordenadores lo primero que hube de hacer es buscar un sitio donde formarme. Acudí a una academia privada donde nada más recibirme me dieron una batería de tests psicotécnicos bajo la premisa de que para dedicarse a esto «hay que tener la cabeza amueblada de cierta manera». Completé los ejercicios y la chica que me atendió me dijo que yo valía para este sector. Cuando finalmente entré en la formación reglada noté que en aquella clase había dos tipos de estudiantes: aquellos que sacaban sobresaliente en todo y aquellos otros que aprobaban a duras penas o suspendían, siendo el primer grupo mucho menor que el segundo.

He encontrado lo mismo en el mundo laboral. Como les decía, en mi empresa entra y sale gente a buen ritmo. Muchos son estudiantes sin experiencia pero también se contrata a gente ya curtida. Obviamente, eso significa que la gente de personal hace muchas entrevistas, habiendo yo colaborado en algunas de ellas. En ambos casos observo la misma brecha: la mayor parte de quienes se dedican a esto andan muy justos de talento y ganas, mientras que una pequeña parte son gente apasionada de gran capacidad. La brecha se nota también a nivel mundial: hay compañías cuya nacionalidad ya te adelanta que va a ser muy duro trabajar con ellos y otras cuya procedencia es sinónimo de calidad y exigencia. No creo que me equivoque si digo que los mejores ingenieros de este mundillo se hallan mayormente en Estados Unidos y en Irlanda, sede europea de las grandes empresas del sector (Google, Apple, Linkedin, Facebook, Twitter y demás).

Es un fenómeno que me inquieta, y no solo porque yo me halle en el vagón de cola del talento, lo que hace que me pregunte si seguiré encontrando trabajo en el futuro. Me inquieta porque las grandes empresas luchan entre ellas por lo más granado del sector (los gigantes) ofreciéndoles buenos salarios, beneficios sociales, planes de carrera y un largo etcétera. Además lideran la innovación, ya que su tamaño les hace enfrentarse a problemas radicalmente nuevos (por ejemplo: reconocimiento de voz, texto e imágenes, velocidad en las comunicaciones u optimización del uso de energía eléctrica). Por tanto, es lógico que la gente quiera trabajar, digamos, en Google. ¿Y qué pasa cuando a alguien lo contratan en una de las grandes del sector? Que recibe la mejor formación, que sus compañeros son los mejores y que lleva a cabo proyectos de gran alcance y complejidad. Los mejores se hacen así aún mejores.

Por su parte, las empresas más modestas solo pueden permitirse peces del Mar Muerto, así que no tienen otro remedio que cubrir sus posiciones con empleados mediocres, lo cual hace que sea aún más difícil luchar con las grandes firmas, máxime si tenemos en cuenta que estos negocios tienden a invertir lo mínimo posible en su fuerza de trabajo. Sus asalariados apenas reciben formación (si es que llegan a recibir alguna) y el único plan de carrera disponible es llegar a ser mando intermedio. Los trabajadores se ven obligados a pasar de un empleo a otro sin relación con el anterior para poder ganar algo más de dinero, desperdiciando así su capital de carrera.

Todo esto lleva a un ecosistema en el que las grandes compañías crecen monopolizando el talento, las startups aparecen con la misma velocidad con la que desaparecen, y los empleados se mueven de un lado para otro sin cesar (ya sea por voluntad propia u obligados) como si fueran todos iguales, cual peones en un tablero de ajedrez.

No voy a molestarme en tratar de averiguar las causas de este fenómeno que se retroalimenta. Obviamente, el sistema educativo de cada país tiene mucho que ver, así como la vocación individual. En cualquier caso, mi mayor preocupación es saber cómo seguir siendo relevante en este entorno. Yo no soy lo suficientemente bueno como para trabajar en sitios como Netflix, Intel o Microsoft pero tengo amigos que sí. Sus historias me hacen darme cuenta de que existe un «primer mundo» y un «tercer mundo» laboral en este sector, separados por un abismo que cada vez se hace mayor.

lunes, 8 de agosto de 2016

La zona de confort

Pocos años atrás, Invisible Kid me envió un vídeo (creo que era este) que explicaba en siete minutos el concepto de la zona de confort y las maravillas que supone salir de dicha zona. Aquel vídeo me dejó la sensación de que había algo absurdo o erróneo en lo que trataba de transmitir pero no supe articularlo en palabras. Según ha ido pasando el tiempo y he visto a gente sacar a colación el concepto puedo expresar por fin aquel sentimiento.

La idea de la zona de confort está relacionada con el rendimiento óptimo. Hace más de un siglo, los psicólogos Robert Yerkes y John Dodson llevaron a cabo un experimento con ratones sobre la formación de hábitos. La ley que lleva su nombre establece la relación existente entre el rendimiento y el estrés:

La ley de Yerkes-Dodson recoge tres estados principales: desvinculación, flujo y sobrecarga. Cada uno de ellos tiene una enorme influencia en nuestra capacidad de rendir al máximo: la desvinculación y la sobrecarga dan al traste con nuestros esfuerzos, mientras que el flujo les saca partido.

[...
 ] La relación entre estrés y rendimiento, reflejada en la ley de Yerkes-Dodson, indica que el aburrimiento y la desvinculación activan una cantidad excesivamente pequeña de las hormonas del estrés segregadas por el eje hipotalámico-hipofisario-suprarrenal, con lo que el rendimiento se resiente. Cuando nos sentimos más motivados y vinculados, el «estrés bueno» nos sitúa en la zona óptima, donde funcionamos en plenitud de condiciones. Si los problemas resultan excesivos y nos desbordan, entramos en la zona de agotamiento, donde los niveles de hormonas del estrés son demasiado elevados y entorpecen el rendimiento.
Imagen de Wikimedia Commons

La zona de confort es un estado de bajo o nulo estrés. Es la zona a la que tendemos por razones obvias pues nos proporciona seguridad y tranquilidad mental. Sin embargo, también es donde surge el aburrimiento y donde tendemos a desconectar de lo que estamos haciendo. La ley de Yerkes-Dodson dictamina que si queremos dar lo mejor de nosotros mismos debemos salir de la zona de confort y soportar un nivel de estrés adecuado (ni poco ni mucho), siendo el punto ideal aquel que nos sitúa en lo que Mihály Csíkszentmihályi denomina «estado de flujo»:

[E]l estado en el cual las personas se hallan tan involucradas en la actividad que nada más parece importarles; la experiencia, por sí misma, es tan placentera que las personas la realizarán incluso aunque tenga un gran coste, por el puro motivo de hacerla.
Hasta aquí las definiciones. Según la psicología popular, grandes beneficios esperan a quienes tengan por norma salir de su zona de confort, beneficios que en ningún momento pongo en duda. No obstante, un examen más detenido nos permitirá ver la vacuidad de una norma de vida que apela a huir constantemente de la zona de confort.

La ley de Yerkes-Dodson es conocida intuitivamente por muchas personas. Quienes compiten en algún deporte, verbigracia, saben que no es posible igualar el rendimiento de una competición en un entrenamiento, pues para dar el máximo se necesita ese estrés externo impuesto por el resto de competidores. Los estudiantes, aunque sea a regañadientes, habrán de reconocer que los exámenes son necesarios para asimilar la materia. Y creo que todo trabajador ha podido experimentar en primera persona cómo la productividad es mayor cuando se acerca la fecha límite o hay cierta urgencia en obtener resultados. Por tanto, la idea de salir de la zona de confort está un tanto vacía por obvia, pues muchos ya saben de entrada que para mejorar es necesaria cierta cantidad de estrés positivo (eustrés). Sin embargo, mi desazón con este nuevo mantra no tiene que ver con el hecho de que su lección principal no sea nada nuevo sino con su desnudez práctica. Sigan conmigo mis ideas para entender a qué me refiero.

Como hemos dicho antes, la zona de confort equivale a rutina. En nuestra vida diaria tenemos decenas de rutinas y, por tanto, decenas de zonas de confort, desde la forma en que conducimos hasta la forma en que trabajamos o criamos a nuestros hijos. Digamos que una tarde se hallan ustedes tumbados en el sofá perdiendo el tiempo viendo vídeos de gatitos y alguien les envía el enlace que les he comentado al principio. ¡Eureka! ¡Para ser mejor y para aprender debo salir de mi zona de confort! Genial. Y ahora ¿qué? Obviamente, no podemos salir de todas las zonas de confort a la vez, pues eso sería una receta segura hacia el fracaso. Por otra parte, no todos los aspectos de nuestra vida son igualmente importantes: quizá queramos mejorar en unos y no nos importe estar estancados en otros. De manera que hemos de elegir y elegimos. Y ahí está la trampa: ¿cómo sabemos que las zonas de confort de las que elegimos salir no son aquellas de las que nos es más confortable salir? Imaginemos que queremos ser mejores padres, deportistas y trabajadores, y nos centramos en lo segundo. Cabe la posibilidad de que nuestros cachorros prefieran que hubiéramos elegido lo primero y de que nuestros jefes y compañeros prefiriesen que hubiéramos optado por lo tercero. El caso es que hemos decidido ser mejores atletas, así que cambiamos nuestro entrenamiento –haciéndolo más duro– para salir de nuestra forma de confort y nos felicitamos por haberlo hecho. Pero tal vez hemos elegido eso porque cambiar de plan de entrenamiento es más fácil que ser mejor padre o porque nos da un mayor chute de endorfinas que aprender a hacer mejor nuestro trabajo. La cuestión es que, de entre todo el abanico de posibilidades, hemos elegido salir de una zona de confort que puede no ser la que más nos convenga objetivamente. Paradójicamente, al intentar salir de la zona de confort hemos permanecido dentro de ella.

Todo el razonamiento anterior puede sonar a perogrullo o antojarse irrelevante pero, a mi juicio, es la causa de uno de los usos más enervantes de este consejo, a saber, el hecho de que quienes lo promulgan lo hacen porque es lo que harían ellos en la misma situación. Por ejemplo, hablan ustedes con un amigo y le comentan que su relación de pareja no va bien, a lo que su amigo responde que sería mejor terminarla y buscar una pareja nueva. Puede que a pesar de los problemas en su relación ustedes estén a gusto en la casa que comparten con su cónyuge. Su amigo, que tiene tendencia a cortar lazos románticos ante el primer problema, les suelta un discurso sobre lo malo que es conformarse y cómo deben ustedes salir de su zona de confort. Así, su asesoramiento es inútil para ustedes pues realmente no les dice nada que les sirva, ya que simplemente refleja cómo es la otra persona y qué haría ella en nuestro lugar. De hecho, esa otra persona, al seguir su propio consejo, también sigue dentro de su zona de confort, pero no lo ve así porque tendemos a identificar erróneamente el hecho de salir de la zona de confort con el mero cambio.

El otro uso habitual de esta exhortación es meramente retórico y se da cuando alguien quiere que hagamos algo que nosotros no queremos hacer. Recientemente me han ofrecido un puesto de mando intermedio que no tengo la mínima intención de aceptar, algo que desde el departamento de recursos humanos han tomado como resistencia al cambio sin pararse a pensar que todos estos años yo he acumulado un capital en forma de conocimiento técnico que no puedo echar por la borda para dedicarme a algo que ni siquiera me interesa. El absurdo de reorientar completamente nuestra carrera laboral solo por salir de la zona de confort queda patente cuando le damos la la vuelta a la situación y le proponemos a alguien de recursos humanos que deje su puesto actual y pase a la programación informática.

Su esfuerzo por convencerme seguramente se deba a que simplificaría su trabajo, ya que se librarían de tener que buscar a otra persona en el mercado de trabajo, aunque también puede darse el caso de que realmente piensen que a mí me vendría bien hacerlo. Eso es algo que también sucede a menudo: personas que nos dan consejos porque creen que son bueno para nosotros. Por más que su intención sea loable, lo cierto es que no dejan de ser situaciones paternalistas en las que otra persona presupone saber mejor lo que nos conviene que nosotros mismos. Cabe la posibilidad de que realmente sea así, y yo soy el primero en dudar de que cada uno de nosotros sepa realmente lo que mejor le conviene, pero la experiencia me dice que –de nuevo– los consejos que recibimos de los demás tienen más que ver con su personalidad y sus experiencias que con el hecho de ayudar a quien los recibe.

La zona de confort está relacionada con el aprendizaje y la mejora de nuestras habilidades; no es un arma arrojadiza para persuadir a los demás de hacer cosas que no quieren hacer ni una alabanza del cambio. La lección de la ley de Yerkes-Dodson es que para rendir mejor un poco de estrés en forma de exámenes, plazos límites o listones más altos ayuda bastante, todo lo cual, por otra parte, ustedes ya lo sabían de antemano.

lunes, 1 de agosto de 2016

El tamaño importa (y IV)

He ahí el dilema. Hemos visto que un país pequeño puede tener un sistema político más cercano y un gobierno más ágil y eficiente, pero conlleva menos poder internacional. Por su parte, un gran país o conjunto de naciones tiene más fuerza en escenarios globales pero su burocracia es más ineficiente y la participación política de los ciudadanos es menos directa, por no mencionar que los grandes países a menudo imponen condiciones que perjudican a una minoría y benefician a quienes controlan el poder. Pero aún falta por considerar un tercer factor: la economía.

Los últimos cien años han sido, entre otras cosas, el siglo de la globalización financiera. Hemos presenciado cómo se expandía el libre comercio y cómo iban desapareciendo los controles al flujo internacional del capital. A consecuencia de ello, la importancia de los mercados internacionales ha ido creciendo. Eso tiene múltiples ventajas pero también genera tensiones, pues no existe un único conjunto de reglas al que atenerse o una autoridad final a la que recurrir en caso de disputa. Como explica Dani Rodrik:

Although economic globalization has enabled unprecedented levels of prosperity in advanced countries and has been a boon to hundreds of millions of poor workers in China and elsewhere in Asia, it rests on shaky pillars. Unlike national markets, which tend to be supported by domestic regulatory and political institutions, global markets are only “weakly embedded.” There is no global antitrust authority, no global lender of last resort, no global regulator, no global safety net, and, of course, no global democracy. In other words, global markets suffer from weak governance, and are therefore prone to instability, inefficiency, and weak popular legitimacy.
Foto de Derek Bruff
El TTIP es un nuevo ejemplo de las tensiones mencionadas y su significado en relación con el tema que estamos tratando se entiende fácilmente con el ejemplo de la carne de vacuno. En 1989 la Unión Europea prohibió las exportaciones estadounidenses de carne de vaca tratada con determinadas hormonas. Los Estados Unidos buscaron apoyo internacional para bloquear la directiva, sin éxito. Más tarde, en 1998, un órgano de la Organización Internacional de Comercio dictaminó que la prohibición impuesta por la UE violaba las reglas del comercio internacional. A pesar de ello, hasta la fecha, la Unión Europea no ha levantado el bloqueo. Hay que decir que la prohibición establecida no es una medida proteccionista pues no afecta solo a la carne americana, ya que está prohibido el uso de esas hormonas también en los países que forman parte de la Unión.

El TTIP busca reanudar las importaciones en ambos sentidos (Estados Unidos bloqueó la importación de carne de vacuno europea tras los brotes de encefalopatía espongiforme bovina). Si esto ocurre tendremos un nuevo caso en el que las reglas de un país o conjunto de ellos, redactadas por los representantes de los ciudadanos, son cambiadas por un mercado internacional cuyos actores principales (los miembros de la Organización Internacional de Comercio) son elegidos a dedo y no deben rendir cuentas ante los habitantes de los países que siguen sus reglas.

Así pues, tenemos un puzzle de tres piezas: estado-nación, sistema de gobierno y globalización económica. Según Dani Rodrik, de esos tres objetivos solo podemos alcanzar simultáneamente un máximo de dos (ibídem Rodrik):

In particular, you begin to understand what I will call the fundamental political trilemma of the world economy: we cannot simultaneously pursue democracy, national determination, and economic globalization. If we want to push globalization further, we have to give up either the nation state or democratic politics. If we want to maintain and deepen democracy, we have to choose between the nation state and international economic integration. And if we want to keep the nation state and self-determination, we have to choose between deepening democracy and deepening globalization. Our troubles have their roots in our reluctance to face up to these ineluctable choices.

Even though it is possible to advance both democracy and globalization, the trilemma suggests this requires the creation of a global political community that is vastly more ambitious than anything we have seen to date or are likely to experience soon. It would call for global rulemaking by democracy, supported by accountability mechanisms that go far beyond what we have at present. Democratic global governance of this sort is a chimera. There are too many differences among nation states, I shall argue, for their needs and preferences to be accommodated within common rules and institutions. Whatever global governance we can muster will support only a limited version of economic globalization. The great diversity that marks our current world renders hyperglobalization incompatible with democracy.

So we have to make some choices.
De acuerdo con este autor, la política nacional choca con los mercados internacionales, ante lo cual hay tres soluciones posibles. Primero, podemos restringir nuestro sistema político (por ejemplo, nuestra democracia) para minimizar los costes de transacción internacionales. Segundo, podemos limitar la globalización económica para tener un mejor gobierno doméstico. Finalmente, podemos tratar de extender la democracia al mundo entero, creando un único gobierno global (al estilo, verbigracia, de la Unión Europea), sacrificando así parte de la soberanía nacional. Como dicen los anglosajones: «pick your poison».

Desacoplar Estado, sociedad y mercado como proponen algunos es lo que da origen al trilema de la globalización: es como una partida multitudinaria de Monopoly en la cual cada participante juega según las reglas que utilizan en su casa (porque, como todos sabemos, los juegos de mesa tienen reglas distintas en cada hogar). A mi juicio, las élites perseguirán un mercado global y un gobierno mundial mientras que las poblaciones lucharán por su poder político y la soberanía nacional. Mientras tanto, los desequilibrios continuarán amontonándose y las tensiones seguirán ahí, con unos pensando que el vecino les lastra, los otros creyendo que es mejor andar unidos y los de más allá salmodiando que la mejor solución es «cada cual para sí».