domingo, 30 de octubre de 2011

No eres tan valioso

Lo que estaba oyendo me subía la tensión arterial:
«Hay que poner en la portada el tratamiento, don y doña. Como son altos cargos son muy tiquismiquis con eso».
Por aquel entonces estaba empleado en una organización con una jerarquía vertical casi militar, en la que los subordinados deben lamerle el culo a sus superiores hasta dejárselo sin un solo pelito. Sus órdenes se acatan sin más, pueden saltarse las políticas de la organización cuando les venga en gana y pobre de aquel que ose hacerles un feo. Los altos cargos allí están prácticamente endiosados.

Durante un tiempo vi cada día a aquellos tontos del haba alborotados, removiendo cielo y tierra porque la conexión a Internet le iba lenta al señorito, y me acordaba de lo que contaba Atul Gawande sobre su experiencia en la India como médico de la OMS:
«El plan [...] consistía en [...] enviar a los trabajadores de puerta en puerta hasta vacunar a 4,2 millones de niños. En tres días. [...] En toda la India, una nación con mil millones de habitantes, la OMS emplea a doscientos cincuenta médicos para que se encarguen del seguimiento de la poliomelitis. [...] recorrí Karnataka en compañía de Pankaj Bhatnagar, pediatra de la OMS cuyo trabajo consistía en comprobar que la operación [de vacunación contra la poliomelitis en la India] se ejecutaba correctamente. [...] Teníamos un Toyota de alquiler de tracción integral y un chófer [...] que esperó hasta que llevábamos una hora conduciendo por una carretera llena de baches para decirnos que se había agotado la batería. Cada vez que se apagara el motor, nos dijo, tendríamos que ayudar a arrancar el coche a empujones.»
Si tengo que llamar don a alguien será a Pankaj, y no a un tipo cuyo único cometido es transportar folios de reunión en reunión.

Tengo la impresión de que en el sector en el que trabajo, el de la seguridad IT, hay demasiada gente encantada de haberse conocido, enamorada de su propia voz. Son granos de egocentrismo formando una playa de narcisismo. Verlos reunidos es como mirar una jaula de monos -de esos con el culo pelado- que solo se sueltan el rabo para asegurarse de que el suyo es más grande que el de al lado.

La humildad no se estila mucho en Occidente, al parecer. Para Aristóteles equivalía a ser un pusilánime, por lo que se consideraba un defecto de la personalidad. Por contra, Confucio pensaba que la humildad era una característica propia de la virtud. Según la psicología actual nos vemos a nosotros mismos mejor de lo que somos, siempre por encima de la media (por ejemplo, en lo que a conducir se refiere). Dado que parecemos estar hechos para la soberbia creo que no nos viene mal que nos bajen los humos.

Eso no es muy difícil. ¿Eres director general? Me pregunto si has ascendido por lo bien que haces tu trabajo o solo porque llevas mil años en la empresa. Tal vez eres un trepa o un maquiavélico. ¿Que es porque eres muy bueno en tu trabajo? Somos ya 7.000 millones de personas, así que probablemente haya (mucha) gente mejor que tú. Incluso en lo más alto de la escala el número uno no siempre está claro. ¿Fue mejor Newton o Einstein? ¿Pelé o Di Stéfano? Pero supongamos que de verdad eres el hacker número uno. Mientras tú estás sentado calentito y a salvo en tu oficina Pankaj recorre como puede la India para salvar vidas. ¿Es lo que tú haces igual de significativo?

La profesión es solo una de las muchas facetas de la vida. Quizá seas Steve Jobs y hayas transformado el mundo, mejorándolo. Bueno, amigo Steve, hay muchas piezas más en el puzzle. ¿Eres justo? ¿Repartes el dinero que realmente te sobra entre los que lo necesitan más que tú? ¿Puedes controlar tus impulsos o te dejas llevar por tus apetencias o emociones? ¿Eres veraz? ¿Participas en la política? ¿Eres vegetariano? ¿Haces felices a todos los demás? ¿Eres perfecto? ¿Ayudas a los demás a serlo?

Mientras escribía esta diatriba me ha venido a la cabeza de forma recurrente la imagen de una persona en concreto, alguien que lleva una camiseta en la que pone «Fuck Google. Ask me!». Socio, deja de lamerte el cipote con esos sonoros lametazos. En realidad tú, yo y todos somos una nadería:
«Cierto que muchos hombres se tienen a sí mismos por necesarios, pero se engañan. Podrían muy bien no ser, y, probablemente, sin gran daño para el universo.»

miércoles, 26 de octubre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (II)

Lea la introducción de esta serie de artículos.

Creo que la mejor descripción de lo que se siente al estar deprimido la leí en un libro sobre el Tarot Rider-Waite en la página correspondiente al tres de espadas:
«La escena del arcano habla por sí misma. Un corazón bajo un cielo plomizo y lluvioso se encuentra traspasado por tres agudas espadas. Es el dolor en sus fases de sufrimiento físico, psíquico y moral, donde la persona se encuentra sola padeciendo sus males, con el corazón roto por la angustia y sin percibir ninguna luz, ninguna esperanza, ningún alivio entre problemas y hechos concretos que en verdad justifican su dolor.»

Las siguientes palabras están sacadas del diario de una persona deprimida:
«Siento que me voy al hoyo. Han vuelto la aflicción, el run-rún de fondo, el cansancio, la soledad... y se ha ido la fuerza para luchar contra todo eso. He pasado prácticamente todo el día con ganas de llorar. Me gustaría aguantarme sin más pero me duele.  [...] En el día a día, me decepciono continuamente. De forma global, está claro que hasta ahora he desperdiciado la vida.
[...] Cuando intentas superar un límite una y otra vez, y chocas con el muro una y otra vez, no se trata de una limitación autoimpuesta; se trata de la realidad. Hay veces que realmente no se puede. [...] Siento que no puedo cambiar, que es inútil intentarlo, que da igual cuánto trabaje, que nada da resultado. [...] Me siento mal por sentirme mal, por no poder controlarlo, por no poder dejar de llorar cuando hay tanta gente con problemas de verdad, por ser incapaz de hacer lo que se supone que tengo que hacer, por estar atrapado en mis pensamientos circulares..»
Y sigue así la cosa. Como dice el psiquiatra Enrique Rojas:
«La verdadera depresión es un estado de hundimiento terrible que cualitativa y cuantitativamente es mucho mayor que cualquier decaimiento producido por los avatares de la vida. El sufrimiento de la depresión puede llegar a ser tan profundo que solo se vea como salida de ese túnel el suicidio.»*
No hablamos, por tanto, del sentimiento de tristeza normal consecuencia de algo negativo que ha sucedido, ni tampoco del causado por drogas u otras sustancias. Se trata de una tristeza anómala, una congoja incapacitante, monopolizadora, mezclada con desesperación y envuelta en desánimo; una especie de tumor del ánimo que engulle a la persona. Es como vivir en un pozo profundo y estrecho, frío, húmedo, oscuro. El sufrimiento dura semanas, meses o incluso años, sin apenas periodos de alivio.

Uno puede deprimirse por buenas razones. Por ejemplo, porque sí. Las depresiones endógenas son las debidas a factores bioquímicos, y pueden ser causadas por sustancias, cambios físicos en el cerebro (trauma, cirugía) o herencia. A veces, las personas con este tipo de depresión no encuentran una justificación para su malestar, y acaban atribuyéndolo a causas a su entender razonables, pero que pueden ser auténticas bobadas para cualquier otro (de un grano de arena hacen una montaña desde la que se tiran al vaso de agua donde se ahogan).

También podemos deprimirnos por factores externos. En ocasiones una persona reacciona anormalmente a una vivencia (por ejemplo, un divorcio o la pérdida de un empleo) o procesa de forma anómala su día a día (ve solo lo malo, lo magnifica y queda atrapado en su propio cuento de terror). El enfermo deja entonces de poder ejercer su rol normal al producirse deterioro social, laboral o familiar.

Son síntomas de depresión el insomnio, la irritabilidad, el cansancio, la falta de energía y la fatiga, el aumento o pérdida de peso, la dificultad para concentrarse, los pensamientos recurrentes de suicidio, la incapacidad para disfrutar de nada, la pérdida de interés en actividades que antes eran placenteras... la lista es bastante larga. De todos ellos, los que más me llaman la atención personalmente son los cognitivos. Aaron Beck describió la tríada cognitiva de la depresión: visión negativa del yo, del entorno y del futuro. En otras palabras: yo soy malo, el mundo es malo, no hay esperanza. O, si se prefiere en inglés, «hopelessness, helplessness, and worthlessness».

Continuará


* Los sujetos con trastorno depresivo mayor que mueren por suicidio llegan al 15% (Pichot, Aliño & Miyar, 1995).

domingo, 23 de octubre de 2011

Mira el lado malo

«¡Qué manía tienes de verlo todo tan positivo!», le espetaba el otro día Ino a su compañero Josué. Según a cuál de los dos le preguntara, el proyecto iba viento en popa o estaba hundiéndose cual Titanic. Mientras que Josué es de los que piensa que el primer paso para solucionar un problema no es reconocerlo, sino negar que haya problema alguno, Ino es capaz de centrarse en la más diminuta mácula y magnificarla hasta ocultar el sol.

Foto de kalyan02
Me pregunto qué se sentirá siendo optimista como Josué, mirando el futuro con esperanza, libre de riesgos, confiando en que todo saldrá bien. Como ya dije, yo me identifico más con las palabras de A. J. Jacobs:
«I see the glass as half empty and the water as teeming with microbes and the rim as smudged and the liquid as evaporating quickly»
Cuando se es así, creo que es importante tomar dicho sentimiento de forma constructiva. El miedo a que algo salga mal puede paralizarnos; ver solo lo malo del mundo acaba por deprimirnos. Pero detectar los problemas es el primer paso para resolverlos, y el desasosiego que nos produce aquello que vemos que está mal quizá nos haga trabajar con más ahínco en la solución. La cuestión es pasar de pensar «todo esto es mierda todo» a pensar «esto es mierda ¿cómo puedo arreglarlo?». El cinturón de seguridad de los coches podría ser un ejemplo. Un pesimista asume que los accidentes ocurren, a veces con consecuencias trágicas. Pero en lugar de renunciar a conducir inventa uno modo de protegerse. Se trataría, pues, de una especie de pesimismo no desesperanzado, según el cual no se asume que todo es inútil y va a salir mal, sino que se tiene en cuenta que algunas cosas quizá salgan mal, y se busca la forma de minimizar el riesgo y avanzar mejorando lo existente.

El pesimista nos recuerda dos lecciones muy importantes. Una es que pueden ocurrirnos cosas realmente malas -como la muerte-, algo que olvidamos a menudo. La otra es que en lugar de gastar nuestra energía en «chuparnos las pollas» por nuestros éxitos, debemos conducirla hacia lo que está mal, pues es eso lo que hay que arreglar. Es nuestra obligación.

miércoles, 19 de octubre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (I)

«Paciente de 26 años que acude a urgencias por intento de venolisis. Tras conflicitva laboral afirma sentirse desbordada pero que al final se ha arrepentido y ha buscado ayuda.
Escala de Glasgow 15 de 15. FC 56 ppm. Tensión 12/7. Pupilas isocóricas. Abdomen anodino. Laceraciones en cara anterior muñeca izquierda. Negativo para alcohol y drogas. Discurso fluido, coherente, victimista. Hablo con la madre y decide llevársela a vivir con ella de nuevo. Le señalo la importancia de tener un ambiente tranquilo y la inconveniencia de evitar estresores a largo plazo. Se recomienda psicoterapia.
Diagnóstico: parasuicidio.»
Escrito en el típico lenguaje aséptico y deshumanizado de urgencias, el informe de alta contaba de qué manera la desesperada Molly -no es su verdadero nombre- había hecho como que se cortaba las venas. Una forma dramática de pedir auxilio.

Comienza aquí una serie de textos en los que compartiré mis experiencias con eso llamado depresión. Vaya por delante que no tengo ningún tipo de formación psiquiátrica; mi intención es únicamente plasmar aquello que he sentido, oído y leído sobre el tema. Quién sabe, puede que ayude a alguien. Tengo la impresión de que el fondo del pozo anímico anda superpoblado últimamente.

Dado lo triste del asunto y lo poco interesante que pueda resultarle a algunos lectores, publicaré los artículos de esta serie entre semana manteniendo los escritos dominicales para otros temas.

Continuará.

sábado, 15 de octubre de 2011

Eternos aprendices

Supongo que llegará el día en el que finalmente cancelen Los Simpson. Es posible que en España ese hecho pase desapercibido, habida cuenta de las sempiternas emisiones de sus capítulos en Antena 3 (y ahora también Neox). Estoy convencido de que el día del Juicio Final se podrá oír de fondo la canción que abre cada capítulo.

Me sentí un poco identificado con Lisa cuando, en el episodio EABF11 (Perdonad Si Añoro El Cielo, S16E14), un director de documentales se mete con ella por la diversidad de sus intereses:
«- Lisa: Entre mis aficiones están la música, la ciencia, la justicia, los animales, la moral, los sentimientos...
- Director: O sea que te consideras una intelectual tipo buffet que picotea y picotea para llegar a ser una simple directora de biblioteca a los 38 años. [...] Lisa, me temo que eres una diletante. Elige un camino y síguelo.»
Imagen de teamstickergiant
Precisamente esa mañana había estado hablando con Invisible Kid sobre lo que implica querer aprender varias cosas muy distintas. Él se quejaba de que «al final, no eres un crack en nada». Su frase encierra ese lamento expresado por el refrán «aprendiz de todo, maestro de nada», que suele usarse en sentido peyorativo.

Ya he comentado el problema que supone actualmente la cantidad de conocimiento acumulado. Si quieres destacar, es necesario ser un especialista dentro de una especialidad, y cada vez hay más distancia entre las especialidades. Parece difícil poder completar las conocidas 10.000 horas necesarias para alcanzar la maestría en más de una cosa.

Como Lisa, a mí también me gusta picotear intelectualmente. Si pudiera pedirle un deseo al genio de la lámpara, sin duda sería el poder saberlo todo:
«[T]here’s an African folktale I think is relevant here. Once upon a time, there’s this tortoise who steals a gourd that contains all the knowledge of the world. He hangs it around his neck. When he comes to a tree trunk lying across road, he can’t climb over it because the gourd is in his way. He’s in such a hurry to get home, he smashes the gourd. And ever since, wisdom has been scattered across the world in tiny pieces. So, I want to try to gather all that wisdom and put it together.»
Desde mi punto de vista, ser aprendiz de todo tiene muchas ventajas. Es cierto que, a veces, no saber nada de algo es mejor que tener un conocimiento incompleto. Y sí, puede que diluyendo tu esfuerzo no pases de mediocre:
«One should waste as little effort as possible on improving areas of low competence. It takes far more energy and work to improve from incompetence to mediocrity than it takes to improve from first-rate to excellence.»
Pero, por muy bien que se te dé algo, es probable que haya un montón de personas que sean mejores que tú. Ser un experto no es ninguna panacea. Uno puede desperdiciar el propio talento siguiendo un camino improductivo, como la videncia o la homeopatía (Newton dedicó gran cantidad de tiempo al estudio de la Biblia y de la alquimia). Si tu trabajo pasa de moda, estás jodido. Es arriesgado jugárselo todo a una carta. Personalmente, no quiero ser uno de los que queman telares porque lo único que saben hacer es hilar manualmente el algodón.

Una de las ventajas más importantes que tiene la amplitud de intereses es poder enfocar los problemas con perspectivas muy diferentes. En ocasiones el error humano se debe a la aplicación de un remedio conocido a una situación no porque sea el adecuado, sino porque es la única forma de actuar que conocemos. Cuando uno solo tiene un martillo, todos los problemas le parecen clavos.

Y luego está el cerebro. Creo que muchos tratan a dicho órgano como tratan a sus móviles: tienen un cacharro capaz de hacer cantidad de cosas, con un montón de funciones, pero al final solo usan unas pocas, siempre las mismas. Cuanto más aprendemos más neuronas se activan y más conexiones entre ellas se establecen. Eso retrasa el envejecimiento mental y nos mantiene cognitivamente en forma. Cuida tu cerebro y tu cerebro cuidará de ti.

martes, 11 de octubre de 2011

Runnin' wild

Cuando somos pequeños, nuestros padres nos compran coches a los niños y muñecas a las niñas. Desde el principio hay una clara línea que nos diferencia, biológica y sobre todo, social.

Eso en principio nos la trae un poco al pairo, solamente cuando empiezan las hormonas a hacer de las suyas es cuando se redescubre a ese ser que hasta entonces era un mero “ocupante” de espacio en el patio del colegio. Desde ese momento tu vida no volverá a ser la misma.

Imagen de mando2003us
Está claro que no somos iguales. En inteligencia, aunque existan pocas diferencias, en general las mujeres son algo más listas y tienen una mayor capacidad verbal, cosa que creo todos teníamos claro. Así mismo, los hombres puntúan más alto en “rotación mental”. Vamos, que conducimos mejor (ni siquiera todos) y poco más.

De esta forma llegamos a la adolescencia, en la que nos pasamos los días altamente agilipollados por casi cualquier persona del otro sexo que se cruce en nuestro camino. Los chicos detrás de las chicas para que les hagan caso, las chicas pasando de los chicos para que les hagan caso. Aunque las estrategias sean opuestas, al final acaban funcionando y mostrándonos, antes o después, que estábamos equivocados. Y vuelta a empezar.

Ahí es cuando empezamos a darnos cuenta de las otras diferencias existentes entre nosotros, las de personalidad. Del meta-análisis de Feingold se desprende que las mujeres, en general, puntúan más alto en extraversión, ansiedad, seguridad y sensibilidad. Sobre todo esta última. Sin embargo, nosotros ganamos en autoestima y asertividad. Vamos, que somos unos egoístas inmutables y que estamos en este mundo porque tiene que haber de todo xD

El caso es que de una forma u otra, nos cuesta horrores encajar. Desde que empieza la adolescencia hasta que consigues cierta complicidad, confianza y estabilidad con una pareja, pueden pasar años, e incluso puede no llegar a darse nunca. ¿Hay algún problema en ello? Ninguno. El problema está en nuestras expectativas sociales y presiones autoimpuestas (La de tener hijos ya ha quedado desplazada puesto que la ciencia nos ha proporcionado nuevos medios).

Como bien ha dicho en anteriores post mi amigo Silvio, la evolución nos delata y aún nos quedan demasiados rasgos animales que no podemos controlar. Solamente la diferencia entre el vínculo emocional que sienten hombres y mujeres entre ellos ya es suficiente para que la mayoría (si no todas) de nuestras relaciones estén avocadas al fracaso. Puede que unos se den cuenta antes, puede que otros después; puede que otros no se quieran dar cuenta y puede que finalmente algunas consigan su propósito inicial. Pero la mayoría tienen un tiempo límite, el que marcan nuestras hormonas, también conocidas como amor.

Quizá la forma de conseguir mejorar esto sea desde la base: la educación y sociedad. Que es lo único que podemos cambiar, ya que el resto nos viene impuesto. Una mayor información sobre nuestras diferencias innatas puede reducirlas en un futuro en todos los ámbitos, a base de una mayor empatía para con el otro.

¿Podemos reducir las diferencias y discriminaciones existentes entre géneros? Por supuesto. Seremos diferentes en algunos aspectos, pero ambos somos humanos con capacidades extraordinarias. ¿Podemos llegar a ser felices en pareja? Es posible, pero si no lo somos no hay que volverse loco. Al ser humano le falta mucho por evolucionar. Hasta entonces, muchos de nosotros seguiremos corriendo salvajes y libres como mis amigos Airbourne.

domingo, 9 de octubre de 2011

Guapa

Suena el teléfono. Contesta mi hermana. «¿Sí?... Ah, ¡hola guapa!». Es una amiga suya. Charlan un rato y se despiden: «Adiós, guapa».

Entro en Facebook. Hay fotos nuevas de mis amigas. El comentario más repetido de chica a chica es el de guapa, con miles de variantes enfáticas -montones de aes, mayúsculas y signos de exclamación-.

Foto de The Bode
¿Por qué? ¿Por qué mujeres heterosexuales se llaman guapas unas a otras? Cuando se lo pregunté a mi hermana me dijo que era igual que cuando los chicos nos saludamos con un «hola, cabrón». Sin embargo, no veo a los chicos poniendo eso en los comentarios de las fotos, si bien entre los hombres heterosexuales de mi entorno es habitual tildarnos de gay entre nosotros. ¿Por qué haremos eso?

A todos nos gustan que nos digan guapos, creo, aunque luego cada uno se lo tome de distinta manera (hay quien se llena de orgullo, quien no se lo cree y quien se sonroja). Pero la belleza nos viene dada. No puedes trabajar para ser más guapo -aunque sí para estarlo, un matiz sutil pero diferenciador-. Decirle a alguien «qué guapo eres» es como decirle «qué alto eres». Desde mi punto de vista, no tiene mucho sentido. Es un atributo caído del cielo, no algo conseguido voluntariamente con esfuerzo. Lo veo vacío de significado.

Algunos viven de ser un deleite para la vista. Cualquiera que haya ido a un congreso, feria o exposición habrá visto azafatas bien parecidas y ayunas de ropa repartiendo folletos, muestras o, simplemente, de florero. Da igual el tema de la feria. Si es tecnológica, como el SIMO, habrá azafatas. Si es de coches, como la feria del automóvil, habrá azafatas. Si es de fitness, como el Arnold Classic, habrá azafatas. La única diferencia parece ser la cantidad de piel expuesta al público por las susodichas (de menor a mayor en las tres que he mencionado).

Ayer estuve en la última cita a la que me he referido, el Arnold Classic. Como era de esperar había una legión de beldades cosificadas: chicas jóvenes libres de grasa pero con senos de tamaño cantalupo, prácticamente desnudas, haciendo nada. Me fijé en una gogó, conocida de uno de mis acompañantes. Pagada de sí misma, parecía estar encantada con la atención recibida de los asistentes. Yo me preguntaba si algún día se vería afectada por la vacuidad de su trabajo. Al fin y al cabo, aquello no dejaba de ser un zoo con humanos.

Una persona que se gana la vida con su cara bonita me recuerda a los países que viven del petróleo: simplemente explotan lo que la suerte les ha dado. Si no trabajan en desarrollar otras cualidades, cuando su recurso más preciado se acabe se verán en apuros. A largo plazo todos acabamos siendo viejos y feos. La belleza no puede aprovecharse del efecto bola de nieve. La sabiduría, por otra parte, sí puede cultivarse y acumularse toda la vida, incluso de forma exponencial.
Además, con la edad el significado y el propósito de la propia vida ganan importancia. Dudo que «poner cachondo al personal» sea un respuesta satisfactoria a la pregunta «¿qué he hecho con mi vida?».

Claro que qué voy a decir yo, si soy más feo que Picio.

sábado, 1 de octubre de 2011

Kindergarten

He llegado a esa época de la vida que George Michael cantaba en Fastlove:

«My friends got their ladies
They’re all having babies»

Foto de TedsBlog
Pocos son los hijuelos que me quedan por conocer. La mayoría de ellos están en las primeras etapas de la vida, cuando son suaves, emiten ruidos graciosos y dan ganas de comerse sus mofletes. También hay algunos que ya hablan y andan, agotando a sus padres con toda la atención que requieren.

Dentro del casi infinito vector de decisiones que mis amigos tendrán que tomar para con su descendencia, está el elegir cómo educar moralmente a sus cachorros. Habrán de optar entre intentar transmitir a sus retoños sus propios valores, o bien dotar al niño de lo necesario para que, con el tiempo y de forma autónoma, éste llegue a su propia concepción de la vida buena. Sé que algunos se decantarán por el primer caso, y sospecho que intentarán  llevar a su hijo por un camino muy estrecho en lo relativo a la mejor manera de vivir. Otros ya me han dicho que no tratarán de imponer sus creencias, y dejarán al vástago elegir.

Tratar de inculcarle a tu prole tu modo de vivir podría ser peliagudo. Puede que no estés respetando su libertad de elección. O puede ser que estés equivocado. Por ejemplo, si yo tuviera un hijo, quizá -solo quizá- procuraría enseñarle que no fuera nada más que a lo suyo, sino que se preocupara por los demás. Creo que todos tenemos obligaciones y deudas con todos:
«El modelo individualista del [...] rudo y aventurero, tan bien personificado por el presidente Bush con sus botas de cowboy y su andar arrogante, representa un mundo en el cual somos responsables de nuestros propios éxitos o fracasos y nos embolsamos el premio de nuestros esfuerzos. Pero [...] este modelo es un mito. "Un hombre no es una isla". Lo que hacemos tiene importantes efectos sobre los demás; y si somos lo que somos es gracias, al menos en parte, a los esfuerzos de los demás.»
Pero ¿cómo enseñar a tu nene una lección que, llevada a la práctica, igual le perjudica? Porque si lo que se estila en la comunidad en la que vive es el «cada cual para sí», ¿no se arriesga a acabar siendo un pringado del que todo el mundo se aproveche? Hoy por hoy, las reglas del juego no parecen premiar la empatía ni la virtud (lo que me ha sido recordado esta semana de forma dolorosa). Sin embargo ¿no deberían transmitirse valores así en cualquier caso?

Por fortuna -y por el bien del planeta-, es muy improbable que yo llegue a reproducirme, así que no tendré que vérmelas con este marrón. A aquellos que sí van a afrontar esta cuita quizá les interese saber que, en el fondo, su decisión tal vez no importe en absoluto. «No es tanto una cuestión de qué se hace como padre», -escriben Levitt y Dubner- «sino de quién se es».