lunes, 23 de noviembre de 2015

Counter-Strike

Después de investigar más de cuatro décadas de atentados terroristas, el profesor de la Universidad de Colorado en Boulder Aaron Clauset descubrió que dichos eventos exhiben una curiosa propiedad matemática: su magnitud, medida en número de víctimas, sigue la misma ley de potencias que la magnitud de los terremotos. La mayoría de incidentes producen pocas muertes o ninguna, mientras que un reducido conjunto de sucesos (el 11 de septiembre, Maiduguri o Iraq) suman el grueso de víctimas totales.

Fuente: Silver (2012)

La ley de potencias posee ciertas propiedades que son importantes cuando se trata de cuantificar el riesgo futuro. Tal como explica Nate Silver:

In particular, they imply that disasters much worse than what society has experienced in the recent past are entirely possible, if infrequent. For instance, the terrorism power law predicts that a NATO country (not necessarily the United States) would experience a terror attack killing at least one hundred people about six times over the thirty-one-year period from 1979 through 2009. (This is close to the actual figure: there were actually seven such attacks during this period.) Likewise, it implies that an attack that killed 1,000 people would occur about once every twenty-two years. And it suggests that something on the scale of September 11, which killed almost 3,000 people, would occur about once every forty years.
Sin embargo, igual que ocurre con los terremotos, la ley de potencias no nos dice cuándo y dónde ocurrirá el próximo ataque, solo nos muestra la tendencia a largo plazo. No obstante, a diferencia de los terremotos, los golpes terroristas sí pueden prevenirse. En Israel, por ejemplo, hay menos asaltos de gran magnitud de los que predice la ley de potencias, hecho que puede observarse en la imagen siguiente.

Fuente: Silver (2012)


Lo más frustrante de la lucha contraterrorista quizá sea lo difícil que es impedir un ataque. Los métodos y objetivos posibles son prácticamente ilimitados. Es imposible blindar todos los objetivos y proteger a toda la población. Las fuerzas de seguridad necesitan poder anticiparse a los terroristas y detenerlos antes de que actúen.

Para Levitt y Dubner es una cuestión de averiguar quiénes son los terroristas. Estos dos autores crearon un algoritmo en colaboración con un banco inglés para identificar a posibles terroristas:

In SuperFreakonomics, published in 2009, we described an algorithm that we built with a fraud officer at a large British bank. It was designed to sift through trillions of data points generated by millions of bank customers to identify potential terrorists. It was inspired by the irregular banking behavior of the 9/11 terrorists in the United States. Among the key behaviors:
  • They tended to make a large initial deposit and then steadily withdraw cash over time, with no steady replenishment.
  • Their banking didn’t reflect normal living expenses like rent, utilities, insurance, and so on.
  • Some of them routinely sent or received foreign wire transfers, but the amount inevitably fell below the reporting limit.
[...] One marker, we noted, was particularly powerful in the algorithm: life insurance. A budding terrorist almost never bought life insurance from his bank, even if he had a wife and young children. Why not? As we explained in the book, an insurance policy might not pay out if the holder commits a suicide bombing, so it would be a waste of money.
No solo desarrollaron el algoritmo sino que lo publicaron con una lista de recomendaciones que cualquier futuro terrorista podía usar para no ser marcado como tal:

Todo esto sugiere que si un terrorista en ciernes quisiera borrar sus huellas, debería ir al banco y cambiar el nombre de su cuenta por otro que no sea musulmán (Ian, por ejemplo). Tampoco le vendría mal contratar un seguro de vida. El banco de Horsley ofrece pólizas para primerizos por unas pocas libras al mes.
Estas revelaciones fueron intencionadas. En Estados Unidos y Reino Unido, casi nadie contrata seguros de vida a su banco. Las únicas personas que se sentirían impelidas a hacerlo serían aquellas que necesitaran ocultar sus huellas. Al contratar un seguro de vida al banco, los terroristas se estarían delatando a sí mismos.

A primera vista, algoritmos como el anterior serían todo lo que necesitamos para prevenir matanzas. Con ellos se podría identificar a los posibles terroristas y meterlos en la cárcel. Asunto zanjado. O no. Porque el problema no es solo identificar a los malhechores. Por lo que sé, los terroristas de París ya habían sido identificados como sospechosos por las fuerzas de seguridad francesas. También los terroristas de Madrid eran conocidos por la policía, y los del 11 de septiembre habían sido vigilados por el FBI. No basta, pues, con tenerlos en el radar; es necesario rastrearlos para ver qué traman. Si consideramos a cada posible terrorista como una señal de radio, los analistas de inteligencia se enfrentan a algo parecido a lo siguiente:

Fuente: Silver (2012)

Las unidades antiterroristas tienen que ser capaces de aislar el ruido de esta amalgama de líneas enredadas (en este caso, diez) y centrarse en la señal, esto es, las personas que están planeando la próxima masacre.

Fuente: Silver (2012)

Desafortunadamente, no es nada fácil saber qué señal es la importante. A este respecto, el miembro de la unidad contraterrorista de la Policía Federal de Bruselas Alain Grignard observa que el coste de seguir a varios sospechosos rápidamente se vuelve prohibitivo. Por tanto, deben decidir a quién rastrear y a quién no. De acuerdo con Grignard, aquí entra en juego la suerte. A veces eligen bien y consiguen desbaratar los planes de los terroristas. Otras veces, como ha ocurrido en Francia, no tienen tanta suerte:

Even though the attackers were on the radar screen you cannot put more than a very limited number of people under 24/7 surveillance. To tail just a few suspects you need agents in several cars. And you’re talking about three different shifts through the day. You also need teams back in the operational center to coordinate wiretaps and file paperwork. All this amounts to hundreds of people being assigned to just one operation. Very quickly the expense becomes prohibitive.

Let me outline a scenario to explain all this. If we have, say, three extremists we are worried about, we’ll apply to a judge for wiretaps. The legal bar for this is generally higher than in the United States. For using informants it is higher still. But if we get the green light we may have to prioritize one of the three. If you’re unlucky you pick the wrong one. That’s what happened in France. They were unlucky. There are dozens of radicals on their radar screen who had the same profile as the Kouachi brothers. Belgium counterterrorism agencies were praised for thwarting the Verviers plot, but luck played its role. Tomorrow we might not be so lucky.
A ello se suma otro hecho inquietante. Los terroristas no buscan únicamente el máximo número de cadáveres; intentan asimismo causar el mayor miedo posible a la población para que altere su comportamiento. Cualquier malnacido que logre hacerse con un kalashnikov puede salir a la calle y matar a una docena de personas en pocos minutos, sembrando el pánico durante semanas. Acciones de ese tipo requieren poca planificación, lo que da a la policía menos tiempo y margen de maniobra para actuar:

CTC: What keeps you up at night?
Grignard: Extremists launching attacks with little warning—going out and buying a Kalashnikov and shooting up a shopping center and then disappearing into the crowd before we can find them What I’ve long dreaded is starting to materialize. The Chattanooga attack on U.S. military personnel in July appears to fit this pattern. Previously we had weeks and months to intercept terrorist plots because terrorists would spend months planning an attack, buying components for a bomb and so on. It’s so much more difficult to stop this new form of terrorism.
No es de extrañar que este tipo de acciones sean las que organizaciones terroristas como ISIS tratan de inducir a sus acólitos.

El terrorismo, según Levitt y Dubner, impone costes a todos, no solo a sus víctimas directas. Uno de los más notorios es el miedo desproporcionado del que hablamos en el artículo anterior, pero hay otros muchos, menos obvios. Los atentados nos cuestan nuestra salud mental (aumento del estrés postraumático) y nuestro tiempo (perdido en innumerables cacheos). También nos cuesta dinero, ya sea en bajadas del mercado de valores o en negocios que pierden clientes (por ejemplo aerolíneas, hostelería o turismo). Todos estos costes tienen lugar incluso aunque el acto terrorista en sí haya fracasado, es decir, aunque no haya habido víctimas.

La lucha antiterrorista debe de ser una de las tareas más desagradecidas que existen. Los fracasos son trágicos y evidentes, mientras que los éxitos a menudo deben quedar ocultos por razones de inteligencia. Nunca se puede estar seguro del éxito que se está teniendo (¿habría ocurrido algo de no haber tomado todas estas medidas?). No se puede proteger a todo el mundo en todo momento. El presupuesto es limitado y, como suele ocurrir, el gasto en prevención obedece a rendimientos decrecientes. Además, dado que es varios miles de veces más probable morir de causas mundanas (obesidad, cáncer) que en un atentado ¿hasta qué punto hay que desviar fondos de planes de salud a la lucha antiterrorista?

Para algunas personas es aceptable tener que cambiar su vida diaria y que les recorten sus libertades civiles en aras de la seguridad. Para otros, todo eso supone una victoria de los terroristas. Equilibrar seguridad y libertad es una delicada tarea a la que se enfrentan todas las sociedades que sufren este tipo de ataques. Buscar ese equilibrio es algo que ya hacemos en otras áreas, como cuando permitimos a las personas usar su propio coche o motocicleta. Queramos admitirlo o no, si queremos vivir en una sociedad libre no queda otra opción que aceptar cierta cantidad de riesgo de atentados.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Después de la tragedia

Tal vez lo hayan oído. Me refiero al tronar producido por los pasos de esa horda de cuñados que sigue a cada tragedia como el trueno sigue al rayo. Desde la noche del pasado viernes, expertos en terrorismo de nuevo cuño monopolizan las conversaciones con su pensamiento simplista, absoluto y desinformado, escupiendo a la cara de todo aquel con el que se encuentran una retahíla de juicios tan equivocados como prescindibles. De nuevo se alza ese ejército de individuos intelectualmente vírgenes que creen saberlo todo sobre todo y piensan que todo el mundo es idiota menos ellos. ¿La primera víctima de este ejército? La lógica. Verbigracia:

Muchas personas confunden la afirmación «casi todos los terroristas son musulmanes» con la de «casi todos los musulmanes son terroristas». Supongamos que la primera afirmación sea cierta, es decir, que el 99% de los terroristas sean musulmanes. Esto significaría que alrededor del 0,001% de los musulmanes son terroristas, ya que hay más de mil millones de musulmanes y sólo, digamos, diez mil terroristas, uno por cada cien mil. Así que el error lógico nos hace sobreestimar (inconscientemente) en cerca de cincuenta mil veces la probabilidad de que un musulmán escogido al azar (supongamos que de entre quince y cincuenta años) sea un terrorista.
La fuente principal de conocimiento de esta ralea son los medios de comunicación de masas, allí donde a los cuñados se les llama «tertulianos»:

Parece mentira la cantidad de tertulianos y especialistas radiofónicos que tenemos en este país. Cada vez que se me ocurre enchufar la radio sale uno empeñado en arreglarme la vida. Algunos, además, son polivalentes y polifacéticos y polimórficos, pues lo mismo te asesoran sobre lo que debes votar, que te dan una magistral sobre terrorismo, valoran el año económico, u opinan a fondo sobre la crisis agropecuaria de Mongolia interior.
Cadenas y emisoras se sirven de las opiniones de estos especímenes para rellenar veinticuatro horas de programación especial en las que comentar lo ocurrido. A menudo son los mismos charlatanes con los que la cadena de turno cuenta habitualmente, por lo que sus conocimientos sobre terrorismo y contraterrorismo estarán al mismo nivel que los de ustedes o los míos. Cabe la posibilidad, no obstante, de que el productor del programa se lo curre y traiga a algún experto a hablar del tema. Cuando vean a uno de tales expertos recuerden lo que ya dijimos: las características que hacen a un experto atractivo para los medios de comunicación son las mismas que le llevan a estar equivocado la mayor parte del tiempo.

Mientras dure este maremagno, no está de más tener en mente las consideraciones para el consumidor de noticias que aparecen en la imagen que ilustra este artículo; es una cuestión de higiene intelectual. Bastante cuñados hay ya en el mundo.


La programación machacona después de un suceso como el de París tiene profundos efectos psicológicos. Tal como explica Daniel Kahneman, las imágenes vívidas de muertos, repetidas una y otra vez, así como la frecuencia con que son temas de conversación, sobreactivan nuestra heurística de disponibilidad, esto es, el proceso de juzgar la frecuencia de un evento por la facilidad con que los ejemplos vienen a la mente:

En el mundo de hoy, los terroristas son quienes más destacan en el arte de inducir cascadas de disponibilidad. Con unas pocas horrendas excepciones, como el 11-S, el número de víctimas de ataques terroristas es muy pequeño en proporción con el de otras causas de muerte. Incluso en países que han sido el blanco de intensas campañas terroristas, como Israel, el número semanal de víctimas casi nunca se aproxima al número de muertes por accidentes de tráfico. La diferencia la crean la disponibilidad de los dos riesgos y la facilidad y la frecuencia con que nos vienen a la mente.
Como consecuencia de dicha sobreactivacion acabamos pensando que el suceso extraordinario en cuestión es mucho más frecuente de lo que realmente es. Cuando ese incidente puede suponer la muerte de cualquiera de nosotros o de nuestra gente cercana es normal ponerse nervioso y tener miedo. De acuerdo con Richard Restak, ver repetidamente las imágenes de acontecimientos catastróficos y terroríficos puede ser una experiencia muy destructiva psicológicamente:

Encuestados una semana después de los atentados [del 11 de septiembre], casi tres de cada cuatro estadounidenses acusaron sensaciones de depresión; uno de cada dos dijo sufrir pérdidas de la capacidad de concentración, y uno de cada tres se quejó de trastornos del sueño. Esta proporción fue también, aproximadamente, la de los que dijeron hallarse «adictos» a ver la repetición de aquellas tomas y a seguir los noticiarios de la televisión para saber más acerca de los atentados terroristas.
Más adelante concluye:

En efecto, las imágenes impresionan a veces el cerebro tan vivamente, que retornan con independencia de la voluntad del sujeto para cobrarse un tributo psíquico que puede ir desde la ansiedad hasta el trastorno por estrés postraumático.

En este clima es difícil razonar con claridad, pues cuando una emoción como el miedo (Sistema 1) entra en escena es difícil hacerle caso a la razón (Sistema 2):

La excitación emocional es de naturaleza asociativa, automática e incontrolada, e impulsa a la acción protectora. El Sistema 2 podrá «saber» que la probabilidad es baja, pero este conocimiento no elimina la incomodidad que uno mismo se crea y el deseo de evitarla. El Sistema 1 no puede desconectarse. La emoción no solo es desproporcionada a la probabilidad; también es insensible al grado exacto de probabilidad. Supongamos que dos ciudades han sido alertadas de la presencia de terroristas suicidas. Los habitantes de una de ellas han recibido la información de que hay dos individuos dispuestos a activar sus bombas. Y los de la otra se han enterado de que hay uno solo dispuesto a cometer el mismo acto. El riesgo en esta segunda es la mitad del de la primera, pero ¿se sienten más seguros?
Kahneman sabe bien de lo que habla. Nacido en Tel Aviv, el célebre psicólogo vivió en Israel durante la Segunda Intifada, periodo en el que los atentados suicidas en el interior de autobuses eran relativamente frecuentes. Incluso alguien como él, que ha dedicado treinta años a investigar la irracionalidad del ser humano (incluyendo la heurística de disponiblidad), no podía dejar de verse afectado por el miedo, aún sabiendo que el riesgo era insignificante. Según sus propias palabras (ibídem Kahneman):

No tuve muchas ocasiones de viajar en un autobús, pues utilizaba un coche de alquiler, pero estaba apesadumbrado porque me di cuenta de que mi comportamiento también resultó afectado. Frente a un semáforo en rojo evitaba parar cerca de un autobús, y cuando se encendía la luz verde, arrancaba más deprisa de lo normal. Me sentía avergonzado, porque yo conocía mejor la situación. Sabía que el riesgo era insignificante, y que cualquier efecto del mismo en mis actos me haría asignar un «valor decisorio» desmesuradamente alto a una probabilidad minúscula. Era más probable que resultara herido en un accidente de tráfico que por pararme junto a un autobús. Pero el motivo de que evitara los autobuses no era una preocupación racional por sobrevivir. Me dominaba la experiencia del momento: el hallarme cerca de un autobús me hacía pensar en bombas, y ese pensamiento era incómodo. Evitaba los autobuses porque quería pensar en cualquier otra cosa.
Curiosamente, el propio hecho de no ser viajero habitual en autobús pudo impedir a Kahneman superar su medio. Los economistas Becker y Rubinstein analizaron el comportamiento de la población Israelí durante la Intifada y encontraron que la bajada en la demanda de servicios que han sido objeto de ataques terroristas (bares, centros comerciales, etcétera) se debe únicamente a la reacción de los consumidores ocasionales de los mismos. Según ellos, la predisposición a controlar las propias emociones depende de los costes y beneficios económicos asociados con la adquisición de este autocontrol:

Consistent with the theoretical predictions, Becker and Rubinstein find, for instance, that the overall effect of attacks on the usage of goods and services subject to terror attacks (buses, malls, restaurants) reflects solely the reactions of occasional users and consumers. Terrorist attacks do not have any effect on the demand for these goods and services by frequent users and consumers. The reason is that frequent users are those who also tend to receive greater benefits from learning to overcome fear. Furthermore, once an individual learns to control fear triggered by, say, bus attacks, this control reduces the degree to which other types of terrorism (e.g., attacks in malls, coffee shops, or restaurants) cause her or his subjective and objective beliefs to diverge.
Como dice Nassim Taleb: «el terrorismo mata, pero el mayor asesino sigue siendo el entorno». La diferencia, continúa, es que las respuestas emocionales en ambos casos son distintas. «Sentimos el aguijón del daño producido por el hombre más que el que causa la naturaleza». El terror le habla directamente a la zona más primitiva del cerebro, y los medios de comunicación no hacen sino empeorarlo. Momentos como este son propicios para poner énfasis en dos sanas costumbres de la vida diaria: controlar nuestras emociones e ignorar a nuestro cuñado.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Consejos vendo

Existe una expresión en el habla inglesa para referirse a esas personas que piden consejo constantemente pero que siempre acaban haciendo lo contrario de lo que les dicen. Los llaman askholes, un juego de palabras mezcla de ask (preguntar) y asshole (gilipollas). Sospecho que ustedes también conocen a mucha gente así.

Me atrevería a decir que todos somos askholes en mayor o menor medida. A menudo no buscamos un consejo sincero sino que nos digan lo que queremos oír (ya saben, el sesgo de confirmación). En esas ocasiones solo haremos caso si las sugerencias recibidas concuerdan con lo que ya teníamos pensado hacer (hay gente que incluso llega a pagar a un psicólogo para que le dé indicaciones que luego ignorará). Pero también puede ocurrir que no apliquemos el asesoramiento que nos dan porque no nos sea útil o practicable.

Foto de www.gotcredit.com
Edward Felten es profesor en Princeton y en 2011 comenzó a trabajar como jefe de tecnología en una agencia del gobierno de los Estados Unidos. Cuando se trata de asuntos técnicos, a menudo los políticos toman decisiones que se nos antojan absurdas o ridículas, lo cual no hace sino confirmar nuestra visión de ellos como seres carentes de seso, corruptos, aprovechados o ladrones. Sin embargo, para Felten la realidad es más complicada. En una magnífica charla cuenta sus experiencias tras dieciocho meses en el gobierno y explica por qué se aprueban leyes que parecen no tener sentido. También reflexiona sobre cuál es la mejor manera de asesorar a un político. Mientras le escuchaba me di cuenta de que sus intuiciones son generalizables y que podía aprender de él cómo dar mejores consejos en general.

Supongamos, dice Felten, que un amigo de otro país viene a visitarnos a nuestra ciudad y nos pregunta por un sitio en el que cenar. Este es un caso sencillo pero la pregunta podría tener más enjundia (¿debo cambiar de trabajo? ¿sigo luchando por mi relación?). Una primera aproximación al problema es no querer involucrarse demasiado en la vida de la otra persona, esto es, partir de la premisa de que no estamos capacitados para decirle a alguien cómo vivir su vida. Desde esta perspectiva podemos responder a su pregunta solo con hechos y dejar que el otro decida. De modo que le damos a nuestro amigo un mapa, la carta de cada restaurante en la ciudad y un libro sobre nutrición humana. De esta manera ya tiene todo lo que necesita para tomar una decisión informada.

Obviamente, hacer eso no va a servir de nada a nuestro amigo. Si ante la pregunta «¿debo cambiar de trabajo?» sacamos a colación la tasa de paro actual, el número de ofertas disponibles para su perfil laboral, los salarios y horarios disponibles, etcétera, no estamos siendo útiles. Todo ello son datos que nuestro amigo ya conoce de antemano o que puede buscar por sí mismo. Lo que él busca, continúa Felten, no son datos, sino nuestra valoración, nuestro juicio.

Pasemos ahora al extremo opuesto, es decir, a aquellas personas a las que les encanta decirles a los demás cómo vivir su vida. Cuando pedimos consejo a tales individuos lo que obtenemos es una decisión dictada («haz esto») con el añadido habitual de que, si no lo hacemos, nos tachará de idiotas. Este comportamiento es típico de personas con opiniones fuertes que están convencidos de que solo hay una forma de ver el mundo o hacer las cosas: la suya. Además creen que sus conclusiones deberían ser obvias para cualquier ser viviente, por lo que cualquiera que no piense como ellos o no hagan lo que ellos proponen es un desviado.

De acuerdo con el profesor de Princeton, decirle a alguien lo que tiene que hacer tampoco es la forma más apropiada de dar consejos. Siguiendo con nuestro ejemplo, lo que haría uno de estos dictadores es enviar al amigo a su hamburguesería favorita sin tener en cuenta si a este último le gustan las hamburguesas, tiene el colesterol alto o debe vigilar la ingesta de sal (y no digamos ya si resulta que su amigo es vegetariano, en cuyo caso le tomará por anormal directamente y le explicará con pelos y señales lo idiota que es por no comer carne). Por otro lado, pedir consejo no equivale a dar permiso para que nos digan cómo vivir nuestra vida. Cada uno de nosotros responde antes ciertas personas y ante sí mismo. En mi humilde opinión, decirle a alguien cómo vivir su vida es sobrepasarse:

We have to try to do the right thing on our own. We can ask for advice, we can read books, but in the end, we have to make our own decisions and live with them. There are no moral experts. There are no gurus so wise and clever that they can lead our lives for us. Living successfully and being moral isn’t a kind of knowledge at all. It’s a matter of making judgements based on our own experience and our own principles. We have to choose what we think is the correct course of action and hope that we’re more or less right.
La tercera forma de asesoramiento que analiza Felten es descargar nuestro cerebro. En el caso que nos ocupa lo que haríamos es decirle a nuestro amigo todo lo que sabemos sobre los restaurantes de la ciudad, cómo solemos decidir nosotros mismos dónde cenar, qué solemos aconsejar a otras personas, así como todos los pros y los contras que conocemos de cada sitio («este está muy lleno a partir de cierta hora», «en este otro te atienden muy despacio», etcétera). Al hacer esto es posible que nuestro amigo se convierta en un experto en los restaurantes de nuestra ciudad pero sigue sin saber dónde cenar porque muy probablemente no tendrá ni el tiempo ni las ganas necesarios para oír nuestra disertación.

¿Cómo podemos ser útiles a nuestro amigo? Para Felten es una cuestión de sumar a nuestro conocimiento los conocimientos de nuestro amigo y sus preferencias. Siempre habrá cosas que nosotros no sepamos y que sean relevantes a la hora de actuar, como el colesterol alto que hemos mencionado antes. La manera de proceder, por tanto, sería obtener de la otra persona su conocimiento y sus preferencias (¿tienes coche? ¿te gusta la comida picante? ¿eres alérgico a algún alimento? ¿te gusta probar cosas nuevas? ¿qué restaurantes sueles visitar en tu ciudad natal?). Con esa información podemos hacernos una idea de lo que le gusta y lo que realmente quiere y hacer un puñado de recomendaciones basadas en dicha información, mencionando las ventajas y desventajas en términos que sean importantes para la otra persona («en este sirven menú sin sal», «en este otro no hay platos sin gluten ni frutos secos»).

El inconveniente de este proceso es que requiere bastante comunicación y, por tanto, puede ser un poco lento. Hay que hacer unas cuantas preguntas, de cuyas respuestas se pueden derivar más cuestiones, así como recoger información sobre cómo fue la decisión («¿te gustó el sitio al que fuiste al final?») de forma que la próxima vez podamos aconsejar aún mejor. También es necesario que haya confianza mutua, sostiene finalmente Felten.

A mi juicio, una de las falacias más extendidas acerca de la toma de decisiones es que la calidad de la misma depende de los datos de los que disponemos. Lo cierto es que las decisiones de un político o un amigo no tienen por qué mejorar por el mero hecho de que les proveamos de una extensa lista de números o de hechos. Este año hemos hablado mucho sobre cómo los hechos por sí mismos no afectan a nuestras creencias como suponemos. También hemos hablado de cómo a nuestra mente no se le da demasiado bien manejar grandes cantidades de datos y determinar qué es realmente importante y qué no.

Al igual que los buenos sistemas, los buenos consejos tienen en cuenta tanto nuestros juicios como las preferencias, virtudes y limitaciones de quien los recibe. Puede que una combinación de ejercicios con cargas e intervalos de alta intensidad sea lo mejor para perder peso, pero a una persona con un gran sobrepeso probablemente le convendrá más andar que hacer ejercicios pliométricos. A alguien tímido y con baja autoconfianza no le servirá de mucho proponerle que se plante ante su jefe y le cante las cuarenta para conseguir un aumento. Y así siguiendo.

¿Servirán los buenos consejos para reducir el número de askholes? No tengo respuesta para eso. En cualquier caso, no se sientan askholes si ignoran todo lo expuesto aquí. Al fin y al cabo, ustedes no pidieron consejo sobre cómo dar consejos.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Los próximos treinta años

Las guerras del futuro no se librarán en un campo de batalla ni en el mar. Se librarán en el Espacio o, en su lugar, en la cima de una montaña muy alta. En cualquier caso, la mayor parte del combate será llevado a cabo por pequeños robots. Cuando salgáis hoy de aquí recordad siempre que vuestro deber está muy claro: construir y mantener esos robots.
—Los Simpson 4F21

Hablaba hace unos días con una amiga sobre cómo el futuro imaginado por los guionistas del largometraje Regreso al futuro II no se ha materializado. En lugar de zapatillas que se atan solas tenemos paloselfis, en lugar de ropa cuya talla se ajusta automáticamente tenemos paloselfis, y en lugar de patinetes y coches voladores tenemos... memes y emojis. Mi amiga y yo nos preguntábamos en qué momento la Humanidad se había perdido.

Aún así, algunas predicciones de la película sí se han hecho realidad, como los remakes en tres dimensiones, las videollamadas o la nostalgia de los ochenta. Si ustedes creen que pueden hacerlo mejor, Luis Tarrafeta ha comenzado en su blog una casa de apuestas al estilo de longbets.org. En caso de que su pronóstico (con un horizonte mínimo de dos años) resulte acertado pueden ganar una cena o unas cervezas gratis.

Foto de rjrgmc28
No es más que la verdad sencilla cuando decimos que a los humanos se nos da fatal predecir el futuro. A este respecto les recomiendo el libro de Dan Gardner titulado Future Babble: Why Expert Predictions Are Next to Worthless, and You Can Do Better. En él encontrarán célebres predicciones fallidas, como las de Paul Ehrlich sobre superpoblación y hambrunas, o aquella otra muy popular en la década de los setenta que aseguraba que se acabaría todo el petróleo en unos treinta años, con consecuencias desastrosas. Otras son menos conocidas pero igualmente erradas, como la aseveración hecha por el periodista H. N. Norman de que se había llegado a la paz eterna meses antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Muchas otras las he vivido de primera mano. A finales de los ochenta, verbigracia, parecía que Japón iba encaminado a dominar la economía mundial, cuando lo que ocurrió fue que pocos años después su economía se hundió. A finales de los noventa, con la economía estadounidense funcionando a todo gas daba la impresión de que eso del crecimiento económico estaba dominado, y se publicó Dow 36,000. Poco después de la aparición del libro el índice Dow Jones marcó su máximo en menos de 12.000 y empezó un doloroso descenso producido por la explosión de la burbuja de las puntocom.

Un compendio de todas las razones por las que los humanos somos tan malos haciendo predicciones da para llenar una biblioteca, pero una de las causas más importantes tiene que ver con nuestra propia psicología. Cuando hacemos predicciones sobre el futuro solemos limitarnos a extender de forma ingenua las tendencias actuales, de manera que si vivimos una época de bonanza vaticinaremos un futuro brillante, mientras que en épocas de crisis la mayoría de voces advertirá que el fin de la civilización está cerca. Esto se conoce como sesgo del statu quo:

In psychology and behavioral economics, status quo bias is a term applied in many different contexts, but it usually boils down to the fact that people are conservative: We stick with the status quo unless something compels us otherwise. In the realm of prediction, this manifests itself in the tendency to see tomorrow as being like today. Of course, this doesn’t mean we expect nothing to change. Change is what made today what it is. But the change we expect is more of the same. If crime, stocks, gas prices, or anything else goes up today, we will tend to expect it to go up tomorrow. And so tomorrow won’t be identical to today. It will be like today. Only more so.
En realidad, esta no es una mala regla heurística. En 2007, Ron Alquist y Lutz Kilian observaron que el mejor método para predecir el precio futuro del petróleo es, simplemente, suponer que será el mismo que hoy. Parece una regla absurda y está lejos de ser precisa pero, aún así, tal como demostraron estos dos economistas en su estudio es mejor que cualquier otro método, ya sean modelos econométricos, precios en mercados de futuros u opiniones de expertos. En este mismo sentido, Philip Tetlock advirtió en su experimento que quienes más aciertan en sus augurios son aquellos que menos se alejan del statu quo:

Each step from the equilibrium is harder than the last. Negative feedback stabilizes social systems because major changes in one direction are offset by counterreactions. Good judges appreciate that forecasts of prolonged radical shifts from the status quo are generally a bad bet.
El problema es que los cambios económicos, políticos y sociales son acumulativos, y cuanto más largo es el horizonte de predicción mayor es la probabilidad de que aparezcan cisnes negros en el camino (ibídem Gardner):

This tendency to take current trends and project them into the future is the starting point of most attempts to predict. Very often, it’s also the end point. That’s not necessarily a bad thing. After all, tomorrow typically is like today. Current trends do tend to continue. But not always. Change happens. And the farther we look into the future, the more opportunity there is for current trends to be modified, bent, or reversed. Predicting the future by projecting the present is like driving with no hands. It works while you are on a long stretch of straight road, but even a gentle curve is trouble, and a sharp turn always ends in a flaming wreck.
Dejemos a un lado las predicciones políticas y económicas y hablemos brevemente sobre los cambios tecnológicos. Actualmente se habla mucho sobre el impacto que tendrán los robots y tecnologías como Bitcoin. Obviamente, todas las predicciones al respecto son mera especulación y solo con el paso del tiempo veremos qué ocurre. De la misma manera que no podemos hacer predicciones precisas a treinta años vista cuando se trata de sistemas sometidos al caos y a la aleatoriedad tampoco estamos en posición de hacerlos en lo que a tecnología se refiere. Una razón para ello fue expuesta por Karl Popper allá por la década de 1930 (ibídem Gardner):

“The course of human history is strongly influenced by the growth of human knowledge,” Popper wrote. But it’s impossible to “predict, by rational or scientific methods, the future growth of our scientific knowledge” because doing so would require us to know that future knowledge, and, if we did, it would be present knowledge, not future knowledge. “We cannot, therefore, predict the future course of human history.”
Existe otra razón posible, propuesta por Nassim Taleb, que tiene que ver con la forma en que enfocamos el problema de hacer predicciones. Cuando imaginamos el futuro tendemos a pensar en las novedades cuando lo correcto –según él– es centrarse en aquello que desaparecerá (énfasis en el original):

Now close your eyes and try to imagine your future surroundings in, say, five, ten, or twenty-five years. Odds are your imagination will produce new things in it, things we call innovation, improvements, killer technologies, and other inelegant and hackneyed words from the business jargon. These common concepts concerning innovation, we will see, are not just offensive aesthetically, but they are nonsense both empirically and philosophically.
Why? Odds are that your imagination will be adding things to the present world. I am sorry, but [...] this approach is exactly backward: the way to do it rigorously, according to the notions of fragility and antifragility, is to take away from the future, reduce from it, simply, things that do not belong to the coming times. Via negativa. What is fragile will eventually break; and, luckily, we can easily tell what is fragile.
Por supuesto, eso no quiere decir que no vayan a aparecer nuevas tecnologías. Lo que este autor sostiene es que algunas tecnologías será reemplazadas por otra cosa, y que esa «otra cosa» es impredecible. Para saber qué tecnologías tienen más probabilidad de desaparecer, Taleb sugiere una regla sencilla (el énfasis es mío):

For the nonperishable, every additional day may imply a longer life expectancy.
So the longer a technology lives, the longer it can be expected to live.
[...] If a book has been in print for forty years, I can expect it to be in print for another forty years. But, and that is the main difference, if it survives another decade, then it will be expected to be in print another fifty years. This, simply, as a rule, tells you why things that have been around for a long time are not “aging” like persons, but “aging” in reverse. Every year that passes without extinction doubles the additional life expectancy. This is an indicator of some robustness. The robustness of an item is proportional to its life!
De acuerdo con este razonamiento, uno los grandes aciertos de Regreso al Futuro II es suponer que en 2015 aún habría periódicos en papel.

Independientemente del zeitgeist, una de las predicciones que siempre está ahí es la del fin del mundo: que si el LHC, que si los Mayas, que si el efecto 2000, que si la energía nuclear, que si Nostradamus, que si la caída del Imperio Romano. Es como si la Humanidad pensara, a cada paso que da, que todo está estropeado sin remedio y que el apocalipsis nos aguarda en los próximos años, si no meses. Pero aquí seguimos, oiga.

Incluso en nuestra vida diaria podemos ver la obsesión con proclamar el fin de algo, ya sea la prensa escrita, alguna tecnología concreta o el dominio de un equipo como el Barcelona de Guardiola. Yo, verbigracia, llevo ya cinco años oyendo a la gente que se marcha de la empresa en la que trabajo decir que la compañía está acabada, que va a cerrar y que huya cuanto antes. Bien es cierto que hace aproximadamente año y medio estuvo a punto de declararse en bancarrota, pero el hecho es que superó el bache y ahí sigue, ofreciendo sus servicios. Y, si Taleb tiene razón, ahí seguirá otros quince años. Personalmente, tengo mis reservas de que vaya a durar tanto pero no se preocupen, en 2030 les diré quién tenía razón. Si el mundo no se ha acabado, claro.

lunes, 26 de octubre de 2015

Regreso al futuro

Escribir tan solo una vez por semana tiene la desventaja de que cuando uno quiere hablar de cierto tema de actualidad el público está tan saturado que no quiere saber nada más del asunto. Aún así, permítanme que hoy les hable de viajes en el tiempo.

Foto de Rooners Toy Photography
Como ya sabrán (a menos que hayan pasado la última semana ocultos en una caverna de Marte con algodón en los oídos), el pasado veintiuno de octubre era la fecha a la que llegaba del pasado Marty McFly, el protagonista de las comedias de ciencia ficción Regreso al futuro, en la segunda parte de la saga. Recordarán, no obstante, que en la primera película el viaje es hacia el pasado, en concreto a 1955. Las tramas de la trilogía giran en torno a las paradojas que conlleva un viaje en el tiempo.

En 1976, el filósofo norteamericano David Lewis publicó un artículo titulado The paradoxes of time travel en el que analizaba la posibilidad lógica de los viajes en el tiempo. Dicho artículo es un tanto abstruso pero, afortunadamente, el profesor de la universidad de Edimburgo Alasdair Richmond ofrece un accesible resumen del mismo en el curso Introduction to Philosophy disponible en Coursera. Lo que sigue en adelante es básicamente un resumen de la explicación de Richmond.

Antes de empezar a hablar del trabajo de Lewis es importante recalcar que él no trataba de dilucidar la posibilidad física de tales viajes, o si había viajeros del tiempo entre nosotros. Este autor simplemente trataba de esclarecer si es posible viajar en el tiempo sin incurrir en contradicciones lógicas.

Otra observación a tener en cuenta es que este filósofo consideró el tiempo como algo lineal, es decir, unidimensional. Si se considerara el tiempo como algo bidimensional (como un plano), un viajero del tiempo podría viajar hacia atrás en la historia y cambiar el futuro, creando universos paralelos o nuevas líneas temporales como ocurre en la película. En su artículo, Lewis analiza únicamente los viajes en el tiempo donde hay una sola línea temporal y, por tanto, no es posible crear futuros alternativos.

Lewis distingue dos tipos de tiempo. Uno es el tiempo externo, marcado por la rotación terrestre, o por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol y en la galaxia. Otro es el tiempo personal, aquel que viene marcado por nuestros procesos internos: la velocidad a la que digerimos los alimentos, los latidos del corazón, el ritmo al que aprendemos o almacenamos recuerdos, etcétera. En un viaje al futuro tanto el tiempo externo como el personal tienen la misma dirección, si bien la duración es distinta (por ejemplo, en el caso que nos ocupa Marty avanza treinta años de tiempo externo en un instante de tiempo personal). En cuanto a los viajes al pasado, los tiempos personal y externo difieren tanto en duración como en dirección.

La paradoja más conocida sobre los viajes hacia atrás en el tiempo es, sin duda, la paradoja del abuelo, aquella en la que una persona viaja atrás en el tiempo y mata a su abuelo. Eso implica que su padre no puede nacer y, por tanto, él tampoco. En consecuencia, él no puede existir. He ahí la contradicción. Una versión de dicha paradoja es el argumento principal de la película de 1985: Marty viaja al pasado y lo cambia de manera que sus padres no se enamoran, lo que significa que él no nacerá en el futuro y, por consiguiente, su existencia desaparecerá. La trama de la película se centra en deshacer el entuerto y volver a su época.

Lewis desmonta la paradoja del abuelo argumentando que el hecho de que pudiéramos viajar hacia atrás en el tiempo no implica necesariamente que pudiéramos hacer cualquier cosa en él. Tengamos que en cuenta que algo puede ser posible referente a un conjunto de hechos, pero puede ser imposible respecto a otro conjunto de hechos diferente o más amplio. Por ejemplo, para un mono no es posible hablar alemán, afrikaans y chino, pues no tiene los órganos necesarios para ellos. Sin embargo, para mí sí es posible, pues tengo dichos órganos y puedo hablar. Sin embargo, no tengo el entrenamiento ni la motivación ni el tiempo necesarios para aprender esos tres idiomas, por lo que –según este conjunto de hechos más amplio– no es posible para mí hablarlos. Así, Marty McFly no podría matar a su padre en 1955 por mucho que lo intentara porque este seguía vivo en 1985. En cada intento algo se lo impediría o fracasaría de alguna manera.

¿Significa eso que si, lográramos viajar al pasado, estaríamos obligados a ser una especie de testigo fantasma que no puede interactuar con el mundo? Según Lewis, no. Él distingue dos maneras en las que se puede cambiar el pasado: cambios que suponen un reemplazo frente a cambios que suponen un contrafactual. Romper un vaso es un ejemplo de cambio con reemplazo: el vaso intacto es reemplazado por un montón de trozos de cristal. Lewis sostiene que este tipo de cambios pueden sucederle a objetos, pero no al tiempo.

Para explicar lo que es un cambio contrafactual, piensen en cómo se conocen originariamente los padres de Marty. El padre de Lorraine atropella a George cuando este cae del árbol, lo mete en casa para curar sus heridas y Lorraine siente tanta lástima de él que lo invita al baile, donde finalmente se enamoran. Si George no se hubiera caído del árbol no habría habido atropello, Lorraine no habría invitado a George al baile y no se habrían enamorado. Ese es el contrafactual. Nótese que esto no es un reemplazo: no existía una historia en la que George no cayera y sufriese el atropello que fuera reemplazada por otra versión en la que sí se cae. El incidente del atropello tiene lugar una sola vez. Es una diferencia sutil pero importante.

Lewis sostenía que los viajeros en el tiempo pueden ejercer su impacto en la historia en lo que a contrafactuales se refiere, pero no pueden hacer cambios que supongan un reemplazo. Es perfectamente posible desde el punto de vista lógico que la historia refleje de forma consistente el impacto de estos viajeros temporales. De hecho, esto es casi lo que ocurre en la película, pues Marty McFly es el causante de que George caiga del árbol, si bien en este caso al final atropellan a Marty y no a George. Pero de haber ocurrido todo igual, esto es, de haber sido atropellado George, Marty habría tenido un impacto contrafactual en la historia (es el causante de la caída de George desde lo alto del árbol) sin haberla cambiado.

Hay más paradojas relacionadas con el viaje en el tiempo aparte de la paradoja del abuelo. Una de ellas son los bucles de causalidad. Digamos que nos montamos en el DeLorean, viajamos a la España de Cervantes y le damos al celebérrimo autor una copia de sus propios trabajos antes de que él haya escrito nada. Él los copia, los publica y se convierte en el autor inmortal que conocemos. En ese caso ¿quién ha escrito El Quijote? El autor no puede ser el propio Cervantes, porque lo único que ha hecho ha sido copiar unos textos que le hemos llevado desde 2015. Por otro lado, lo que le hemos dado son las obras completas de Cervantes. De nuevo tenemos una paradoja. ¿De dónde viene la información contenida en El Quijote? ¿Cuándo se generó? ¿Cuándo entra en la Historia?

Lewis diría que nadie escribió El Quijote, que dicho libro simplemente existe. Esta afirmación parece ir en contra del sentido común. ¿Acaso el libro surge de la nada? Lewis observa que, en realidad, nunca sabemos de dónde viene la información. Para entender por qué, hay que fijarse en el hecho de que, si bien es fácil saber la causa de un evento concreto (a George le atropellan porque cae del árbol), es imposible averiguar el origen de una cadena de eventos.

Las cadena de eventos puede ser de tres clases: cadenas lineales infinitas, cadenas lineales finitas y los bucles causales de los que hemos hablado. Las cadenas lineales infinitas son explicaciones que se extienden hacia atrás indefinidamente en el tiempo. Un evento tiene una causa que a su vez tiene otra causa que tiene otra causa... y así ad infinitum. En este caso, para cada evento hay una causa anterior y, por tanto, no hay una respuesta a la pregunta «¿de dónde viene esta cadena de eventos?». La cadena de eventos en sí misma no tiene ningún origen.

Las cadenas lineales finitas implican que la información surge de la nada. Esto, que parece ridículo, es algo que los físicos se toman muy en serio, pues parece que las leyes del Universo permiten que ocurran cosas sin causa previa. Por ejemplo, según la cosmología del Big Bang, la gran expansión inicial es el primer evento y supone el nacimiento del tiempo. Por tanto, no tiene sentido preguntarse que había antes del Big Bang, pues el tiempo empieza a existir con el Big Bang. Pero el Big Bang en sí mismo no tiene causa anterior. La cadena causal es finita pero su comienzo parece surgir de la nada.

Los tres tipos de cadenas de eventos plantean la misma pregunta: ¿de dónde viene la información? Sí, los bucles causales son extraños y contraintuitivos, pero no menos problemáticos que los otros dos tipos de cadenas causales. En los tres casos la información parece venir de la nada. Así, desde el punto de vista lógico, estos bucles no son un impedimento para hacer viajes hacia atrás en el tiempo.

Existe toda una rama de la metafísica especializada en cuestiones relacionadas con el tiempo y, en particular, aquellas que tienen que ver con viajes en el tiempo de las que el análisis de Lewis es solo un punto de partida. Hay muchas otros interrogantes interesantes que pueden analizarse. Por ejemplo, ¿puede un viajero del tiempo encontrarse consigo mismo de joven? Eso significaría estar simultáneamente en dos sitios a la vez. ¿Las leyes físicas permiten tal cosa? Otra cuestión tiene que ver con el multiverso. Según los filósofos David Deutsch y Michael Lockwood, quien viaja en el tiempo debería poder ser autónomo a nivel local y, por tanto, ser capaz de obrar cambios de todo tipo. En este caso, se producirían desdoblamientos en la historia, tal como ocurre en la segunda parte de Regreso al futuro. Obsérvese, no obstante, que si cambiamos el pasado entramos en una nueva línea temporal. Es decir, en realidad no hemos viajado al pasado de la línea temporal de la que partimos, sino a una nueva. Técnicamente, eso no constituye realmente un viaje al pasado, pues no es nuestro pasado.

Stephen Hawking se preguntaba: si el viaje en el tiempo es posible ¿dónde están esos viajeros temporales? Filósofos como John Earman han argumentado que quizá sea imposible para un viajero en el tiempo interactuar con la gente del pasado, pero tal vez haya otra razón. Cuando los físicos hablan de viajes en el tiempo mencionan una posibilidad llamada closed time-like curves (CTCs). Las CTCs son caminos en el espacio-tiempo que llevan al punto de partida. Esto permite viajar hacia atrás en el tiempo pero solo hasta el punto en que la curva fue creada. De manera que si creáramos una máquina del tiempo en 2016 a partir de entonces podríamos viajar hacia atrás en el tiempo, con la limitación de que solo podríamos remontarnos hasta 2016, momento en que se originó la CTC. En conclusión, quizá no vemos a ningún viajero del tiempo porque dichos viajes no son posibles todavía.

En cualquier caso, está por ver si las leyes de la física nos permiten construir máquinas del tiempo. John Earman sostiene que su construcción podría ser posible pero que tal vez tengan el inconveniente asociado de que no podamos controlarlas. Podría darse el caso de que fuéramos capaces de crear un mecanismo para hacer diverger el tiempo externo del personal, así como alumbrar una región del universo en la que los viajes en el tiempo sean posibles, pero que no supiéramos las consecuencias que ello tendría.

Si todo esto les ha interesado, la enciclopedia filosófica en línea de la universidad de Stanford tiene un extenso artículo sobre viajes y máquinas del tiempo. En cuanto a las leyes físicas pertinentes, el escritor y divulgador científico Brian Clegg es el autor de How to Build a Time Machine: The Real Science of Time Travel. No lo he leído, pero los libros de Clegg son accesibles para cualquier lego en la materia. Y, como siempre, si ustedes conocen alguna referencia interesante pueden dejarnos un comentario.

Saludos desde el pasado.

lunes, 12 de octubre de 2015

Negacionismo

Es posible que recuerden aquel capítulo de Los Simpson en el que Lisa encuentra un esqueleto un tanto peculiar al que los habitantes de Springfield acaban rindiendo culto, pues consideran que pertenece a un ángel. Mientras Lisa defiende en televisión su escepticismo tiene lugar el siguiente diálogo en la parroquia:
Moe: ¡Ciencia! ¿Qué ha hecho la ciencia por nosotros? Aparte de la tele.
Flanders: La ciencia es como esos bocazas que te destripan las películas contándote el final. Opino que hay ciertas cosas que no queremos saber. ¡Y cosas importantes!
Acto seguido, una turba enfurecida ataca el museo de ciencias naturales de Springfield. Es un magnífico episodio que trata sobre escepticismo, ciencia, ontología, capitalismo y religión. Retrata fielmente ese aspecto de la naturaleza humana que nos permite abrazar algo (en este caso, la ciencia) y rechazarlo simultáneamente, lo cual queda patente en las palabras de Moe cuando, tras quedar herido en su asalto al museo, dice: «he quedado paralítico, espero que la ciencia médica me cure».

Foto de Mars P.
El periodista Michael Specter explora algunas de las razones por la que las personas rechazan la ciencia en su libro Denialism: How Irrational Thinking Harms the Planet and Threatens Our Lives. La primera de ellas es que la ciencia nos da miedo. Según este autor, la ciencia nos ha fallado: prometía progreso sin límites y soluciones a todos los problemas del mundo, pero nos hemos encontrado con que cada nuevo avance viene acompañado de nuevos problemas. Sucesos como la tragedia del Challenger, el accidente de la central nuclear Chernóbil o escándalos farmacéuticos como el Vioxx y la talidomida nos hacen replantearnos nuestras expectativas acerca de la ciencia, generan dudas sobre la misma y nos recuerdan los peligros y las consecuencias no intencionadas del progreso científico y tecnológico. Dado que no nos fiamos de la ciencia, acabamos desarrollando soluciones para problemas globales que muchos no se atreven a usar, como los alimentos transgénicos o las vacunas:

Our technical and scientific capabilities have brought the world to a turning point, one in which accomplishments clash with expectations. The result often manifests itself as a kind of cultural schizophrenia. We expect miracles, but have little faith in those capable of producing them. Famine remains a serious blight on humanity, yet the leaders of more than one African nation, urged on by rich Europeans who have never missed a meal, have decided it would be better to let their citizens starve than to import genetically modified grains that could feed them.
Otra de las razones por las que mucha gente da la espalda a la ciencia es que entra en conflicto con sus creencias. La dimensión ideológica queda patente cuando los adelantos tecnológicos se ven como una «guerra» contra el planeta, un «atentado» contra la naturaleza o como «jugar a ser dioses». En este caso hemos de recordar que cuando los hechos no cuadran con lo que creemos, los hechos se descartan y las creencias se fortalecen (ibídem Specter):

We have all been in denial at some point in our lives; faced with truths too painful to accept, rejection often seems the only way to cope. Under those circumstances, facts, no matter how detailed or irrefutable, rarely make a difference. Denialism is denial writ large—when an entire segment of society, often struggling with the trauma of change, turns away from reality in favor of a more comfortable lie.[...] Unless data fits neatly into an already formed theory, a denialist doesn’t really see it as data at all. That enables him to dismiss even the most compelling evidence as just another point of view. Instead, denialists invoke logical fallacies to buttress unshakable beliefs, which is why, for example, crops created through the use of biotechnology are “frankenfoods” and therefore unlike anything in nature. “Frankenfoods” is an evocative term, and so is “genetically modified food,” but the distinctions they seek to draw are meaningless. All the food we eat, every grain of rice and ear of corn, has been manipulated by man; there is no such thing as food that hasn’t been genetically modified.
Otra causa que a mí se me ocurre como causa de repudio es que nuestro cerebro está sediento de certeza. Como vimos, la ciencia no es una bola mágica número ocho a la que se pueda hacer una pregunta y obtener una respuesta simple y sin ambigüedades. El principal beneficio del método científico es una reducción paulatina de la incertidumbre, pero eso implica que buena parte del conocimiento es solo provisional. A consecuencia de ello, toda respuesta científica honesta siempre vendrá acompañada de advertencias, probabilidades y márgenes de error, nada de lo cual digerimos fácilmente.

A todo lo anterior hay que sumarle el hecho de que la mayoría de personas confía más en historias que en estadísticas, y que recurrimos antes a nuestras experiencias personales y a anécdotas que al conocimiento científico. Por ejemplo, no les costará encontrar un fumador que les recuerde que Santiago Carrillo vivió noventa y siete años a pesar de ser un fumador empedernido. Es posible que dicho fumador también les recuerde, de paso, que «todo da cáncer», una muestra más de lo mal que nos llevamos con la estadística y de cómo preferimos dar la espalda a los hechos que nos fastidian. Añadan a la mezcla que llevamos hasta este punto los fraudes y las malas prácticas científicas que mencionamos en su día, así como los intereses económicos, y tendrán un abono perfecto para hacer crecer el desprecio a la ciencia.

Háganse cargo de la situación. De un lado, tenemos a una sociedad que demanda respuestas claras y sencillas, verdades absolutas, afirmaciones indiscutibles y soluciones exentas de riesgo. Por otro lado, tenemos un método científico lleno de sombras, tanto teóricas como prácticas, un sistema económico que no recompensa la búsqueda de la verdad, y un cerebro demasiado vago o incompetente para lidiar con el caos, la aleatoriedad y la incertidumbre. Así, mientras que los probos científicos no pueden ser tajantes y se las ven y se las desean para hacer llegar sus precauciones al público, las autoridades religiosas o los expertos pueden afirmar de forma rotunda cualquier cosa. Liberados del corsé del método científico, estos últimos alivian con su dogma la carga que suponen la complejidad y la incertidumbre del mundo.

Desgraciadamente, incluso aunque la ciencia fuera infalible, practicada y traída a nosotros de manos de alguna inteligencia extraterrestre, la verdad seguiría sin triunfar. Siempre habrá personas que no aceptarán aquellos hechos que contradigan su visión del mundo.

Ante esta situación, quienes tratan de implantar mejores políticas de salud pública están abandonando la premisa de que los hechos hablan por sí mismos en favor de cambios en la presentación narrativa:

As Nieman and countless other researchers have learned, new evidence often meets with dismay or even outrage when it shifts recommendations away from popular practices or debunks widely held beliefs. For evidence-based medicine to succeed, its practitioners must learn to present evidence in a way that resonates. Or, to borrow a phrase from politics, it's not the evidence, stupid — it's the narrative.
Política y ciencia no son tan diferentes como parece o como sería deseable. En ambos casos necesitamos la retórica y la persuasión para cambiar el punto de vista de otra persona. Sea por la naturaleza de los mismos o por cómo los procesamos, lo cierto es que la exposición cruda de los hechos no tiene el poder de convicción que damos por sentado. Me temo que eso significa que cierta subjetividad es inevitable en todos los asuntos humanos, lo cual es un inconveniente cuando queremos ponernos todos de acuerdo.

lunes, 5 de octubre de 2015

16 curiosidades más

Permítanme obsequiarles esta semana con una nueva entrega de curiosidades aleatorias e inútiles al estilo de las dos anteriores. Como es habitual, cada dato va acompañado de la fuente, una sana costumbre que los blogs dedicados a hechos curiosos no suelen seguir por razones que desconozco.

Foto de Andrés Nieto Porras

  • En el llano, prácticamente toda la energía de un ciclista se dedica a vencer la resistencia del aire. El ciclista olímpico John Howard se preguntó qué ocurriría si pudiera eliminar completamente dicha resistencia. Para averiguarlo montó un parabrisas gigante en la parte trasera de un coche de carreras y condujo su bicicleta tras él. Alcanzó tal velocidad que no podía pedalear suficientemente rápido, de manera que construyó una bicicleta especial con marchas gigantescas y volvió a intentarlo. Sin resistencia del aire que vencer alcanzó los 244 km/h. Unos años después, el holandés Fred Rompelberg llegó a los 273 km/h. [Fuente]

  • Cuanto más pequeño es un ser vivo, más calorías necesita por kilo para seguir vivo. El químico Max Kleiber determinó que para cada criatura el total de energía consumida por unidad de peso es proporcional a la masa de ese animal elevado a la potencia 3/4. [Fuente]

  • En 1995, dos escritores de teoría administrativa publicaron un libro titulado La disciplina de los líderes del mercado. Los propios autores compraron cincuenta mil copias de su libro, la mayoría en librerías cuyas ventas se supervisaban para determinar la lista de mejor vendidos del New York Times. A pesar de que las críticas tildaban el libro de mediocre se alzó en lo más alto de la lista de ventas, lo cual fue suficiente para generar nuevas ventas que le aseguraban el puesto. [Fuente]

  • El síndrome de Williams es lo opuesto a la psicopatía. Aquellos que lo padecen son muy educados y sociales, muestran una gran empatía y no tienen ningún miedo de los extraños. Se les puede reconocer físicamente por su nariz respingona, boca ancha, labios gruesos y la larga distancia entre la nariz y el labio superior. Estas personas a menudo tienen problemas de corazón o de los vasos sanguíneos, así como anomalías dentales o renales. [Fuente]

  • La tasa de inflación más alta registrada en la historia se produjo en Hungría en julio de 1946. Los precios se incrementaron un 4,19 trillones por ciento, esto es, 419 seguido de dieciséis ceros. [Fuente]

  • No existe ninguna persona en la historia de España y Portugal cuya fecha de nacimiento esté comprendida entre el cuatro de octubre y el quince de octubre de 1582. La razón es que fue entonces cuando estos países pasaron a utilizar el calendario gregoriano, y esos diez días se eliminaron por orden del papa Gregorio XIII. [Fuente]

  • En latitudes templadas, cuando no aparecen condensaciones tras un avión que vuela alto o si se forman sólo brevemente, suele indicar que el aire de la zona superior de la troposfera está descendiendo o es seco, lo que sugiere que probablemente se mantendrá el buen tiempo. Cuando permanecen y se prolonga, puede indicar que el aire superior es húmedo y que se eleva, algo que ocurre antes de que aparezca un frente cálido, lo que sirve de advertencia de posibles precipitaciones al cabo de un día o dos. [Fuente]

  • Una posible prueba para comprobar la sordera de alguien es dejar caer un objeto pesado a espaldas del supuesto sordo. Una persona que de verdad no oye reaccionará al sentir la vibración en el suelo. Una persona que simula su sordera no reaccionará, puesto que creerá que tal actitud será más convincente. [Fuente]

  • El porcentaje de mortalidad o número de defunciones es, a menudo, mejor medida de la frecuencia de una enfermedad que las cifras registradas directamente, pues la calidad de la información y la constancia de la misma es mejor en los casos de mortalidad. [Fuente]

  • Mientras que la mayoría de estadounidenses dejan de comer cuando están llenos, aquellos que viven en culturas más esbeltas dejan de hacerlo cuando ya no tienen hambre. Hay una notable diferencia calórica entre el punto en que la persona de Okinawa dice «ya no tengo hambre» y aquel en que el norteamericano dice «estoy lleno». La gente de Okinawa tiene incluso una expresión para saber cuándo dejar de comer. Es un concepto llamado hara hachi bu: come hasta que estés lleno al ochenta por ciento. [Fuente]

  • Por término medio, las supernovas se producen dos o tres veces por siglo en una galaxia media como es la Vía Láctea. Una de las más famosas la registraron observadores chinos y árabes en el año 1054 en la constelación de Cáncer, el Cangrejo. Hoy, esa estrella destrozada aparece como una nube deshilachada de gas en expansión conocida como Nebulosa del Cangrejo. [Fuente]

  • La ley de Baumol, llamada así por el economista William Baumol, establece que los costes de los bienes o servicios cuya producción depende del progreso tecnológico tienden a bajar con el paso del tiempo en relación a los costes de bienes o servicios que no están, por su misma naturaleza, supeditados al progreso tecnológico. Así, el coste de la educación (una actividad que no se beneficia en gran medida del progreso tecnológico) tenderá a crecer con el paso del tiempo en comparación con el coste de los bienes manufacturados (cuya producción puede mejorarse con nuevas herramientas, métodos y materiales). [Fuente]

  • El pelo canoso no contiene ningún tipo de pigmentación y, por tanto, es incoloro. Sin embargo, la forma y su estructura interna modifican la manera en que la luz los atraviesa, lo que produce los tonos blancos y grises que vemos. [Fuente]

  • La mejor manera de sobrevivir a la caída libre dentro de un ascensor sería tumbarse boca arriba. En esta posición el cuerpo humano puede tolerar entre tres y cuatro veces las fuerzas G que puede soportar sentado o tumbado. Esa es una de las razones por la que los astronautas yacen sobre sus espaldas. [Fuente]

  • El tsunami más alto registrado nunca fue el megatsunami de Bahía Lituya, al noreste del golfo de Alaska. Tuvo lugar en 1958 y la ola alcanzó una altura de 524 metros. El causante fue un terremoto de 8,3 grados en la escala de Richter que produjo el desprendimiento de casi cuarenta millones de metros cúbicos de tierra y rocas del glaciar Lituya, al fondo de la bahía. [Fuente]

  • La composición de John Cage titulada 4'33'' no contiene ninguna «nota» en absoluto, solo cuatro minutos y treinta y tres segundos de casi silencio, mientras la pieza absorbe los sonidos ambientales que rodean al pianista silencioso: el público moviéndose en sus asientos, el roce de las telas de los vestidos, respiraciones, suspiros... [Fuente]

lunes, 28 de septiembre de 2015

Fotografía

He said: "one day you'll leave this world behind
so live a life you will remember"
My father told me when I was just a child
These are the nights that never die
My father told me
—Avicii, The Nights

En este mundo colmado de cámaras fotográficas no pasa un solo día sin que vea a alguien autoretratarse. Llego a la estación de tren y ahí me encuentro a una chica que se aburre esperando y empieza a contorsionarse y a poner morritos. Dentro del vagón, dos madres jóvenes se atusan el pelo y completan una sesión de fotos improvisada. En el trayecto que va desde la estación a mi casa, más adolescentes y grupos de amigas con el brazo extendido en alto, el móvil en el extremo apuntando a sus caretos y esa expresión característica de toda una generación. Selfis, selfis por todas partes.

Con la cámara tan a mano nos ha dado por capturar de todo, desde lo más cotidiano hasta lo más aburrido (léase: nuestra cara en primer plano), pasando por lo curioso o divertido. Quienes no hayan nacido con el móvil en la mano recordarán una época en la que no teníamos el gatillo tan suelto, aquella en la que películas fotográficas limitadas a treinta y seis instantáneas debían ser reveladas en una tienda al uso, lo que significaba varios días de espera hasta ver el resultado. Se me ocurre que aquí se puede aplicar el teorema de Alchian-Allen. Este teorema viene a decir que los australianos beben vino californiano de más calidad que los propios californianos, y viceversa, porque solo para los vinos más caros merece la pena pagar los gastos de transporte. Este razonamiento implica que cuando los gastos de hacer una foto eran mayores nos preocupábamos por capturar aquellos momentos realmente hermosos o importantes para nosotros. Tal observación me ha dado motivo para juzgar que, si medimos la calidad de una foto por su significado o valor artístico y no por sus aspectos técnicos, la fotografía actual es, en general, de peor calidad que antes. Sirva Instagram como prueba.

Admito que estos juicios sean discutibles. En cualquier caso, lo que me interesa hoy no es hablar acerca de la falta de gusto o los problemas de autoestima de los adictos al selfi, sino de las razones que nos llevan a hacernos fotos y, en concreto, a hacérnoslas en vacaciones, viajes, cumpleaños y celebraciones varias. Hasta las personas como yo, que aborrecemos el objetivo de la cámara, guardamos un buen puñado de autoretratos. ¿Por qué?

Fuente: XKCD

Consideremos el siguiente experimento mental. Supongan que yo me ofrezco a pagarles su viaje soñado con una condición: al volver a casa todas sus fotos y todos sus vídeos serán destruidos. No podrán conservar ningún documento gráfico de dicho viaje. ¿Hay trato? ¿Y si, además de borrar sus archivos, borrara sus recuerdos (al estilo Men In Black)? ¿Estarían dispuestos a tener unas vacaciones de las que no pudieran mantener ningún recuerdo?

Este experimento imaginario es obra de Daniel Kahneman, cuya propia investigación informal al respecto revela la importancia que damos a los recuerdos:

Aunque no he estudiado formalmente las reacciones a esta situación, cuando las comento con otras personas tengo la impresión de que la eliminación de los recuerdos reduce en gran medida el valor de la experiencia. En algunos casos, las personas hacen consigo mismas lo que aconsejarían a un amnésico que hiciera: maximizar el placer total retornando al lugar donde fue feliz en el pasado. Sin embargo, algunas personas dicen que no se molestarían en ir a ese lugar, lo que revela que les preocupa ante todo la amnesia del yo que recuerda, y la amnesia del propio yo que experimenta menos que la amnesia del yo ajeno. Muchas afirman que no irían, ni enviarían a otros amnésicos, a escalar montañas o caminar por la jungla porque estas experiencias suelen ser penosas en tiempo real y solo cobran el valor de la expectativa de que el esfuerzo y el placer de alcanzar la meta serán memorables.
Según Kahneman, el recuerdo es una parte importante de las vacaciones. De hecho, valoramos estas por las historias vividas y los recuerdos que esperamos guardar. Nos referimos a ellas como «memorables» o «inolvidables», lo que revela de forma explícita cuál es la finalidad perseguida. Las experiencias conscientemente memorables adquieren un valor y significado que no tendrían de otro modo. Y así (ibídem Kahneman):

[E]l turismo contribuye a que la gente viva experiencias y acumule recuerdos. La imagen de una multitud de turistas incansables sugiere que los recuerdos que estos acumulan son muchas veces un asunto importante para ellos, que incluyen tanto en sus planes de vacaciones como en la experiencia de los mismos. El fotógrafo no contempla la escena como un instante que merezca ser salvado, sino como un futuro recuerdo que hay que diseñar.
La fotografía nutre al «yo que recuerda». Llenamos nuestros álbumes de fotos y discos duros con imágenes de nuestros cumpleaños o de nuestra luna de miel de manera que, en el futuro, cuando caminemos a lo largo de la Avenida del Recuerdo, nos sintamos felices. Es por ello que la crítica habitual que aparece en el cómic de XKCD que ilustra este artículo (¿no deberías dejar la cámara y disfrutar del momento?) está equivocada. La función principal de las vacaciones no es tanto experimentar placer o relajación como formar y acumular recuerdos. Al fin y al cabo, las sensaciones del momento son efímeras mientras que los recuerdos, salvo accidente o enfermedad, nos acompañarán el resto de nuestra vida.

Pero se da un hecho curioso. Al hacer fotos dejamos a un lado (al menos temporalmente) al yo que experimenta, que es lo único que realmente tenemos, para satisfacer a un yo futuro que no existe (y puede que no llegue a existir). Ello implica realizar un pronóstico afectivo, tarea que según las investigaciones del psicólogo Daniel Gilbert no se nos da muy bien. Como explica Douwe Draaisma:

Cuando fotografiamos, nos adelantamos a lo que queremos recordar dentro de diez, veinte o quizá cincuenta años. Y aquí empieza el problema. La persona que serás dentro de veinte años te es aún más desconocida que la que fuiste hace veinte. Haces las fotografías para un extraño, un cliente del futuro que se llama igual que tú, pero cuyos deseos desconoces.
El ejemplo más evidente de errores de pronóstico afectivos fotográficos son las instantáneas de parejas que acaban hechas añicos o borradas cuando la relación acaba mal. Es el lado menos amable de la fotografía. Cuando guardamos un recuerdo en nuestra mente, cada vez que lo recuperamos lo volvemos a guardar modificado sin que nos demos cuenta. Algunos desaparecen completamente. Con el tiempo construimos una imagen de nuestra vida que no es tan fiel a los hechos como a lo que pensamos de nosotros mismos. Los recuerdos son bloques de construcción del yo. En palabras de Julian Biaggini:

Todos ignoramos cosas y no confiamos a la memoria los hechos y los acontecimientos que entran en conflicto con la manera en que nos vemos a nosotros mismos y al mundo. Recordamos de forma selectiva, habitualmente sin un esfuerzo consciente o un deseo expreso de hacerlo. Y, sin embargo, como creemos que la memoria recoge los hechos objetivamente, no nos percatamos de que todo esto significa que estamos construyendo el mundo y a nosotros mismos.
A diferencia de las imágenes mentales, las fotografías, una vez hechas, no cambian ni se desvanecen. Las imágenes que evocan recuerdos dolorosos permanecen hasta que decidimos deshacernos de ellas. Cuando hacemos tal cosa, cuando destruimos el soporte físico de experiencias que preferimos olvidar, estamos moldeando de alguna manera nuestros yo.

Mi abuela tiene ochenta y tres años. Vive sola, así que pasa la mayoría de los días sentada en el sofá de su salón viendo la tele. Tanto el salón como el resto de habitaciones están repletos de fotografías de la familia. Las paredes y los muebles muestran docenas de imágenes de épocas muy distintas, desde los autoretratos en blanco y negro de su juventud hasta las fotos impresas de sus bisnietos recién nacidos. En el colgante que nunca se quita lleva una foto de su marido, mi abuelo, fallecido hace más de cuarenta años. Visitarla me hace pensar en cómo el yo autobiográfico, aquel del que autores como Kahneman afirman que depende el sentido de la identidad, se ve apuntalado por las fotografías y los vídeos cuando hasta hace no mucho se cimentaba únicamente en la falible memoria humana. Y me llama la atención el hecho de que mi abuela prefiere tener todos esos recuerdos a la vista en lugar de guardarlos en álbumes. Me pregunto cuántos selfis se haría si fuera una adolescente de hoy día.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Cinco años de meditaciones

Cinco años se han cumplido esta semana desde aquella primera entrada sobre una chica «tonta» que marcó el inicio de este blog. Cómo iba a saber yo en ese momento que aquella no era sino la primera de una larga serie de discusiones, a cada cual más avinagrada, que han venido a demostrar cuán correctas eran mis apreciaciones sobre las causas que llevaron a dicho enfrentamiento, sobre ella, sobre mí y sobre los humanos en general. ¡Oh, sesgo de confirmación, yo te invoco!
Foto de Dricker94

Desde ese día hemos publicado doscientos treinta y dos artículos que suman un total de doscientas veinte mil palabras, lo que viene saliendo a unas novecientas cincuenta por artículo. Menudo tostón, oiga.

En cualquier caso, pasar este quinquenio me ha parecido un buen momento para hacer una pequeña retrospectiva y recopilar los contenidos más populares hasta la fecha, así como dar las gracias, que nunca está de más.

Lo más leído

La lista de artículos más leídos no es ningún secreto; la tienen en la barra de la derecha. Permítanme resumir de qué trata cada uno y descubrirles su origen y la verdadera razón de su popularidad.

Cómo lidiar con los gilipollas en el trabajo. Este artículo es básicamente un resumen de los consejos que aparecen en el libro The No Asshole Rule. Una amiga mía estaba teniendo bastante problemas con su compañera de trabajo y no sabía qué hacer, así que le resumí el libro por si podía serle de ayuda. No hay semana que alguien no aterrice en el blog tras haber buscado en Google algo como «mi compañero de trabajo es gilipollas».

¿Lleva pan el gazpacho? Primera entrada sobre un tema del que hemos hablado a menudo: la defensa del sistema de creencias. Discutimos bajo la premisa de que las pruebas o los argumentos lógicos deben hacer entrar en razón a los demás, pero en la práctica lo que suele ocurrir es que nos encerramos aún más en lo que ya creíamos. Como otros artículos de la lista de «más populares», el alto número de visitas es debido a gente que buscaba otra cosa. En este caso concreto, gente que busca en internet si el gazpacho lleva pan, una cuestión que parece más complicada de lo que yo presumía.

Meditaciones de cumpleaños. No es inusual que las personas demos un repaso a nuestra vida el día en que conmemoramos nuestra salida por el canal del parto. En este artículo mostramos el método que el psicólogo Martin Seligman utiliza cada año para valorar su satisfacción con la vida de forma metódica y actuar en consecuencia.

Soy más feliz con el dólar. Una muy breve reflexión sobre la relación entre dinero y felicidad. La mayoría de internautas que acaban en esta entrada lo hacen porque buscan el mensaje que Homer utiliza para su timo telefónico «Hombre feliz».

Meditaciones de fin de año. Como los cumpleaños, otro punto del calendario que invita a la reflexión. Los propósitos de año nuevo son tan ínsitos al 1 de enero como el alcohol o el confeti. Hurra por las promesas de enmienda en pro de un yo mejor, si bien todos sabemos que casi siempre se quedan en agua de borrajas.

Orientación a resultados. Una frase típica de oferta de trabajo. Lo que realmente valora la meritocracia es la contribución o el logro, con independencia de si ha sido fruto de la suerte o del esfuerzo. Esto da pábulo a multitud de problemas, algunos de ellos muy graves, como cuando se ignoran los riesgos a largo plazo con tal de obtener un beneficio inmediato.

Por qué fracasan los países. Un breve resumen de la obra de James A. Robinson y Daron Acemoğlu que muestra hasta qué punto España está dominada por una élite extractiva. Aquel mismo año César Molinas publicaba su libro desarrollando esta misma idea. Su artículo original en el diario El País fue el que me animó a escribir al respecto, aprovechando que yo acaba de leer el trabajo de Robinson y Acemoğlu.

Prisioneros. Reflexiones sobre comportamiento altruista y dilema del prisionero escritas por Invisible Kid, centrándose en el clima laboral. Pasamos muchas horas trabajando y todos ganaríamos si fuéramos amables los unos con los otros pero el hecho es que los premios (ascensos, salarios) suelen ir a los más gilipollas.

Pastilla azul, pastilla roja. Visitantes anónimos llegan aquí buscando el diálogo entre Morfeo y Neo de la célebre película The Matrix y se encuentran una breve disertación sobre cómo valoramos lo real que es una experiencia, sobre cómo muchos preferimos un sufrimiento genuino a una falsa felicidad.

Historias de la amistad y del olvido. Les decía hace bien poco que odio tener que alejarme de mis amigos, y que odio mucho más perder una amistad. Este escrito fue un llanto lastimero en el que recordaba viejas amistades y tiempos mejores de algunas relaciones personales.

Lo más compartido

Sin olvidar el fútbol. Un artículo ligero sobre un entretenimiento popular que contradice unas cuantas «verdades» del deporte rey. Fácil de digerir, al escribirlo ya sospechaba que sería la entrada más popular. Es lo que tiene el fútbol.

El hombre desactualizado. Cómo los hechos cambian con el tiempo y nuestro conocimiento, adquirido la mayor parte de él durante la época escolar, queda desfasado. Si la popularidad de un artículo sobre balonpié era esperable debo decir que la de este me sorprendió gratamente.

Sistemas. Tendemos a pensar en establecer metas y cumplir objetivos pero quizá lo adecuado sea centrarse no en su consecución, sino en el plan que nos debería llevar a alcanzarlos. Cuanto más depende el resultado final de la suerte, más importante es centrarse en el proceso o sistema.

Agradecimientos

A mí, escribir me gusta y, por ello, no suele costarme mucho ponerme a divagar cada semana (para desgracia de algunos, mucho me temo). En su momento les exhorté a probarlo aunque lo cierto es que, si esta actividad realmente les resulta atractiva, probablemente ya lo estén haciendo y no necesitan que nadie les anime. Una reticencia común es la sensación de que lo que escribimos no es bueno pero, como decía en aquella entrada, de lo que se trata es de aportar alguna pequeña observación acerca del mundo, de poner nuestros pensamientos en orden o, simplemente, desahogarnos. Si solo escribieran aquellos que son buenos de verdad apenas habría habido libros nuevos desde la época de Marco Aurelio. Además, nunca sabemos a quién pueden servirle nuestras experiencias.

Por eso doy las gracias a cada uno de los colaboradores que han superado la barrera de la calidad y nos han hecho llegar sus palabras: Invisible Kid, Josete, Mulezz, Zeta, Peter y Rizos. Sigo esperando con ansia vuestras siguientes reflexiones. Y a todos aquellos a los que he invitado y no os habéis animado os recuerdo que la invitación sigue en pie.

Doy las gracias asimismo a nuestros seguidores, lectores y a todos aquellos que nos dejan comentarios, en especial –cómo no– a nuestro amigo Luis Tarrafeta, cuyo blog les recomiendo encarecidamente. Aunque escribo principalmente para poner algo de orden en mis ideas, lo cierto es que les tengo presentes a todos ustedes mientras tecleo.

Este blog nació de casualidad y, mientras las circunstancias lo permitan, continuará creciendo. Durante cuánto tiempo, eso es imposible decirlo. Tal vez algún día se me acaben las ideas o no se me ocurra nada sobre lo que hablar. Quizá otra casualidad le ponga fin. Quién sabe. Lo único que puedo decir es que, al menos de momento, seguiremos meditando.