lunes, 16 de septiembre de 2013

El hombre desactualizado

Todo lo que sabemos tiene fecha de caducidad. A quienes fuimos a EGB nos enseñaron en la escuela que había 103 elementos en la tabla periódica; los que no hayan tocado la química desde la aquel entonces ignorarán que el número actual es 118 . Los planetas ya no son nueve, sino ocho, dado que Plutón salió de la lista en 2006. La población mundial ha pasado de los 5.900 millones de personas que me dijeron de pequeño a más de 7.000. Los macronutrientes siguen siguen siendo los mismos (glúcidos, lípidos y proteínas) pero sus efectos sobre la salud y su influencia en la composición corporal han ido cambiando en las últimas décadas. Y he aquí trece mitos sobre ciencia que tal vez usted aún crea ciertos (no deje de leer los comentarios). Tal como escribe Samuel Arbesman:
Foto de Parksy1964
«Facts change all the time. Smoking has gone from doctor recommended to deadly. Meat used to be good for you, then bad to eat, then good again; now it’s a matter of opinion. The age at which women are told to get mammograms has increased. We used to think that the Earth was the center of the universe, and our planet has since been demoted. I have no idea any longer whether or not red wine is good for me. And to take another familial example, my father, a dermatologist, told me about a multiple-choice exam he took in medical school that included the same question two years in a row. The answer choices remained exactly the same, but one year the answer was one choice and the next year it was a different one.»
El campo de trabajo de Arbesman es la cienciometría, una disciplina cuyo objetivo es medir y analizar la investigación científica. Según este autor los hechos o datos que forman el conocimiento científico tienen una vida media que obedece ciertas reglas matemáticas. Algunos datos cambian constantemente, como la temperatura en nuestra ciudad, mientras que otros cambian tan despacio que se consideran constantes, como el número de dedos de la mano. A medio camino se sitúan los mesodatos, aquellos que cambian con el paso de los años: los elementos de la tabla periódica que comentamos al principio, nuestros conocimientos sobre los dinosaurios, la tecnología informática y los tratamientos médicos.

Buena parte del conocimiento que va cambiando no afecta a nuestra vida diaria de forma directa. Dudo, verbigracia, que la vida del lector se haya vuelto patas arriba al conocer el nuevo número de elementos químicos. Como tampoco le explotará la cabeza al saber que, aunque en la película Jurassic Park los velociraptores son representados con una piel reptiliana, en 2007 se descubrió que en realidad estaban cubiertos de plumas. ¿Curioso? Tal vez. ¿Útil? Probablemente no (a no ser que esté considerando producir una película sobre dinosaurios).

Analicemos, pues, un ámbito más práctico como puede ser el de la medicina, donde los galenos más próximos dispuestos a educarnos son nuestras abuelas y nuestras madres. Que levante la mano a quien la hacedora de sus días le haya reprochado haber salido sin suficiente abrigo arriesgándose a coger un catarro. ¿Es cierto que uno puede resfriarse por el frío? Ocurre que la respuesta a esa pregunta ha ido cambiando con el tiempo:
«La sabiduría popular dice que sí. [...] Cualquier madre o médico de familia así lo afirmaría.
Pero los científicos llevan también años insistiendo en que la relación entre enfermedad y frío no es más que una quimera, argumentando que los resfriados son más comunes en invierno porque la gente se cierra en el interior de sus casas, donde los gérmenes tienen más posibilidades de pasar de una persona a otra.
[...] Pero hace algunos años, los científicos descubrieron la causa más común del resfriado: el rinovirus. A partir de ahí comenzaron a observar sus efectos en el sistema inmune. ¿El tiempo frío podría debilitar el sistema inmune y facilitar que el rinovirus causara una infección? A medida que fueron estudiando el rinovirus descubrieron que éste en realidad causa más daño en primavera y otoño, cuando el tiempo es lluvioso y húmedo, que en invierno.
[...] A partir de esos nuevos descubrimientos, los científicos vieron que la respuesta no es tan clara como parecía. La balanza se inclina a favor de la creencia popular, pues las investigaciones cada vez se encuentran más con el hecho de que un descenso de la temperatura corporal puede ocasionar un resfriado.
[...] Las personas nos resfriamos más en invierno en parte porque el mal tiempo nos hace entrar en sitios cerrados, pero también porque las temperaturas muy bajas afectan al sistema inmune, haciéndole más vulnerable a las infecciones o agravando alguna infección latente que ya teníamos.»
Entre las obligaciones de los padres se halla la de procurar la mejor salud al hijo. Por desgracia para estos la mayoría de progenitores atesoran un conocimiento médico basado mayormente en mitos, tradición y medios de comunicación de masas, tres vías de dudosa eficacia para transmitir un conocimiento real. El padre interesado en mantenerse al día encontrará interesante este libro (para un resumen con doce mitos populares y su validez o no puede consultar este artículo). Descubrirá, para alivio del crío, que no es necesario esperar dos horas después de comer para volver a zambullirse en la piscina (tortura de tantos niños de mi generación).

Todavía en relación con los cuidados parentales y entrando en la zona de las consecuencias fatales, aún recuerdo la reacción de mi madre cuando vio en el telediario que los médicos empezaban a recomendar que los bebés durmieran boca arriba. «¡De toda la vida los niños han dormido boca abajo!» exclamó algo perpleja. Al parecer la costumbre de colocar a los infantes en decúbito prono se debe al consejo dado por el pediatra norteamericano Benjamin Spock en su libro superventas Tu hijo. Su indicación se basaba en un razonamiento a priori, a saber, que si el niño vomitaba era más probable que se ahogara si dormía boca arriba. Estudios empíricos posteriores observaron sin embargo que el riesgo de muerte súbita era significativamente mayor en quienes dormían sobre su abdomen. Como decía, desde hace algunos años se insta a que los niños duerman sobre su espalda. En este mismo sentido, hace apenas unos meses se publicó en el British Medical Journal un estudio que concluía que el colecho (práctica aconsejada por el Ministerio de Salidad español en su informe Maternidad y Salud del año pasado) podría aumentar el riesgo de muerte súbita. Es de esperar que con el tiempo, gracias a la acumulación de evidencias, se pueda dar una indicación informada en uno u otro sentido.

Si los bebés son los seres que consideramos más frágiles y ante quienes procuramos con especial ahínco cumplir la máxima hipocrática primum non nocere, las mujeres embarazadas ocuparían el segundo puesto de la lista. A tenor por la interminable lista de advertencias y precauciones que reciben las mujeres en estado de buena esperanza se diría que gestar una criatura es un proceso harto delicado, y uno se pregunta cómo es posible que hayamos conseguido perpetuar la especie durante tanto tiempo, habida cuenta de la falta de medios en épocas pretéritas. Sea como fuere, los médicos suelen andar con pies de plomo y ser bastantes conservadores cuando tratan con mujeres en estado de buena esperanza. Recientemente la economista Emily Oster relataba en un artículo para el Wall Street Journal su experiencia con el embarazo, y cómo analizó los datos relativos a cada una de las recomendaciones dadas por su médico para averiguar cuánto había de verdad en ellas. Concluyó que no pasaría nada por beber un vaso de vino de vez en cuando, tomar café y hacer ejercicio cuando quisiera. Habrá que esperar cuarenta y cinco años (el tiempo estimado por John Hughlings Jackson para expulsar de la medicina una idea errónea) para ver si Oster tenía razón o si expuso a su criatura a riesgos innecesarios.

La gente tiene su vida, su trabajo (no todos los que quieren, por desgracia) y niños a los que criar (incluyendo algunos que no lo buscaban, para su desgracia). No es de esperar que se sienten periódicamente a reciclar sus conocimientos. En lugar de eso, confían en los medios de comunicación o internet. El problema es que gran parte de lo que oímos es engañoso cuando no directamente falso. Recibimos mucho más ruido que información real. Y como humanos hay límites a lo que podemos saber y el ritmo al que podemos aprender cosas nuevas. Sin embargo, hemos visto que mantenerse al día puede ser realmente importante por las consecuencias negativas que acarrea en ocasiones. No todas ellas son tan trágicas como la muerte de un infante, claro. A veces el daño se limita a pasar hambre de forma honorable mientras uno se pregunta perplejo cómo es que no consigue adelgazar cuando está cenando únicamente fruta y yogur.

Nassim Taleb publicó en su muro de Facebook su propia heurística para determinar lo que es importante:
«The odds of using, 10 years from now, something picked up today from random media is < 1 in 50,000. In science (outside of mathematics) it is < 1 in 30,000. On the other hand, you have more than 50 % chance of using (or remembering) something that you are interested in and has been "in print" more than a century. There is a very easy filter. What you search for is less likely to be noise. Further, word of mouth is more potent filtering than we think.»
Aunque no sea nada recomendable cambiar nuestros hábitos con cada nuevo estudio que sale a la luz (pues hacerlo nos hará víctimas del ruido) tampoco parece muy buena idea esperar cien años antes de hacerlo. Las tablas que aparecen en el libro de Arbesman muestran que el lugar del término medio varía según el campo del saber.

En ocasiones, tener un poco de algo es peor que no tener nada. Una falsa sensación de seguridad, verbigracia, puede hacernos asumir riesgos innecesarios. Respecto al tema que nos ocupa hoy ya entrevimos algunas complicaciones cuando hablamos del conocimiento incompleto. El conocimiento no actualizado supone un problema mayor que la ausencia total del mismo porque creer que ya sabemos algo nos puede hacer periclitar el reciclaje intelectual. En palabras del entrenador Charles Staley:
«I’ve frequently said that “knowing” is the most significant impediment to continued learning, because when you think you know, you cease further exploration.»
Quizá por eso Max Planck estaba en lo cierto al afirmar que las verdades científicas no acaban imponiéndose por sus propios méritos, sino porque sus detractores acaban muriendo y nace una nueva generación familiarizada con las nuevas ideas. La erudición es una empresa que comparte características con el castigo de Sísifo, devolviéndonos a menudo al punto de partida. Nuestro cerebro, con su gusto por lo fácil y rápido, no parece estar a la altura. Paradójico, si tenemos en cuenta que fue lo que usamos para adquirir todos esos datos en primer lugar.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El denominador común

Nadie como el difunto Lázaro Carreter para describir Septiembre, el mes que para tantos marca el fin de las vacaciones y la vuelta al trabajo:
«Ya estamos todos. Hemos vuelto al pie de la misma montaña, la del año pasado, la del anterior, la del anterior... Hay que subir empujando la peña, aun sabiendo que rodará otra vez. Debemos descansar de las estúpidamente llamadas 'bien merecidas vacaciones'. Desde fines de junio sacan por la tele kilómetros de parálisis motora rumbo a la playa, que aguarda llena de mosquitos, plásticos y rayos ultravioleta. Pero, según digo, hemos regresado y ya estamos completos: las tiendas han abierto, y es posible cortarse el pelo, encontrar los quioscos expeditos, y hasta enfermar y hallar a los médicos con las batas puestas. Debemos, pues, descansar del descanso currando y dando cada uno su propio callo.»
Hay quien está recién llegado. Los hay que se fueron hace tiempo y para los que los días de asueto son solo un recuerdo ya algo emborronado. También están aquellos que no han podido permitirse el lujo de unos días libres. Pero una cosa es segura: todos y cada uno de ellos están unidos por un sentimiento común que los hermana, sin importar color de piel, estatus socioeconómico o afiliación política. Todos y cada uno de ellos piensan que los demás son gilipollas.


Me encontré hace no mucho con tuit que explicaba esta sensación:
«When you look at Twitter's trending topics, it's a lot easier to understand why they have to write "Do Not Eat" on silica gel packets.»
Otro decía que ciertamente vivimos en un mundo en el que hay explicar lo más básico y obvio de la vida a los estúpidos, y como muestra de ello aportaba la siguiente imagen:


Es difícil no perder la fe en la especie humana cuando uno lee los comentarios de las noticias en los periódicos digitales, o cuando se topa con vídeos como esteeste (NSFW), este o este (NSFW) –sin mencionar los fail compilation, encuentra preguntas como esta (digna del ya clásico Yahoo Answers), cuando oye hablar a los políticos o los «expertos» que proliferan en los medios de comunicación, ve Telecinco o, sencillamente, sale a conducir. Por no hablar de los Premios Darwin o lo que el personal busca en Google.

Nótese que no estamos hablando del tipo de irracionalidad que comentamos habitualmente, esa que solo se pone de relieve a través de sesudos estudios y experimentos científicos. No, estamos hablando de algo mucho más básico. Se trata de la inteligencia básica para pasar el día sin liarla parda.


Visto lo visto no es de extrañar que «todo el mundo es idiota» y frases similares sea una de las búsquedas que más visitantes trae al blog (aunque no sé muy bien qué querrán hallar esas personas, si una causa, una solución o compartir experiencias). Como dice a menudo un buen amigo mío, gente es plural de estúpido. People equal shit. People... what a bunch of bastards!.


Decía Scott Adams en su libro El principio de Dilbert que la imbecilidad es una enfermedad en la que todos entramos y salimos varias veces al día:
«Todo el mundo es imbécil, no solo la gente que no aprueba los exámenes finales de secundaria. Lo único que nos diferencia es que somos imbéciles con respecto a diferentes cosas, en momentos distintos. Por muy inteligente que uno sea, se pasa la mayor parte del día siendo imbécil.
[...] La imbecilidad en la época moderna no es una condición permanente para la mayoría de la gente. Es una enfermedad en la que uno cae varias veces al día: la vida es demasiado difícil como para ir siempre de listo.
[...] La capacidad del ser humano para entrar y salir de la imbecilidad muchas veces a lo largo del día, sin darse cuenta siquiera de la transición, y sin matar a más de un testigo inocente, es asombrosa.»


Es una buena descripción. Claro que eso lo escribió antes de la llegada de Facebook, Twitter, Instagram y los grupos de WhatsApp. Al tener acceso a lo que los demás hacen o piensan las veinticuatro horas del día es más difícil pensar que la estupidez no es una condición permanente para la mayoría.

viernes, 30 de agosto de 2013

Un prisma para controlarlos a todos

Como a estas alturas todo el mundo sabe, el pasado 6 de junio los diarios The Guardian y Washington Post publicaron la noticia sobre uno de los mayores escándalos de espionaje masivo hasta la fecha, el programa PRISM.

Foto de Wrote
Para el que aún no lo sepa, dicho programa consiste en un sistema de vigilancia desarrollado por la NSA en colaboración con varios de los principales proveedores de servicios de Internet americanos como Google, Apple, Microsoft, Yahoo!, Facebook


Aunque el nivel de intromisión alcanzado por PRISM ha rozado nuevos niveles, el concepto de vigilancia tiene un largo recorrido en nuestra historia, pudiéndose encontrar referencias desde el antiguo Egipto.

En el pasado solía enfocarse de forma individual y actualmente lo asociamos casi exclusivamente como un fenómeno tecnológico y masivo, pero no son las únicas clases de vigilancia. El sociólogo David Lyon lo describe como:
«…the focused, systematic and routine attention to personal details for purposes of influence, management, protection or direction.»
Un concepto que Jeremy Bentham había transformado en arquitectura con su diseño del Panóptico, un modelo de prisión circular con una torre de vigilancia en el centro desde la que los trabajadores de la misma pueden observar a los internos sin que estos sepan en ningún momento si están siendo vigilados o no.

Esa sensación de vigilancia constante hace que el sujeto la internalice y modifique su comportamiento, lo que llevó a Michel Foucault a desarrollar su teoría del Panoptismo y trasladar dicha estructura a otros lugares como escuelas, organizaciones u hospitales:
"If the inmates are convicts, there is no danger of a plot, an attempt at collective escape, the planning of new crimes for the future, bad reciprocal influences; if they are patients, there is no danger of contagion; if they are madmen there is no risk of their committing violence upon one another; if they are schoolchildren, there is no copying, no noise, no chatter, no waste of time; if they are workers, there are no disorders, no theft, no coalitions, none of those distractions that slow down the rate of work, make it less perfect or cause accidents”
Teniendo en cuenta el aumento de vigilancia desde el desarrollo de la teoría de Foucault, sobre todo en lo que a nivel digital se refiere ¿se podría decir que el concepto de Panóptico se ha extendido a toda la sociedad? Aunque podría considerarse un paso más hacia ello, la progresiva aceptación de la misma trae consigo la desaparición de la sensación de vigilancia y por lo tanto también el concepto de Panóptico. Esto es especialmente destacable en Internet, ya que no hay un contacto o reprimenda directa por parte del vigilante, evitando así la modificación del comportamiento y aceptando sin más la vigilancia. Lo que podría explicar por qué aún después del escándalo el porcentaje potencial de clientes «perdidos» no sea demasiado elevado.

Todo esto podría conducir a la sociedad a un estado de indefensión que va más allá del propio Panóptico. Y, aunque la capacidad de vigilancia actual ha sobrepasado con mucho a la imaginada por George Orwell en 1984, el verdadero problema está en nosotros mismos. En este sentido es increíble cómo Gary T. Marx describió durante los años 80 muchas de las dificultades por las que atravesamos en la actualidad y sus posibles consecuencias:
«Once the new surveillance systems become institutionalized and taken for granted in a democratic society, they can be used for harmful ends. With a more repressive government and a more intolerant public-perhaps upset over severe economic downturns, large waves of immigration, social dislocations, or foreign policy setbacks-these same devices easily could be used against those with the 'wrong' political beliefs, against racial, ethnic, or religious minorities, and against those with life-styles that offend the majority.»
Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado. Ante esto solo cabe preguntarse ¿quién controla el presente ahora?

lunes, 19 de agosto de 2013

Ni mata ni fortalece

Que en la vida uno va a ser rechazado en algún momento es una afirmación tan poco controvertida como la de que el Papa cree en Dios. Sea a la hora de buscar pareja o de encontrar trabajo, la mejor versión de uno mismo presentada como candidata con el objetivo de lograr sexo o empleo siempre puede toparse con un no. Chris Dixon aseguraba en su blog –en relación al ámbito profesional– que si no estás siendo rechazado diariamente es porque tus objetivos no son suficientemente ambiciosos:
Foto de d:space
«My most useful career experience was about eight years ago when I was trying to break into the world of VC-backed startups. I applied to hundreds of jobs: low-level VC roles, startups jobs, even to big tech companies. I got rejected from every single one. [...] The reason this period was so useful was that it helped me develop a really thick skin.»
Muchos deportistas, artistas o trabajadores manuales saben que los callos son una consecuencia inevitable de su actividad. El roce y la presión constantes irritan la piel y el cuerpo responde acumulando queratina en la zona para hacerla más dura. Friedrich Nietsche pensaba que el carácter podía responder igual que la piel y así lo expresó en su obra Ecce Homo, donde aparece el celebérrimo aforismo (énfasis mío):
«Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo período de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas; convertí mi voluntad de salud, de vida, en mi filosofía. Pues préstese atención a esto: los años de mi vitalidad más baja fueron los años en que dejé de ser pesimista: el instinto de autorrestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento. ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien constituido hace bien a nuestros sentidos, en que está tallado de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A él le gusta sólo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no lo mata lo hace más fuerte.»
Chris Dixon es solo uno más entre tantos otros que suscriben esa creencia de que las personas se pueden hacer más duras (física o psíquicamente) a base de golpes. Si eso es cierto se podría pensar que cuantos más palos se lleve uno más recio acabará siendo. Así, alguien que haya sobrevivido al paso por los campos de trabajo de Siberia administrados por el Gulag debió de salir realmente endurecido. Por tomar una referencia de la cultura popular que los de mi generación captarán enseguida, esa sería la historia de Hyōga, el caballero o santo del Cisne de la serie Saint Seiya destinado al campo de entrenamiento de Siberia (con este ejemplo ya vemos que algo falla en este razonamiento, pues lo cierto es que Hyōga fue siempre un guerrero bastante blandito, más obsesionado con su madre muerta de lo que lo estaba Marco con la suya viva).

Cuenta Nassim Taleb que cuando se topó con este tipo de inferencia («endurecido por el Gulag») le costó darse cuenta de su sinsentido, pero que finalmente dio con un experimento mental que lo explicaba (el énfasis es mío):
«Supongamos que somos capaces de encontrar una población grande y diversa de ratas: gordas, delgadas, asquerosas, fuertes, bien proporcionadas, etc. [...] Con estos miles de ratas formamos un grupo heterogéneo, bien representativo de la población de ratas de Nueva York. Las llevamos a mi laboratorio, en la calle Cincuenta y Nueve Este, y colocamos toda la muestra en un gran tanque. Sometemos a las ratas a niveles de radiación progresivamente mayores [...]. En cada nivel de radiación, aquellas que son naturalmente más fuertes (y aquí está la clave) sobrevivirán; las que mueran dejarán de pertenecer a la muestra. Poco a poco iremos disponiendo de un grupo de ratas más y más fuertes. Observemos el siguiente hecho fundamental: cada una de las ratas, incluidas las fuertes, será, después de la radiación, más débil que antes.»
Haber pasado por una miríada de descartes no implica automáticamente un aumento de la resiliencia. Cada rechazo puede ser una abrasión que ayude a formar un callo o una gota más en el proceso que horada la piedra de nuestra autoestima. Cómo lo afrontamos depende de nuestra forma de ser. El narcisista echará la culpa al entorno, las circunstancias o a los demás. Los menos neuróticos probablemente no se lo tomarán como algo personal y pensarán que ahora son más fuertes. Por contra, los más neuróticos se lo tomarán muy a pecho y añadirán un clavo más al ataúd de su autoestima; para estos últimos la sensación de valía está ligada a la cantidad de repudio recibido (parafraseando la expresión latina: todos los rechazos hieren, el último mata). Las diferentes actitudes de cada caso ilustran la naturaleza subjetiva de nuestra experiencia.

Independientemente de nuestra disposición frente al rechazo, las veces que nos topamos con él puede ser un indicador objetivo de nuestro valer. Si es verdad lo que dice Dixon, entonces John Rolfe (autor junto con Peter Trobb de un divertido libro sobre la vida en Wall Street) debió de sentirse especialmente ambicioso cuando –según sus propias palabras– la presentación de más de cuarenta currículums y cartas de presentación se tradujeron en exactamente tres entrevistas con bancos de inversión. Otra interpretación posible es que las aptitudes de Rolfe se perdían en la parte baja del montón. Una persona mentalmente sana ignorará esta parte de la realidad y seguirá adelante tranquilamente.

A menudo he encontrado individuos que justificaban el rechazo argumentando que no eran lo que el otro (empleador o posible pareja) andaba buscando en ese momento. Se me antoja un piadoso engaño, como si las tendencias fueran a cambiar en algún momento. Como si en algún futuro cercano los demás fueran a dejar de buscar gente guapa, divertida y con dinero con la que emparejarse, y las empresas fueran a dejar de lado a los individuos dinámicos con don de gentes. Es posible que, sencillamente, fueras rechazado porque tu manera de ser no encaja con lo que se pide, en cuyo caso podrías quedarte fuera hasta que se agoten las reservas de lo deseado y los que eligen se vean obligados a rebajar sus expectativas. Ante una escasez de parejas potenciales o puestos de trabajo ya puedes darte por jodido, pues ni siquiera podrás recoger las sobras. Eso no les pasa a los que son realmente válidos. Podrás revolverte pensando que no es justo que no se valoren tus capacidades o tus virtudes particulares, pero el hecho es que si lo que tienes para ofrecer no le interesa a nadie entonces tal vez no valgas nada en realidad (alguien que busca empleo o pareja ¿tiene valor en sí mismo como trabajador o compañero, o solo lo tiene en la medida en que posee cualidades que los demás desean?). En esta situación podrías intentar cambiar tu forma de ser, bien para solucionar el problema o bien para tratar de cambiar tu actitud frente al problema. Buena suerte con eso.

Mi tío siempre me ha dicho que cuando trataba de ligar de joven sabía que iba a triunfar una de cada veintitrés veces, y con esa estadística en mente saltaba al ruedo. «Si alguna vez caían dos seguidas», contaba riendo, «sabía que después me tocaban cuarenta hostias una detrás de otra». Su método era el clásico «disparar a todo lo que se mueve», igual que hacen los spammers. Si lo intentas mucho es posible que, por mero azar, alguna vez suene la flauta.

El correo electrónico no deseado tiene un ratio de conversión de aproximadamente ocho entre un millón según el estudio más reciente. Eso significa que unas ocho personas entre un millón compran algún producto anunciado a través de esos mensajes. Sin embargo, cuando alguien hace eso no lo atribuimos a la calidad del mensaje, sino a la estupidez del destinatario. ¿Por qué iba a ser distinto cuando se trata de uno mismo? Si a mí tío le costaba tanto lograr una cita probablemente no fuera tan atractivo como asegura. Si te vetan en nueve de cada diez entrevistas quizá es que eres un paquete. Si te rechazan en la misma proporción que a los demás es hora de asumir que eres mediocre. Tal vez tu única esperanza de hacerte un hueco sea un fallo en el proceso de selección (en cuyo caso vivirás con la incertidumbre de saber cuánto te durará la suerte). Tal vez deberías dejar de apuntar tan alto y asumir de una vez que no todo el mundo puede jugar en Primera División. Claro que ¿qué ocurrirá si bajas el listón a ras de suelo y sigues siendo rechazado? ¿Darás aún más la espalda a los hechos y te convertirás en un Vincent Finch?

lunes, 5 de agosto de 2013

Algo se muere en el alma (II)

Hace dos años conté cómo Mario, nuestro jefe por aquel entonces, nos dejaba por un trabajo mejor. Como era de esperar le ha ido bien en su nuevo empleo, hasta el punto de ser ascendido recientemente. Trabaja mucho y viaja bastante. Se ha mudado a una nueva casa y espera su segundo retoño.

Foto de woodleywonderworks
Cuando Mario se marchó nos dejó, como suele decirse, con el culo al aire: pantalones en los tobillos y flexión anterior del tronco, a merced de cualquier desaprensivo que fuera a sustituirle. Afortunadamente, en una de esas extrañas carambolas que ocurren en la vida, pudimos llenar el hueco (el del departamento, no el situado entre nuestros molletes) con otro amigo.

Simón había dejado la empresa hacía no mucho para estudiar un MBA. El único trabajo que pudo encontrar tras terminarlo fue un empleo de corte español, esto es, uno donde la idea básica era captar subvenciones de la Unión Europea y escenificar un sainete que pasara por proyecto real, de manera que mediante una contabilidad de doble carpado con tirabuzón el dinero europeo acabara en las arcas de la empresa a la vez que cumplían con los trámites destinados a evitar precisamente que ese fuera el caso. Simón languidecía gemebundo en su escritorio frente a un ordenador obsoleto sin acceso a las páginas más interesantes de internet, con poco que hacer en general y unos compañeros de esos con los que uno se relaciona «cordialmente». De vez en cuando quedábamos para comer y poner en común quemaduras del mundo laboral. Nos preguntábamos si no deberíamos ser de esas personas que ven el trabajo simplemente como una forma de ganar dinero para vivir, y no como una fuente de realización o de satisfacción personal.

Cuando Mario anunció su marcha inmediatamente pensamos en Simón. Conocía la empresa, a la gente, el departamento, los productos y los servicios. Ahora, además, tenía el MBA, y un puesto de jefe le ayudaría a dar vigor a su currículum. La idea cuajó y Simón volvió con nosotros. Al principio le costó coger el ritmo, dicen, pero al cabo se adaptó y se hizo con las riendas. Su buen hacer, como ocurre en las empresas de este país, fue castigado recientemente con un ascenso a la española: mismo sueldo, mucha más responsabilidad.

Un par de semanas atrás, en una de esas mañanas que se presume igual que cualquier otra, Simón hizo que se nos atragantara el desayuno al anunciar que se marchaba a trabajar con Mario. De nuevo el proceso se puso en marcha: las notas de adiós, las fiestas de despedida y los buenos deseos para el futuro. Otra vez la incertidumbre sobre el futuro de los que se quedan.

Para mí Simón siempre será el jefe que no parecía un jefe. En todo momento se mostraba informal y accesible, tanto con sus subordinados como con sus superiores. Posee un importante capital intelectual, fruto de su perspicacia y curiosidad natural. Su personalidad es una extraña mezcla de friki, geek, señor jubilado y adolescente de diecisiete años. Aún me choca verle con sus hijas pequeñas, ser testigo de cómo ese fumador empedernido aficionado a los cómics, salaz, sardónico y bromista, a quien he visto preso de los vapores etílicos en más de una ocasión, se desenvuelve tan bien con los cachorros. Adicto a reddit, su vasto conocimiento de la cultura popular y formal le hacían casi imbatible en el Triviados. Él fue quien me descubrió a Alain de Botton y me recomendó leer a Bertrand Russell (ahora uno de mis filósofos favoritos), a la par que me indicaba algunos blogs interesantes (y alguno prescindible). En todo este tiempo invariablemente ha tolerado mi presencia sin signos visibles de fastidio y me ha aportado su sensato punto de vista por muy estúpida o banal que fuera la pregunta que le estaba planteando. Igual que para con Mario, no siento por Simón otra que cosa que admiración, envidia y gratitud.

En los días posteriores a la noticia de la marcha noté en el ambiente una sensación de eso que los periodistas deportivos gustan en llamar «fin de ciclo». Me pareció que por la cabeza de todos rondaba la misma idea acerca de que esto era de alguna manera el final de nuestro camino laboral conjunto, de que la situación solo puede empeorar y ha llegado la hora de separarnos en busca de pastos más verde (si acaso los hay). Una compañera llegó a preguntarse en voz alta cuántos del grupo seguirían trabajando aquí el año que viene. Nadie dijo nada. Como esto no es una serie de televisión y los flash forwards no son factibles, habrá que esperar para verlo.

«Sin cambio no hay progreso», me dijo Simón en una de nuestras últimas conversaciones a la hora del cigarro. Reto aceptado.

lunes, 29 de julio de 2013

Poderoso caballero es don Dinero

Cuenta mi madre que el único poema que mi tío llegó a aprender de memoria en la escuela fue aquel de Quevedo cuyos versos decían:
Foto de KamrenB Photography
«Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero

Es don Dinero.»

Don Francisco de Quevedo (el cual, como dice Pérez-Reverte, nos conocía hasta por las tapas) sabía que en la España que le tocó vivir el poder político giraba en torno al dinero, dinero que por aquel entonces provenía mayormente de las Indias Occidentales:
«En lo que los hombres de Pizarro llamaban el Alto Perú, un inhóspito territorio de famosas montañas donde a las personas poco acostumbrada a las grandes alturas les cuesta respirar, encontraron algo no menos valioso. Con una altitud de 4.824 metros sobre el nivel del mar, el extrañamente simétrico Cerro Rico de Potosí representaba la suprema encarnación de la más potente de todas las imágenes surgidas en torno al dinero: una montaña de puro mineral de plata. Cuando un indio llamado Diego Hualpa descubrió sus cinco grandes venta de plata en 1545, cambió la historia económica del mundo. [...] Potosí, lugar de muerte para quienes se vieron obligados a trabajar allí, hizo rica a España. Entre 1556 y 1783, Cerro Rico produjo 45.000 toneladas de plata pura, que luego serían transformadas en barras y monedas en la Casa de la Moneda y enviadas a Sevilla. Pese al aire enrarecido y el riguroso clima, Potosí no tardó en convertirse en una de las principales ciudades del Imperio español, con una población en su momento de mayor apogeo de entre 160.000 y 200.000 personas, más que la mayoría de las ciudades europeas de la época.»
Esta parte de la historia de España es contada con detalle en el libro del que hablábamos la semana pasada, como ejemplo de sistema político extractivo. Según los autores las instituciones creadas siglos atrás por los españoles han permanecido a lo largo del tiempo y son el origen de los problemas actuales económicos de Sudamérica.

De acuerdo con el argumento de Acemoğlu y Robinson la solución estaría en un sistema inclusivo como el de Estados Unidos: gobierno fuerte y centralizado capaz de imponer orden en todo el territorio y proveer servicios públicos, democracia plural, leyes imparciales, economía de mercado basada en la propiedad privada e igualdad de oportunidades. Se supone que de todo ella deriva el éxito económico estadounidense, éxito que debería mantenerse pues según ellos las instituciones inclusivas forman lo que llaman un círculo virtuoso que se perpetúa a sí mismo:
«The virtuous circle arises not only from the inherent logic of pluralism and the rule of law, but also because inclusive political institutions tend to support inclusive economic institutions. This then leads to a more equal distribution of income, empowering a broad segment of society and making the political playing field even more level. This limits what one can achieve by usurping political power and reduces the incentives to re-create extractive political institutions.»
Los autores llegan a afirmar:
«Under inclusive economic institutions, wealth is not concentrated in the hands of a small group that could then use its economic might to increase its political power disproportionately.»
Sin embargo, Estados Unidos es un país de una grandísima desigualdad. El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz se hace eco de tal hecho en su propio libro:
«[E]l 1 por ciento más alto controla aproximadamente el 35 por ciento de la riqueza. Si se excluye el valor de la vivienda, es decir «riqueza no residencial», la cifra es considerablemente mayor: el 1 por ciento más alto es dueño del 40 por ciento de la riqueza del país.»
El problema, identificado por Quevedo y Stiglitz, es que el dinero no sirve únicamente para comprar descapotables, vacaciones y teléfonos de última generación; también se puede comprar influencia política. Y eso es lo que ocurre en sociedades de mercado como la estadounidense. La teoría de una democracia basada en «una persona, un voto» se convierte en la práctica en «un dólar, un voto» (ibídem Stiglitz):
«[L]a política configura los mercados: la política determina las reglas del juego económico, y el terreno de juego está inclinado a favor del 1 por ciento. Por lo menos en parte, eso se debe a que el 1 por ciento también determina las reglas del juego político.»

«Los fallos de la política y la economía están interrelacionados, y se potencian mutuamente. Un sistema político que amplifica la voz de los ricos ofrece muchas posibilidades para que las leyes y la normativa —y su administración— se diseñen de forma que no solo no protejan a los ciudadanos corrientes frente a los ricos, sino que enriquezcan aún más a los ricos a expensas del resto de la sociedad.»
Stiglitz describe pormenorizadamente la manera en que los ricos influyen en la política para modificar las reglas a su antojo. La última obra de Michael Sandel relata otros tantos ejemplos. De este modo, la única diferencia real entre la Europa aristocrática de siglos anteriores o el régimen colonial con las sociedades capitalistas occidentales es que la concentración del poder político, así como la división de privilegios, ahora no es por motivos de raza o de cuna, sino de pecunia.

Al analizar la democracia Ortega y Gasset observaba:
«La salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal.»
Mientras se puedan seguir comprando los votos aquellos más ricos, los que controlan las empresas más grandes, barrerán para casa a costa de los más pobres. Tendremos que pagar por consumir nuestra propia energía solar. La gestión de la sanidad se malvenderá a empresas privadas, que disfrutarán de sus nuevas rentas a costa del contribuyente. Los bancos podrán continuar con sus prácticas abusivas y seguir asumiendo riesgos exagerados porque el estado saldrá en su rescate si lo necesitan, de nuevo a costa de los que menos tienen. La justicia será la que uno pueda comprar. La crisis financiera ha puesto de relieve cómo algunas democracias occidentales han acabado guillotinadas por don Dinero.

lunes, 22 de julio de 2013

Por qué fracasan los países

A principios del siglo XVIII, en Inglaterra, un grupo de cazadores furtivos conocidos como los Negros (así llamados porque llevaban la cara oscurecida para ocultar su apariencia de noche) se dedicaba a atacar las fincas de terratenientes notables y políticos, matando ciervos y otros animales, como forma de protesta por la manera en que el partido político en el poder (el partido Whig) se estaba aprovechando de su posición, apropiándose de tierras ajenas y abrogando derechos de pasto y recolección de turba y leña a los anteriores dueños. Los Whig, que controlaban el Parlamento, trataron de proteger sus privilegios promulgando una nueva ley que castigara con mayor dureza a quienes osaran causar daño a las propiedades de Su Majestad:
«The Whig government was not going to take this lying down. In May 1723, Parliament passed the Black Act, which created an extraordinary fifty new offenses that were punishable by hanging. The Black Act made it a crime not only to carry weapons but to have a blackened face. The law in fact was soon amended to make blacking punishable by hanging. The Whig elites went about implementing the law with gusto.»
Este pedacito de historia está sacado del libro Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, escrito por los economistas James A. Robinson y Daron Acemoğlu (hay traducción al español, sitio web y cuenta de Twitter). Su obra trata de responder a la pregunta de por qué algunas naciones prosperan económicamente mientras otras permanecen transidas de pobreza.

Foto de missy & the universe

La tesis defendida por los autores es que los países fracasan cuando tienen lo que denominan instituciones políticas y económicas extractivas, esto es, instituciones diseñadas para extraer los ingresos y la riqueza de un subconjunto de la sociedad en beneficio de un subgrupo diferente. Para ellos el éxito económico de una nación vendría determinado por los incentivos creados por las instituciones económicas, instituciones cuya naturaleza depende de las políticas. Los países ricos lo son porque consiguieron meter en cintura a las élites privilegiadas, limitando su poder y recortando sus privilegios mediante instituciones inclusivas, aquellas que permiten y fomentan la participación de la gran mayoría de las personas en las actividades económicas y políticas:
«Countries such as Great Britain and the United States became rich because their citizens overthrew the elites who controlled power and created a society where political rights were much more broadly distributed, where the government was accountable and responsive to citizens, and where the great mass of people could take advantage of economic opportunities.»

«Nations fail today because their extractive economic institutions do not create the incentives needed for people to save, invest, and innovate. Extractive political institutions support these economic institutions by cementing the power of those who benefit from the extraction. Extractive economic and political institutions, though their details vary under different circumstances, are always at the root of this failure.»
El libro está plagado de historias que muestran cómo aquellos que se hacen con el poder tratan de mantenerse en él a base de explotar a los más débiles, oponiéndose a cualquier cambio del statu quo. Según iba navegando por las más de quinientas páginas de Historia no pude dejar de relacionar tales ejemplos con España. Políticos y jueces elegidos a dedo. Impuestos solo a la base de la pirámide. Desigualdad de facto ante la ley. De hecho, el trabajo de Ronbinson y Acemoğlu es el marco teórico en el que César Molinas encuadró su análisis de la clase política española. Veamos a continuación tres ejemplos.

A finales del siglo XIX y durante buena parte del siglo XX los europeos empobrecieron a los africanos sistemáticamente para asegurarse una mano de obra barata que emplear en la floreciente economía minera africana:
«The 1897 testimony of George Albu, the chairman of the Association of Mines, given to a Commission of Inquiry pithily describes the logic of impoverishing Africans so as to obtain cheap labor. He explained how he proposed to cheapen labor by “simply telling the boys that their wages are reduced.” His testimony goes as follows:
Commission: Suppose the kaffirs [black Africans] retire back to their kraal [cattle pen]? Would you be in favor of asking the Government to enforce labour?
Albu: Certainly … I would make it compulsory … Why should a nigger be allowed to do nothing? I think a kaffir should be compelled to work in order to earn his living.
Commission: If a man can live without work, how can you force him to work?
Albu: Tax him, then …
Commission: Then you would not allow the kaffir to hold land in the country, but he must work for the white man to enrich him?
Albu: He must do his part of the work of helping his neighbours.»
El régimen de apartheid sudafricano (que se mantuvo hasta 1994) añadió otro elemento a su estrategia para obtener mano de obra barata:
«The Apartheid regime also realized that educated Africans competed with whites rather than supplying cheap labor to the mines and to white-owned agriculture. [...] It is not surprising that black Africans were uneducated; the South African state not only removed the possibility of Africans benefiting economically from an education but also refused to invest in black schools and discouraged black education. This policy reached its peak in the 1950s, when, under the leadership of Hendrik Verwoerd, one of the architects of the Apartheid regime that would last until 1994, the government passed the Bantu Education Act. The philosophy behind this act was bluntly spelled out by Verwoerd himself in a speech in 1954:
The Bantu must be guided to serve his own community in all respects. There is no place for him in the European community above the level of certain forms of labour … For that reason it is to no avail to him to receive a training which has as its aim absorption in the European community while he cannot and will not be absorbed there.»
En algunas democracias los gobernantes evitan las restricciones constitucionales modelando a su antojo el poder judicial. A mediados del siglo pasado Juan Domingo Perón se hizo con el control de la Corte Suprema argentina (que había declarado inconstitucional una de sus leyes) para gobernar sin trabas:
«Shortly after Perón’s victory, his supporters in the Chamber of Deputies proposed the impeachment of four of the five members of the [Supreme] Court. [...] Nine months after initiating the impeachment process, the Chamber of Deputies impeached three of the judges, the fourth having already resigned. The Senate approved the motion. Perón then appointed four new justices. The undermining of the Court clearly had the effect of freeing Perón from political constraints. He could now exercise unchecked power, in much the same way the military regimes in Argentina did before and after his presidency. His newly appointed judges, for example, ruled as constitutional the conviction of Ricardo Balbín, the leader of the main opposition party to Perón, the Radical Party, for disrespecting Perón. Perón could effectively rule as a dictator.»
Ahora, si es usted español, piense en las subidas de impuestos de los dos últimos años y en cómo están diseñadas, en el debate por eliminar el salario mínimo, en los jueces nombrados por el gobierno para el Tribunal Constitucional, en cómo se ha querido modificar el código penal para criminalizar las protestas y en cómo el precio de las matrículas universitarias se ha disparado en nuestro país. Dentro de poco será considerado delito el llevar puesta la máscara de Guy Fawkes.

Desgraciadamente, España no es el único país con una democracia acerba que lo es solo sobre el papel. De hecho, en una próxima entrada veremos que incluso países exitosos de acuerdo con la teoría expuesta (Estados Unidos, por ejemplo) podrían considerarse democracias de pastel.

lunes, 15 de julio de 2013

Historias de la amistad y del olvido

Fue mi mejor amigo durante toda la época escolar. Al llegar al instituto tuvimos que separarnos, pero seguíamos viéndonos a menudo. Nos confiábamos los clásicos problemas adolescentes: chicas, estudios, fiestas, chicas. Todo era nuevo, la existencia rebosaba de «primeras veces». Compartíamos ese lazo que solo se forja tras años de jugar juntos al fútbol en el recreo, de aguantar a los abusones del patio, de celebrar cumpleaños multitudinarios con bandejas de medias noches y litros de refresco (a veces mezclados, por supuesto, como era menester). Al poco de haber entrado ambos en la universidad dejó de responder a mis llamadas. No le he vuelto a ver.

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Menos de un mes separa nuestros respectivos cumpleaños, de modo que nos citábamos cada año para celebrarlos juntos. Quedábamos para comer o cenar, nos poníamos al día e intercambiábamos presentes. El tiempo volaba mientras repasábamos su búsqueda vital, sus líos amorosos, sus problemas en el trabajo. Hasta que un buen día, sin dar explicación alguna dejó de atender a mis invitaciones, y ya hace tres años que no celebramos juntos nuestro aniversario.

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Foto de vinodbahal
Después de seis horas en el instituto por la mañana volvíamos a encontrarnos por la tarde para ir a las clases del máster. Reíamos comentando las meteduras de pata de los profesores y las actitudes de los personajes que nos habíamos encontrado en ese máster. Atesoramos un nutrido florilegio de bromas privadas. Comentábamos lo que se convertiría en nuestra profesión, lo quemados que parecían estar todos y los debates sin fin que siempre vuelven. Teníamos toda una vida de trabajo por delante. A la sazón cada uno marchó a buscarse el pan y pasamos a vernos una o dos veces al año, para recordar viejos tiempos y hablar de lo nuevo. Hace dos años se mudó a otro país y –cosas de la vida– casi le veo más ahora que cuando vivíamos en la misma ciudad. La clásica amistad en la que cuando os encontráis volvéis a ser quienes erais cuando os conocisteis por primera vez.

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Lo llamábamos salir al balcón, si bien el balcón no era tal (más bien se trataba de una barandilla algo apartada). Nos conocíamos desde hacía relativamente poco así que había muchas historias personales con las que llenar la conversación. Hablábamos de nuestras biografías, de lo que nos pasaba, de lo que significaba; de los porqués y para-qués. De cómo vivíamos nuestros nuevos empleos y qué podíamos hacer. Maravillosas conversaciones desprovistas de banalidades con alguien en quien me podía ver reflejado, que había experimentado sucesos parecidos en la infancia y desarrollado rasgos de personalidad semejantes, alguien con quien me sentía conectado a un nivel profundo. Tuvimos que dejarlo cuando ya no coincidíamos a la hora de la comida y, aunque tiempo después volvimos a concurrir en el yantar, nunca lo retomamos. Una de esas relaciones en las que el dolor de la pérdida supera la satisfacción de todo lo bueno vivido. Exánime sin remedio, es sin duda la amistad que más extraño. Es mejor no haber amado.

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Comíamos en poco tiempo y salíamos a pasear, a tomar algo de sol en un parque cercano. Me contaba sus aventuras del fin del semana y me pedía consejo sobre temas varios, como si yo supiera algo o fuera capaz de ayudar a nadie. Razonábamos sobre el comportamiento humano y nos reíamos con nuestras propias miserias (sesgos cognitivos, hipocresía, ética laxa). Teníamos muchas preguntas importantes y pocas respuestas. A veces las conversaciones se tornaban en pity parties laborales, hasta que la fiesta por fin acabó cuando encontró otro trabajo. Nos vemos poco, pero cuando lo hacemos es como si no hubiera pasado el tiempo.

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Íbamos a correr juntos y debatíamos de todo un poco. Siempre podía contar con su punto de vista sensato y sus bromas. Compartimos el haber pasado por una de las peores experiencias que una persona puede vivir, de manera que hablamos el mismo idioma y poseemos una comprensión tácita de la experiencia subjetiva del otro. Aunque dejamos de vernos a diario hace tiempo, las atenciones familiares no le impiden que nos encontremos regularmente.

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Sostenía Aristóteles que «la distancia no destruye la amistad en general, sino su ejercicio; pero si la ausencia se hace larga, parece que también pone olvido a la amistad». Si «el amigo es un "yo otro"» cada lazo cortado es la renuncia a una parte de nuestro ser guardado en mente ajena. Y si decimos que una persona fallecida sigue viva de algún modo mientras la recordemos, entonces quizá muramos un poco cada vez que perdemos un amigo.


lunes, 8 de julio de 2013

Meditaciones de cumpleaños

Varios de mis mejores amigos y yo mismo cumplimos años los primeros días del mes nombrado en honor de Cayo Julio César. Eso significa encadenar una celebración con otra y –al menos en mi caso– ensimismarse con el fin de justipreciar la propia existencia. «Una vida sin examen no es digna de ser vivida», que decía Sócrates.
Foto de Will Clayton

La forma en que valoramos nuestra vida en conjunto es una asunto espinoso, lleno de trampas sutiles. El estado de ánimo del momento o eventos significativos del pasado reciente o el futuro inmediato pueden hacer que la «nota final» varíe ostensiblemente. Por el efecto WYSIATI que vimos en las entradas anteriores solo consideramos aquello de lo que nos acordamos. Daniel Kahneman dedica el último capítulo de su libro a la dificultad que supone calibrar la satisfacción vital (el énfasis es mío):
The questions “How satisfied are you with your life as a whole?” and “How happy are you these days?” are not as simple as “What is your telephone number?” How do survey participants manage to answer such questions in a few seconds, as all do? It will help to think of this as another judgment. As is also the case for other questions, some people may have a ready-made answer, which they had produced on another occasion in which they evaluated their life. Others, probably the majority, do not quickly find a response to the exact question they were asked, and automatically make their task easier by substituting the answer to another question.
[...] Norbert Schwarz and his colleagues invited subjects to the lab to complete a questionnaire on life satisfaction. Before they began that task, however, he asked them to photocopy a sheet of paper for him. Half the respondents found a dime on the copying machine, planted there by the experimenter. The minor lucky incident caused a marked improvement in subjects’ reported satisfaction with their life as a whole! A mood heuristic is one way to answer life-satisfaction questions.
[...] Even when it is not influenced by completely irrelevant accidents such as the coin on the machine, the score that you quickly assign to your life is determined by a small sample of highly available ideas, not by a careful weighting of the domains of your life
Para tratar de sortear estos obstáculos el célebre psicólogo Martin Seligman sistematizó su proceso de valoración. Su método consiste en lo siguiente:
«Poco después del día de Año Nuevo, me reservo media hora de tranquilidad para elaborar una "retrospectiva de enero". Escojo un momento en que no existen dificultades ni exaltaciones momentáneas y lo escribo en el ordenador, donde guardo las copias que he comparado año tras año durante la última década. En una escala del 1 al 10 –de pésimo a perfecto–, valoro mi satisfacción con la vida en cada uno de los ámbitos que evalúo, y escribo un par de frases que los resuman. Estos ámbitos, que pueden ser distintos para cada persona, son los siguientes:
  • Amor
  • Profesión
  • Finanzas
  • Juegos
  • Amigos
  • Salud
  • Creatividad
  • En conjunto
Utilizo otra categoría, Trayectoria, en la que analizo los cambios existentes de un año a otro y el comportamiento observado en éstos a lo largo de la década.
Recomiendo este procedimiento a los lectores, pues sirve para concretar, deja poco margen al autoengaño e indica cuándo actuar.»
Obviamente una evaluación de este tipo solo es útil cuando uno tiene claro lo que quiere y las metas a las que se dirige son fijas (spoiler alert: lo que uno quiere y a lo que aspira cambia mucho y más a menudo de lo que pensamos, por no hablar de lo mal que se nos da predecir lo que nos hará realmente felices llegado el momento).

En la retrospectiva del año pasado dije que estaba un poco perdido. Por desgracia no ha habido ningún avance en ese aspecto. Es más, creo que estoy todavía más perdido. Me siento una boya a la deriva, sin aspiraciones ni sueños concretos. De los siete ámbitos considerados por Seligman solo tengo objetivos (si bien algo difusos) en lo atinente a dos de ellos. Para más inri, en los últimos doce meses he descubierto que lo que consideraba virtudes de mi forma de ser en realidad son defectos. Estoy vacío. No tengo nada que ofrecer.

No sé qué hacer, ni si debería hacer algo siquiera. Como decía Jonathan Haidt «no debo entregar ningún examen al final de la vida y por tanto no es posible que suspenda». En ausencia de objetivos podría considerar que –de nuevo citando a Haidt– «todo es un regalo sin ataduras ni expectativas». Pero al intentar adoptar esa aptitud oigo una voz interior que me dice que estoy desperdiciando mi vida, y que es probable que me arrepienta más adelante, cuando ya será demasiado tarde para enmendarlo.

«¿Qué hago con mi vida?» es una de esas preguntas que nadie puede responder por ti. Durante la adolescencia pensé que la respuesta llegaría con la edad. Como no fue el caso recurrí a la experiencia de los demás. A lo largo de los años he leído unos cuantos libros buscando cómo dar forma a mi propio camino, sin éxito. «Tenemos las mismas necesidades que los demás», escribe Julian Baggini al hablar sobre el sentido de la vida, «de amistad, comida, placer, felicidad, éxito, etcétera–, pero estas necesidades varían muchísimo en naturaleza e intensidad de una persona a otra». Y concluye:
«Por esa razón ninguna "guía para encontrar sentido a la vida" puede ser un manual de instrucciones completo sino que sólo puede crear un marco de referencia dentro del cual cada individuo construya una vida que merezca la pena ser vivida.»
Una vida que merezca la pena ser vivida. ¿Cómo se logra eso cuando uno es incapaz de experimentar verdadera satisfacción, fijarse objetivos, ayudar a los demás, comprometerse, creer, cambiar o amar?

Ni puta idea.

sábado, 29 de junio de 2013

Lo que ves es todo lo que hay (II)

Probablemente conozcan alguna variante de la siguiente historia:
Un hombre lleva su lujoso coche al taller porque hace un ruido raro. El mecánico revisa el motor, saca un pequeño destornillador del bolsillo y da vuelta y media a un minúsculo tornillo. Entonces arranca el coche y comprueba que el ruido ha desaparecido. El cliente se dispone a pagar la cuenta:

- ¿Cuánto le debo?
- Son cien euros.
- ¿Cien euros por apretar un simple tornillito?
- Es que usted no me paga por apretar un tornillo, sino por saber qué tornillo apretar.
Foto de notsogoodphotography
Pocos nos sentiríamos cómodos abonando los cien euros en una situación así. Sin embargo, el asunto sería distinto si hubiéramos visto al mecánico bregar durante una hora con el coche, sudando y manchándose de grasa, tirándose por el suelo para revisarlo desde todos los ángulos. En ese caso la factura sonaría más razonable, lo cual es paradójico, ya que cuando llevamos el coche a reparar una de las cosas que más nos interesa es que tarden lo menos posible.

No nos gusta pagar por la experiencia en parte porque no la vemos. No estábamos al lado del mecánico durante sus horas de aprendizaje, ni le acompañamos cada uno de los días anteriores en los que acumuló el conocimiento suficiente para solventar nuestro problema en menos de un minuto. En lugar de eso nos quedamos con lo que vemos –ha apretado un tornillo– y lo usamos para calcular cuánto debería costarnos. Igual que los políticos que calibran la salud económica de un país basándose en el PIB nosotros utilizamos un indicador secundario (el tiempo empleado) para determinar el precio justo. Dan Ariely llevó a cabo un par de experimentos sobre esto y llegó a una lamentable conclusión (el énfasis es mío):
«We asked people how much they would pay us to recover information from their hard drive, and we asked them to think about losing one day of information, one week of information, two weeks, four weeks, three months, six months, a year of data. So, lots of different amounts of data they lost. And you know what? People in general were willing to play more money for more data recovery. That's good news. But you know what people really cared about? Was how long the technician worked on it. If the technician worked for five minutes to recover the data, they were not willing to pay so much. If the technician was working for a day, much more; for a week, much more. So, in a sense what we're doing is we're paying for incompetence
Muchos de nosotros nos encontramos en la misma situación que el mecánico. Si trabajan en una oficina sabrán a qué me refiero, especialmente si dicha oficina está en España. Por desgracia en este país se estila mucho el estar por estar. Si alguien se va temprano a casa no se le suele considerar un trabajador cualificado y eficiente, sino falto de compromiso o, directamente, un vago. Por eso todos tenemos compañeros que sistemáticamente se quedan largas horas a calentar la silla, leyendo el periódico por internet o tratando asuntos personales hasta que se va el jefe. Lo cierto es que tiene algo de sentido: para un jefe es difícil evaluar cómo de bueno es su subordinado en trabajos técnicos o que requieran creatividad, imaginación o capacidad para resolver problemas. Por contra, es muy fácil contar las horas que está en su mesa. De nuevo se sustituye una pregunta difícil por una más fácil que se puede responder con lo que es fácil de ver. Tal como explica Ariely:
«If you worked in such a place, you would want your managers to know how good you are—but if they couldn’t directly see your quality, what would you do? Working many hours and telling everyone about it might be the best way to give your employer a sense of your commitment—which they might even confuse with your quality.
This is a general tendency. Every time we can’t evaluate the real thing we are interested in, we find something easy to evaluate and make an inference based on it. I often hear people complain, for example, about the cleanliness of airplane bathrooms. The reality is that we don’t really care about the bathrooms—what we should all care about is the functioning of the engines. But engines are hard to evaluate, so we focus on the bathrooms. Maybe people reason that if the airline is taking care of the bathrooms, it is probably taking care of the engines a well.»
Para terminar de empeorar la situación mostramos una confianza desmedida en las conclusiones a las que llegamos mediante indicadores secundarios. Kahneman lo llama «ilusión de validez» (énfasis mío):
«Because of WYSIATI, only the evidence at hand counts. Because of confidence by coherence, the subjective confidence we have in our opinions reflects the coherence of the story that System 1 and System 2 have constructed. The amount of evidence and its quality do not count for much, because poor evidence can make a very good story. For some of our most important beliefs we have no evidence at all, except that people we love and trust hold these beliefs. Considering how little we know, the confidence we have in our beliefs is preposterous—and it is also essential.»
Y así, como decía Mary Warnock que le ocurría, profesamos nuestras creencias porque no pudimos encontrar otras.

domingo, 16 de junio de 2013

Lo que ves es todo lo que hay

Nunca antes había visto citado un estudio económico académico en la prensa general. Como suele suceder el trabajo en cuestión saltó a primera página por sus errores, no por sus virtudes. Probablemente les suene la historia. Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff publicaron un documento que parecía demostrar que un nivel de deuda pública por encima del noventa por ciento del Producto Interior Bruto interfería de manera notable con el crecimiento económico. Los funcionarios europeos partidarios de la austeridad se aferraron a ese trabajo para justificar su política de ajustes fiscales. Habían dado con un estudio (¡un estudio!) que daba pábulo a sus pretensiones de reducción de deuda a toda costa. Tenían una cifra, 90% del PIB. Ya no hacía falta nada más. Ya no había nada más. Esa recién nacida Estrella Polar económica determinaba el rumbo a seguir, y mientras no nos alejáramos del camino todo iría bien.
Foto de FeatheredTar

A la sazón tres economistas de la Universidad de Massachusetts descubrieron varios errores de método y de cálculo en el trabajo de Reinhart y Rogoff. Las pruebas que sostenían la cifra del 90% resultaron ser muy débiles, con serias dudas sobre el significado de la correlación entre crecimiento económico y nivel de deuda. A la vista están los resultados de las políticas de austeridad suicida. Ahora reculan.

En su día hablamos largo y tendido sobre los problemas de dejarse guiar por los números, en tanto en cuanto tratan de captar la abigarrada variedad del mundo humano a través del ojo de cerradura que son las cifras individuales. El caso de la fijación con el 90% ilustra dos debilidades de la mente humana cuando lidia con problemas complejos.

Los políticos se escudaron en lo que tenían –el mencionado estudio– para defender su postura. Todos hacemos lo mismo a diario (cuando juzgamos a los demás, por ejemplo): nos centramos en las pruebas que tenemos e ignoramos las que no tenemos, como si no existieran, y nos basamos en aquellas para dar forma a nuestras impresiones y arribar a nuestras conclusiones. Solo las pruebas que tenemos a mano cuentan, sin importar ni la calidad ni la cantidad de información que proporcionan. Daniel Kahnmenan llama a esta regla «lo que ves es todo lo que hay» (WYSIATI, por sus siglas en inglés). La consecuencia es una larga y variada lista de sesgos de juicio y de elección que incluyen, entre muchos otros, los siguientes:
  • «Overconfidence: As the WYSIATI rule implies, neither the quantity nor the quality of the evidence counts for much in subjective confidence. The confidence that individuals have in their beliefs depends mostly on the quality of the story they can tell about what they see, even if they see little. We often fail to allow for the possibility that evidence that should be critical to our judgment is missing—what we see is all there is. Furthermore, our associative system tends to settle on a coherent pattern of activation and suppresses doubt and ambiguity.
  • Framing effects: Different ways of presenting the same information often evoke different emotions. The statement that “the odds of survival one month after surgery are 90%” is more reassuring than the equivalent statement that “mortality within one month of surgery is 10%.” Similarly, cold cuts described as “90% fat-free” are more attractive than when they are described as “10% fat.” The equivalence of the alternative formulations is transparent, but an individual normally sees only one formulation, and what she sees is all there is.
  • Base-rate neglect: Recall Steve, the meek and tidy soul who is often believed to be a librarian. The personality description is salient and vivid, and although you surely know that there are more male farmers than male librarians, that statistical fact almost certainly did not come to your mind when you first considered the question. What you saw was all there was.»
El otro problema tiene que ver con nuestra vaguería mental. Cuando topamos con una pregunta difícil de contestar nuestra mente tiende a buscar respuesta a una pregunta relacionada más fácil. Kahnmenan llama a este proceso sustitución:
«When confronted with a problem—choosing a chess move or deciding whether to invest in a stock—the machinery of intuitive thought does the best it can. If the individual has relevant expertise, she will recognize the situation, and the intuitive solution that comes to her mind is likely to be correct. This is what happens when a chess master looks at a complex position: the few moves that immediately occur to him are all strong. When the question is difficult and a skilled solution is not available, intuition still has a shot: an answer may come to mind quickly—but it is not an answer to the original question. The question that the executive faced (should I invest in Ford stock?) was difficult, but the answer to an easier and related question (do I like Ford cars?) came readily to his mind and determined his choice. This is the essence of intuitive heuristics: when faced with a difficult question, we often answer an easier one instead, usually without noticing the substitution.»
El proceso es más o menos como sigue. Empezamos planteándonos un problema del estilo ¿cómo saber si a un país le va bien? Difícil pregunta, dado que es una cuestión muy general con multitud de facetas a considerar. Podemos suponer que si le va bien económicamente le irá bien a sus ciudadanos. ¿Y cómo sabemos si un país va bien económicamente? Bueno, podemos dar por hecho que el PIB está relacionado con la bonanza económica. Así, por un proceso de doble sustitución la inaprensible felicidad de los ciudadanos ha quedado ligada (y reducida) a lo que podemos medir, el PIB.

Los problemas de esta forma de proceder son obvios. Sirva de ejemplo el campo de la medicina, donde el proceso de sustitución está presente en diagnósticos y tratamientos. Si el lector ha echado un vistazo al resultado de sus análisis de sangre tal vez recuerde, verbigracia, que el nivel de referencia para el colesterol se establece (dependiendo del laboratorio) en 200-220 mg/dl, y que si supera esa cifra el médico le recomendará abstenerse de las grasas durante un tiempo. Si es muy alto quizá le recete un medicamente para reducirlo. Algo similar es aplicable a la presión arterial, cuyo límite ronda los 120/80 mmHg. La cantidad de colesterol en sangre y la presión arterial son lo que se conoce como indicadores o referentes secundarios, y se toman como guía para evaluar el riesgo de desarrollar enfermedades cardíacas. No obstante, es posible bajar el colesterol o la tensión sin disminuir el riesgo de consecuencias como muertes o infartos. La explicación de este problema por parte de Ben Goldacre bien se merece una cita larga:
«Muchas veces se autoriza un fármaco pese a haberse demostrado que no sirve de nada en situaciones del mundo real, como son infartos o defunciones, y esto se hace porque simplemente se ha demostrado un beneficio en «referentes secundarios», como, por ejemplo, un análisis de sangre, que solo está ligera o teóricamente asociado a la auténtica dolencia y a la muerte que se pretende evitar.
Lo entenderán mejor con un ejemplo. Las estatinas son medicamentos que reducen el colesterol, pero no se administran para modificar los índices de colesterol de los análisis de sangre, sino para reducir el riesgo de infarto de miocardio, o de muerte. Los ataques cardíacos y las defunciones son las consecuencias reales que nos interesan, y el colesterol es un referente secundario, una manifestación del proceso, algo que creemos asociado a la consecuencia real, pero que puede no estarlo en absoluto, o no tanto, quizá.
Muchas veces es razonable guiarse por un referente secundario, no como indicador único, pero sí al menos como indicador de alguna manifestación. La gente tarda en morir (es uno de los grandes problemas de la investigación, si me lo perdonan), por lo que si se desea una reacción rápida, no se puede estar a la espera de que se produzca el infarto y la muerte. En tales circunstancias, un referente secundario, como es un análisis de sangre, resulta un parámetro provisional razonable. Pero habrá que hacer un seguimiento a largo plazo en determinadas fases para averiguar si la sospecha en relación con el referente secundario era correcta.
[...] Este es el principal problema para los pacientes, porque los beneficios sobre referentes secundarios no se traducen muchas veces en beneficios para la vida real. De hecho, la historia de la medicina está llena de ejemplos en que ocurre todo lo contrario.
Probablemente el caso más dramático y famoso es el del ensayo de supresión de las arritmias cardiacas (CAST, por sus siglas en inglés), en el que se estudiaron tres fármacos antiarrítmicos para ver si prevenían la muerte súbita en pacientes con un elevado riesgo por padecer un ritmo cardíaco anormal. Los fármacos prevenían esas arritmias, y todos pensaban que eran estupendos. Se aprobó su venta para evitar muertes súbitas en pacientes con ritmos cardíacos anormales y los médicos no tuvieron reparo en recetarlos. Pero las inquietudes surgieron al realizarse un ensayo específico para medir las muertes, porque los fármacos incrementaban el riesgo de muerte de tal modo que hubo que poner fin al ensayo antes de lo previsto. Se había estado prescribiendo alegremente pastillas que mataban a la gente (se calcula que murieron más de 100.000 personas).»

Simplificar es útil y necesario. Un mapa a escala 1:1 contiene toda la información, pero no es práctico. Nuestra mente no puede lidiar a la vez con toda la información relevante. Sin embargo, siempre debemos hacer un esfuerzo consciente para tener presente que todo número, modelo o intuición es una simplificación de la realidad. Que además de las cosas que sabemos, hay que cosas que no sabemos que sabemos, cosas que sabemos que no sabemos, y cosas que no sabemos que no sabemos. No hay que olvidar que el mapa no es el territorio.