lunes, 15 de febrero de 2016

Géminis (II)

Oliver Sacks hablaba en su conocido libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de un paciente con síndrome de Tourette llamado Ray que estaba casi incapacitado por múltiples tics de extrema violencia y otros síntomas causados por dicho síndrome. Sacks comenzó a tratarle con haloperidol. Si bien esta sustancia prácticamente libraba a Ray de sus tics, también tenía otros efectos secundarios no deseados, tales como disminución de los reflejos y desequilibrios. Además, los tics, más que desaparecer, solo se habían ralentizado. A esta decepcionante experiencia se añadía otra preocupación de Ray. Este hombre de veinticuatro años se preguntaba qué quedaría de él si desaparecían los tics, pues se veía a sí mismo como alguien formado por ellos y nada más (énfasis en el original):

Parecía, al menos humorísticamente, tener poco sentido de su identidad salvo como ticqueur. Se describía como «el ticqueur del Broadway del Presidente», y hablaba de sí mismo, en tercera persona como «Ray el ticqueur ingenioso», añadiendo que era tan proclive a las «agudezas con tics y a los tics con agudezas» que no sabía muy bien si se trataba de un don o de una maldición. Decía que no podía concebir la vida sin el tourettismo, y que no estaba seguro de que le interesase sin él.
Parte del tratamiento que Sacks llevó a cabo con Ray consistió en hacerle imaginar la vida sin tourettismo, esto es, investigar «todo lo que la vida podía ofrecer, podía ofrecerle, sin las atenciones y atracciones perversas del síndrome de Tourette» (ibídem Sacks):

Ray, que padecía el síndrome de Tourette desde los cuatro años, no tenía experiencia alguna de vida normal: dependía abrumadoramente de su exótica enfermedad y, como es natural, la utilizaba y la explotaba de diversos modos. No estaba en condiciones de abandonar su tourettismo y (no puedo evitar pensarlo) no podría haber estado nunca en condiciones de hacerlo sin aquellos tres meses de preparación intensa, de meditación y análisis profundo tremendamente duros y concentrados.
Foto de Shandi-lee Cox
Como vemos, la concepción del yo de Ray incluía su síndrome de Tourette. Lo había padecido desde niño y formaba parte de su identidad. Se había acostumbrado a él y había logrado sacarle cierto partido. Por ejemplo, sus rápidos reflejos le daban ventaja en juegos como el ping pong, así como a la hora de improvisar como batería de jazz. Por desgracia para él, el haloperidol le convertía en un músico insulso, carente de energía, entusiasmo y creatividad. También le hacía ser menos competitivo, travieso, descarado y agudo.

De modo que Ray tomó una decisión: tomaría el haloperidol (Haldol) de lunes a viernes pero no los fines de semana. Como resultado:

[A]hora hay dos Rays, uno con Haldol y otro sin él. Hay un ciudadano sobrio, cavilador, pausado, de lunes a viernes; y hay el «Ray, el ticqueur ingenioso», frívolo, frenético, inspirado, los fines de semana. 
El propio Ray admitía que aquella era una situación extraña. Según sus propias palabras:

Tener el síndrome de Tourette es delirante, es como estar borracho siempre. Con el Haldol todo es tedioso, uno se vuelve normal y sobrio, y ninguna de las dos situaciones es de verdadera libertad… ustedes los «normales», que tienen los transmisores adecuados en los lugares adecuados en los momentos adecuados en sus cerebros, tienen todos los sentimientos, todos los estilos, siempre a su disposición: seriedad, frivolidad, lo que sea más propio. Nosotros los que padecemos tourettismo no; nos vemos forzados a la frivolidad por nuestro síndrome y nos vemos forzados a la seriedad cuando tomamos Haldol. Ustedes son libres, tienen un equilibrio natural: nosotros hemos de sacar el máximo partido de un equilibrio artificial.
La historia de Ray me recuerda a aquella que les conté de Eutimio en el primer artículo de esta serie. Durante la semana, Eutimio era un trabajador de oficina normal. Los fines de semana, gracias al alcohol, se convertía en todo un casanova. Lo curioso es que, tal como lo contaba, Eutimio no parecía tener ningún control. Él simplemente bebía y, de repente, se transformaba en otra persona. Decía que con el alcohol «invocaba al otro Eutimio».

La facultad de Ray y de Eutimio para experimentar diferentes vidas o distintas personalidades a voluntad según ingerían o no una droga me trae a la mente la máquina de experiencias de Nozick, un experimento mental que mencionamos de pasada cuando hablamos de la pastilla roja. Su formulación original es como sigue:

Supongamos que existiera una máquina de experiencias que proporcionara cualquier experiencia que usted deseara. Neuropsicólogos fabulosos podrían estimular nuestro cerebro de tal modo que pensáramos y sintiéramos que estábamos escribiendo una gran novela, haciendo amigos o leyendo un libro interesante. Estaríamos todo el tiempo flotando dentro de un tanque, con electrodos conectados al cerebro. ¿Debemos permanecer encadenados a esta máquina para toda la vida, preprogramando las experiencias vitales? Si a usted le preocupa el no haber tenido experiencias deseables, podemos suponer que empresas de negocios han investigado por completo las vidas de muchos otros. Usted puede encontrar y escoger de su amplia biblioteca o popurrí de tales experiencias y seleccionar sus experiencias vitales para, digamos, los próximos dos años. Una vez transcurridos estos dos años, usted tendría diez minutos o diez horas fuera del tanque para seleccionar las experiencias de sus próximos dos años. Por supuesto, una vez en el tanque, usted no sabría que se encontraba allí; usted pensaría que todo eso era lo que estaba efectivamente ocurriendo. Otros también pueden encadenarse y tener las experiencias que quieran, de modo que no hay necesidad de mantenerse fuera para servirlos. (Olvídese de problemas tales como ¿quién daría mantenimiento a las máquinas si todo mundo estuviera encadenado a ella?) ¿Se encadenaría usted?
En aquel artículo sobre la pastilla roja y la pastilla azul vimos que muchas personas afirman que no se conectarían a tal máquina argumentando que no es una experiencia real. También hicimos algunas breves observaciones sobre nuestro deseo de autenticidad que no es menester repetir aquí, pues lo que ahora me interesa es analizar una de las razones que dio el propio Nozick. Escribe este filósofo (ibídem Nozick):

¿Qué nos preocupa a nosotros, además de nuestras experiencias? Primero, queremos hacer ciertas cosas, no sólo tener la experiencia de hacerlas. En el caso de ciertas experiencias, es sólo porque, primero, queremos hacer las acciones por lo que queremos la experiencia de hacerlas o pensar que las hemos hecho. (Pero ¿por qué queremos hacer las actividades en vez de meramente experimentarlas?)
«Queremos hacer ciertas cosas, no sólo tener la experiencia de hacerlas». Si esto es cierto entonces la máquina de experiencias supone una pérdida de nuestra autonomía. ¿Y las drogas? Recordemos las palabras de Ray: «los que padecemos tourettismo nos vemos forzados a la frivolidad por nuestro síndrome y nos vemos forzados a la seriedad cuando tomamos Haldol. Ustedes son libres». Cuando Eutimio está algo ebrio ¿es más libre, pues el alcohol suprime sus inhibiciones? ¿O ha perdido parte de su libertad, pues su juicio está nublado y bajo los efectos del alcohol hace cosas que no haría estando sobrio? Me atrevo a decir que la diferencia entre Ray y Eutimio es más de grado que de género.

El artículo 20.2 del código penal español recoge como eximente «el que al tiempo de cometer la infracción penal se halle en estado de intoxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos, siempre que no haya sido buscado con el propósito de cometerla». Dicho artículo es la constatación legal de que cuando estamos intoxicados perdemos nuestra libre voluntad, aunque solo sea parcialmente. Mas hemos de tener en cuenta que, siempre que no hablemos de adicciones u otras enfermedades, consumir drogas es un acto que elegimos voluntariamente.

Continuará.

lunes, 8 de febrero de 2016

Géminis (I)

Al hilo de nuestras reflexiones sobre el alcohol recordé un viejo capítulo de Friends en el que Mónica tiene una relación con un hombre al que sus amigos llaman «Bob, el divertido». Al principio del capítulo Ross se da cuenta de que nunca han visto al susodicho Bob sin una copa en la mano. Cuando Mónica saca el tema él se propone dejar de beber. A consecuencia de ello, su novio se convierte en «Bob, el increíblemente aburrido»:
Mónica: ¡Madre mía!
Phoebe: Tampoco está tan mal.
Mónica: ¿Que no está tan mal? ¿No has oído la historia del martillo?
Phoebe: Vale, vale, no te pongas histérica. A lo mejor es una de esas historias que tienes que haberlas vivido.
Mónica: ¡Es que voy a vivirla durante el resto de mi vida! Ahora no puedo cortar con él, soy yo la que le obligó a dejar la bebida. ¡Es aburrido por mi culpa!
Phoebe: Oye, no digas eso. Probablemente siempre ha sido aburrido, tú solo... pues eso, lo has liberado.
Al final es Mónica la que acaba bebiendo de más para poder soportar la compañía de su novio y Bob quien termina la relación argumentando que Mónica tiene un problema con la bebida.

Existen muchas drogas que pueden cambiar nuestra personalidad, ya sea de manera temporal o a largo plazo. Algunas de ellas tienen indicaciones terapéuticas, como los antidepresivos. Hasta que no me ha tocado vivirlo no he sabido que dicho medicamento es el tratamiento de elección a largo plazo para la ansiedad. Los efectos que están teniendo en mí son los mismos que en ocasiones anteriores: tengo más energía y menos días sombríos, paso menos tiempo en casa, estoy de mejor humor, me preocupo menos, soy más sociable y disfruto de las cosas placenteras. Quizá el síntoma más llamativo es mi exacerbado sentido del humor: en cuanto la medicación empezó a hacer efecto fueron muchos los que me dijeron que estaba muy graciosillo.

Foto de Romain Donato
A primera vista parece que la vida es mejor así. Los síntomas de ansiedad han desaparecido casi totalmente y encuentro la vida mucho más gustosa. Sin embargo, surgen las mismas preguntas que las veces anteriores. ¿Acaso no es esto una ilusión? ¿Quién soy yo en realidad? ¿No es mi yo real la persona que soy cuando no tomo antidepresivos? ¿O acaso los antidepresivos me permiten liberar mi verdadero yo?

La primera vez que tomé antidepresivos me adherí a la explicación química. En aquel entonces, el médico me explicó que aquellas pastillas eran para equilibrar mis neurotransmisores. Siendo así no había diferencia, razoné, entre alguien que se debe inyectar insulina cada día y yo mismo, que tenía que ingerir inhibidores de recaptación de la serotonina. Como escribe Andrew Solomon, el argumento de «la química» proporciona consuelo al poner el foco de la enfermedad en algo que no podemos controlar y que no asociamos a nuestra forma de ser (énfasis en el original):

Chemistry is often called on to heal the rift between body and soul. The relief people ex- press when a doctor says their depression is “chemical” is predicated on a belief that there is an integral self that exists across time, and on a fictional divide between the fully occasioned sorrow and the utterly random one. The word chemical seems to assuage the feelings of responsibility people have for the stressed-out discontent of not liking their jobs, worrying about getting old, failing at love, hating their families. There is a pleasant freedom from guilt that has been attached to chemical. If your brain is predisposed to depression, you need not blame yourself for it.
Sin embargo, como muy bien explica a continuación este autor, la cuestión no es tan sencilla. Al final, todo en nuestro cerebro se reduce a procesos químicos: la consciencia, la personalidad y el «yo» emergen de las reacciones que tienen lugar dentro de nuestro cráneo. Los antidepresivos afectan a nuestra identidad de una manera única que nada tiene que ver con los medicamentos que actúan sobre otras partes del cuerpo (el énfasis es mío):

Well, blame yourself or evolution, but remember that blame itself can be understood as a chemical process, and that happiness, too, is chemical.Chemistry and biology are not matters that impinge on the “real” self; depression cannot be separated from the person it affects. Treatment does not alleviate a disruption of identity, bringing you back to some kind of normality; it readjusts a multifarious identity, changing in some small degree who you are.
[...] If time lets you cycle out of a depression and feel better, the chemical changes are no less particular and complex than the ones that are brought about by taking antidepressants. The external determines the internal as much as the internal invents the external. What is so unattractive is the idea that in addition to all other lines being blurred, the boundaries of what makes us ourselves are blurry. There is no essential self that lies pure as a vein of gold under the chaos of experience and chemistry. Anything can be changed, and we must understand the human organism as a sequence of selves that succumb to or choose one another.
Tengo pensado hablar detenidamente sobre la cuestión del «yo» en otro momento, así que dejaré al margen la cuestión de su definición. Lo que me interesa hoy es recalcar que las drogas ponen de manifiesto que, como el signo zodiacal de Géminis, tenemos dos caras. Una es nuestra forma de ser cuando estamos sobrios. La otra, nuestra personalidad bajo los efectos de las drogas.

Quienes son bebedores sociales y únicamente se emborrachan algunos fines de semana con los amigos no parecen tener ningún problema con este estado de las cosas. Quizá sea porque es algo muy común y el efecto en la personalidad solo dura unas pocas horas. Además, al día siguiente es difícil que recuerden cómo eran verdaderamente la noche anterior. Un amigo mío, al que llamaremos Eutimio, llamaba a su yo ebrio «el otro Eutimio». Esa persona era un ligón que cada fin de semana disfrutaba las mieles de un panal diferente. Finalmente, Eutimio encontró una pareja estable y no volvió a invocar (como él mismo decía) a su alter ego. Durante los meses en los que «el otro Eutimio» actuaba por la ciudad no recuerdo ninguna queja del Eutimio original.

Pero cuando una persona se medica durante meses o años es difícil no reflexionar sobre ello. Una de las razones principales tal vez sea el hecho de que el cambio no se queda en la esfera privada, sino que es percibido por quienes nos rodean. La gente te ve mejor y te lo dice. Quienes no me han conocido en tratamientos anteriores hablan de un nuevo Silvio. Al ser yo diferente, mis interacciones con ellos tampoco son las mismas. Es un hecho conocido que los demás no nos tratan igual cuando somos unos gruñones afligidos que cuando nos mostramos alegres y dicharacheros. Y he aquí que la forma en que nos ven los demás y cómo nos relacionamos con ellos también define nuestro yo:

[E]l filósofo George Santayana [dijo] que, poco importaría lo que los demás pensaran de nosotros… de no ser porque, una vez lo sabemos, ese conocimiento «tiñe profundamente la visión que tenemos de nosotros». Los filósofos sociales han denominado “yo que se mira en el espejo” a este efecto que refleja cómo imaginamos que los demás nos ven.
Nuestra sensación de identidad aflora, desde esta perspectiva, en nuestras interacciones sociales, porque los demás actúan como espejos que nos reflejan. Esta idea se ha visto resumida en la frase: «Soy lo que creo que tú crees que soy».
Yo he llegado al punto de sentirme un impostor. Hace algunos años, después de una cita, pasé un fin de semana entero dándole vueltas a la idea de que la persona con la que aquella chica había comido y tomado café no era yo. Todos mostramos la mejor versión de nosotros mismos cuando buscamos pareja pero lo que yo había enseñado era la mejor cara de una personalidad fantasma fruto de la medicación. ¿Qué pasaría cuando dejara los antidepresivos y volviera a ser el de antes? Con el tiempo lo descubriría: mi yo «real» no era del agrado de aquella mujer. No era la primera vez que me ocurría, ni sería la última.

Continuará.

lunes, 25 de enero de 2016

Alcohol

¡Alcohol! ¡Alcohol! ¡Alcohol, alcohol, alcohol!
Hemos venido a emborracharnos
y el resultado nos da igual


Fue una noche de fiesta y borrachera. O, como dijo Ricky Gervais, lo que Charlie Sheen llama «desayuno». Vino precedida por dos horas de suplicio aplicadas con el instrumento de tortura favorito del mundo actual (el Power Point) y dos horas más de adoctrinamiento empresarial («lo que necesitáis no es un buen sueldo sino tener valores»). Después tuvo lugar la cena tras la cual, finalmente, se abrió la veda. Las dos palabras que todo español quiere oír: barra libre.

Foto de Kimery Davis
El guión se cumplió a la perfección. Gente que acabó tirada por el suelo. Personas que se quedaban quietas de pie, balanceándose con la mirada perdida, sin atreverse a mover las extremidades por miedo a acabar de bruces contra una mesa. Bailes subidos de tono. Altos cargos danzando con la camisa desabrochada y la cara más roja que el culo de una mona babuina en celo. La gente de recursos humanos llamando la atención a los más desatados. Nubes de marihuana mezcladas con el humo del tabaco. Etcétera, etcétera.

Estamos rodeados por el alcohol. El primer registro de su consumo por parte del ser humano se remonta a hace nueve mil años, con la invención de la cerveza en Mesopotamia. Su función como lubricante social es milenaria y está bien documentada (énfasis en el original):

En la antigua Grecia se hizo buen uso de la capacidad del alcohol para reunir a la gente y estimular la conversación. Los hombres respetables se embarcaban en una suerte de reunión alcohólica llamada symposium. Los participantes discutían sobre política, poesía, filosofía y asuntos mundanos mientras bebían vino reclinados en sofás. El vino estaba diluido y la intención era no emborracharse demasiado aprisa. Aun así, la velada solía degenerar en bacanal. Los griegos mantenían simposia ya en el siglo VII. a. C., construyendo incluso habitaciones especiales en su casa para este propósito.
Quizá lo único que ha cambiado desde la época griega es el contenido de las conversaciones (¿alguien habla de poesía y filosofía en los bares?) y el ritmo al que las personas se embriagan. A menudo veo sujetos cuyo objetivo es emborracharse lo antes posible y mantenerse así toda la noche. Los rusos tienen su propia palabra para eso:

Cuando se trata de compulsión, los rusos tienen un estilo inimitable que llaman zapoï. Diez tristes unidades de alcohol apenas puntuarían en su escala como aperitivo. El objetivo del zapoï es llegar a un estado de borrachera extrema de forma rápida, y mantenerlo mucho tiempo, preferiblemente una semana o más. Esto se logra bebiendo un chupito de vodka tras otro.
Sin duda, el alcohol es una parte de integrante de muchas culturas. Salir a emborracharse con familiares, amigos o incluso clientes es algo habitual. Llevamos tanto tiempo disfrutando de este tipo de bebidas que, si tenemos en cuenta lo que ocurrió con la Ley Seca en Estados Unidos, los intentos por prohibirlo pueden llegar a provocar más problemas de los que resuelve, y ello a pesar de que, si se clasificara el alcohol según los daños que puede provocar, entraría en la misma categoría que la cocaína y la heroína.

El término «alcoholismo» fue introducido por el médico sueco Magnus Huss en 1849. Se considera que uno ha bebido compulsivamente si sobrepasa el doble del límite diario recomendado. La Organización Mundial de la Salud calcula el consumo según la Unidad de Bebida Estándar (U.B.E.). Cada U.B.E. supone entre ocho y trece gramos de alcohol puro. En España, el contenido de alcohol puro de una U.B.E se ha definido en diez gramos (equivalente a 12,5 mililitros), lo que viene siendo una cerveza, un vaso de vino o media copa de destilados. Los límites máximos de consumo diario recomendados son treinta gramos para los hombres y veinte para las mujeres, si bien dichos límites cambian de país a país. En una noche como la que les he relatado son pocas las personas que no beben más del doble de lo aconsejado.

Desde luego, los criterios actuales de consumo son prudentes si los comparamos con la antigüedad. Se dice que Alejandro Magno pasaba días y noches en estado de embriaguez, y que Otto von Bismarck solía beber al menos dos botellas de vino en la comida. La tradición y cotidianidad del alcohol, unido a un conocimiento incompleto de sus riesgos y beneficios, hace que mucha gente beba de más despreocupadamente o sin darse cuenta siquiera. Sirva como muestra este ejemplo narrado por una enfermera:

—A ver, cuénteme lo que bebe desde que se levanta hasta que se acuesta, que yo no le voy a juzgar, es sólo por saber de qué puede estar usted mal.
—Pues hombre, yo me levanto y me tomo un carajillo antes de irme al trabajo. Después con el café me tomo una copita de aguardiente. Luego, del trabajo hacia mi casa, me paro a tomarme una cervecita. Durante la comida me tomo media botellita de vino, que eso no es malo, ¿verdad, doctor? Después me tomo un té con un chorrito de anís, que está muy bueno. Por la tarde, voy a jugar al dominó con los amigos y me tomo un par de cervezas, porque, claro, no voy a jugar al dominó a palo seco. Y ya en la cena me tomo la otra media botellita de vino, que eso no es malo, ¿verdad? Pero vamos, que yo no bebo, yo alcohol no bebo, excepto algún cubatita de vez en cuando que salgo una noche por ahí con los amigos.

O sea, que le acercabas una cerilla y salía ardiendo, pero él consideraba bebedor al alcohólico, al que se emborrachaba como una cuba e iba dando tumbos por ahí.
La creencia en los beneficios de la bebida está muy enraizada. No es difícil encontrar estudios que asocian el consumo moderado de alcohol con una mejor salud cardiovascular y una mayor esperanza de vida. Sin embargo, de acuerdo con Paul Martin, la relación exacta entre alcohol y salud física sigue siendo incierta:

Algunos estudios han sugerido que los beneficios para la salud se dan sólo entre quienes beben vino y no otras bebidas alcohólicas. Otra investigación concluyó que los bebedores gozaban generalmente de mejor salud que los no bebedores, sin importar que bebieran vino, cerveza o licores. Por ejemplo, un estudio a gran escala llevado a cabo en España concluyó que cuanto más alcohol consumieran los individuos, menos probable era que se quejaran de mala salud, sin importar qué bebieran. Algunos científicos argumentan que los bebedores de vino gozan de mejor salud no por el vino en sí, sino porque generalmente siguen estilos de vida más sanos. Un estudio hecho en Dinamarca descubrió que los jóvenes bebedores de vino tienen estilos de vida más sanos, un nivel socioeconómico más alto, un mayor coeficiente intelectual, padres mejor educados y menos síntomas psiquiátricos, en comparación con los bebedores de cerveza.

Al margen de estos interesantes estudios, hay una base sólida para concluir que el consumo de pequeñas cantidades de alcohol es bueno para la salud cardiovascular.

Los beneficios son mayores en el caso del vino tinto. Varios estudios publicados dan cuenta de la relación entre el consumo moderado de vino tinto, un riesgo de enfermedad cardiovascular significativamente más bajo y un menor índice de mortalidad en general.
Yo soy abstemio. De hecho, bebo menos alcohol ahora que de niño, cuando mi primo y yo dábamos cuenta de los fondos de las copas al término de las reuniones familiares. Durante la adolescencia me alejé de las bebidas espirituosas por miedo a sus efectos perniciosos. Ya de adulto, las razones para alejarme de la bebida se han ido acumulando. Algunas son de naturaleza práctica: el alcohol tiene siete calorías por gramo y no tengo interés ninguno en dejar de comer otras cosas para hacerles sitio. Otras razones tienen que ver con el autocontrol: tengo la impresión de que, si encontrara una bebida alcohólica que me gustara, me pasaría todo el día borracho. Ya me cuesta bastante controlarme con los dulces y las bebidas gaseosas. Además, tampoco estoy por la labor de agregar ese gasto a mi economía. Afortunadamente, ninguna de las bebidas más habituales (vino, cerveza, champán) me gusta.

Quizá la razón principal por la que no quiero beber es que no quiero perder el control de mi comportamiento. A lo largo de mi vida he visto a mucha gente borracha y no quiero acabar haciendo ninguna de las barrabasadas que he presenciado. Además, me asusta un poco lo que yo podría a llegar a hacer o decir en estado de embriaguez. No quiero tener que arrepentirme al día siguiente.

La idea de la melopea en sí misma nunca me ha atraído. El alcohol altera nuestro estado físico y emocional, además de nuestra percepción. Calma nuestra ansiedad, nos hace reír y nos desinhibe, así que durante un tiempo nos hace cambiar de forma de ser. No dudo que eso sea lo que buscan algunos: cambiar quiénes son, cómo se comportan, cómo les ven los demás y cuál es su lugar en el mundo. Beber es la forma más fácil de disimular la carencia de habilidades sociales. Pero para mí, los efectos del alcohol en el estado mental son algo indeseable, apreciación que comparten religiones como la musulmana o la protestante. En mi caso, la explicación es un argumento filosófico que tiene que ver con la felicidad y que se me ocurrió cuando estaba en el instituto.

El razonamiento es como sigue. ¿Qué es la felicidad? Independientemente de su definición concreta, lo que parece estar claro es que es un concepto humano. Siendo esto así, razonó Aristóteles, entonces debe de estar basada en una característica propiamente humana. ¿Cuál sería esa característica? Ha de ser algo que nos diferencia de las plantas y del resto de animales. El candidato que nos viene enseguida a la mente es la razón. Por tanto, concluyó Aristóteles, la felicidad reside en el ejercicio de la razón. En consecuencia, abotargarnos con bebidas alcohólicas nos alejaría de la felicidad. Acaso eso signifique que beber para tratar de olvidar o para mitigar el dolor emocional suponga ganar la batalla de la felicidad para perder la guerra.

Normalmente evito quedarme a las copas después de la cena, pues los borrachos no me resultan divertidos en absoluto. A mi juicio, no participar en las costumbres de la sociedad implica un grado de exclusión proporcional a lo extendida que está la costumbre en cuestión. Ese aislamiento no es nada bueno para la felicidad. Pero la alternativa, intoxicarme con una sustancia para lograr integrarme y disfrutar, me supone otros problemas de los que hablaremos en el futuro.

lunes, 18 de enero de 2016

Meditación para escépticos (y III)

Quisiera concluir esta serie de artículos contestando algunas dudas comunes y trasladándoles un puñado de pequeñas lecciones personales que quizá les sean útiles si deciden iniciarse en esta práctica. Como siempre, tengan presente que no soy ningún experto y que hay un infierno especial para quienes siguen los consejos de un bloguero cualquiera.

Soy un persona muy nerviosa, esto no es para mí. Mi posición aquí es que precisamente por ser una persona nerviosa deberían probarla, por aquello del término medio. No se desanimen de entrada si no consiguen concentrarse, le ocurre a todo el mundo. Lo mejor, especialmente al principio, es que mediten frecuentemente y durante periodos cortos.

Foto de Mitchell Joyce
Esto de la meditación ¿para qué me sirve? Eso dependerá de lo que se busque con su práctica. Si tienen problemas de estrés o de concentración es probable que les ayude, mientras que si lo que quieren es bajar de peso dudosamente tendrá un efecto directo (aunque puede que les ayude si sus kilos de más se deben a que comen por ansiedad). Si sus problemas tienen que ver con las relaciones personales posiblemente les ayude más una terapia cognitiva, mientras que si lo que buscan es la iluminación espiritual la meditación es solo un primer paso. Si tienen la sensación de llevar el peso del mundo sobre sus hombros es posible que la meditación les alivie al ayudar a controlar sus emociones negativas, pero si su meta es la excelencia profesional tendrán que confiar en la tesis de Daniel Goleman de que la meditación ayuda a desarrollar la inteligencia emocional y esta última es la base del éxito.

La cuestión es que, de la misma forma que no todas las personas reaccionan igual al mismo medicamento, no todas las personas tienen por qué obtener los mismos beneficios de la meditación:

Is meditation then a Buddha pill? No, it isn’t in the sense that it does not constitute an easy or certain cure for common ailments (if we conceptualize depression as the common cold of the mental health world). However, yes, in the sense that, like medication, meditation can produce changes in us both physiologically and psychologically, and that it can affect all of us differently. Like swallowing a pill, it can bring about unwanted or unexpected side-effects in some individuals, which may be temporary, or more long-lasting. Some of us might notice feeling different quite quickly; others may need a bigger dosage to bring about the desired effect. Certain individuals may find they feel no different at all; others may suffer quite a strong reaction, possibly an irreversible one. Some may find the effect lasts only for the specific time they are ‘taking the pill’ (that is, the actual 20 minutes, or however long, that they spend in meditation), and then quickly wears off. Others may be surprised to notice themselves feelings more spiritually minded (which is the ‘Buddha’ part of the pill). Which of these parameters and effects apply to you will depend on your motivation to try out meditation, the time you spend doing it and the guidance you have during your practice.
¿Cuánto tiempo tengo que meditar? La prescripción más habitual es una o dos sesiones diarias de veinte minutos. En los estudios científicos que yo he visto los sujetos meditaban entre treinta y cuarenta minutos diarios. Al principio, veinte minutos se hacen una eternidad, de manera que es habitual empezar con sesiones más cortas y aumentar el tiempo poco a poco. En este sentido, meditar se parece mucho a correr. Cuando se empieza aguantamos poco tiempo y nos duele todo, pero con el paso de las semanas el cuerpo se acostumbra y acaba pidiendo más. Para que se hagan una idea, yo empecé con doce minutos de meditación cinco veces por semana y ahora hago treinta y cinco minutos diarios, si bien he tardado siete meses en llegar hasta aquí. El secreto está en dar la sesión por terminada antes de que se haga pesada:

How long should you meditate for? The practice itself will teach you. Recall that meditation was first developed when humans lived in and off the fields. Indeed, one of the words that we translate into English as ‘meditation’ actually means ‘cultivation’ in the original Pali language. It originally referred to cultivation of crops in the fields and flowers in the garden. So how long should the cultivation of the mindfulness garden take each day? It is best to go into the garden and see for yourself. Sometimes ten minutes in the garden of meditation practice will be needful, but you may find, once there, that your cultivation will slip effortlessly into twenty or thirty minutes. There is no minimum or maximum time. Clock time is different from meditation time. You could simply experiment with what feels right and with whatever gives you the best chance to renew and nourish yourself. Every minute counts.
Llegados a este punto mucha gente aduce que no tiene tiempo. Yo no sé nada de su vida así que no les diré eso de que si quieren pueden sacar el tiempo. Bastante tenemos ya cada día como para añadir la desagradable sensación de que nos hemos saltado la meditación. De hecho, tal sentimiento va en contra de la compasión hacia uno mismo que trata de inculcar la filosofía mindfulness. Así que lo que haré será ofrecerles algunas opciones a las que recurrir mientras organizan su agenda para acomodar esta práctica. Todas ellas son obra de los autores de Mindfulness: a practical guide to finding peace in a frantic world.

Por ejemplo, en la web del libro pueden encontrar una meditación guiada de solo tres minutos que pueden llevar a cabo varias veces al día. También pueden realizar la meditación con chocolate de la que hablamos en su día y cuyo audio está asimismo disponible en la web mencionada. Otra opción es empezar el día con cinco respiraciones mindfulness:

When you open your eyes, gently pause before taking five deliberate breaths. This is your chance to reconnect with your body. If you feel tired, anxious, unhappy or in any way distressed, see these feelings and thoughts as mental events condensing and dissolving in the space of awareness. If your body aches, recognise these sensations as sensations. See if you can accept all of your thoughts, feelings and sensations in a gentle and compassionate way. There is no need to try and change them. Accept them – since they are already here. Having stepped out of automatic pilot in this way, you might choose to scan the body for a minute or two, or focus on the breath, or do some gentle stretches before getting out of bed.
O pueden seguir el consejo de Koothrappali en aquel capítulo de la serie The Big Bang Theory y aplicar el mindfulness a las tareas cotidianas (ibídem Williams y Penman):

Whatever you do, see if you can remain mindful throughout as much of the day as possible. For example, when you are washing dishes, try and feel the water, the plates, and the fluctuating sensations in your hands. When you are outside, look around and observe the sights, sounds and smells of the world around you. Can you feel the pavement through your shoes? Can you taste or smell the air? Can you feel it moving through your hair and caressing your skin?
Finalmente, aunque no sea lo ideal, pueden probar a meditar allí donde haya largas esperas: en el transporte público de camino al trabajo, en la consulta del médico o, a las malas, de pie en la cola del supermercado. Solo tienen que centrar su atención en la respiración.

¿Cuándo notaré los resultados? Es difícil saberlo. El periodo que suele mencionarse es de entre ocho y doce semanas. Yo no empecé a notar nada hasta pasados cuatro o cinco meses, y en Reddit una persona comentaba que llevaba un año meditando sin ningún cambio. Insisto una vez más en que, como ocurre con la dieta, el ejercicio físico o el aprendizaje, algunas personas necesitan mucha más dedicación que otras para lograr un efecto notable. En cualquier caso, es importante recalcar que la meditación es un entrenamiento mental que requiere esfuerzo y constancia. Este hecho no suele encajar bien en nuestra cultura sedienta de resultados instantáneos, preferiblemente en forma de píldora.

Además, hemos de tener en cuenta que el cambio es un proceso largo, lento y no lineal, en el que durante semanas parece no ocurrir nada y de repente, en pocos días, hay un gran salto hacia adelante. No es de extrañar, por tanto, que mucha gente empiece con entusiasmo y abandone al cabo de pocos días, como habrán hecho ya unos cuantos de los que se apuntaron al gimnasio por año nuevo. Los primeros meses siempre son los más difíciles pero, una vez superados, es mucho más fácil mantener la disciplina, pues nuestra nueva rutina se habrá asentado y habremos empezado a notar los beneficios.

Respecto a la práctica formal lo mejor es, obviamente, iniciarse de la mano de un instructor experimentado. Si prefieren aprender por su cuenta una buena ayuda son las meditaciones guiadas (ficheros de audio) que suelen venir incluidas en libros de mindfulness. También en Youtube hay muchas disponibles.

Busquen una postura cómoda que puedan mantener durante media hora o más, preferiblemente sentado. Si meditan tumbados es más probable que se queden dormidos, lo cual no es el objetivo. A mí nunca me ha ocurrido pero sí noto que me cuesta mucho más concentrarme.

Necesitarán un lugar sin distracciones y lo más silencioso posible. Si, al igual que yo, tienen la desdicha de vivir en un hogar donde solo hay paz en las horas de madrugada les recomiendo que pongan ruido blanco. Existen muchas web y aplicaciones para el móvil de ruido blanco y sus variantes (rosa, marrón, etcétera).

Para controlar el tiempo la opción tradicional es la varilla de incienso. Yo, por mi parte, uso una aplicación en mi teléfono (hay cientos) que permite programar el sonido de una campana tibetana al principio de la sesión, al final de la misma y a intervalos regulares. Cualquier tipo de alarma puede servirles; lo importante es no tener que estar activamente pendiente del reloj, esto es, echando vistazos a cada rato para ver si hemos terminado.

Y esto es todo. Si están interesados en seguir aprendiendo sobre mindfulness desde una perspectiva científica y secular los libros que puedo recomendarles son Busca en tu interior, de Chade-Meng Tan y el ya mencionado Mindfulness: a practical guide to finding peace in a frantic world, de Mark Williams. No están totalmente libres de filosofía pero son lo más aséptico que he encontrado.

Námaste.

lunes, 11 de enero de 2016

Meditación para escépticos (II)

Cuando me inicié en esto de la meditación mi nivel de espiritualidad era superior a nueve mil: hacía chi-kung, taichí y yoga, me encantaba el budismo y Confucio, aprendí a hacer cartas astrales, a leer las manos y a echar las cartas del Tarot. Lo que buscaba con la meditación era la iluminación. Hoy día, soy un escéptico que medita únicamente por sus beneficios tangibles respaldados por estudios científicos.

Les cuento todo esto porque mucha gente se echa para atrás al no estar interesada en la filosofía budista o las conexiones religiosas que rodean a la práctica meditativa. En principio, la meditación es un método de entrenamiento mental y, como tal, no tiene por qué ir ligado a ninguna religión o filosofía. Por tanto, se supone que es una actividad secular igualmente válida para agnósticos, ateos, escépticos y personas que no estén interesadas en nada que tenga que ver con lo espiritual.

Sin embargo, en la práctica no es tan sencillo. Por un lado, es algo complicado encontrar a un instructor que enseñe solo la parte técnica dejando a un lado la parte espiritual. Mi conjetura a este respecto es que quienes llevan muchos años practicando y están capacitados para enseñar comenzaron a meditar antes de que el mindfulness se pusiera de moda, por lo que sospecho que lo que les atrajo a dicha actividad fue el aspecto místico. Sospecho también que hay razones económicas por las que la meditación se enseña en centros de yoga y sitios por el estilo. Es posible que el público que busca el paquete completo sea más amplio.

Foto de Moyan Brenn
Por otro lado, lo cierto es que la meditación es solo una parte de ciertas tradiciones religiosas y, como tal, está muy ligada a inveteradas cosmovisiones y marcos epistemológicos. Siempre nos vamos a ver rodeados en mayor o menor medida de las raíces espirituales de la meditación porque, en la práctica, es muy difícil separar la actividad en sí de la filosofía en la que se basa o de los valores que trata de inculcar. Disciplinas como el taichí o el yoga, verbigracia, van ligadas a nociones de pureza o lo sagrado, algo fácil de comprobar en un retiro organizado, los cuales procuran llevarse a cabo en sitios recónditos de la naturaleza y donde la comida suele ser de origen biológico, a menudo vegetariana. Estos grupos pregonan, de forma explícita o implícita, valores como la compasión, el pacifismo y el respeto a la naturaleza.

A mi juicio, esto no es exclusivo de las tradiciones orientales pues algunas actividades menos controvertidas con las que estamos más familiarizados en Occidente también trasmiten ciertos valores. Pensemos en cómo métodos de entrenamiento puramente físico como el culturismo o el crossfit llevan aparejados su propia doctrina: trabajo duro, superación y constancia.

Hay personas que, cuando se les habla de meditación, visualizan la caricatura del místico hippy que recita sin parar afirmaciones positivas y frases de Paulo Coelho. Yo he conocido a unos cuantos de esos y reconozco que sus clases son difíciles de digerir para quienes no sintonizan con esa onda. Algunos hacen afirmaciones inverosímiles o sostienen teorías verdaderamente estrafalarias. Sirvan como ejemplo estos párrafos sacados de uno de los libros de Wong Kiew Kit, un maestro de chi-kung:

Otra persona que está viviendo una segunda vida gracias al chi-kung es Margaret. Tenía cáncer, erróneamente considerado por muchas personas como una enfermedad incurable, fatal. De hecho ha habido tantos informes de auténticas curas del cáncer por medios «no ortodoxos», como la meditación, la curación por la fe, que algunas personas se preguntan con razón por qué las organizaciones de investigación no han estudiado estos casos en detalle.
Margaret, como muchos de mis alumnos enfermos de cáncer, se recuperó de esta morbosa enfermedad practicando el chi-kung.
Los maestros de chi-kung han contribuido a sanar enfermos con más rapidez canalizándoles chi o energía; además, la velocidad de recuperación de los practicantes de chi-kung es más rápida que la de otras personas. Yo creo que la circulación armoniosa del chi por el cuerpo contribuye a devolver a la estructura del ADN su forma correcta, previniendo así la enfermedad y eliminando los daños fortuitos al ADN, lo cual tiene por consecuencia salud y juventud.
Aunque el autor toma la precaución de advertir que el chi-kung no es una panacea que garantice la curación de nadie ni sea aplicable a todas las enfermedades, el hecho es que el libro contiene varios hechos «milagrosos», como aquella mujer a la que sus oculistas dijeron que se estaba quedando ciega sin remedio y que se curó gracias a que Wong Kiew Kit le transmitió su chi a distancia, o aquel otro experimento en público en el que este maestro junto con su alumno dispersaron las nubes.

De manera que sí, personajes de estos haberlos haylos, y puede no ser fácil encontrar a un instructor con un nivel de misticismo tolerable según el criterio propio. Quizá con el paso del tiempo, si el mindfulness sigue popularizándose y haciéndose un hueco en el campo de la psicología, sea más fácil. Actualmente, ya existe una mezcla de mindfulness y terapia psicológica llamada Mindfulness-Based Cognitive Therapy (MBCT) que se usa en el servicio de salud del Reino Unido para tratar la depresión recurrente (aunque su rango de aplicación y su efectividad respecto a otros tratamientos es aún objeto de estudio). Este programa es bastante aséptico en lo que a la parte más espiritual se refiere, si bien incorpora algunas tesis de la filosofía budista.

Antes de dar por zanjado este tema debemos mencionar el hecho de que algunos estudios muestran que la práctica de la meditación hace que nos volvamos más espirituales, y que ese incremento en espiritualidad es el responsable, al menos en parte, de los beneficios de dicha actividad.

También cabe considerar el efecto que pueda tener el hecho de tomar solo ciertos fragmentos sueltos de una tradición coherente. Sospecho que para no pocos practicantes tradicionales la integración occidental de la meditación que está teniendo lugar es una aberración que desnaturaliza su disciplina. Puede que tengan razón. Quizá solo se pueda comprender el verdadero significado de la meditación si formamos parte de la comunidad que la emplea. Tal vez su efectos se deban no solo al tiempo que uno pasa sentado tratando de centrarse en la respiración sino a todos los rituales que la rodean, a su lenguaje, a su concepción del yo, a su forma de ver el mundo y de afrontar la vida.

Continuará.

lunes, 4 de enero de 2016

Meditación para escépticos (I)

Cada noche, media hora antes de irme a dormir, extiendo una manta en el suelo de mi habitación, coloco un cojín sobre ella y me siento con las piernas cruzadas, las manos en las rodillas, la espalda recta, los hombros relajados y hacia atrás, la barbilla un poco metida, los ojos entrecerrados sin enfocar la vista y la mandíbula relajada, con los labios algo separados y la lengua apoyada en el paladar. Durante treinta minutos me dedico sencillamente a estar sentado inmóvil sin otro propósito que el de estar presente momento a momento, sin pensar en nada. Para ello trato de centrar mi atención en la respiración, sin modificarla de ningún modo. Observo cada ciclo de inspiración-espiración como un vigilante ve pasar a las personas que caminan enfrente de su garita. En ese espacio de tiempo, mi mente se pierde una y otra vez en ensoñaciones, preocupaciones, anticipaciones sobre el futuro y otros pensamientos. Cada vez que la mente se distrae yo traigo mi atención a la respiración, que me sirve como ancla al presente.

Foto de Hartwig HKD
Empecé a meditar con catorce años. Por aquel entonces practicaba artes marciales y la meditación era parte del entrenamiento. Pocos años después, cuando dejé las artes marciales, abandoné también la meditación, y no sería hasta 2010 cuando me propuse retomarla más o menos en serio. El empujón vino de mano del libro de Patricia Morrisroe sobre el insomnio, en el que la autora cuenta los problemas que tuvo durante años para dormir. Según ella misma narra probó de todo, desde pastillas hasta métodos experimentales, pasando por hipnosis y psicoterapia. Finalmente, lo que realmente le ayudó fue la meditación:

Things are good. I’ve now been meditating every day for the past eight months, and for me it’s been an unqualified success. I’m sleeping very well, and even when I have an off night, I’m no longer panicky about it. Meditation is the best thing I’ve ever done for myself, and I can’t imagine life without it.
Al leer estas palabras pensé que hacía mucho tiempo que no meditaba y reanudé la práctica. Sin embargo, no fui disciplinado y a las pocas semanas o meses volví a dejarlo. Solo cuando la ansiedad hizo su aparición fue cuando me lo tomé realmente en serio.

En teoría, la meditación tiene muchos beneficios psicológicos respaldados por estudios científicos, beneficios que van desde mejoras en la atención hasta mayor felicidad y mejor control de las emociones en general. De acuerdo con Mark Williams y Danny Penman, algunas ventajas demostradas de la meditación mindfulness son las siguientes:

Numerous psychological studies have shown that regular meditators are happier and more contented than average. These are not just important results in themselves but have huge medical significance as such positive emotions are linked to a longer and healthier life.

  • Anxiety, depression and irritability all decrease with regular sessions of meditation. Memory also improves, reaction times become faster and mental and physical stamina increase.
  • Regular meditators enjoy better and more fulfilling relationships.
  • Studies worldwide have found that meditation reduces the key indicators of chronic stress, including hypertension.
  • Meditation has also been found to be effective in reducing the impact of serious conditions, such as chronic pain and cancer, and can even help to relieve drug and alcohol dependence.
  • Studies have now shown that meditation bolsters the immune system and thus helps to fight off colds, flu and other diseases.
Yo he practicado diariamente durante los últimos ocho meses. ¿He notado todos estos beneficios? Es difícil asegurarlo, ya que no cuento con un yo de control con el que compararme. Tampoco he registrado de forma metódica mis niveles de ansiedad o estados de ánimo durante este tiempo. A los dos o tres meses de práctica regular sí comencé a notarme más animado y activo, pero aquello pudo deberse también a otros cambios que hice en mi estilo de vida por aquel entonces. Sea como fuere, nada de eso impidió que poco después la ansiedad atacara de forma violenta, con síncope incluido. De lo que sí estoy bastante seguro es de que, como le ocurrió a Patricia Morrisroe, me ayuda a dormir: ya no tardo una hora en conciliar el sueño, me despierto menos veces por la noche y me levanto más descansado. También diría que me ayuda a concentrarme durante el día y, últimamente, me sirve para relajarme cuando noto que la ansiedad empieza a acumularse.

Lo cierto es que mientras contemplaba el auge del mindfulness durante los últimos años siempre he mantenido cierto escepticismo ante sus supuestos beneficios. Ya sean las vitaminas, el omega-3 o la meditación, cuando empieza a investigarse algo que se presume bueno para la salud siempre se produce un sesgo de publicación que hincha sus efectos positivos. Para valorar el efecto real de una sustancia o una actividad es necesario esperar algún tiempo hasta que empiezan a aparecer los estudios que indican que no hay beneficio ninguno o que descubren efectos adversos. Recordemos que la verdad científica nace de muchos estudios en conjunto, no de una única investigación aislada.

En lo referente al mindfulness, parece que ya estamos llegando a ese momento. Según Miguel Farias y Catherine Wikholm, autores de un libro dedicado a analizar la veracidad de los supuestos beneficios de la meditación, muchos estudios se han hecho con pocos sujetos o sin grupos de control, y no todos han analizado el mismo tipo de meditación. A veces los investigadores estaban personalmente implicados (ellos mismos meditaban) y otras veces solo sacaban conclusiones a través de cuestionarios. Estos autores sostiene que no está muy claro cuán significantes son los beneficios de la meditación en la práctica, cómo de duraderos ni cuánto tiempo hay que meditar para que aparezcan:

Meta-analyses show there is moderate evidence that meditation affects us in various ways, such as increasing positive emotions and reducing anxiety. However, it is less clear how powerful and long-lasting these changes are. Some studies show that meditating can have a greater impact than physical relaxation, although other research using a placebo meditation contradicts this finding. We need better studies but, perhaps as important, we also need models that explain how meditation works.
Aún teniendo en cuenta lo anterior, lo cierto es que las revisiones de los estudios publicados hasta la fecha parecen indicar que, a pesar de las limitaciones metodológicas existentes, el mindfulness se asocia positivamente con la salud psicológica y la meditación puede producir efectos psicológicos positivos.

Igual que sucede con cualquier deporte o medicación el mindfulness, aunque pueda ser beneficioso en general, no tiene los mismos efectos sobre todas las personas (ibídem Farias y Wikholm):

Although there has been relatively little research looking at how individual circumstances – such as age, gender, or personality type – might play a role in the value of meditation, there is a growing awareness that meditation works differently for each individual. For example, it may provide an effective stress-relief technique for individuals facing serious life problems (such as being unemployed), but have little value for low-stressed individuals4. Or it may benefit depressed individuals who suffered trauma and abuse in their childhood, but not other depressed people5. There is also some evidence that – along with yoga – it can be of particular use to prisoners, for whom it improves psychological wellbeing and, perhaps more importantly, encourages better control over impulsivity.
Algunos sujetos reportaron espasmos, temblores, pánico, desorientación, alucinaciones e incluso depresión, manía y crisis psicóticas tras un retiro de meditación. Sin embargo, igual que con los beneficios, aún no sabemos con certeza cuáles son los verdaderos efectos adversos de la meditación, ni su intensidad ni su prevalencia, pues todo ello depende también de factores como el tipo de meditación o el tiempo dedicado a ella. En cualquier caso, lo que es muy probable es que, de la misma forma que la meditación no es una cura para todo, no sea una cura para todos.

Continuará.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Un año de libros (edición 2015)

Mark Zuckerber se fijó como propósito para este año que acaba leer un libro cada dos semanas, así que creó una comunidad en Facebook (A year of books) donde publicar los títulos correspondientes y discutir los textos. Su lista se centra en aprender acerca de nuevas culturas, creencias, historia y tecnología. Yo, por mi parte, como es ya costumbre les traigo mi año de libros. Considero que no esta vez no estoy muy satisfecho: he leído menos de lo que tenía planeado y la calidad de las obras ha sido más bien media-baja. En ocasiones anteriores me costaba seleccionar qué títulos dejar fuera; esta vez me es difícil determinar qué libros incluir. Por ambas razones encontrarán que la lista de recomendaciones de este año es más corta que de costumbre. Como siempre, la relación completa de lecturas pueden verla en nuestra estantería de Anobii. Si tienen alguna recomendación de cosecha propia anímense a dejar un comentario.

Foto de Brenda Clarke

“Hand to mouth: Living in Bootstrap America”, de Linda Tirado. Un testimonio de primera mano sobre cómo es ser pobre en Estados Unidos. Todos tenemos ciertas ideas preconcebidas sobre cómo son las personas que viven con lo justo o que no tienen nada. Este libro expone lo difícil que es escapar de tal situación y la lógica detrás de ciertos comportamientos que se antojan estúpidos para muchas personas que tienen la tripita llena y piensan que los pobres son tontos o vagos. Me gusta su estilo directo y su mala baba.

“The success equation: Untangling Skill and Luck in Business, Sports and Investing”, de Michael J. Mauboussin. Nos guste o no, la suerte juega un papel muy importante en nuestras vidas. No obstante, el peso que tiene en los resultados no es el mismo en todas las situaciones. Por ejemplo, ganar a la lotería es enteramente suerte, mientras que la victoria en una partida de damas depende de lo buenos que seamos jugando. El propósito del libro es dilucidar qué proporción relativa entre suerte y destreza existe en diferentes áreas de la vida, de manera que podamos interpretar correctamente el pasado y tomar mejores decisiones. También explica cómo clasificar distintas actividades en ese continuo suerte-destreza, cómo mejorar técnicamente y cómo lidiar con el azar. Muy recomendable.

“El antropólogo inocente”, de Nigel Barley. Barley es un antropólogo inglés que en este libro relata su primera investigación de campo con los Dowayos, una tribu de Camerún. Es un libro entretenido y muy divertido, el autor tiene muchísima gracia contando sus aventuras y desventuras.

“Running with the mind of meditation: Lessons for Training Body and Mind”, de Sakyong Mipham. Mindfulness para corredores. La carrera sirve para entrenar el cuerpo, el cual necesita movimiento, mientras que la meditación es para entrenar la mente, la cual requiere quietud. Comparar ambas actividades hace que la explicación de la práctica meditativa sea más accesible. Un libro breve que explica algunos tipos de meditación, así como algunas lecciones típicas del budismo acerca de cómo sobrellevar el dolor y controlar las emociones.

“Wrong: Why Experts Keep Failing Us - And How to Know When Not to Trust Them”, de David H. Freedman. Un buen libro sobre por qué los expertos que salen en los medios de comunicación e internet no son de fiar. Pone de manifiesto los límites que tiene nuestro conocimiento y nos da consejos para reconocer qué consejos pueden sernos realmente útiles. Como pega diré que no termina de gustarme la posición extrema del autor, pues al terminar su libro puede quedar la sensación de que no sabemos nada y de que todo conocimiento es relativo y provisional.

“Future babble: Why Expert Predictions Fail - and Why We Believe Them Anyway”, de Dan Gardner. Si, como demuestra el libro de Freedman, los expertos están equivocados a menudo sobre los hechos actuales, cuando se trata de predecir el futuro la magnitud del error se agiganta. Gardner expone en su obra un buen número de célebres predicciones fallidas que van desde la obra de Malthus hasta las preocupaciones por la escalada del precio del petróleo en 2008, pasando por las apocalípticas visiones de hambruna de los años setenta. También comenta algunos mecanismos psicológicos que están detrás de nuestros pronósticos erróneos.

“Wisdom of Insecurity: A message for an Age of Anxiety”, de Alan W. Watts. Una breve exposición de las clásicas tesis de la epistemología budista: el pasado y el futuro no existen, solo tenemos el presente, mente y cuerpo son una única entidad y el yo es una ilusión. He dudado a la hora de incluirlo en esta lista porque buena parte del mismo me parece vacua palabrería. Sin embargo, desde que lo terminé le he dado vueltas con frecuencia a algunas de las ideas que en él aparecen.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Mi Cruz

I was there for you
In your darkest times
I was there for you
In your darkest nights
But I wonder where were you?
When I was at my worst
Down on my knees
And you said you had my back

—Maroon 5, Maps

A lo largo de estos años he hablado varias veces sobre la marcha de compañeros de trabajo que se habían convertido en amigos, y cómo su próxima ausencia en la oficina era causa de gran pesadumbre para mí. Esta vez es bien distinto. La última baja no me produce pena sino alivio, un grandísimo alivio fruto del hecho de no tener que volver a encontrarme en los pasillos o en las citas de empresa a la persona que más daño me ha hecho en la vida.

Imagen de Catalina Briceno
Cruz y yo nos conocimos hace casi ocho años, momento que aún recuerdo. Ella era nueva en la empresa, igual que yo, así que no era raro que compartiéramos tiempo y tareas. También coincidíamos en los viajes de ida y vuelta a la oficina, por lo que hablábamos bastante. Me caía bien, esta Cruz. Resultó que teníamos en común muchas vivencias de la infancia y características de personalidad. Sentía que conectábamos a un nivel profundo, ese que está más allá de los gustos compartidos en aspectos como música y aficiones. Con el paso de los meses llegamos a llevarnos bien. Tan bien que una tarde, después de un día en el que había estado mohíno, me mandó un mensaje en el que me preguntaba si me encontraba bien y me decía que si lo necesitaba podía contarle a ella cualquier cosa. Aquello me animó. Cómo iba a saber en ese momento que esa frase no era sino la primera de una larga serie de mentiras por el estilo.

Piensen en una característica de su personalidad que les guste especialmente, algo que no solo sea un talento propio sino que además crean que es bueno para los demás. Quizá son ustedes muy generosos o divertidos o saben escuchar. Ahora imaginen que una persona muy querida para ustedes les dice que esa facultad que creían tan buena no lo es en realidad, que es un defecto que fastidia al resto. Hay muy pocas cosas que me gusten de mí mismo, y Cruz me convenció de que lo más valoraba de mí era una tara. Aquello me mató. De repente, ya no tenía virtudes. Pocas veces me había sentido tan mal conmigo mismo. Como siempre hago, me fui al otro extremo. Sabía que no lograría matar esa parte de mí pero me propuse hacer todo lo posible en esa dirección. Al fin y al cabo, ¿para qué quería yo ser de cierta manera si no me lo iban a agradecer, no iba a ayudar a nadie y a mí me hacía sufrir? Deduje que había sido un primo y que, en adelante, la regla de oro era «cada cual para sí». Puedo decir que actualmente, gracias a Cruz, soy peor persona.

He aprendido muchas otras lecciones a base de hostias en este periodo. Aprendí, verbigracia, que para que la inteligencia emocional funcione en una relación personal es necesario que ambas partes la practiquen. También entendí por fin lo poco que valen las palabras y que lo que cuentan son los actos. Toda mi vida había sido un crédulo, debilidad que esta persona explotó a más no poder. Yo veía que no me trataba igual que al resto de sus amigos, pero seguía aferrándome a sus palabras; ella insistía en lo mucho que me apreciaba. Sin embargo, nunca me ayudó cuando lo necesité, ni siquiera en aquellas ocasiones en que le pedí auxilio explícitamente.

Inferí además que el muro de distancia e indiferencia que yo colocaba para alejar a los demás no era suficiente. Ella misma lo dijo: «lo tuyo es todo fachada». Pero si alguien me gustaba y le dejaba entrar, pasaba hasta la cocina. Craso error. No caí en la cuenta de que hay personas como Cruz que una vez dentro de tu círculo más íntimo te saquean y prenden fuego a todo. Me di cuenta por las malas de que, además de la fachada, necesitaba un foso y dos o más muros adicionales para asegurarme de que no daba acceso a las zonas más profundas de mi ser a gente indeseable o demasiado pronto.

Descubrí y me enamoré del concepto de «suerte moral». De la misma forma que uno solo sabe lo bueno que es su seguro de coche cuando tiene un accidente y ha de reclamar, solo sabemos lo buena que es una persona cuando se enfrenta a una situación que le pone a prueba. Igualmente, solo sabemos que alguien es de verdad nuestro amigo cuando la relación pasa por algún bache y se supera, o cuando pedimos ayuda y nos la dan. Todas las risas y los buenos ratos que tienen lugar mientras las cosas van bien no significan nada. Es cuando llegan mal dadas cuando podemos calibrar realmente la relación, cuando quedan de manifiesto las mentiras o (si tienes suerte) se hace evidente que le importas a alguien. Era esta una lección que había aprendido ya en la universidad pero que había olvidado.

Cruz se considera a sí misma una buena persona que no causa problemas. Cabe preguntarse hasta qué punto es buena persona alguien que abandona a un semejante (sea conocido o no) en su lecho de angustia. También pienso en qué clase de piruetas mentales son necesarias para conciliar la visión de uno mismo como buena persona con la costumbre de criticar continuamente a los amigos a sus espaldas. Su mayor preocupación en todo momento fue mantener esa imagen de persona nada conflictiva y ser aceptada por el grupo, por lo que trataba de ocultar nuestras desavenencias. Cuando yo las ponía de manifiesto, ella se irritaba sobremanera. A mí aquello me parecía otra forma de hipocresía.

Finalmente, en este tiempo me he dado cuenta de que las amistades no suelen funcionar cuando el grado de implicación es asimétrico. Yo no lograba conciliar sus palabras de amistad con el hecho de que, por ejemplo, no quisiera verme fuera de la oficina. Anduve preguntando a gente conocida y me encontré con que ese es un problema común: a veces uno quiere quedar más a menudo que la otra persona, lo que suele acabar en roces. Sorprendentemente, resulta que esa tensión no suele resolverse mediante acuerdo, sino que la amistad simplemente se disuelve hasta que solo queda el recuerdo.

Igual que me acuerdo del día en que nos conocimos me acuerdo del día en el que decidí que no quería saber nada más de Cruz. Durante mucho tiempo fue ella la que me evitaba, hecho que me dolía enormemente, pues yo le seguía teniendo un gran cariño. Pero llegó el momento en el que ya no pude más. Creo que un ser humano sólo puede soportar una cantidad limitada de dolor y angustia. Más allá, los fusibles se queman. En uno de los días más importantes de su vida yo volví a experimentar todos aquellos comportamientos por su parte que me hacían daño: el rechazo disimulado, la diferencia de trato respecto a sus verdaderos amigos, la falsedad de sus palabras, la hipocresía de sus actos. Fue entonces cuando me dije: «se acabó». En adelante trataría por todos los medios de no volver a verla ni saber nada de ella.

Por desgracia, no siempre lo he conseguido. En su último día en la empresa, Cruz quiso despedirse también de mí. Lo hizo fiel a su forma de ser: mostrando un falso interés y tratando de manipularme para que me sintiera mal. No esperaba otra cosa. Hice lo posible por que aquello durara lo menos posible y me afectara lo mínimo. Salí más o menos indemne.

No escasean las personas que te hacen daño en el transcurso de la vida. Normalmente el tiempo acaba templando las emociones y sigues adelante. Ahora es diferente. Reconozco que las heridas siguen abiertas y que, aunque el cariño permanece, ahora yace enterrado bajo montañas de rencor. Es la primera vez que me ocurre esto de desear no haber conocido a alguien. Cruz ha significado para mí la ruina emocional. Tan mal lo he pasado que ha acabado afectándome físicamente de forma notable. Espero que se me pase, aunque sospecho que tendrá que pasar mucho tiempo. Mientras tanto, el dolor sirve como recordatorio de las precauciones que un ser humano ridículo e inestable como yo debe tomar cuando se relaciona con los demás. Eso debería serme útil ahora que mi relación con otra persona se está haciendo muy estrecha. Me hace tener presente que no sé lo que puede pasar, que las personas somos muy malas haciendo predicciones sobre nuestros sentimientos futuros y que, cuando me hacen daño, mi comportamiento se vuelve esperpéntico. Es cierto que esta otra persona es muy distinta a Cruz, que noto su aprecio no solo en sus palabras sino también en sus actos, así que me siento tentado a decir aquello de «esta vez es distinto». Pero no quiere cometer el mismo error. No quiero descartar la posibilidad de que algún día escriba un texto similar a este en el que el lugar de Cruz lo ocupe mi nueva amiga.

Obviamente, si le preguntan a Cruz su versión de la historia será bien distinta. Quien la oiga pensará que soy un hipócrita, un mentiroso y un gilipollas (y estará en lo cierto). A la larga, ambos creeremos nuestra propia narración. Pero hoy, yo siento el alivio de saber que Cruz está un poco más lejos, y la alegría mezclada con miedo que me produce el hecho de que una nueva amiga está cada vez más cerca. Querer, equivocarse, llorar, repetir. Seguir adelante. Así es la vida.

lunes, 14 de diciembre de 2015

El foco

Me contaba una amiga hace poco su primera –y, hasta la fecha, única– experiencia con la meditación. Estaba un día sola en casa y se propuso pasar algo de tiempo conectando consigo misma, para lo cual decidió intentar un ejercicio de mindfulness llamado «escáner corporal». Dicho ejercicio consiste en tumbarse y recorrer el propio cuerpo mentalmente, centrando toda la atención en una pequeña parte del mismo cada vez, de abajo arriba, siendo consciente de cualesquiera sensaciones que tengan lugar en dicha parte. Se trata de desarrollar la atención y aprender a dirigirla donde uno quiere, cerrando la mente a distracciones internas y externas.

Aquello empezó bien, según me dijo. Primero se centró en su pie: la planta, el talón, los laterales... Después pasó a intentar sentir cada dedo por separado. Allí fue donde la cosa se fastidió: llegando al segundo dedo, se propuso moverlo manteniendo inmóviles los demás. Intentó hacer lo mismo con cada dedo de cada pie y fue adquiriendo algo de destreza en ello. Cuando su pareja llegó a casa le contó su nueva destreza y le conminó a intentarlo. De la meditación, nunca más se supo.

Foto de Michael Dales
Mi amiga rebosa energía. Es una persona muy activa y alegre que parece incapaz de estar quieta cinco minutos seguidos. Personas así suelen asumir que la meditación no es para ellos porque enseguida se distraen y la idea de sentarse totalmente inmóviles durante veinte minutos se les antoja imposible. Esta clase de gente suele decirme que ellos meditan haciendo deporte. Mi amiga, verbigracia, afirma que cuando está nadando solo piensa en el movimiento de su cuerpo en el agua, en las sensaciones de cada brazada y en su respiración. De manera similar, otra persona me decía que su meditación consiste en golpear con fuerza la pelota de pádel. Practicar deporte les ayuda a desarrollar una actitud positiva, a relajarse, a olvidarse de sus preocupaciones diarias y a vivir el momento. Por eso, me preguntaba mi amiga, qué necesidad hay de seguir una forma concreta de meditación (sentarse y centrar la atención en la respiración) si pueden lograrse los mismos objetivos haciendo deporte.

No obstante, la meditación y el ejercicio son actividades diferentes que trabajan cualidades distintas. Sakyong Miphan, que además de dedicarse a meditar es corredor, explica la disimilitud:

People sometimes say, “Running is my meditation.” Even though I know what they mean, in reality, running is running and meditation is meditation. That’s why they have different names. It would be just as inaccurate to say, “Meditation is my exercise.” I have known some advanced meditators who have been able to bring their meditative mind—that strength and relaxation—into their body with its channels, nervous system, and muscles. They become strong, radiant, and resilient. We even have a type of meditation in Tibet called heat meditation, in which yogis who are able to use the power of their mind to control their body heat meditate in subzero conditions for months, wearing only a cotton shawl. However, it is unlikely that they would be able to run a sub-three-hour marathon.

Likewise, it is unlikely that we are going to attain enlightenment by running, even though some have tried. It is not a matter of choosing what is better—exercising the mind or exercising the body. Rather, these activities go hand in hand. We need to exercise both our body and our mind. The nature of the body is form and substance. The nature of the mind is consciousness. Because the body and mind are different by nature, what benefits them is different in nature as well. The body benefits from movement, and the mind benefits from stillness.
Siguiendo con la metáfora de la semana pasada, aquella en la que nuestra mente es un jinete (procesos conscientes) a lomos de un animal (un elefante o caballo que representa nuestros procesos inconscientes), el ejercicio, de acuerdo con Miphan, tiene beneficios mentales porque el cansancio físico calma a ese animal interior. La diferencia con la meditación es que esta nos ayuda a domarlo, por lo que sus beneficios son duraderos (no desaparecen al rato de terminar la actividad en sí) y acumulativos (ibídem Miphan):

In order to access the mind, the wild horse has to be tamed. That comes through the constant application of the meditation technique. Even though there are some mental benefits in running, they are usually achieved not by taming the horse, but by exhausting the horse. By moving, we are physically exhausting the wind. Afterward, we feel calmer because the wind is more settled. Thus the mind is more present and at peace. So the clarity and peace of mind we feel after running is mostly because the wild horse is tired, not necessarily because it has been tamed. The mental clarity brought about by physical exercise is temporary. When the horse has more energy, it resumes running around. Then we have to go for another run, exhausting the mind again. Using running as a way to train the mind is incidental, whereas the peace and clarity that come from meditation are cumulative.
En lo que algunos llaman «la era de la distracción», la atención se ha convertido en un bien escaso. Según Daniel Goleman, esta capacidad mental en todas sus variedades (concentración, atención selectiva, conciencia abierta, automonitorización) constituye un valor mental que influye poderosamente en cómo vivimos y que se está viendo mermado debido a –lo han adivinado– los teléfonos móviles y otras tecnologías modernas. Cuando nuestra atención es débil el jinete es incapaz de controlar el animal que cabalga; nuestra mente divaga y se aleja. Desafortunadamente, como hablamos en su día, la mente errante es una mente infeliz. Algunas enfermedades mentales están directamente relacionadas con la forma en que nos vemos atrapados por un flujo de pensamientos negativos:

El fracaso, en los casos extremos, en un foco de atención y ocuparnos de otro puede dejar la mente sumida en las cavilaciones, los bucles de pensamientos repetitivos o la ansiedad crónica. Y ello puede acabar desembocando en la impotencia, la desesperación y la autocompasión (tan características de la depresión) o la repetición incesante de rituales o pensamientos como, por ejemplo, tocar la puerta 50 veces antes de salir de casa (propios del trastorno obsesivo-compulsivo). La capacidad de desconectar la atención sobre una cosa y dirigirla hacia otra resulta esencial para nuestro bienestar.
La meditación sirve para desarrollar la atención. La idea básica es muy simple: cuando nuestra mente divague hemos de darnos cuenta de ello, llevarla a nuestro punto focal (por ejemplo, la respiración) y mantenerla ahí. Cuando volvemos a distraernos repetimos los pasos anteriores, y así una y otra vez. Con la práctica continuada se consiguen fortalecer los circuitos neuronales que nos permiten desconectar nuestra atención de una cosa, dirigirla hacia otra y mantenerla en ese nuevo objeto. También nos ayuda a evitar distracciones y centrarnos en lo que nos importa. Adicionalmente, nuestros pensamientos se vuelven menos «pegajosos» y mejora el control de nuestras emociones.

Para cultivar todas esas cualidades se requiere quietud física. Algunas de las razones por las que la meditación se practica en silencio y en una posición estática son las mismas por las que no estudiamos para un examen mientras corremos en la cinta o pedaleamos en la bicicleta estática: es un trabajo mental que se beneficia de la ausencia de estímulos externos y distracciones. Pero también porque lo que llamamos formalmente «meditación» es el acto deliberado de pasar del modo habitual en el que andamos haciendo cosas continuamente a uno en el que, simplemente, nos sentamos sin otro propósito que el de estar presentes a cada momento. Es un tiempo que reservamos diariamente para cultivar nuestra mente, unos minutos en los que no hacemos nada salvo estar, sin juicios ni valoraciones.

Todo esto, querida amiga, es lo que no supe explicarte.

lunes, 7 de diciembre de 2015

La mente dividida

El pensamiento humano parece ser en buena parte metafórico. De la misma manera que definimos una palabra utilizando otras palabras relacionadas, somos capaces de entender conceptos nuevos o complejos relacionándolos con aquellos que ya conocemos: la vida es como un viaje, el universo es como un reloj, la mente es como un ordenador, etcétera. Aunque parezcan simples palabras, lo cierto es que las metáforas parecen moldear nuestro sistema conceptual, así como nuestros pensamientos y comportamientos, hasta en los detalles más mundanos. Cómo nos relacionamos, cómo nos desenvolvemos en el mundo y cómo percibimos la realidad depende de las metáforas que guían nuestras vidas:

Metaphor is for most people a device of the poetic imagination and the rhetorical flourish—a matter of extraordinary rather than ordinary language. Moreover, metaphor is typically viewed as characteristic of language alone, a matter of words rather than thought or action. For this reason, most people think they can get along perfectly well without metaphor. We have found, on the contrary, that metaphor is pervasive in everyday life, not just in language but in thought and action. Our ordinary conceptual system, in terms of which we both think and act, is fundamentally metaphorical in nature.
Uno de esos conceptos complicados que requiere de metáforas para ser comprendido es la propia mente humana. En su investigación acerca del alma (que para nuestros propósitos aquí equipararemos con «mente»), Platón recurrió a una alegoría basada en un auriga conduciendo un carro tirado por dos caballos:

Digamos, pues, que el alma se parece a las fuerzas combinadas de un tronco de caballos y un cochero; los corceles y los cocheros de las almas divinas son excelentes y de buena raza, pero, en los demás seres, su naturaleza está mezclada de bien y de mal. Por esta razón, en la especie humana, el cochero dirige dos corceles, el uno excelente y de buena raza, y el otro muy diferente del primero y de un origen también muy diferente; y un tronco semejante no puede dejar de ser penoso y difícil de guiar.
El corcel excelente representa las emociones y pasiones que para Platón eran positivas (como el verdadero honor) y obedece a la voz del auriga. El otro corcel, por el contrario, «no respira sino furor y vanidad; sus oídos velludos están sordos a los gritos del cochero, y con dificultad obedece a la espuela y al látigo». Simboliza los vicios: lujuria, glotonería, codicia y demás. En la opinión del célebre filósofo, las almas mortales caminan con dificultad porque la poca maña de nuestros cocheros hacen inútiles cualquier esfuerzo que hagamos para elevarnos hasta el lugar de los dioses.

También las filosofías orientales explican algunos procesos mentales recurriendo a animales desbocados que han de ser domesticados. Sakyong Mipham nos habla de una tradición tibetana según la cual la mente es una joya a lomos de un caballo:

In Tibet, we have a traditional image, the windhorse, which represents a balanced relationship between the wind and the mind. The horse represents wind and movement. On its saddle rides a precious jewel. That jewel is our mind.
[...] With an untrained mind, the thought process is said to be like a wild and blind horse: erratic and out of control. We experience the mind as moving all the time—suddenly darting off, thinking about one thing and another, being happy, being sad. If we haven’t trained our mind, the wild horse takes us wherever it wants to go. It’s not carrying a jewel on its back—it’s carrying an impaired rider. The horse itself is crazy, so it is quite a bizarre scene. By observing our own mind in meditation, we can see this dynamic at work.
Buda, por su parte, comparaba la mente con un elefante salvaje. En el verso 326 de su Dhammapada habla de controlar el elefante como forma de salir del fango de las pasiones:

Previamente, esta mente vagaba donde le placía, como a ella se le antojaba. Hoy, con sabiduría, yo la controlaré como el conductor controla el elefante en ruta.
Para el psicólogo Jonathan Haidt, esta metáfora es la que mejor encaja con las teorías psicológicas modernas acerca de elección racional y procesamiento de la información:

The image that I came up for myself, as I marveled at my weakness, was that I was a rider on the back of an elephant. I'm holding the reins in my hands, and by pulling one way or the other I can tell the elephant to turn, to stop, or to go. I cant direct things, but only when the elephant doesn't have desires of his own. When the elephant really wants to do something, I'm no match for him.
Todas las metáforas que hemos visto tienen algo en común: nos dicen que la mente está dividida en varias partes que a veces entran en conflicto. Determinar en qué partes se divide concretamente nuestra mente ha sido objeto de investigación desde hace siglos. Con el paso del tiempo, los avances en neurociencia han ido dando paso a nuevas clasificaciones. Curiosamente, todas ellas se han abierto paso hasta la cultura popular.

Una de las primeras clasificaciones, sobradamente conocida, es el dualismo cartesiano, el cual distinguía entre mente (alma) y cuerpo. La mente es la parte racional, mientras que el cuerpo (en especial vísceras como el corazón o el estómago) representa la parte emocional, la de los deseos. En esta división la mente es el jinete y el cuerpo es el elefante.

Imagen de Jurgen Appelo
Seguramente conozcan también la separación entre cerebro «derecho» e «izquierdo», basada en la anatomía del cerebro. En torno a 1900, la neurología había determinado que el elefante se hallaba en el hemisferio derecho, allí donde residían los instintos, la impulsividad y las emociones. El jinete era el hemisferio izquierdo, donde se situaban el pensamiento lógico, el control de las emociones y la fuerza de voluntad. A partir de 1960, sin embargo, los investigaciones de Sperry, Gazzaniga y Bogen realizadas con pacientes con el cerebro escindido encontraron que, exceptuando el procesamiento del lenguaje, las diferencias respecto a las capacidades de cada hemisferio son mínimas. Es más, un hemisferio puede asumir tareas del otro cuando se producen lesiones.

Una división parecida a la anterior y que también les sonará es la que distingue entre cerebro «femenino» y «masculino». Ya saben: los hombres no escuchan, las mujeres no entienden los mapas, los hombres son más fríos, las mujeres son más empáticas. Lo cierto es que aún no sabemos los suficiente como para asegurar que las diferencias anatómicas presentes en los cerebros de ambos sexos se traduzcan en comportamientos concretos al margen de la cultura o la educación. De hecho, el último estudio al respecto, publicado hace tan solo unos días, asegura que no hay diferencia alguna.

Otra clasificación de las distintas partes cerebrales es la que se basa en su evolución. En la década de 1940, Paul MacLean desarrolló su modelo del cerebro trino, según el cual el cerebro está compuesto en realidad por tres cerebros que corresponden cada uno a diferentes etapas de la evolución humana. De acuerdo con este neurocientífico, el primer cerebro es el reptiliano, formado por el tallo encefálico y el cerebelo. El segundo cerebro es el paleomamífero, correspondiente al sistema límbico. El tercer cerebro, el neomamífero, corresponde al neocórtex. En este modelo, el elefante está formado por los dos primeros cerebros, donde yacen los instintos, los deseos y las emociones. El jinete se sitúa en el neocórtex, allí donde reside el pensamiento lógico y racional. MacLean sostuvo que había pocas conexiones entre cada uno de los tres cerebros, es decir, que emociones y sentimientos eran manejados por un cerebro y el intelecto por otro, lo que explicaba por qué nos cuesta tanto controlar nuestras emociones.

Por último, tenemos la separación entre procesos automáticos o inconscientes y procesos controlados o conscientes. Esta es una separación principalmente funcional. Aquí el elefante es todo ese conjunto de tareas que hacemos en cada momento sin darnos cuenta (respirar, pestañear) o sobre las que no tenemos control (reacciones viscerales, emociones, intuiciones y demás). El jinete es nuestra capacidad para pensar de forma lenta, deliberada y lógica, controlar nuestros impulsos y emociones, así como aprender del pasado y planificar el futuro.

La mente dividida a menudo se encuentra luchando consigo misma. Ya busquemos virtud, iluminación, sabiduría o felicidad, el hecho es que debemos conseguir que el jinete (razón) y el elefante (emoción) trabajen juntos. Por desgracia, todos sabemos de sobra con cuánta frecuencia jinete y elefante siguen direcciones opuestas. Para colmo, el jinete es diminuto en comparación con el elefante; la naturaleza nos ha hecho de tal forma que la parte emocional tiene un peso desproporcionado (si bien la proporción exacta varía de una persona a otra). Es por ello que el autocontrol es tan complicado.