miércoles, 16 de noviembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (III)

Lea la primera y segunda parte de esta serie de artículos.

Me fascina la capacidad que tiene el cerebro de hacerse daño a sí mismo y al resto del cuerpo. Cuando anticipamos un suceso desagradable los efectos negativos se producen ya en ese mismo momento, en el presente. Por otro lado, si se le da suficientes vueltas a un hecho doloroso del pasado el cerebro puede entrar en barrena. En principio cualquier persona puede ser víctima de sus propios pensamientos, si bien algunas tienen mejores defensas que otras.

Foto de Angelff
El pensamiento depresivo es irracional, circular y obsesivo. La comedia No sos vos, soy yo lo retrata muy bien. Después de dejarlo con su pareja el protagonista acaba logrando que su mejor amigo se duerma de aburrimiento en la noria tras contarle lo mismo día tras día. Curiosamente esa película me la recomendó mi mejor amigo cuando se estaba comportando exactamente así, debido también a los problemas que tenía con su novia.

El cerebro es un poco como un jardín Zen: cuanto más se traza la misma senda (más se veces se piensa o se hace algo) más profunda se vuelve (más automático y real de cara a uno mismo). También dentro del cerebro la electricidad sigue el camino de menor resistencia. En este caso es aquel cuyas conexiones neuronales están más fortalecidas. Este mecanismo nos permite aprender y automatizar conductas. Si eso ocurre con un hábito positivo como el ejercicio, genial. Pero también se puede automatizar el dolor. Así es cómo un recuerdo o un razonamiento se vuelve obsesivo.

La depresión se alimenta a sí misma. Al haberse convertido en principales los caminos que llevan a imaginaciones terribles de falta de valía y esperanza, la vida del sujeto se tiñe de negro. Todo es una mierda, nada vale la pena. Eso hace que la persona se sienta mal. Y cuando alguien se siente mal su cognición está sesgada (más de lo normal), orientada hacia lo malo. Los filtros de la percepción intelectual se polarizan para dejar paso únicamente a lo doloroso, aquello que confirma la visión oscura del mundo. Además, el mero hecho de centrarse en algo ya lo magnifica. En cierto modo cavamos nuestro propio pozo.

Puede ser difícil para los que rodean al enfermo entender cómo se puede ser tan... tan... bueno, tan idiota. Quien no está deprimido puede ver con claridad la irracionalidad de quien sufre. Un ejemplo claro es la dicotomía que se instala en la mente del deprimido. No todo es malo, no es que no haya ninguna esperanza, ni que uno no valga para nada. Casi parece evidente que esa forma de pensar no soporta un análisis empírico o racional. Darse cuenta de ello es uno de los objetivos de la psicoterapia.

Continuará

domingo, 13 de noviembre de 2011

Manual del empresario español

  • Sé mediocre. Puedes ganar mucho dinero ofreciendo servicios basura. La calidad está sobrevalorada y no es sinónimo de éxito; lo más importante es que lo que vendes sea barato. ¿Dónde come más gente, en El Bulli o en McDonald's? Cuando la gente necesita un repuesto electrónico ¿va a la tienda oficial del fabricante o se pasa por DealExtreme? No te preocupes por la competencia, ellos ofrecen la misma mierda. Quizá haya algún alma descarriada que haya leído Rework y se preocupe por la calidad. No importa. Al hacerlo bien están cavando su propia tumba, ya que esa política limita la cantidad de clientes que pueden asimilar. El Bulli nunca podría haber tenido tantas sucursales como McDonald's. Prepárate para hacerte con sus consumidores cuando esos idiotas bienintencionados cierren.

  • Oriéntate de espaldas al cliente. Los libros de gestión empresarial americanos insisten en cuidar al cliente. No seas bobo, eso no es necesario aquí. Trátalos como lo que son: dispensadores de dinero. ¿Acaso tú le preguntas al cajero qué tal está? ¿Te interesas por sus problemas? La satisfacción del cliente está sobrevalorada. El que no llora no mama: esa debe ser la regla que rija tu gestión de clientes. Solo hay que trabajar para el que más y más alto se queje. Haz lo justo para que deje de gimotear y pasa a lo siguiente. Un cliente que no berrea se debe tomar como un cliente satisfecho. No pasa nada porque alguno de ellos se harte y se vaya. Aún habrá muchos usuarios potenciales que no hayan oído hablar de ti, y muchos nuevos vendrán con el tiempo. La gente sobrevalora el poder del boca a boca. Esos estúpidos creen que pueden hundir una empresa con sus opiniones, pero nadie importante oirá sus quejas. La realidad es que no van a cambiar nada. 

  • Tus empleados son una infección. Quienes trabajan para ti solo te quieren por tu dinero. Trátales como lo que son: unas malditas putas interesadas. Parásitos. Debes reducir su número al mínimo imprescinbile para sacar algo de trabajo adelante. Cuando hayas llegado a ese número, redúcelo a la mitad o más. Todos trabajan menos de lo que son capaces en realidad. Busca hombres con cargas (hipotecas, hijos, etc) para poder exprimirlos al máximo, y huye de las mujeres cercanas a la treintena que aún no hayan sido madres, pues se aprovecharán de ti para que les financies su maternidad (las muy aprovechadas se tirarán meses cobrando sin trabajar). Solo contratan las empresas que se están hundiendo; es lo que se llama huir hacia delante.

  • Vende. Tu equipo no es como un ajedrez, donde hay varios tipos de piezas con distintas virtudes. Una empresa española es más bien como un tablero de damas. Solo necesitas un tipo de ficha: el comercial. Hazte con tantos como puedas teniendo en cuenta el punto anterior. Lo importante es encasquetarle tu servicio a alguien, sin importar cuánto haya que mentir. Para cuando se hayan dado cuenta del engaño ya habrás cobrado. De hecho, quizá nunca se den cuenta. Cuanto más grande sea tu cliente, más distancia habrá entre quien toma la decisión de compra y quien realmente usa tu servicio. Las quejas de los trabajadores de a pie serán convenientemente ignoradas.

  • Juega al golf. España es tierra de amiguetes, bares y prostíbulos. Aquí los clientes se ganan a base de copazos, y los grandes contratos se firman en campos de golf. En este país, un empresario que piense que puede ganarse el mercado a base de hacerlo bien es como un perro con sombrero. Es una imagen muy tierna, pero es una tontería.

  • Aplica el españolismo. Aprende de la historia. El fordismo fracasó porque durante una crisis las empresas se comen con patatas sus excedentes. Para evitar ese problema se pasó al toyotismo, al justo-a-tiempo. A Toyota no le va mal, pero a ti te puede ir mejor si aprendes la lección subyacente: cuanto más tarde mejor. Vender pronto, entregar muy tarde. No empieces a dar servicio hasta que el cliente te lo haya reclamado varias veces. Hay quien no se preocupa de lo que ha comprado. ¿Por qué te vas a preocupar tú? Lo importante es cobrar.

  • A la saca. Si montas una empresa es para ganar dinero. Vende a un precio desorbitado y paga lo mínimo posible a tus esclavos. Recuerda que tú te quedas con la diferencia. Aprovéchate de cualquier trampa financiera (legal o no) de la que puedas rascar algo de pasta. 

  • Insiste. Quizá no tengas éxito a la primera con esta receta. Al fin y al cabo, se puede fallar hasta un penalti. No pasa nada: echa a todo el mundo, cierra y vuelve a intentarlo. Si lo has hecho bien incluso la bancarrota te saldrá rentable. Pero antes de echar el cierre intenta venderle tu empresa a algún inocente. Un tonto puede encontrar a otro más tonto que le compre.

domingo, 6 de noviembre de 2011

You’ll never walk alone... or will you?

Una amiga escribía en Facebook:
«Cuando más necesitas a las personas es cuando te das cuenta de lo solo que estás. La gente está demasiado ocupada con sus propias vidas como para preocuparse de la de los demás.»
Foto de Jonath
He oído esa queja a menudo. Yo mismo pensaba que somos incapaces de oír un grito de auxilio aunque nos lo peguen directamente en la oreja. Reconozco ahora que no es justo pensar así. ¿Has probado a pedir ayuda explícitamente? Hazlo. Al parecer subestimamos la disposición de los demás a apoyarnos.

Hay quien piensa que un amigo es alguien capaz de darse cuenta él solo de que estás mal y de auxiliarte en ese caso. Pero nadie es adivino ni telépata, y nuestras teorías personales sobre cómo actúan los amigos no tienen por qué ser compartidas por los demás. Es posible que tengas cerca a alguien dispuesto a echarte una mano pero que solo intervendrá si se lo pides, porque no quiere entrometerse. A veces las personas de tu alrededor optan por mantener la distancia porque piensan que es lo mejor para ti.

En ocasiones lo que ocurre en realidad es que no recibimos el tipo de ayuda que queremos, o de la forma o de la persona que nos gustaría. No por ello podemos tachar a todo el mundo de egoísta o falto de empatía. Puede que estemos ignorando los esfuerzos de quienes realmente se preocupan por nosotros y siempre han estado allí, como (en mi caso) los padres. Obviarlos tal vez equivalga a despreciarlos.

Quizá se trate de un caso de ver  la viga en el ojo ajeno. Cuando tú te sientes bien ¿te preocupas por los demás? ¿Y si esa gente no te hace caso ahora porque también está sufriendo y te necesita? En lugar de quedarnos cada uno en una habitación aderezando la soledad propia con lágrimas ¿no sería mejor ayudarnos mutuamente?

Pero el error más grande aquí es, bajo mi punto de vista, asumir que los demás están ahí para nosotros. No es así. Cada persona es un fin en sí mismo, no un bote de bálsamo para nuestras emociones. No creo que podamos «acusar» a alguien de vivir su vida. Sí, pienso que todos deberíamos ayudar a los demás porque es lo moralmente correcto, pero es una de esas cosas que deben salir de dentro de cada uno. Dudo que podamos pedir a nuestra gente que rinda cuentas por un comportamiento que no se ajusta a lo que consideramos como bueno.

Suelo decir que cada uno se amarga la vida como quiere. Regodearse con pensamientos distorsionados como los que abren este artículo son estupendos para ello. ¿Por qué dejar que la realidad nos estropee un buen drama?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Yo, mi yo y mi iPhone

«La felicidad es un estado mental». Cuántas veces habremos oído esta expresión, proveniente del Budismo, con la que siempre hay alguien que contesta algo como «bueno, si me tocase la quiniela yo también sería feliz». No es mi intención discutir aquí si el dinero da o no la felicidad, que por todos es sabido que no (aunque ayude ^_^), sino de lo que realmente es necesario para ser feliz.

Una cosa está clara, la felicidad hay que trabajarla. El problema de las sociedades modernas está en que nos imponen necesidades y exigencias que nos hacen luchar durante toda nuestra vida para alcanzar una meta inexistente, creyendo que una vez allí seremos felices, pero que cuando parece que hemos llegado, empieza una nueva carrera. Todo esto se puede extrapolar a estudios, carrera profesional, popularidad, familia, etc. Desde luego si una cosa ha sabido hacer Steve Jobs, ha sido la de crear nuevas necesidades. Por supuesto ha innovado y seguramente mejorado nuestro día a día, pero sobre todo ha convertido sus productos en una meta más en la vida para todo su ejército de seguidores.

Imagen de Edwin Dalorzo
Esto no quiere decir que el Sr. Jobs sea el responsable de nuestra infelicidad, el responsable de eso es más bien nuestro egocentrismo (que no egoísmo). Todo esto hace que me venga a la cabeza otra frase típica de madre: «no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita». Pero ¿cómo podemos necesitar menos sin llegar a convertirnos en un ermitaño?.

Volviendo al Budismo, la felicidad estaría en nuestra mente, de tal forma que todas nuestras respuestas a las situaciones estarían condicionadas por el estado mental que poseamos en dicho momento. Un ejemplo sencillo podría ser que si alguien te hace una pregunta justo en el momento de mayor obcecación con un problema al que no encuentras solución, es más probable que sueltes una bordería a que si justo la hiciera en el momento posterior a la resolución del mismo.

La idea sería evitar el enfado en lo posible, con uno mismo o con otros. Eso, por supuesto, es muy fácil decirlo, pero no tan fácil conseguirlo, y más cuando nuestras experiencias pasadas van aumentando nuestro ego y condicionando nuestro futuro.

El origen del ego (el «yo») es la historia que hemos creado inconscientemente para justificar nuestra manera de ser. Ya Piaget nos habla de la etapa infantil centrada en el yo, y aunque a partir de los 6 años salgamos de ella, no nos llegará a abandonar nunca. Al fin y al cabo, es un mecanismo de defensa.

El problema de esto es, como decimos, cuando condicionamos nuestro futuro a nuestro pasado. Se puede haber tenido un pasado horrible, pero es probable que en muchas ocasiones, cuando miramos a lo ocurrido exactamente, descubramos que realmente no han existido esos fantasmas que tan firmemente hemos pensado que condicionaban nuestro presente y nuestra forma de ser.

En cualquier caso, el ego, entendido como las vivencias que han conformado nuestra personalidad, ha de ser una herramienta que nos ayude a avanzar en la consecución de cualesquiera sean nuestros objetivos, pero no podemos cerrarnos en él o si no siempre caminaremos ciegos.
«Aprende a tener tu boca cerrada y comprenderás que has hablado demasiado.» Chen Meikung (s.XVI, China)

domingo, 30 de octubre de 2011

No eres tan valioso

Lo que estaba oyendo me subía la tensión arterial:
«Hay que poner en la portada el tratamiento, don y doña. Como son altos cargos son muy tiquismiquis con eso».
Por aquel entonces estaba empleado en una organización con una jerarquía vertical casi militar, en la que los subordinados deben lamerle el culo a sus superiores hasta dejárselo sin un solo pelito. Sus órdenes se acatan sin más, pueden saltarse las políticas de la organización cuando les venga en gana y pobre de aquel que ose hacerles un feo. Los altos cargos allí están prácticamente endiosados.

Durante un tiempo vi cada día a aquellos tontos del haba alborotados, removiendo cielo y tierra porque la conexión a Internet le iba lenta al señorito, y me acordaba de lo que contaba Atul Gawande sobre su experiencia en la India como médico de la OMS:
«El plan [...] consistía en [...] enviar a los trabajadores de puerta en puerta hasta vacunar a 4,2 millones de niños. En tres días. [...] En toda la India, una nación con mil millones de habitantes, la OMS emplea a doscientos cincuenta médicos para que se encarguen del seguimiento de la poliomelitis. [...] recorrí Karnataka en compañía de Pankaj Bhatnagar, pediatra de la OMS cuyo trabajo consistía en comprobar que la operación [de vacunación contra la poliomelitis en la India] se ejecutaba correctamente. [...] Teníamos un Toyota de alquiler de tracción integral y un chófer [...] que esperó hasta que llevábamos una hora conduciendo por una carretera llena de baches para decirnos que se había agotado la batería. Cada vez que se apagara el motor, nos dijo, tendríamos que ayudar a arrancar el coche a empujones.»
Si tengo que llamar don a alguien será a Pankaj, y no a un tipo cuyo único cometido es transportar folios de reunión en reunión.

Tengo la impresión de que en el sector en el que trabajo, el de la seguridad IT, hay demasiada gente encantada de haberse conocido, enamorada de su propia voz. Son granos de egocentrismo formando una playa de narcisismo. Verlos reunidos es como mirar una jaula de monos -de esos con el culo pelado- que solo se sueltan el rabo para asegurarse de que el suyo es más grande que el de al lado.

La humildad no se estila mucho en Occidente, al parecer. Para Aristóteles equivalía a ser un pusilánime, por lo que se consideraba un defecto de la personalidad. Por contra, Confucio pensaba que la humildad era una característica propia de la virtud. Según la psicología actual nos vemos a nosotros mismos mejor de lo que somos, siempre por encima de la media (por ejemplo, en lo que a conducir se refiere). Dado que parecemos estar hechos para la soberbia creo que no nos viene mal que nos bajen los humos.

Eso no es muy difícil. ¿Eres director general? Me pregunto si has ascendido por lo bien que haces tu trabajo o solo porque llevas mil años en la empresa. Tal vez eres un trepa o un maquiavélico. ¿Que es porque eres muy bueno en tu trabajo? Somos ya 7.000 millones de personas, así que probablemente haya (mucha) gente mejor que tú. Incluso en lo más alto de la escala el número uno no siempre está claro. ¿Fue mejor Newton o Einstein? ¿Pelé o Di Stéfano? Pero supongamos que de verdad eres el hacker número uno. Mientras tú estás sentado calentito y a salvo en tu oficina Pankaj recorre como puede la India para salvar vidas. ¿Es lo que tú haces igual de significativo?

La profesión es solo una de las muchas facetas de la vida. Quizá seas Steve Jobs y hayas transformado el mundo, mejorándolo. Bueno, amigo Steve, hay muchas piezas más en el puzzle. ¿Eres justo? ¿Repartes el dinero que realmente te sobra entre los que lo necesitan más que tú? ¿Puedes controlar tus impulsos o te dejas llevar por tus apetencias o emociones? ¿Eres veraz? ¿Participas en la política? ¿Eres vegetariano? ¿Haces felices a todos los demás? ¿Eres perfecto? ¿Ayudas a los demás a serlo?

Mientras escribía esta diatriba me ha venido a la cabeza de forma recurrente la imagen de una persona en concreto, alguien que lleva una camiseta en la que pone «Fuck Google. Ask me!». Socio, deja de lamerte el cipote con esos sonoros lametazos. En realidad tú, yo y todos somos una nadería:
«Cierto que muchos hombres se tienen a sí mismos por necesarios, pero se engañan. Podrían muy bien no ser, y, probablemente, sin gran daño para el universo.»

miércoles, 26 de octubre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (II)

Lea la introducción de esta serie de artículos.

Creo que la mejor descripción de lo que se siente al estar deprimido la leí en un libro sobre el Tarot Rider-Waite en la página correspondiente al tres de espadas:
«La escena del arcano habla por sí misma. Un corazón bajo un cielo plomizo y lluvioso se encuentra traspasado por tres agudas espadas. Es el dolor en sus fases de sufrimiento físico, psíquico y moral, donde la persona se encuentra sola padeciendo sus males, con el corazón roto por la angustia y sin percibir ninguna luz, ninguna esperanza, ningún alivio entre problemas y hechos concretos que en verdad justifican su dolor.»

Las siguientes palabras están sacadas del diario de una persona deprimida:
«Siento que me voy al hoyo. Han vuelto la aflicción, el run-rún de fondo, el cansancio, la soledad... y se ha ido la fuerza para luchar contra todo eso. He pasado prácticamente todo el día con ganas de llorar. Me gustaría aguantarme sin más pero me duele.  [...] En el día a día, me decepciono continuamente. De forma global, está claro que hasta ahora he desperdiciado la vida.
[...] Cuando intentas superar un límite una y otra vez, y chocas con el muro una y otra vez, no se trata de una limitación autoimpuesta; se trata de la realidad. Hay veces que realmente no se puede. [...] Siento que no puedo cambiar, que es inútil intentarlo, que da igual cuánto trabaje, que nada da resultado. [...] Me siento mal por sentirme mal, por no poder controlarlo, por no poder dejar de llorar cuando hay tanta gente con problemas de verdad, por ser incapaz de hacer lo que se supone que tengo que hacer, por estar atrapado en mis pensamientos circulares..»
Y sigue así la cosa. Como dice el psiquiatra Enrique Rojas:
«La verdadera depresión es un estado de hundimiento terrible que cualitativa y cuantitativamente es mucho mayor que cualquier decaimiento producido por los avatares de la vida. El sufrimiento de la depresión puede llegar a ser tan profundo que solo se vea como salida de ese túnel el suicidio.»*
No hablamos, por tanto, del sentimiento de tristeza normal consecuencia de algo negativo que ha sucedido, ni tampoco del causado por drogas u otras sustancias. Se trata de una tristeza anómala, una congoja incapacitante, monopolizadora, mezclada con desesperación y envuelta en desánimo; una especie de tumor del ánimo que engulle a la persona. Es como vivir en un pozo profundo y estrecho, frío, húmedo, oscuro. El sufrimiento dura semanas, meses o incluso años, sin apenas periodos de alivio.

Uno puede deprimirse por buenas razones. Por ejemplo, porque sí. Las depresiones endógenas son las debidas a factores bioquímicos, y pueden ser causadas por sustancias, cambios físicos en el cerebro (trauma, cirugía) o herencia. A veces, las personas con este tipo de depresión no encuentran una justificación para su malestar, y acaban atribuyéndolo a causas a su entender razonables, pero que pueden ser auténticas bobadas para cualquier otro (de un grano de arena hacen una montaña desde la que se tiran al vaso de agua donde se ahogan).

También podemos deprimirnos por factores externos. En ocasiones una persona reacciona anormalmente a una vivencia (por ejemplo, un divorcio o la pérdida de un empleo) o procesa de forma anómala su día a día (ve solo lo malo, lo magnifica y queda atrapado en su propio cuento de terror). El enfermo deja entonces de poder ejercer su rol normal al producirse deterioro social, laboral o familiar.

Son síntomas de depresión el insomnio, la irritabilidad, el cansancio, la falta de energía y la fatiga, el aumento o pérdida de peso, la dificultad para concentrarse, los pensamientos recurrentes de suicidio, la incapacidad para disfrutar de nada, la pérdida de interés en actividades que antes eran placenteras... la lista es bastante larga. De todos ellos, los que más me llaman la atención personalmente son los cognitivos. Aaron Beck describió la tríada cognitiva de la depresión: visión negativa del yo, del entorno y del futuro. En otras palabras: yo soy malo, el mundo es malo, no hay esperanza. O, si se prefiere en inglés, «hopelessness, helplessness, and worthlessness».

Continuará


* Los sujetos con trastorno depresivo mayor que mueren por suicidio llegan al 15% (Pichot, Aliño & Miyar, 1995).

domingo, 23 de octubre de 2011

Mira el lado malo

«¡Qué manía tienes de verlo todo tan positivo!», le espetaba el otro día Ino a su compañero Josué. Según a cuál de los dos le preguntara, el proyecto iba viento en popa o estaba hundiéndose cual Titanic. Mientras que Josué es de los que piensa que el primer paso para solucionar un problema no es reconocerlo, sino negar que haya problema alguno, Ino es capaz de centrarse en la más diminuta mácula y magnificarla hasta ocultar el sol.

Foto de kalyan02
Me pregunto qué se sentirá siendo optimista como Josué, mirando el futuro con esperanza, libre de riesgos, confiando en que todo saldrá bien. Como ya dije, yo me identifico más con las palabras de A. J. Jacobs:
«I see the glass as half empty and the water as teeming with microbes and the rim as smudged and the liquid as evaporating quickly»
Cuando se es así, creo que es importante tomar dicho sentimiento de forma constructiva. El miedo a que algo salga mal puede paralizarnos; ver solo lo malo del mundo acaba por deprimirnos. Pero detectar los problemas es el primer paso para resolverlos, y el desasosiego que nos produce aquello que vemos que está mal quizá nos haga trabajar con más ahínco en la solución. La cuestión es pasar de pensar «todo esto es mierda todo» a pensar «esto es mierda ¿cómo puedo arreglarlo?». El cinturón de seguridad de los coches podría ser un ejemplo. Un pesimista asume que los accidentes ocurren, a veces con consecuencias trágicas. Pero en lugar de renunciar a conducir inventa uno modo de protegerse. Se trataría, pues, de una especie de pesimismo no desesperanzado, según el cual no se asume que todo es inútil y va a salir mal, sino que se tiene en cuenta que algunas cosas quizá salgan mal, y se busca la forma de minimizar el riesgo y avanzar mejorando lo existente.

El pesimista nos recuerda dos lecciones muy importantes. Una es que pueden ocurrirnos cosas realmente malas -como la muerte-, algo que olvidamos a menudo. La otra es que en lugar de gastar nuestra energía en «chuparnos las pollas» por nuestros éxitos, debemos conducirla hacia lo que está mal, pues es eso lo que hay que arreglar. Es nuestra obligación.

miércoles, 19 de octubre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (I)

«Paciente de 26 años que acude a urgencias por intento de venolisis. Tras conflicitva laboral afirma sentirse desbordada pero que al final se ha arrepentido y ha buscado ayuda.
Escala de Glasgow 15 de 15. FC 56 ppm. Tensión 12/7. Pupilas isocóricas. Abdomen anodino. Laceraciones en cara anterior muñeca izquierda. Negativo para alcohol y drogas. Discurso fluido, coherente, victimista. Hablo con la madre y decide llevársela a vivir con ella de nuevo. Le señalo la importancia de tener un ambiente tranquilo y la inconveniencia de evitar estresores a largo plazo. Se recomienda psicoterapia.
Diagnóstico: parasuicidio.»
Escrito en el típico lenguaje aséptico y deshumanizado de urgencias, el informe de alta contaba de qué manera la desesperada Molly -no es su verdadero nombre- había hecho como que se cortaba las venas. Una forma dramática de pedir auxilio.

Comienza aquí una serie de textos en los que compartiré mis experiencias con eso llamado depresión. Vaya por delante que no tengo ningún tipo de formación psiquiátrica; mi intención es únicamente plasmar aquello que he sentido, oído y leído sobre el tema. Quién sabe, puede que ayude a alguien. Tengo la impresión de que el fondo del pozo anímico anda superpoblado últimamente.

Dado lo triste del asunto y lo poco interesante que pueda resultarle a algunos lectores, publicaré los artículos de esta serie entre semana manteniendo los escritos dominicales para otros temas.

Continuará.

sábado, 15 de octubre de 2011

Eternos aprendices

Supongo que llegará el día en el que finalmente cancelen Los Simpson. Es posible que en España ese hecho pase desapercibido, habida cuenta de las sempiternas emisiones de sus capítulos en Antena 3 (y ahora también Neox). Estoy convencido de que el día del Juicio Final se podrá oír de fondo la canción que abre cada capítulo.

Me sentí un poco identificado con Lisa cuando, en el episodio EABF11 (Perdonad Si Añoro El Cielo, S16E14), un director de documentales se mete con ella por la diversidad de sus intereses:
«- Lisa: Entre mis aficiones están la música, la ciencia, la justicia, los animales, la moral, los sentimientos...
- Director: O sea que te consideras una intelectual tipo buffet que picotea y picotea para llegar a ser una simple directora de biblioteca a los 38 años. [...] Lisa, me temo que eres una diletante. Elige un camino y síguelo.»
Imagen de teamstickergiant
Precisamente esa mañana había estado hablando con Invisible Kid sobre lo que implica querer aprender varias cosas muy distintas. Él se quejaba de que «al final, no eres un crack en nada». Su frase encierra ese lamento expresado por el refrán «aprendiz de todo, maestro de nada», que suele usarse en sentido peyorativo.

Ya he comentado el problema que supone actualmente la cantidad de conocimiento acumulado. Si quieres destacar, es necesario ser un especialista dentro de una especialidad, y cada vez hay más distancia entre las especialidades. Parece difícil poder completar las conocidas 10.000 horas necesarias para alcanzar la maestría en más de una cosa.

Como Lisa, a mí también me gusta picotear intelectualmente. Si pudiera pedirle un deseo al genio de la lámpara, sin duda sería el poder saberlo todo:
«[T]here’s an African folktale I think is relevant here. Once upon a time, there’s this tortoise who steals a gourd that contains all the knowledge of the world. He hangs it around his neck. When he comes to a tree trunk lying across road, he can’t climb over it because the gourd is in his way. He’s in such a hurry to get home, he smashes the gourd. And ever since, wisdom has been scattered across the world in tiny pieces. So, I want to try to gather all that wisdom and put it together.»
Desde mi punto de vista, ser aprendiz de todo tiene muchas ventajas. Es cierto que, a veces, no saber nada de algo es mejor que tener un conocimiento incompleto. Y sí, puede que diluyendo tu esfuerzo no pases de mediocre:
«One should waste as little effort as possible on improving areas of low competence. It takes far more energy and work to improve from incompetence to mediocrity than it takes to improve from first-rate to excellence.»
Pero, por muy bien que se te dé algo, es probable que haya un montón de personas que sean mejores que tú. Ser un experto no es ninguna panacea. Uno puede desperdiciar el propio talento siguiendo un camino improductivo, como la videncia o la homeopatía (Newton dedicó gran cantidad de tiempo al estudio de la Biblia y de la alquimia). Si tu trabajo pasa de moda, estás jodido. Es arriesgado jugárselo todo a una carta. Personalmente, no quiero ser uno de los que queman telares porque lo único que saben hacer es hilar manualmente el algodón.

Una de las ventajas más importantes que tiene la amplitud de intereses es poder enfocar los problemas con perspectivas muy diferentes. En ocasiones el error humano se debe a la aplicación de un remedio conocido a una situación no porque sea el adecuado, sino porque es la única forma de actuar que conocemos. Cuando uno solo tiene un martillo, todos los problemas le parecen clavos.

Y luego está el cerebro. Creo que muchos tratan a dicho órgano como tratan a sus móviles: tienen un cacharro capaz de hacer cantidad de cosas, con un montón de funciones, pero al final solo usan unas pocas, siempre las mismas. Cuanto más aprendemos más neuronas se activan y más conexiones entre ellas se establecen. Eso retrasa el envejecimiento mental y nos mantiene cognitivamente en forma. Cuida tu cerebro y tu cerebro cuidará de ti.

martes, 11 de octubre de 2011

Runnin' wild

Cuando somos pequeños, nuestros padres nos compran coches a los niños y muñecas a las niñas. Desde el principio hay una clara línea que nos diferencia, biológica y sobre todo, social.

Eso en principio nos la trae un poco al pairo, solamente cuando empiezan las hormonas a hacer de las suyas es cuando se redescubre a ese ser que hasta entonces era un mero “ocupante” de espacio en el patio del colegio. Desde ese momento tu vida no volverá a ser la misma.

Imagen de mando2003us
Está claro que no somos iguales. En inteligencia, aunque existan pocas diferencias, en general las mujeres son algo más listas y tienen una mayor capacidad verbal, cosa que creo todos teníamos claro. Así mismo, los hombres puntúan más alto en “rotación mental”. Vamos, que conducimos mejor (ni siquiera todos) y poco más.

De esta forma llegamos a la adolescencia, en la que nos pasamos los días altamente agilipollados por casi cualquier persona del otro sexo que se cruce en nuestro camino. Los chicos detrás de las chicas para que les hagan caso, las chicas pasando de los chicos para que les hagan caso. Aunque las estrategias sean opuestas, al final acaban funcionando y mostrándonos, antes o después, que estábamos equivocados. Y vuelta a empezar.

Ahí es cuando empezamos a darnos cuenta de las otras diferencias existentes entre nosotros, las de personalidad. Del meta-análisis de Feingold se desprende que las mujeres, en general, puntúan más alto en extraversión, ansiedad, seguridad y sensibilidad. Sobre todo esta última. Sin embargo, nosotros ganamos en autoestima y asertividad. Vamos, que somos unos egoístas inmutables y que estamos en este mundo porque tiene que haber de todo xD

El caso es que de una forma u otra, nos cuesta horrores encajar. Desde que empieza la adolescencia hasta que consigues cierta complicidad, confianza y estabilidad con una pareja, pueden pasar años, e incluso puede no llegar a darse nunca. ¿Hay algún problema en ello? Ninguno. El problema está en nuestras expectativas sociales y presiones autoimpuestas (La de tener hijos ya ha quedado desplazada puesto que la ciencia nos ha proporcionado nuevos medios).

Como bien ha dicho en anteriores post mi amigo Silvio, la evolución nos delata y aún nos quedan demasiados rasgos animales que no podemos controlar. Solamente la diferencia entre el vínculo emocional que sienten hombres y mujeres entre ellos ya es suficiente para que la mayoría (si no todas) de nuestras relaciones estén avocadas al fracaso. Puede que unos se den cuenta antes, puede que otros después; puede que otros no se quieran dar cuenta y puede que finalmente algunas consigan su propósito inicial. Pero la mayoría tienen un tiempo límite, el que marcan nuestras hormonas, también conocidas como amor.

Quizá la forma de conseguir mejorar esto sea desde la base: la educación y sociedad. Que es lo único que podemos cambiar, ya que el resto nos viene impuesto. Una mayor información sobre nuestras diferencias innatas puede reducirlas en un futuro en todos los ámbitos, a base de una mayor empatía para con el otro.

¿Podemos reducir las diferencias y discriminaciones existentes entre géneros? Por supuesto. Seremos diferentes en algunos aspectos, pero ambos somos humanos con capacidades extraordinarias. ¿Podemos llegar a ser felices en pareja? Es posible, pero si no lo somos no hay que volverse loco. Al ser humano le falta mucho por evolucionar. Hasta entonces, muchos de nosotros seguiremos corriendo salvajes y libres como mis amigos Airbourne.

domingo, 9 de octubre de 2011

Guapa

Suena el teléfono. Contesta mi hermana. «¿Sí?... Ah, ¡hola guapa!». Es una amiga suya. Charlan un rato y se despiden: «Adiós, guapa».

Entro en Facebook. Hay fotos nuevas de mis amigas. El comentario más repetido de chica a chica es el de guapa, con miles de variantes enfáticas -montones de aes, mayúsculas y signos de exclamación-.

Foto de The Bode
¿Por qué? ¿Por qué mujeres heterosexuales se llaman guapas unas a otras? Cuando se lo pregunté a mi hermana me dijo que era igual que cuando los chicos nos saludamos con un «hola, cabrón». Sin embargo, no veo a los chicos poniendo eso en los comentarios de las fotos, si bien entre los hombres heterosexuales de mi entorno es habitual tildarnos de gay entre nosotros. ¿Por qué haremos eso?

A todos nos gustan que nos digan guapos, creo, aunque luego cada uno se lo tome de distinta manera (hay quien se llena de orgullo, quien no se lo cree y quien se sonroja). Pero la belleza nos viene dada. No puedes trabajar para ser más guapo -aunque sí para estarlo, un matiz sutil pero diferenciador-. Decirle a alguien «qué guapo eres» es como decirle «qué alto eres». Desde mi punto de vista, no tiene mucho sentido. Es un atributo caído del cielo, no algo conseguido voluntariamente con esfuerzo. Lo veo vacío de significado.

Algunos viven de ser un deleite para la vista. Cualquiera que haya ido a un congreso, feria o exposición habrá visto azafatas bien parecidas y ayunas de ropa repartiendo folletos, muestras o, simplemente, de florero. Da igual el tema de la feria. Si es tecnológica, como el SIMO, habrá azafatas. Si es de coches, como la feria del automóvil, habrá azafatas. Si es de fitness, como el Arnold Classic, habrá azafatas. La única diferencia parece ser la cantidad de piel expuesta al público por las susodichas (de menor a mayor en las tres que he mencionado).

Ayer estuve en la última cita a la que me he referido, el Arnold Classic. Como era de esperar había una legión de beldades cosificadas: chicas jóvenes libres de grasa pero con senos de tamaño cantalupo, prácticamente desnudas, haciendo nada. Me fijé en una gogó, conocida de uno de mis acompañantes. Pagada de sí misma, parecía estar encantada con la atención recibida de los asistentes. Yo me preguntaba si algún día se vería afectada por la vacuidad de su trabajo. Al fin y al cabo, aquello no dejaba de ser un zoo con humanos.

Una persona que se gana la vida con su cara bonita me recuerda a los países que viven del petróleo: simplemente explotan lo que la suerte les ha dado. Si no trabajan en desarrollar otras cualidades, cuando su recurso más preciado se acabe se verán en apuros. A largo plazo todos acabamos siendo viejos y feos. La belleza no puede aprovecharse del efecto bola de nieve. La sabiduría, por otra parte, sí puede cultivarse y acumularse toda la vida, incluso de forma exponencial.
Además, con la edad el significado y el propósito de la propia vida ganan importancia. Dudo que «poner cachondo al personal» sea un respuesta satisfactoria a la pregunta «¿qué he hecho con mi vida?».

Claro que qué voy a decir yo, si soy más feo que Picio.

sábado, 1 de octubre de 2011

Kindergarten

He llegado a esa época de la vida que George Michael cantaba en Fastlove:

«My friends got their ladies
They’re all having babies»

Foto de TedsBlog
Pocos son los hijuelos que me quedan por conocer. La mayoría de ellos están en las primeras etapas de la vida, cuando son suaves, emiten ruidos graciosos y dan ganas de comerse sus mofletes. También hay algunos que ya hablan y andan, agotando a sus padres con toda la atención que requieren.

Dentro del casi infinito vector de decisiones que mis amigos tendrán que tomar para con su descendencia, está el elegir cómo educar moralmente a sus cachorros. Habrán de optar entre intentar transmitir a sus retoños sus propios valores, o bien dotar al niño de lo necesario para que, con el tiempo y de forma autónoma, éste llegue a su propia concepción de la vida buena. Sé que algunos se decantarán por el primer caso, y sospecho que intentarán  llevar a su hijo por un camino muy estrecho en lo relativo a la mejor manera de vivir. Otros ya me han dicho que no tratarán de imponer sus creencias, y dejarán al vástago elegir.

Tratar de inculcarle a tu prole tu modo de vivir podría ser peliagudo. Puede que no estés respetando su libertad de elección. O puede ser que estés equivocado. Por ejemplo, si yo tuviera un hijo, quizá -solo quizá- procuraría enseñarle que no fuera nada más que a lo suyo, sino que se preocupara por los demás. Creo que todos tenemos obligaciones y deudas con todos:
«El modelo individualista del [...] rudo y aventurero, tan bien personificado por el presidente Bush con sus botas de cowboy y su andar arrogante, representa un mundo en el cual somos responsables de nuestros propios éxitos o fracasos y nos embolsamos el premio de nuestros esfuerzos. Pero [...] este modelo es un mito. "Un hombre no es una isla". Lo que hacemos tiene importantes efectos sobre los demás; y si somos lo que somos es gracias, al menos en parte, a los esfuerzos de los demás.»
Pero ¿cómo enseñar a tu nene una lección que, llevada a la práctica, igual le perjudica? Porque si lo que se estila en la comunidad en la que vive es el «cada cual para sí», ¿no se arriesga a acabar siendo un pringado del que todo el mundo se aproveche? Hoy por hoy, las reglas del juego no parecen premiar la empatía ni la virtud (lo que me ha sido recordado esta semana de forma dolorosa). Sin embargo ¿no deberían transmitirse valores así en cualquier caso?

Por fortuna -y por el bien del planeta-, es muy improbable que yo llegue a reproducirme, así que no tendré que vérmelas con este marrón. A aquellos que sí van a afrontar esta cuita quizá les interese saber que, en el fondo, su decisión tal vez no importe en absoluto. «No es tanto una cuestión de qué se hace como padre», -escriben Levitt y Dubner- «sino de quién se es».

domingo, 25 de septiembre de 2011

Miserias y esplendores del trabajo

A los veinte años hube de decidir si seguía estudiando fisioterapia o si cambiaba y me dedicaba a las tecnologías de la información. Desde pequeñito había querido ser masajista. El cuerpo humano me fascinaba y el deporte me encantaba. Había oído decir a un maestro de artes marciales «aprende a curar a los demás y serás noble». Sentía que la fisioterapia era lo mío.

Foto de Sean MacEntee
Pero durante la carrera mi tío me regaló uno de sus ordenadores para poder hacer los deberes de la asignatura de informática. Cogí aquel cacharro con gusto. Empecé a dedicarle cada vez más tiempo. Trastear con él y navegar por Internet se convirtió en mi forma favorita de pasar el tiempo.

Ya había estudiado dos años de la diplomatura. ¿Iba a «tirarlos» para empezar una carrera en algo totalmente distinto? Eso suponía gastar al menos dos años más en formarme. Además, temía que si hacía de mi hobby mi modo de vida, la informática dejara de gustarme.

Al final cambié de rumbo. Lo hice porque una persona muy respetada para mí me dijo «debes hacer lo que te apetezca en este momento». No hablaba en general, sino del trabajo. Su mensaje no era que me condujera hedónicamente por la vida, sino que debemos trabajar en lo que nos gusta. Cada día veo cuánta razón tenía, el muy cabrón.

Cuando amas tu trabajo disfrutas de tu fase de aprendizaje. Le dedicas todo el tiempo que puedes por el gustito que te da. Y, cuando finalmente encuentras empleo, te permite llevar mejor las miserias del mundo laboral: desplazamientos, horario, sueldo, sobrecarga, estresores de rol, dificultades en las relaciones laborales, dislates de la organización empresarial, etc. Además, son muchas las horas que trabajamos como para desperdiciarlas sin encontrar ninguna satisfacción, recompensa o sensación de realización en ellas.

Soy consciente de que he sido muy afortunado. Al contrario que mis padres -y otros muchos como ellos-, yo pude formarme cuanto quise, y elegir en qué -incluso pude cambiar cuando deseé hacerlo-. No tuve que empezar a trabajar en la adolescencia para alimentar a la familia. No he tenido que aferrarme a lo primero que salía. Los empleos de ayudante, camarero y mozo de almacén quedaron atrás como una forma de sacar algo de dinero en verano, y nada más.

Mi padre ha sido camarero toda su vida. Mi madre entró en el banco porque, en su momento, era un empleo con un buen sueldo y un horario estupendo. Ninguno de los dos disfruta de su ocupación. Curiosamente, ambos tienen hermanos que, aunque compartían sus circunstancias, tomaron caminos distintos. El hermano de mi madre se pagó a sí mismo la universidad y montó su propio negocio, al que es poco menos que adicto. Por su parte, el hermano de mi padre renunció a los vinitos después de picar piedra en la cantera para estudiar ciencias de la salud. Desde hace años trabaja en un autobús de donación de sangre, y está encantado. Veo a mis padres y veo a mis tíos, y me pregunto cuánto habrá influido el trabajo en la diferencia de satisfacción vital que manifiestan.

Esta semana nos ha dejado un compañero que entró en la empresa porque no encontraba nada de la disciplina en la que se había licenciado. Tras un año aguantando de mala manera su vaso se colmó y empezó a buscar de nuevo. Finalmente, ha encontrado un puesto en lo que realmente le interesa. Mucho mejor así. Como dice Ken Robinson «encontrar tu pasión lo cambia todo».

domingo, 18 de septiembre de 2011

Costumbrismo

Luis Piedrahita interpretó un fantástico monólogo sobre los juguetes de playa en el que se refiere a las madres como seres todopoderosos definidos por sus frases características. Una de tales frases -no mencionada en el monólogo- incluso tiene su calco en el idioma inglés. Dicha frase era el argumento definitivo con el que la autora de nuestros días quería hacernos reflexionar y evitar un comportamiento borreguil. Podía usarla con múltiples fines: afear nuestra conducta, prohibirnos una fiesta, o negarnos la compra de algún objeto codiciado. Hablo de ese «meme» en forma de pregunta retórica, ejemplo de reducción al absurdo, que nuestras progenitoras formulaban tal que así:
«Y si todos tus amigos se tiran por un puente ¿tú también te tiras?»
Había montones de respuestas posibles, ninguna de las cuales conseguía hacer cambiar de opinión a mamá -era, pues, el momento de probar con papá-.

Existen buenas razones que justifican el «donde fueres, haz lo que vieres». Gracias a los comportamientos imitativos y automáticos podemos desenvolvernos necesitando menos energía psíquica, y tomar decisiones rápidas. También puede ayudarnos a integrarnos en el grupo, sacar partido del conocimiento acumulado y la experiencia del mismo o, si algo sale mal, evitar que te linchen, al haber hecho lo que cualquiera habría hecho en tu lugar.

Si bien lo más probable es que en la mente de nuestras madres solo estuviera presente el protegernos o el poder ahorrarse unos duros en esas cosas «que todos mis amigos tienen», lo cierto es que su pregunta pone de relieve el peligro de actuar acríticamente.  A lo largo de la vida acumulamos modos de acción que tienen un coste asociado en forma de límites aprendidos. Límites, además, de los que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Hay una fábula al respecto:
«Un día una mujer iba a cocinar un trozo de carne. Antes de ponerlo en la cazuela, cortó una pequeña rodaja. Cuando se le preguntó por qué lo hizo, se detuvo, se sintió un poco turbada y dijo que lo hacía porque su madre siempre había hecho lo mismo cuando cocinaba un trozo de carne. Ella misma sintió curiosidad, así que telefoneó a su madre para preguntarle por qué siempre cortaba una rodaja de la carne antes de cocinarla. La respuesta de la madre fue la misma: "porque así lo hacía mi madre". Por último, para obtener una respuesta más útil, le hizo la misma pregunta a su abuela. Sin dudar, su abuela le respondió: "Porque es la única manera de que quepa en mi cazuela"».
Somos libres de aceptar o rechazar las tradiciones y costumbres que heredamos de nuestros mayores, los procedimientos en el trabajo cuya única justificación es que «siempre se ha hecho así», o la forma en que resolvemos nuestros problemas personales y tomamos nuestras decisiones. Para no vernos arrastrados por la marea de la costumbre podemos estar atentos, tomar conciencia y preguntarnos a menudo «¿es esto necesario?», «¿realmente necesito esto?» o «¿tiene esto que ser de esta forma?». Si todos los caminos llevan a Roma es posible que la autopista represente la peor elección, ya que, al ser la primera opción de todo el mundo, siempre está atascada.

Para mí, este proceso es la semilla de la que brotaron cosas como el fin de la segregación racial o el voto femenino. Alguien se pregunta «¿por qué tiene esto que ser así?», y da comienzo una reacción que cambia el mundo.

Al actuar de esta manera quizá encontremos ocasiones en las que habremos de ir en contra del grupo. Eso puede requerir de nosotros cierta dosis de un tipo de heroísmo poco valorado y no muy común: algunos experimentos psicológicos revelan que somos propensos a someternos al grupo.

Esta semana he visto en la televisión a una señora ladrando que iban a continuar alanceando toros en su pueblo porque es la tradición, y nadie se la va a quitar. Que algo se haya venido haciendo toda la vida no es razón suficiente para seguir haciéndolo, ni justifica el que se esté haciendo ahora mismo. Porque ¿y si la tradición fuera que todos se tiraran desde un puente?

domingo, 11 de septiembre de 2011

Palos y zanahorias

Durante una de sus sesiones de zapping, mi hermana acabó viendo un documental sobre tráfico rodado que emitían en La 2. Hablaron principalmente sobre los atascos y sus posibles soluciones. Entre las propuestas que se barajaban estaba el pago por kilómetro, según el cual cada conductor pagaría una cuota en función de la distancia recorrida, disuadiendo de este modo a la gente de usar el coche. La cara de mi hermana era un poema: «sí, hombre, voy a pagar yo por conducir. Ya pago la gasolina». Cuando le indiqué que ni con eso ni con el impuesto de circulación se acerca siquiera a compensar las externalidades negativas que su conducción genera respondió: «pues que me paguen un coche eléctrico». Mientras discutíamos, el documental siguió adelante, dando paso a otra alternativa. En lugar de cobrar, se sugería pagar a los conductores por usar rutas alternativas menos congestionadas. Tiempo le faltó a mi querida hermana para declararse fan de dicha opción.

Foto de Carly & Art
¿Cómo hacer que los conductores dejen el coche en casa? ¿Cómo conseguir que los empleados no vagueen? ¿De qué manera puede lograrse que se respeten las leyes?

Mi tata, que además de conductora es profesora de educación infantil, me dice que a los niños hay que premiarlos cuando se portan bien y castigarlos cuando hacen algo mal, ya que el condicionamiento es lo único que entienden. Así que por un lado están las zanahorias para quienes se esfuerzan y son cumplidores y, por otro, los palos para aquellos que haraganean y no cumplen las normas.

Esas dos opciones parecen funcionar igual de bien con los adultos. Sin embargo, en este caso la equivalencia entre mal comportamiento y palo, y entre buen comportamiento y zanahoria, no está tan definida. Como escribió Mark Buchanan:
La economía tradicional sostiene que el rendimiento de los empleados se mejora mediante la imposición de sanciones. Pero nuestro sentido de la justicia puede dar algunas sorpresas. En unos experimentos, por ejemplo, Ernst Fehr y sus compañeros han descubierto que la aplicación de sanciones puede llevar algunas veces al decrecimiento de los esfuerzos de los trabajadores, en la medida en que lo que hacen es reaccionar a un trato que consideran injusto. Es una lección aprendida hace mucho tiempo por los adiestradores de animales -que las recompensas son más útiles que los castigos-. Eso no quiere decir que los castigos sean inútiles. En algunos casos, al parecer, pueden ser beneficiosos, pero sobre todo si no tienen que ser aplicados. Con más experimentos, Fehr y sus compañeros descubrieron que los empleados responden mejor cuando las sanciones on posibles en principio -especificadas en un contrato, por ejemplo-, pero la dirección nunca o raramente las usa. Los trabajadores ven el desuso de las posibles sanciones como una conducta cooperativa y responden a la gratitud incrementando sus esfuerzos, más incluso que en ausencia de cualquier sanción hipotética.
Economistas como Steven Levitt y Stephen Dubner tienen claro que no hay nada como los premios:
Las gente no es «buena» ni «mala». Las personas son personas y responden a incentivos. Casi siempre pueden ser manipuladas -para bien o para mal- si se encuentran las palancas adecuadas.
Eso significa pagar a los malos estudiantes para que mejoren sus notas. O pagar a la gente para que recicle o reduzca sus emisiones de dióxido de carbono. O, como en la película Malditos Bastardos de Tarantino, dar a un criminal casa, dinero y seguridad para poder cazar al pez gordo. Quizá deberíamos cobrar todos un sueldo de «buen ciudadano» y que, en lugar de ir a la cárcel, simplemente nos retiraran los emolumentos al infringir la ley. Pero es que a veces ni el dinero funciona.

A mi juicio, hacer lo correcto -lo que para mí incluye buscar la perfección- es nuestra obligación. Dadas las capacidades de raciocinio de las personas, creo que nuestro comportamiento no debería guiarse por palos y zanahorias. Si bien somos animales, no somos burros -aunque eso sea algo que suele quedarse en el campo de la teoría-.